Monarquía y Nobleza

Sancho Garcés IV el de Peñalén

Durante los años de reinado de Sancho Garcés IV se fueron formando intrigas entre las facciones nobiliarias del interior del reino. Dos hermanos del rey, los infantes Ramón y Ermesinda, fueron partícipes de estas intrigas y llegaron a tramar la muerte del rey. Las primeras suspicacias por parte del entorno leal al monarca se produjeron en el año 1074. En este año empezaron a introducirse hacia el interior del reino, desde la tierra de Lara, gentes castellanas que decían ir en peregrinación a San Millán. Su número iba creciendo de tal forma que los capitanes que defendían los castillos fronterizos comenzaron a sospechar que se trataba de un movimiento organizado desde el exterior, y emprendieron la detención y encarcelación de aquellos sospechosos de espionaje.

El año 1076 se produjo el asesinato del rey. Según Moret, los hermanos de Sancho Garcés fingieron organizar una cacería en un bosque situado entre la villa de Funes y la de Villafranca, cacería a la que acudieron junto a un grupo de nobles conocedores de la trama. En un momento de ésta, el rey se aproximó a una peña que se levanta sobre el curso de los ríos Arga y Aragón llamada Peñalén, y aprovecharon la ocasión para empujarle por la espalda y despeñarle.

Enterados algunos nobles de la intriga, no aceptaron el gobierno de ninguno de los conspiradores. Su respuesta fue repudiar a los hermanos y obligarles a abandonar el país por la fuerza; la infanta Ermesinda tuvo que refugiarse en la corte de Castilla, y Ramón fue bien acogido en la del rey musulmán de Zaragoza, el cual deseaba liberarse del tributo que pagaba a Pamplona.

En la búsqueda de un sucesor para el trono de Pamplona, se pensó en Ramiro, hermano del rey y señor de Calahorra, ya que los dos hijos del rey fallecido eran de corta edad. No obstante, el ejército del rey Alfonso VI de Castilla, que se hizo con el reino tras el asesinato de su hermano Sancho II, había entrado en la Bureba y en la Rioja, y Ramiro se incorporó a la corte castellana.

La entrada de Alfonso VI en tierras del reino de Pamplona se produjo sin dificultades, ya que los cómplices del monarca castellano habían extendido el parecer de que Alfonso VI tenía intención de vengar el asesinato de Sancho Garcés. Entre estos cómplices se encontraba el gobernador de Montes de Oca, Diego Álvarez, señor castellano que tenía una hija, doña Tecla, casada con el hijo del conde de Vizcaya. El señor de Vizcaya por su parte, guardaba el castillo de Bilibio, en las Conchas de Haro, enclave estratégico para el paso de los montes Obarenes. El día 10 de julio, unas semanas después del suceso, el rey castellano se encontraba en Calahorra y la familia real lo recibió en Nájera como a un pariente y amigo. Ante estos acontecimientos Sancho de Aragón intervino entrando rápidamente en Pamplona. Los castellanos habían ocupado el reino hasta Puente la Reina y Sangüesa, y los pamploneses junto con los aragoneses les obligaron a replegarse hacia la Rioja.

El rey castellano quiso asimilar las tierras conquistadas a su territorio, mientras que el aragonés se hizo proclamar rey de Pamplona. Ambos monarcas incorporaron a sus reinos la parte ocupada y establecieron una especie de entendimiento por el que delimitaban las zonas de dominio; la zona oriental, desde San Sebastián hasta Jaca y desde el Ebro al Pirineo, quedaba bajo Sancho Ramírez. Los señoríos occidentales sufrieron algunos cambios; el señorío de Nájera, territorio que fue del recién fallecido señor de Vizcaya, fue asignado a García Ordóñez. El nuevo señor de Vizcaya, Lope Iñíguez, fue compensado por la pérdida de Nájera con los señoríos de Álava y parte de Guipúzcoa. La mayor parte de la Bureba fue entregada al señor de Lara, Gonzalo Salvadores, entrega que se reafirmaba el bloque castellano, y Orbita Aznárez perdió su señorío de Guipúzcoa, siendo compensado con otro en otras tierras.