La vida de los pescadores. No cabe duda que la vida del pescador en estas aguas procelosas, ha sido y sigue siendo vida de sacrificios, peligros y penalidades, sin que las rudas faenas a que está obligado a dedicarse basten para atender a las necesidades más perentorias de su existencia, especialmente si carece, como en la mayor parte de los casos acontece, del espíritu de ahorro y economía.
Pero si la existencia del pescador, accidentada e insegura, penosa y pobre, es digna de conmiseración y lástima, lo es en un grado infinitamente superior, la de la compañera de su vida, la de la madre de sus hijos, que comparte con su marido, en los momentos de peligro, las zozobras inherentes a su oficio, orando ante una imagen o llorando al borde del agua, y sufre las torturas de la escasea y las ansias de la miseria, dedicándose a las faenas que están a su alcance o postulando fuera de su pueblo, sin conseguir con todo y eso cubrir las desnudeces de sus pequeños.
Los que alcanzamos los tiempos anteriores a la construcción de ferrocarriles, recordamos todavía aquellas fatigosas jornadas que hacían las mujeres e hijas de los pescadores, saliendo a media noche de sus casas, si era verano, para recorrer distancias de 20 y 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, descalzas y con la cesta en la cabeza, corriendo en competencia las unas con las otras, para abastecer los pueblos del interior, y como, una vez llegadas a su destino, rodaban por las calles anunciando su mercancía con voz fresca y firme, para vender a cuatro cuartos la libra de merluza (12 céntimos) y a tres ochavos o sea 5 céntimos la docena de sardina.
Sin detenerse más que el tiempo necesario para comprar algo que comer en el camino, volvían a desandar lo andado, la mayor parte de las veces con la ropa empapada en sudor o en agua, bien que no solían tener mucho que mojar. Casi todos los días, las pescadoras de San Sebastián llegaban en esta forma hasta Tolosa, que dista más de 20 kilómetros; y las que no vendían el pescado en aquel pueblo, se internaban más adentro hasta despachar su mercancía. De la misma manera se abastecían los pueblos de Azpeitia, Azcoitia, Vergara y otros de alguna importancia, por pescadoras de Guipúzcoa o de Vizcaya. Todavía en Fuenterrabía se transporta a pie el pescado a Irún por mujeres e hijas de pescadores, caminando descalzas y en competencia los cuatro kilómetros que hay de distancia entre una y otra ciudad, para regresar de igual modo a sus casas después de vagar por las calles de la segunda, y cuando el pescado es abundante y no tiene fácil venta, hay quien se va a Vera y más allá, recorriendo a pie y con carga en la cabeza, una distancia de 20 a 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta.
Cuando no se dedican a la reventa, repasan las redes, limpian el pescado o acuden a las fábricas de salazón y obtienen algunas de ellas un beneficio superior al del pescador. Todo esto lo hacen después de atender al cuidado de su marido y de sus hijos con los escasos recursos de que disponen. Si esto ocurre cuando el marido trabaja y la familia se halla en la plenitud de sus facultades, puede calcularse lo que ocurrirá en estas casas cuando las vicisitudes de la vida exigen atenciones extraordinarias. Y cuando el huracán zumba con ecos de agonía y se abre el Cantábrico para sepultar al pobre pescador, entonces la situación desdichada de esta pobre mujer no es comparable a la de ninguna otra. A falta del compañero que le ayudaba a medias a mal criar sus hijos y mantener a los ancianos padres, se encuentra sola, completamente sola para dirigir la nave de la vida cargada de pasajeros, entre tempestuosas borrascas, que si son temibles en la mar, no lo son menos en tierra.
Así se comprende que de los datos estadísticos referentes a la gente de mar de Fuenterrabía, recogidos durante el quinquenio de 1907 a 1911, resulte que mientras la vida media de los hombres, a pesar de los peligros del mar, es de 54 años, la de las mujeres no pasa de 47. También nos enseña la estadística que siendo en Fuenterrabía 280 los individuos que se dedican a la pesca en 1913, el número de viudas es de 42 y el de huérfanos de 102. Verdad es que dentro de ese año ocurrió la catástrofe del 4 de enero de 1913, que arrancó la vida a 12 tripulantes del vapor pesquero Constantino-chikiya.
Cada vez es mayor la atención que prestan las corporaciones y las personas que rigen los destinos públicos a la precaria situación que atraviesa la clase pescadora, con el laudable fin de aliviar los peligros y los agobios que padece. Hemos visto, al ocupamos de los puertos, los sacrificios que se han impuesto el Estado, la Provincia y las Villas para mejorar las condiciones de estos lugares de refugio y los grandiosos proyectos que hay pendientes. Hemos hablado también del observatorio meteorológico, levantado y sostenido por la Diputación en Igueldo, donde se está instalando actualmente la telegrafía sin hilos, y consignamos aquí con gusto los meritorios trabajos que está llevando a cabo la "Sociedad Oceanográfica", fundada hace algunos años en San Sebastián, a cuya iniciativa se debe, entre otras cosas, la escuela de pesca que está funcionando en dicha capital, primera de su clase en España, con magníficos resultados. Es de esperar que llegará pronto el día en que esta clase podrá verse redimida con los medios que se pondrán a su alcance, si adquiere hábitos de ahorro y economía de que carece.
Pero si la existencia del pescador, accidentada e insegura, penosa y pobre, es digna de conmiseración y lástima, lo es en un grado infinitamente superior, la de la compañera de su vida, la de la madre de sus hijos, que comparte con su marido, en los momentos de peligro, las zozobras inherentes a su oficio, orando ante una imagen o llorando al borde del agua, y sufre las torturas de la escasea y las ansias de la miseria, dedicándose a las faenas que están a su alcance o postulando fuera de su pueblo, sin conseguir con todo y eso cubrir las desnudeces de sus pequeños.
Los que alcanzamos los tiempos anteriores a la construcción de ferrocarriles, recordamos todavía aquellas fatigosas jornadas que hacían las mujeres e hijas de los pescadores, saliendo a media noche de sus casas, si era verano, para recorrer distancias de 20 y 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, descalzas y con la cesta en la cabeza, corriendo en competencia las unas con las otras, para abastecer los pueblos del interior, y como, una vez llegadas a su destino, rodaban por las calles anunciando su mercancía con voz fresca y firme, para vender a cuatro cuartos la libra de merluza (12 céntimos) y a tres ochavos o sea 5 céntimos la docena de sardina.
Sin detenerse más que el tiempo necesario para comprar algo que comer en el camino, volvían a desandar lo andado, la mayor parte de las veces con la ropa empapada en sudor o en agua, bien que no solían tener mucho que mojar. Casi todos los días, las pescadoras de San Sebastián llegaban en esta forma hasta Tolosa, que dista más de 20 kilómetros; y las que no vendían el pescado en aquel pueblo, se internaban más adentro hasta despachar su mercancía. De la misma manera se abastecían los pueblos de Azpeitia, Azcoitia, Vergara y otros de alguna importancia, por pescadoras de Guipúzcoa o de Vizcaya. Todavía en Fuenterrabía se transporta a pie el pescado a Irún por mujeres e hijas de pescadores, caminando descalzas y en competencia los cuatro kilómetros que hay de distancia entre una y otra ciudad, para regresar de igual modo a sus casas después de vagar por las calles de la segunda, y cuando el pescado es abundante y no tiene fácil venta, hay quien se va a Vera y más allá, recorriendo a pie y con carga en la cabeza, una distancia de 20 a 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta.
Cuando no se dedican a la reventa, repasan las redes, limpian el pescado o acuden a las fábricas de salazón y obtienen algunas de ellas un beneficio superior al del pescador. Todo esto lo hacen después de atender al cuidado de su marido y de sus hijos con los escasos recursos de que disponen. Si esto ocurre cuando el marido trabaja y la familia se halla en la plenitud de sus facultades, puede calcularse lo que ocurrirá en estas casas cuando las vicisitudes de la vida exigen atenciones extraordinarias. Y cuando el huracán zumba con ecos de agonía y se abre el Cantábrico para sepultar al pobre pescador, entonces la situación desdichada de esta pobre mujer no es comparable a la de ninguna otra. A falta del compañero que le ayudaba a medias a mal criar sus hijos y mantener a los ancianos padres, se encuentra sola, completamente sola para dirigir la nave de la vida cargada de pasajeros, entre tempestuosas borrascas, que si son temibles en la mar, no lo son menos en tierra.
Así se comprende que de los datos estadísticos referentes a la gente de mar de Fuenterrabía, recogidos durante el quinquenio de 1907 a 1911, resulte que mientras la vida media de los hombres, a pesar de los peligros del mar, es de 54 años, la de las mujeres no pasa de 47. También nos enseña la estadística que siendo en Fuenterrabía 280 los individuos que se dedican a la pesca en 1913, el número de viudas es de 42 y el de huérfanos de 102. Verdad es que dentro de ese año ocurrió la catástrofe del 4 de enero de 1913, que arrancó la vida a 12 tripulantes del vapor pesquero Constantino-chikiya.
Cada vez es mayor la atención que prestan las corporaciones y las personas que rigen los destinos públicos a la precaria situación que atraviesa la clase pescadora, con el laudable fin de aliviar los peligros y los agobios que padece. Hemos visto, al ocupamos de los puertos, los sacrificios que se han impuesto el Estado, la Provincia y las Villas para mejorar las condiciones de estos lugares de refugio y los grandiosos proyectos que hay pendientes. Hemos hablado también del observatorio meteorológico, levantado y sostenido por la Diputación en Igueldo, donde se está instalando actualmente la telegrafía sin hilos, y consignamos aquí con gusto los meritorios trabajos que está llevando a cabo la "Sociedad Oceanográfica", fundada hace algunos años en San Sebastián, a cuya iniciativa se debe, entre otras cosas, la escuela de pesca que está funcionando en dicha capital, primera de su clase en España, con magníficos resultados. Es de esperar que llegará pronto el día en que esta clase podrá verse redimida con los medios que se pondrán a su alcance, si adquiere hábitos de ahorro y economía de que carece.
Número de embarcaciones de pesca existentes en Gipuzkoa | |
Distrito | |
Pasajes Zumaia San Sebastián | 17 vapores construidos en los últimos diez años, en los astilleros de Pasajes, Fuenterrabia y Francia. 214 botes construidos en los últimos quince años, la mayoría en Ondarroa. 10 traineras construidas en los últimos ocho años en Ondarroa. 23 vapores construidos en los últimos doce años en Motrico, Zumaya y Pasajes. 563 botes construidos en su mayoría en Ondarroa en estos últimos quince años. 29 vapores construidos en los últimos diez años en Francia, Pasajes y San Sebastián. 182 botes construidos en los últimos quince años en su mayor parte en Ondarroa. |
Monumento en memoria de Aita Mari, en el muelle de Donostia-San Sebastián. Sobre él relata Antonio Pirala en 1885 lo siguiente: Modesto en su forma, pero grande por lo que representa, es un pequeño monumento o mausoleo construido en un muro del muelle a la memoria de un héroe de la caridad; pobre marino, cuyo busto revela la nobleza de sus sentimientos, la valentía de su alma, la ternura de su corazón. En Zumaya nació José María Zubia el 15 de marzo de 1809. Hijo de pescadores siguió tan peligroso oficio hasta 1830; se matriculó de marinero en la carrera de América y después de largos años de brillantes servicios, se estableció en San Sebastián de patrón de una lancha de pescadores. Su biografía es una relación de actos heroicos: amaba el peligro, y, de corazón esforzado, siempre estaba dispuesto a salir al mar cuando éste amenazaba con la muerte, arriesgando su vida sólo con la esperanza de arrancar algunas víctimas al Océano. Uno de estos hechos, el más conmovedor, ocurrió en Julio de 1861. Después de un calor sofocante, el cielo con negras nubes de tempestad y el mar enfurecido desafiaban a José Mari; lanchas pescadoras pedían auxilio; José Mari tripula con nueve valientes su trañera y se lanza al mar; lucha, se ve cercado de peligros, su blusa roja aparece y se esconde en las espumosas olas; pero al cabo de una hora, hora de agonía para la gente del muelle, vuelve Mari trayendo en su lancha los pescadores salvados. Mari en terrible lucha había vencido al mar. Teodora Lamadrid estaba en el muelle, y emocionado su corazón de mujer y de artista, ofreció una función en honra del pescador. Asistió éste al palco presidencial y apareció en el escénico al terminar la función con la boina en la mano y su blanca cabeza ceñida por la corona de laurel que la eminente actriz le había colocado entre las aclamaciones y aplausos del público. Su muerte fue como su vida toda. El 9 de Enero de 1866, la gente de San Sebastián acude al muelle, llena de terrible ansiedad: lanchas de pescadores habían salido de madrugada, el mar se había alborotado y las lanchas no volvían; al fin se ve una envuelta en espuma, va tripulada por marineros casi niños y van a sucumbir. Todas las miradas se vuelven a José Mari: al poco tiempo ya está remando con sus compañeros; se alejan, se los pierde de vista, tardan en volver, los gritos y llantos aumentan, salen dos lanchas a buscarlos, y vuelven sus marineros con la espantosa noticia de no haber podido arrancar a las olas el cuerpo de José Mari. Nada más honroso que el tributo de gratitud rendido a estos héroes del pueblo. D. Ramón Fernández le dedicó unos sentidos versos, en los que se leen estas dos estrofas: | |
Con el valor de un gigante y la ternura de un niño, en arrojo y en cariño eras todo corazón; el amor de tus hermanos te abrasaba en sus destellos; vivir y morir por ellos era tu sola ambición. | Bien lo dicen con su llanto los náufragos que salvaste, y las viudas que amparaste con santa solicitud: ese llanto es tu diadema, y es tan pura y sin mancilla que en cada lágrima brilla un rayo de tu virtud. |