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HERNANI (HISTORIA)

La fábrica de anclas de Hernani.

La mayoría de los datos referentes a esta pionera de la industria del hierro en Guipúzcoa han sido recopiladas por Arocena (1935) y, más tarde, por Tellechea. Resumimos a continuación lo aportado por este último (1977): "En 1750 la villa de Hernani y algunos particulares mancomunadamente llegaron a concertar con el Rey un Asiento por el que se comprometían a entregar a la Armada en el término de cuatro años veinte mil quintales de anclas. Tal compromiso llevaba por parte real la compensación de algunas ventajas protectoras, que comprendían la concesión de créditos, mantenimiento de precios de materias primas y privilegios sobre aprovechamiento de montes. En compensación, Hernani se obligaba a la entrega a plazo y precio fijado de los quintales expresados en anclas y anclotes, de acuerdo con medidas y peso indicados, y sometidas al control de inspectores nombrados por el Rey. Para hacer posible el cumplimiento de tal contrato, Hernani se lanzó a la puesta en marcha de un complejo industrial suficiente y bien organizado, con una reglamentación precisa del trabajo y de su remuneración, coordinación de diversas tareas y construcción de las oficinas adecuadas. Larramendi nos refiere las intrigas que se cebaron en aquella ambiciosa empresa, poniéndola a punto de sucumbir. Anduvieron mezcladas en ellas Urnieta y San Sebastián, los inspectores y comisarios de Marina, Diputación y Corregidor, y hasta el mismo Ministro de Marina, el gran Marqués de la Ensenada. El jesuita logró disipar dificultades, relacionándose personalmente con el Ministro. [Autobiografía, ns. 51-64, cfr. Obras (San Sebastián 1973) II. 37-43]. Una fuente documental, no la única, es sin duda el libro copiador de cartas que se conserva en el archivo municipal de Hernani: Libro del Diario de Don Francisco Antonio de Oquendo, Capitán de Navío de la Real Armada y Inspector de la Real fábrica de anclas de la villa de Hernani. Año de 1750. El libro se abre con la copia del nombramiento de D. Francisco Antonio de Oquendo y del Maestro Juan Fermín de Guilisasti para inspectores de la fábrica de Hernani, una vez suscrito el Asiento con el Rey. Firmó este nombramiento Ensenada en San Lorenzo del Escorial el 19 de octubre de 1750. En documentos sucesivos se insertan las cláusulas del Asiento y se va perfilando la competencia de los inspectores. Este libro documental, manejado en su día por F. Arocena en el artículo citado, contiene un cupo de documentos oficiales de enorme interés para la historia del Real Asiento desde su mismo nacimiento. La verdad es que éste fue azaroso y conflictivo, aunque nada de esto reflejen las cartas de Oquendo, sino todo lo más los efectos que esta circunstancia produjo. En efecto, la fabricación de anclas en Guipúzcoa no se inicia con la factoría de Hernani, sino que tiene su pre-historia. En ella desempeña papel singular el célebre Maestro ancorero Juan Fermín de Guilisasti, hábil practicante del espionaje industrial en aquellos tiempos y que supo posesionarse en Holanda de las técnicas de fabricación de anclas y transplantarlas a su ferrería de Arrazubia. Los logros personales de Guilisasti revisten nueva importancia en la década 1740-50. En consorcio con el Intendente de Marina Casas, y con el suegro de éste, Guilisasti había suministrado anclas a la Armada durante diez años. En este punto se inició la intervención de Larramendi, quien denunció aquella "tiranía" ante el Intendente y su suegro, y se dispuso a abrir los ojos de la Corte, al tiempo que ofrecía el compromiso de Hernani de servir cuantas anclas le pidieren. El Intendente Casas intentó por todos los medios rematar el proyecto de Renteriola. Tras muchas dificultades, Larramendi logró su objetivo, y el Rey cerró Asiento con Hernani, aunque bajo este nombre figurasen la villa como dueña de la ferrería de Fagollaga, y Dña. Josefa Gregoria de Beroiz y J. Ignacio Duque de Estada, tutores de sus hijos y dueños de las ferrerías de Picoaga y Ereñozu. Con este nuevo planteamiento de cosas tiene que ver la documentación recogida en el libro de Oquendo. El, juntamente con Guilisasti, fueron nombrados por el Rey inspectores de las anclas que fabricaría Hernani; tenían que examinarlas, aprobarlas o reprobarlas. Guilisasti, por su parte, proporcionaría la técnica y las dimensiones (Docs. 1-2). Los nuevos maestros y oficiales de Hernani comenzarían por examinar las 40 anclas anteriores fabricadas por Guilisasti que estaban en el puerto de San Sebastián; la mayoría de ellos habían aprendido el oficio con Guilisasti (Docs. 3- 4). Uno de los documentos transcritos más importantes es el capitulado del Asiento (Doc. 7). Hernani se comprometía a entregar al Rey veinte mil quintales de anclas, a término de cinco mil por año, en el plazo de cuatro años; las anclas serían depositadas en el muelle de San Sebastián. Se fija en el Asiento el precio en reales del quintal, creciente a proporción de la medida de las anclas. El rey se comprometía al pago anual y en dinero, así como a proporcionar con claridad y precisión las medidas y peso de las anclas. Hernani pedía el favor del Intendente de Marina para la contratación de maestros y oficiales; éstos, considerados como al servicio del Rey, gozarían de las exenciones regulares. Si no se reuniese el número debido, el Intendente podría compeler a otros de la Provincia, a los que se les pagaría los emolumentos normales. La firma del Asiento implicaba para Hernani la concesión inmediata de un anticipo por parte de la Hacienda de 300 mil reales; los reintegraría en el plazo de cuatro años a razón de 75 mil anuales, deducidos del valor de la mercancía entregada. También solicitaba algún tipo de gratificación o asignación a fondo perdido, en razón de los 120 mil reales que costaría el levantar nuevas oficinas. Se disponía a servirse de Renteriola a modo de arrendamiento, pero bajo supuesta necesidad y condiciones. Hernani surtiría las ferrerías de carbones de los montes propios y francos, con arreglo a la Concordia anteriormente firmada entre Hernani, Urnieta y San Sebastián, que por obra del Asiento adquiría nuevo refrendo legal y la garantía del Rey. Asimismo gozaría en la compra de carbones en la provincia y fuera de ella en atención al servicio real, y la Provincia dirigiría un exhorto en tal sentido a las villas. El articulado, registrado por el notario D. Sebastián Cardaberaz, padre del célebre jesuita, fue aceptado por el Rey. En noviembre de 1750 ya estaban abiertos los cimientos de la nueva fábrica (Doc. 5). Pronto se formalizó el pedido de anclas (Doc. 8). Un curioso análisis de costos y precios, calcula las ganancias posibles, así como el número de fraguas mayores y menores que sería preciso montar (Doc. 10). Medidas detalladas para cada tipo de ancla o anclote nos sitúan ante el inicio de la magna empresa (Doc. 11). Algunos informes siniestros comenzaban a inquietar a propósito de los arreglos de montes (Doc. 12). Con todo, al año, ya en noviembre de 1751 pasan a inspección las primeras anclas fabricadas por el Asiento (Doc. 20). No todo el monte era orégano. El retraso en el pago de los créditos puso al Asiento al borde del colapso; posiblemente fue intencionado (Doc. 22). A ello se añadió la equivocación de medidas por parte de Guilisasti, mediciones caprichosas y otras arbitrariedades del mismo, a quien Larramendi llama abiertamente "enemigo del Asiento" (Docs. 25-30). Se rectificaron los errores, y cerró al Asiento un nuevo pedido, con nuevas medidas, de estilo inglés (Doc. 39). La fábrica proseguía su actividad incesante con satisfacción del Inspector. Surgieron nuevas dificultades vitales. Urnieta no respetaba la Concordia, pieza clave del suministro de carbón y del mantenimiento de su precio. Oquendo intervino eficazmente en este pleito, que, en el mejor de los casos, paralizaba la fábrica y la ponía en difícil situación para cumplir sus compromisos a plazo y precio fijados. No todos presentaron un apoyo tan decidido al Asiento como Oquendo. Según Oquendo, Urnieta quebrantó la Concordia, ratificada en el Asiento, al vender fuera de las herrerías los carbones, a precios superiores a los concertados. El Asiento declaraba nulos los actos en contrario. Oquendo denuncia la actuación de "gentes ociosas e inquietas que se mantienen al ruido y sombra de pleitos y revuelven a los demás de Urnieta", y desea que Ensenada tome medidas coercitivas que hagan respetar la Concordia. También se cometió otro fraude contra la misma, en la dedicación a robles bravos de los que debieran dejarse para trasmochos. Defraudar a las herrerías en carbones era condenarlas a la extinción. Oquendo muestra su alarma por la extinción de 11 de las 14 herrerías existentes al tiempo de la Concordia (Doc. 45). Ensenada intervino con decisión para reducir a Urnieta a justicia, implicando en tal sentido al Corregidor (Doc. 48), lo que fue comunicado a ambos por Oquendo (Docs. 50- 51). Oquendo, Urnieta y el Corregidor se enzarzan en una disputa de motivaciones y actuaciones un tanto confusas (Docs. 52-55). Entonces Oquendo busca el valimiento de su tío D. Joaquín de Aguirre y Oquendo, buscando el apoyo de éste y de Ensenada en favor de Hernani, cuya justicia claramente defiende. Estaba en juego la subsistencia de Asiento y el cumplimiento de sus compromisos. Varios autos del Corregidor dan idea de la gravedad del asunto. Meterse en pleito formal sería desastroso para Hernani, pues, al margen de su justicia, retrasaría el proceso de fabricación. Otro documento de esta serie (Doc. 66) denota una situación especialmente grave, que tardaría en resolverse. El último cuatrimestre de 1752 resultó particularmente angustioso. Las tachas puestas por el Intendente de Galicia a las anclas fabricadas, además de ocasionar serios perjuicios económicos, ponían en entredicho la eficiencia del Asiento (Docs. 67-8). La intriga de émulos podía más que la verdad. Parece que el problema fue mucho menor de lo que se quiso hacer pensar, y el Asiento se dispuso a nuevas ampliaciones de sus oficinas a pesar de las dificultades económicas en que le sumieron estos litigios (Doc. 76). Tras una revisión del Asiento (Doc. 78), concluye el año con el estudio de problemas técnicos sobre Maestros, calidad del hierro, suministro de carbones y leñas (Docs. 81-1). Los inconvenientes de tanta disputa, produjeron ceses de importancia y reajuste del personal ferrón (Doc. 83). También Oquendo fue exonerado de su oficio de inspector, dando paso como examinador al capitán de Navío D. Antonio González Marroquín (Doc. 84). La producción de anclas siguió su curso y a principios de 1753 se daba cuenta de las partidas concluidas. En enero de 1753 estaban ya terminadas 24 anclas gigantes de 72 quintales, en espera de la. inspección (Docs. 87-8). Sin embargo, Marroquín suspendió su inspección hasta tanto no reconociese las anclas devueltas desde El Ferrol como defectuosas. Los "indigestos" de Urnieta seguían persiguiendo al Asiento y poniendo dificultades a los suministros de carbón (Doc. 89). La política forestal de dejar guías para árboles bravos era nefasta para las ferrerías y ruinosa, en general, para el país. La ferrería de Picoaga, vendida por San Sebastián y Urnieta a Manuela de Belaunzarán, era una de las tres supervivientes de otras muchas ya. En los meses finales del año 1753 se siguen terminando, pesando y sirviendo anclas (Docs. 118- 20). En cambio, nada se contesta ni provee de Madrid, con risa y gozo de los émulos (Doc. 121). Las lluvias y nieves de los meses siguientes dificultan la elaboración del carbón. Sobre todo, no se pueden pagar salarios a fin de mes. Escovedo no adelanta dinero. Los martilladores o mallucaris amenazan con volver a la labranza para poder comer, siguen al descubierto los plazos de los ferrones. Se deben unos 12.000 pesos, con la paradoja de que el Estado debe a la fábrica unos 20.000 por anclas fabricadas (Doc. 122). Marroquín inspecciona y aprueba un buen lote en febrero de 1754: todas fueron aprobadas, "cada vez van perfeccionando estos Maestros en la fábrica" (Doc. 125). El panorama era deprimente en febrero de 1754. No llegaba respuesta de la Corte. "Está esta gente inconsolable y parada toda la obra, menos algunos carboneros que están trabajando". Se habían terminado 17 nuevas anclas, "que no se puede mejorar la obra absolutamente" (Doc. 126). En un gesto desesperado, Oquendo llegó a empeñar la poca plata labrada que tenía para poder pagar a los carboneros y asegurar el suministro de carbón para arremeter con la fabricación de otras 21 anclas (Doc. 127). Oquendo urgía el cumplimiento de la ley, recomendando se aprovechasen para bravos los terrenos baldíos; lo contrario supondría la ruina del valle del Urumea al temer el colapso de las ferrerías siempre que no se cumpliesen las leyes y las condiciones estipuladas para su funcionamiento (Doc. 94). Las nuevas anclas fueron aprobadas con mínimos reparos subsanables, y se dio orden de embarcarlas para El Ferrol (Docs. 91-3). El trabajo se reactivó para proporcionar anclas a fragatas en construcción en Cádiz y Cartagena (Docs. 96-8). Es verdad que los pesajes arrojaban exceso de peso en las anclas, se intentaba corregirlo y se atribuía a las dificultades de una labor en medio de fuego inaguantable (Doc. 99). Con todo, se advierte un esmerado celo perfeccionista en el trabajo: se utiliza exclusivamente vena de Somorrostro, se cuidan los caldos y la calidad del tocho, se pone todo esmero en la delicada confección de las aletas (Doc. 100). Oquendo se muestra entusiasta de los resultados obtenidos: "no tendrá ningún Príncipe de Europa cosa igual ni más pronto servicio a cualquier tiempo". Todo es gloria de Ensenada (Doc. 94). A pesar de ello, no dejaban de acosar los problemas, sobre todo dinerarios. Los bueyerizos se negaban a transportar las anclas al puerto de San Sebastián. Fracasado el sistema de contrata de conducción por almoneda, Oquendo piensa en que la Villa compela y apremie coactivamente a los acarreadores con un alto salario de 12 reales al día (Doc. 101). En abril de 1753, con la Pascua en puertas, no había dinero para pagar salarios (Doc. 106). Se habla de un reajuste de precios, sobre todo en las anclas gigantes (Doc. 107). En agosto se inicia el paro por falta de fondos. De paso se denuncia no sé qué especie de contrabando en Caracas, en primer lugar por la tropa (Doc. 110). La situación es desesperada, no obstante hacerse continuamente fuertes entregas de anclas (Docs. 112-3). La súplica de Oquendo a D. Joaquín de Aguirre se hace cada vez más angustiosa. Le recuerda que crió la fábrica "contra mar y viento", pero que a sus protagonistas "se les caen las alas del corazón, pues el Asiento está debiendo muchas cantidades, así de montes, con plazos caídos, Maestros, etc., y claman, a la moda del país, más de lo que yo quisiera" (Doc. 115). Oquendo se vale de la intercesión de Aguirre para obtener de Ensenada el pago de las anclas entregadas. La precaria situación económica no corresponde a los logros obtenidos. El Asiento no tiene igual en el mundo, según Oquendo, y así lo publican ingleses, franceses y holandeses que ven las anclas que salen de Hernani y se interesan por los procedimientos de fabricación (Duc. 146). Una vez más fue Ensenada el eficaz impulsor de la empresa, ya que socorrió al Asiento con 240.000 reales de vellón (Docs. 147-8). Sobrevinieron nuevas dificultades. Los ferrones se negaban a fabricar tocho (Doc. 149). Murió el apoderado del Asiento y hubo que esperar el examen de nuevas anclas para percibir los fondos acordados por Ensenada y aun resolver dificultades para el pago inventadas por Escovedo (Doc. 150- 1). Los correos de la Corte trajeron novedades inesperadas: la caída de Ensenada y la sustitución por D. Julián de Arriaga (Doc. 151). Hubo que remitir a éste un estado general de la fabricación y del grado en que se hallaba el cumplimiento de los compromisos adquiridos (Docs. 153- 4). Los apremios económicos seguían pesando sobre el Asiento en septiembre de 1754, por lo que se recurrió a Arriaga en demanda del pago de los casi trescientos mil reales que adeudaba el Estado (Doc. 156). El 5 de marzo Oquendo pasó a San Sebastián a dar parte a D. Manuel Diego de Escovedo "de haberse parado las oficinas por falta de medios". Escovedo aseguró que tenía dinero en Bilbao y que, en cuanto llegase, avisaría al apoderado del Asiento (Doc. 129). Ensenada actuó eficazmente a principios de marzo, socorriendo al Asiento con ciento veinte mil reales; correspondían a los plazos del mes de diciembre pasado (!). Con esta nueva y retrasada inyección monetaria, que sucedía a la de octubre de 1753, el Asiento se disponía a reanudar su actividad y a cumplir sus compromisos con la Armada. En mayo eran inspeccionadas y aprobadas otras veinte grandes anclas (Doc. 136). Con todo, no se había despejado la falta de fondos. El 27 de mayo Oquendo se dirige a Ensenada. El Asiento debe veinte mil pesos, las treinta y siete anclas nuevas entregadas le hacen acreedor a treinta y seis mil (Doc. 145). En abril de 1755 seguía agobiando el pasado y lleno de incertidumbre el futuro. Se debían al Asiento más de 30.000 pesos (Doc. 170). En compensación, el Rey aceptó las 23 anclas elaboradas conformé a un primer plan (Doc. 171). En mayo se examinaron nuevas anclas y aun se encargaron algunas otras para Cartagena (Doc. 172-3). Se preveía el término de la última remesa para Navidad. ¿Qué se haría más tarde? Oquendo informa a Aguirre sobre la situación y recalca que "se les hace preciso a los dueños de las herrerías saver si se a de proseguir o no, para tomar las correspondientes medidas para poder arrendar con la anticipación precisa, que es el estilo de las herrerías, para las probisiones de bena y montes, que es el tiempo preciso el verano" (Doc. 173). En agosto se hizo nueva y amplia entrega de piezas (Doc. 175). Desgraciadamente aquí se interrumpe la correspondencia en el libro copiador de Oquendo, saltando del f. 133 al 179. Es de suponer que no se verificó un nuevo Asiento. Ello ponía fin a una empresa verdaderamente curiosa e importante y abandonaba las ferrerías de Hernani a su propio destino. El maltratado libro-copiador de Oquendo nos reserva nuevas lagunas (f. 183-189), la regulación de nuevas medidas para fabricación de anclas (Doc. 177), la inserción fuera de fecha y lugar de una carta de Hernani a Ensenada del 8 de mayo de 1750 (Doc. 183), y sobre todo los interesantísimos reglamentos de gobierno y administración del Asiento hernaniarra (Doc. 182). Es un modelo de organización industrial confeccionado tras muchas consultas y conferencias, con el que se regula toda la dirección y organización de la empresa con enorme variedad de aspectos administrativos, económicos y sociales.