El balance del conflicto fue demográficamente importante en el país vasco peninsular. Las pérdidas humanas en combate y a causa del exilio incrementaron el índice de mortalidad y provocaron un descenso del de natalidad y nupcialidad. El aparato industrial, poco dañado, y el sector financiero retomaron desde 1937 su actividad bajo la férula complaciente de la legislación franquista, otorgando un dominio completo de las relaciones laborales en los centros de trabajo a los empresarios y al nuevo Estado. La reglamentación de cualquier aspecto económico marcó el funcionamiento de la política autárquica, bajo el signo de la escasez, el empobrecimiento, el racionamiento y el floreciente mercado negro. La sobreexplotación de la fuerza de trabajo, la depauperación y los bajos salarios configuraron la vida cotidiana de las clases trabajadoras. Por contra, las perspectivas económicas de las distintas familias oligárquicas no podían ser más halagüeñas por lo que se sumaron gustosas a la colaboración con el régimen siendo recompensadas con altos cargos en la administración y en las instituciones provinciales.
En esas circunstancias la organización de la resistencia interior fue tarea de héroes y misión casi imposible ante la fortaleza de los aparatos represivos del régimen. Con todo, la extremada situación económica propició respuestas sociales de gran magnitud como la huelga del primero de mayo de 1947 en Bizkaia (30.000 huelguistas). En el exilio, el Gobierno vasco de José Antonio Agirre mantuvo la esperanza de una próxima vuelta a la democracia republicana que el apoyo creciente de los norteamericanos al régimen franquista frustró definitivamente en los años cincuenta.
Desde mediados de esta década y en la siguiente el crecimiento económico fue destacado en España y más todavía en Euskal Herria. Fue un crecimiento industrial territorialmente homogéneo debido a la incorporación de Álava y Navarra a la economía industrial. Una nueva oleada inmigratoria se asentó en la Vasconia peninsular desde 1960 hasta 1975; el crecimiento demográfico entre ambas fechas creció casi un 45 %; lo mismo sucedió con los sectores secundario y terciario de la población activa, muestra de los grandes cambios socioeconómicos que se estaban produciendo. El PIB atribuible al País Vasco en el mismo tramo de tiempo aumentó en un 270 %, siendo los sectores clásicos de la industrialización vasca, hierro y acero, los soportes de ese desarrollo.
Una nueva configuración de los movimientos sociales acompañó a las transformaciones económicas. Ya en los cincuenta se reinició la actividad huelguística, hubo disensiones internas en la iglesia católica e intentos de reorganización de la oposición. En 1959 se formó Euskadi ta Askatasuna que lograría años después encauzar buena parte de la protesta antifranquista e independentista presentándose como vínculo del socialismo y del nacionalismo, los dos grandes movimientos sociopolíticos que habían condicionado la historia de Euskal Herria desde la década de 1890. Nuevos contingentes de trabajadores dieron vida a la nueva clase obrera vasca. Se gestó una retícula de nuevas organizaciones, como USO y CCOO, mientras que otras se reactivaron, tales como ELA, PCE y UGT. La represión en los dos últimos lustros del franquismo fue brutal contra toda la oposición, especialmente contra ETA. Pero la actividad policial franquista no frenó el descrédito del régimen enfrentado a una contestación cada vez mayor tanto en el interior como internacionalmente. Las reivindicaciones nacionales de defensa de la autonomía o de la independencia fueron de manera creciente territorio común tanto de las formaciones nacionalistas como de la izquierda estatal.