A partir del final de la revolución de octubre de 1934, el socialismo español experimenta la crisis más grave de toda su historia. Estuvo a un paso de la escisión, y sólo el estallido de la guerra civil pudo evitarla. De todos modos, aunque el movimiento socialista permaneció unido formalmente, ya no puede hablarse en 1935/1936 de una sola línea política en su interior, sino, al menos, de dos grandes corrientes enfrentadas entre sí.
Pues bien, el socialismo del País Vasco optó claramente por una de las dos partes en pugna, esta vez de una manera ideológicamente comprometida, acentuando sus rasgos reformistas, republicanos y no revolucionarios que le caracterizaban desde antaño, haciéndolo, además, contra una fracción que se caracterizaba a sí misma como marxista y revolucionaria. Mientras que los seguidores de Largo Caballero mantenían el discurso revolucionario abierto tras la derrota electoral de noviembre de 1933, llenándolo ahora de apelaciones a Marx, Prieto y los vascos retornaban a las posiciones iniciales defendidas en el primer bienio, rechazando definitivamente los postulados revolucionarios de los líderes sindicales madrileños.
El socialismo de la región se consolidaba entonces en las bases ideológicas que desde 1914 venían identificándolo. Hay que decir, sin embargo, que fue un proceso difícil, prolongado y no unívoco, ya que aunque los grandes núcleos del socialismo vasco (Bilbao, Barakaldo, Sestao, San Sebastián, Eibar, Pamplona, Tudela, etc.), volvieron a la política tradicional de moderación, algunos núcleos importantes del socialismo guipuzcoano (Pasajes, Rentería, Mondragón, Irún), alavés (Vitoria) y navarro (Tafalla, Milagro, Cortes) se inclinaron del lado del radicalismo caballerista.