Batalla de las Navas de Tolosa. Las cadenas de Navarra (1212). La derrota castellana de Salvatierra (1211) preocupó hondamente al monarca castellano. Alfonso VIII de Castilla se percató de inmediato de la importancia del ejército almohade y del peligro de sucumbir en la lucha desencadenada, y, ante el sesgo que tomaban los acontecimientos, dispuso una llamada general a los pueblos cristianos europeos para que vinieran en su ayuda. Una de estas llamadas, la más significativa, se dirigió al papa Celestino III, su amigo, pidiéndole que proclamara la cruzada contra los musulmanes. El Papa, complacido, lo hizo. La participación de Sancho el Fuerte le costó -como dice Moret- una batalla consigo mismo porque se consideraba agraviado no sólo en su padre y abuelo, en todos sus progenitores desde la muerte de Sancho el de Peñalén, en tantas invasiones y ocupaciones de provincias pertenecientes a la Corona de Pamplona. Fue necesario que el arzobispo de Narbona interviniera para convencerle. En la torturada conciencia del rey vasco pudo más su responsabilidad ante la Cristiandad que los graves agravios sufridos. Se jugaba quizá la suerte de Europa y la de su reino. Cruzada europea y guerra santa cobraban un potencial peligroso en extremo. Así es que, superando el trance, se presentó también en Toledo con su caballería pocos días antes de que aconteciera el memorable encuentro de las Navas de Tolosa. Le esperaba en Calatrava el rey de Aragón. El intrincado problema de ingleses y franceses, de ingleses y vascos, dejaba paso a los nuevos acontecimientos. Sancho el Fuerte llevó consigo no solamente tropas de su estricto reino sino también de las tierras bajo su protección como Laburdi, Zuberoa y Bearne. Iban en persona el vizconde de Zuberoa Guillermo y el de Bearne Gastón VI. Alfonso VIII se hallaba desbordado por problemas de abastecimiento de tanta tropa. El gran ejército cristiano se componía de dos alas, la derecha a cargo de Sancho el Fuerte, y la izquierda, al mando del rey de Aragón. Alfonso VIII mandaba al conjunto del ejército desde la retaguardia. La batalla comenzó con gran ímpetu al amanecer del día 16 de julio de 1212. Los musulmanes con su empujón inicial desbarataron a la vanguardia poniéndola en fuga. Alfonso VIII y su inseparable arzobispo don Rodrigo se dieron cuenta inmediatamente de lo que ocurría. Desde el ala derecha Sancho el Fuerte se apercibe inmediatamente de lo que sucede y, mediante una hábil maniobra, cae fulminante sobre el flanco de los musulmanes victoriosos sorprendiéndoles, de tal modo que cunde el desconcierto y el pánico entre sus filas. Lo mismo hizo por el flanco izquierdo el rey de Aragón dando lugar a que el ejército del centro se rehiciera e iniciara la ofensiva espoleado por el propio rey Alfonso. El hecho legendario de esta batalla corrió a cargo de Sancho el Fuerte. Alcanzó la retaguardia musulmana y la propia tienda del Miramamolín, defendida, según se dice, por diez mil negros sujetos unos a otros con cadenas, que son las que, según la tradición, rompió don Sancho y que luego incorporó simbólicamente al antiguo escudo navarro de barras en cruz y aspa. La batalla terminó en una gran derrota musulmana. El héroe -siempre según la tradición- fue don Sancho el Fuerte.