Otros nombres de parentesco. Varios rasgos diversos y bien perfilados, fonológicos y gramaticales, distinguen estos nombres de la mayoría de los apelativos y los aproximan a los propios: cercanos a ellos se encuentran otros nombres comunes pertenecientes a una esfera semántica no muy alejada (sobre todo en tierra de habla éuskara, donde denominaciones como «hombre», «señora, mujer», «muchacha», «niño», etc., se usaron con profusión como antropónimos), junto sobre todo a ciertos nombres de animales. No hay necesidad de insistir en las razones, fundadas en último término en semejanzas de situación (frecuente uso alocutivo, etc,), que explican estas peculiaridades. (Cf. J. Kury-Owicz, Esquisses linguistiques, Wroclaw-Kraków 1960, p. 182 ss., 259 ss. y BSL 62, 1967, 1-8). Formas típicamente de vocativo son aquéllas que han aglutinado, por ejemplo, los pospuestos jaun «señor», and(e)re «señora»: aitajaun, amandre no eran en un principio, y no son todavía en alguna zona, más que fórmulas respetuosas («señor padre», «señora madre»), empleadas para dirigirse a los padres, no para hablar de ellos. Cualquiera que sea el origen de t- en fr. tante (ant. ante, cf. ingl. aunt, lat. amita), no cabe duda que el lab. matanta «tía» lleva el posesivo incorporado. Esto, en nombres vascos, es, sin embargo, muy poco frecuente, aunque sigo pensando que un posesivo «mi» tiene muchas probabilidades de ser el primer elemento de nerabe (mirabe, etc.), [FHV, p. 82, n. 19, FLV 1, p. 50, n. 50]. En apoyo de que su núcleo sea antes habe que jabe, se podría aducir el lab. noharroin (eta halaric ete bethi dira errumez, noharroin, eta on-behar (Axular, p. 232) «mendigo, necesitado», ya que tenemos habe = harroin «columna, sostén». Habría que suponer, claro, que éste no era el sentido original de este arcaísmo: también errumes en este texto fue antes «romero, peregrino». Tendrá también la misma explicación el uso de la forma indeterminada, sin artículo, hoy absolutamente excepcional en apelativos, sensible sobre todo en vizcaíno. Azkue lo menciona expresamente varias veces: ama «no recibe artículo...por lo general, a no ser que designe la madre de pajarillos; por lo que debiera escribirse con A mayúscula, pues es nombre propio»; izeko «es nombre propio, no se le aplica el artículo: izekok ekarri dau, lo ha traído la tía». Compárese con lo que se lee en el mismo Diccionario, a propósito de txarran, antiguo nombre de persona: «nombre propio del diablo: txarranek baragoio (V-arratia). Se dice al oír un trueno: Or dabil txarran, «ahí anda el diablo». Se dice al ver moverse hojas o polvo en un remolino de viento. Otra particularidad nada rara en estos nombres de parentesco es la palatalización, que podemos considerar sin mayor temeridad «expresiva» (cuyo antecedente, a juzgar por la grafía de los nombres aquitanos e incluso medievales como Allauato, Annaia, pudo ser una pronunciación geminada o en algún modo «fuerte»), con el correlato que representa la falta de aspiración en consonantes aspirables en principio (aita, anaie, arreba, etc.): lloba «sobrino, -a» es lo que aparece en ambos extremos de la zona de habla vasca (véase abajo, n. 11), de donde posiblemente los más extendidos iloba, lioba. Nunca se ha señalado, que yo sepa, la frecuencia con que el nombre de la «hija» aparece escrito allaba en autores labortanos del s. XVII. En Haramburu (1635) encuentro, por ejemplo, allabaric (p. 43), allaba (69, 79, 202, 461), Agur María, allaba saindua, allabetaco abantaillatuena (103 s.); en Arambillaga (1684), allaba (5, 9, 17, 20, 26, 31, 33, 41, 46, 63 bis, etc.). La lista está muy lejos de ser completa. Falta, es cierto, una grafía ill que sería -en la medida de lo posible- absolutamente unívoca, pero, aun así, se hace difícil dudar de que con Il se haya querido representar una pronunciación palatal de la lateral. No es un secreto, finalmente, la afinidad que une con frecuencia a estos nombres ciertos sufijos de valor diminutivo o, más precisamente, hipocorístico, con los que a menudo quedan unidos permanentemente: cf. it. fratello, sorella, rum. fiica (fica) «hija», antiguo diminutivo de fie que sobrevive precariamente, etc. Y uno de los sufijos vascos más característicos en este empleo es, sin duda, -ko: en nombres propios como aquit. Sembecco- (vasc. seme «hijo»), Senicco (vasc. seni «niño, muchacho, criado»), posiblemente Attaco- (vasc. aita «padre»), Ombecco (vasc. ((h))ume?), etc., med. Ochoco, etc., personificaciones de animales como Axerko, guip. txatiko «martín pescador» (de Mart(h)ie, cf. acaso a.-nav. txatin «miche, bolo pequeño»), muti(l)ko «muchachuelo», de mut(h)il, etc. Lo que antecede establece, creo, claramente la posibilidad, y aun la verosimilitud, de que el occid. izeko no sea otra cosa que un diminutivo, lit. «tiíta», procedente ya directamente de una evolución regular a partir de izeb(a)-ko, ya de una sustitución de -ba por -ko. Tampoco puede excluirse, a mi entender, que el occid. aizta sea una simple variante «expresiva» del común a(h)izpa, pero un examen de lo expresivo en fonología vasca nos llevaría demasiado lejos. No disponemos en ambos casos más que de un solo criterio geográfico, el del área mayor, y éste habla a favor de izeba y a(h)izpa, aunque su fallo esté lejos de ser inapelable.