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Historia de la Música en Euskal Herria

Con la generación de los discípulos de Eslava, a pesar del intento posterior de Arrieta, hemos visto decaer la atracción del Conservatorio de Madrid. El Romanticismo ha dado un gran impulso a la música europea y para cuando, a caballo entre los dos siglos XIX y XX, empieza a oírse la música impresionista, suenan ya los centros de enseñanza de París, Bruselas, Colonia, Ratisbona, etc., como los más indicados para el aprendizaje de los nuevos estilos. Nuestros músicos se dan cuenta de que en Europa se habla un nuevo lenguaje musical y para emitir su mensaje artístico ha de conseguirse su técnica y forma.

Jesús Santesteban, hijo de José Antonio y nieto del Maishua, ingresa en 1886 en el Conservatorio de París, acudiendo a las clases de piano de Beriot, obteniendo en 1890 el primer premio de piano, que al año siguiente conseguirá Ravel. Un viejo profesor, ya conocido por nosotros, Marmontel, será el profesor de piano de Fabián Furundarena en 1882, año en el que obtiene allí el primer premio de piano Genaro Vallejos. Además de estos tres pianistas, llegan también a París dos organistas vascos: Buenaventura Zapirain, que en 1899 da clases con Alex Guilmant, y José Ignacio Aldalur, personaje curioso, que durante la segunda guerra carlista tiene que abandonar Azkoitia pasando a Baiona, en cuya catedral actúa como organista. Saint-Saëns que le oye interpretar le lleva a París donde conoce las fábricas de órganos más famosas del momento, entre ellas la de Cavaille-Col. Vuelto a Azkoitia arremete contra Amezua y consigue contratar la instalación de un hermoso órgano de esa marca francesa a pocos metros de la fábrica del organero vasco. Para los estudios de violín parece que atrae más el Conservatorio de Bruselas y por allí pasan Fermín Barech y Santiago Bengoechea, que en 1894 obtiene el primer premio.

Pero será ya el siglo XX cuando entre la moda del aprendizaje en Europa. El primero que, cronológicamente, va a París es el donostiarra José María Usandizaga Soraluce (1887-1915). Por recomendación del pianista Francis Planté, que ve en él un prodigio del piano, es enviado a la Schola Cantorum que dirige Vincent d'Indy, donde perfeccionó el piano con Grovlez. Vuelto a San Sebastián en 1905, se dedicó febrilmente a la composición, estrenando, entre otras muchas obras, Las golondrinas (Madrid, 1914). Después de su fallecimiento se estrenó en San Sebastián su segunda ópera, La Llama, en 1918. Cuando Usandizaga llevaba tres años en París, llegaron para el curso 1904-1905 el joven Jesús Guridi Bidaola (1886-1961) y el ya mayor, de cuarenta años, Resurrección María Azkue Aberasturi (1864-1951). Ambos pasaron después a Bruselas, donde Guridi perfeccionó el órgano con Jongen, y a Colonia, donde Guridi hará unos cortos estudios con Neitzel, quedando Azkue hasta agosto de 1909.

Por la escuela de violín de Pierné en París pasó César Figuerido en 1910. Algo antes que Azkue y Guridi había llegado a Bruselas Bernardo Gabiola Lazpita (1880-1944). Habiéndose percatado de la insuficiencia del aprendizaje en Madrid, en cuyo Conservatorio había terminado su carrera de piano, se fue en 1902 al Conservatorio de Bruselas para estudiar composición con Edgard Tinel y órgano con Adolphe Mailly. Obtenido el primer premio de órgano en 1905 volvió pocos meses después de Usandizaga a San Sebastián, donde hubo de conformarse con dirigir su Banda Municipal de 1907 a 1912, año en que ganó por oposición la cátedra de órgano del Conservatorio de Madrid que regentó hasta su muerte, siendo sustituido por Jesús Guridi.

La escuela alemana atrajo a dos grandes músicos vascos: Andrés Isasi Linares (1890-1940) y Pablo Sorozábal Mariezkurrena. El primero cursó sus estudios con Karl Kampf y Humperdinck. Durante su estancia en Alemania estrenó en 1914, en Berlín, sus poemas Amor dormido, Zharufa, El Oráculo y El Pecado. En 1930, en Budapest, estrenó su obra coral Angelus con los Coros de la catedral de San Esteban. Pablo Sorozábal permaneció en Alemania casi doce años estudiando primero con Krehl en Leipzig y después con Koch en Berlín, donde debutó en 1923 como director de orquesta. Compuso allí su Variaciones Sinfónicas y las ya famosas zarzuelas Katiuska y Adiós a la bohemia, la primera de las cuales estrenó en Barcelona en 1931.

Por la ya moderna escuela de Roma, donde había estado Germán Landazabal en 1907, pasó el tudelano Fernando Remacha Villar (1898-1984) a partir de haber ganado, como el anterior, el codiciado Premio de Roma. Hizo sus estudios con Malipiero y se instaló después en Madrid, donde hizo música de cine. En 1934 ganó el Premio Nacional de Música con su Cuarteto para piano, premio que volvió a ganar en 1980. En 1957 se hizo cargo del Conservatorio de Pamplona, donde introdujo la necesaria modernización de la enseñanza musical. Allí compuso el Jesucristo en la cruz, resumen de su ciencia y arte musical. Por Roma pasará también Alexander Lesbordes, maestro de Capilla de Lourdes y, más tarde, Julián Sagasta, organista de Santa María la Mayor de Roma y organista del Concilio Vaticano II.

Pero París seguía teniendo un atractivo especial para los músicos vascos y, a su vez, nuestra música tenía un especial encanto para los músicos franceses de la época. Recordemos al ya mencionado Charles Bordes (1863-1909). Además de las colecciones de canciones vascas y estudios musicológicos sobre nuestra música que ya hemos mencionado, compuso varias obras de ambiente vasco, como Rapsodie basque (1890), Euskal Herria ( 1891 ), Suite basque ( 1901 ) y la ópera Les trois vagues que dejó inconclusa. Recordemos también a Paul Vidal, que en 1895 estrenó en París la ópera Guernica. Contemporáneo de Bordes fue el organista y director de orquesta Gabriel Pierné (1863-1937), quien en 1909 estrenó en el Odeón de París la ópera en cuatro actos Ramuntxo. El mismo año, el compositor Jean Nogues (1876-1932) estrenó en la Opera Cómica de París la ópera Chiquito.

Nuestra música había sentado plaza en el importante centro musical parisino, promovida por los mismos franceses. Así pues, en la década de los veinte las puertas de París estaban abiertas para una segunda generación de músicos vascos: en 1919 llegó Juan Tellería Arrizabalaga (1895- 1949) que en el Congreso de Estudios Vascos de Oñati del año anterior había estrenado la sinfonía La Dama de Aizgorri. Vuelto de París y de una corta estancia en Alemania, estrenó en 1934 la zarzuela El joven piloto, considerada como modelo de técnica de composición. Tellería es el autor del himno falangista Cara al Sol. Al año siguiente, 1920, llegan a París José Antonio Donostia, capuchino, Norberto Almandoz Mendizábal (1893-1970) y Miguel Echeveste Arrieta (1893-1962). Los dos primeros estudian con Eugene Cools, y el segundo, además, con Gabriel Pierné. Echebeste perfecciona el órgano aprendido en Madrid con Widor. El Padre Donostia había trabajado para entonces como musicólogo, conferenciante y folklorista y de 1913 a 1916 había compuesto sus Preludios Vascos para piano. En Paris trabó amistad con H. Gheón, a cuyos textos de Les trois miracles de St. Cécile pone ilustraciones musicales, estrenándose en París en 1921. Cinco años después, en una segunda estancia en París, compondrá las ilustraciones musicales de otra obra de H. Gheón, La Vie profonde de Saint François d'Assisse, estrenada también en París, en el Teatro de los Campos Eliseos en 1926. Después volvería de nuevo a París, en circunstancias más dramáticas, en 1936. La obra completa del Padre Donostia ha sido publicada en doce tomos por el Padre Jorge de Riezu. Norberto Almandoz, que había obtenido varios premios de composición, había ganado en 1919 la organistía de la catedral de Sevilla, sustituyendo al organista y musicólogo Juan Bautista Elustiza (1885-1919): Eslava, Iñiguez, Elustiza y Almandoz, cuatro grandes músicos vascos en la catedral de Sevilla. En 1939 pasaría a ser maestro de Capilla en dicha catedral y, poco después, director del Conservatorio de la capital andaluza.

No se acaba con ellos la presencia de vascos en París. Por allí pasan Sabino Ruiz Jalón, que estudia piano con Thibaud en 1924, Aurelio Castrillo, que lo hace con Marguerite Long en 1926, Cremencio Galicia Arrue y Luis Antón, violinistas, Pedro San Juan, pianista, Nicanor Zabaleta, arpista, etc. Dentro de esta década llega también a París, en 1928, Jesús Arambarri Gárate (1902-1960) que estudia con Le Flem y Paul Dukas. Vuelto de París dirigió la Banda y Orquesta Municipales de Bilbao hasta que en 1953 fue nombrado director de la Banda Municipal de Madrid, donde murió dirigiéndola.

En la década de los treinta llegaron a París Francisco Escudero y Enrique Jordá Gallastegui. El primero fue becado por la diputación de Guipúzcoa para estudiar armonía y composición, y por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para estudios de dirección. En 1932 inició sus estudios parisinos con Le Flem y Dukas y después con Wolf en Alemania. Sus primeras obras representan la síntesis del folklore vasco (Concierto vasco, Illeta, Gernika, entre otras), pero después renuncia a la melodía popular al adquirir conciencia de lo universal, que expresa con poder técnico y expresivo. Descuella en su segunda época la ópera Zigor! estrenada en Bilbao en versión de concierto en 1967. Jordá Gallastegui realizó sus estudios con Marcel Dupré, composición con Le Flem y dirección con Ruhlam. Debutó en 1938 al frente de la Orquesta Sinfónica de París, siendo en 1982 el primer director de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Con el organista francés Lebout hicieron también sus estudios de órgano Tomás Garbizu y Alberto Michelena.

La muerte del vasco universal Ravel cierra un importante período de nuestra historia musical, pues coincide con la guerra civil, que corta violentamente todo el trabajo cultural del nacionalismo vasco. Si entre Arriaga y Eslava se da el proceso de introducción del romanticismo en nuestro país, podríamos decir que entre la muerte de Eslava, que casi coincide con el nacimiento de Ravel, y la muerte de éste, se produce otro proceso, que es el de la inserción de los músicos y de la música vasca en Europa, de la música nacionalista nacida al calor del romanticismo pero impregnada de nuevas técnicas gracias a la aventura europea de muchos de nuestros músicos del primer tercio del siglo XX. Pero Ravel es un valor por sí mismo, vasco y universal.

La actualización de las formas y técnicas musicales que nos traen de Europa los músicos vascos de principios de siglo viene emparejada con la actualización que también se hace del material folklórico que ha de servir de base y savia inspiradora de la moderna escuela de nuestra música.

El siglo XIX romántico nos presenta muchas óperas escritas por vascos, sobre todo en Madrid; pero la verdadera ópera vasca surge cuando, además de ser tratados temas vascos, muchas veces con texto en euskara, se utilizan motivos musicales populares o, al menos, inspirados en el folklore musical propio. Dentro de este contexto podemos considerar primera ópera vasca a Txanton Piperri de Buenaventura Zapirain (1873-1937), estrenada en San Sebastián en 1899, poco antes de ir a estudiar a París, de donde vuelve con una más sólida formación, que se aprecia ya en su siguiente ópera Anboto estrenada en Bilbao en 1909. El mismo año se estrena también en Bilbao la ópera Maitena, de Charles Colin.

El éxito de esta última animó a los organizadores de la Sociedad Coral de Bilbao a montar con nuevas óperas una gran semana de teatro lírico en Bilbao. Así fue posible que José María Usandizaga estrenara Mendi mendiyan el 21 de mayo de 1910, que Santos Inchausti (1868-1925) estrenara Lide ta Ixidor el 24 del mismo mes y año, y que la temporada se cerrara el 31 de mayo con el estreno de Mirentxu, de Jesús Guridi. Santos Inchausti volvería a probar fortuna el 30 de octubre del mismo año con el estreno de una segunda ópera, Itxasondo.

Resurrección María de Azkue, vuelto de Colonia en 1909, se animó a seguir el ejemplo de sus dos compañeros de estudios en Paris, Usandizaga y Guridi, y emprendió la composición de una ópera, Ortzuri, cuyo primer acto se estrenó en Bilbao, con el título de Itsasora, el 13 de junio de 1911, bajo dirección del mismo Guridi. El 29 de mayo de 1914 estrenó Azkue su segunda ópera, Urlo, a la que no acompañó el calor del público de la primera. Poco antes, en 1913, Eduardo Mocoroa Arbilla (1867-1959), discípulo de Gorriti, había presentado en Tolosa su ópera Zara, que en segunda versión se estrenó en 1922 con el nuevo nombre de Leidor. El organista de Santa María de San Sebastián, Joseba Olaizola Gabarain (1883-1969), estrenó en 1918 en Oñati los cuadros musicales que, transformados en ópera, estrenaría en San Sebastián el 20 de enero de 1956: Olezkari zarra. Andrés Isasi ensaya también el género con Lekobide y otros compositores vascos escriben también óperas de menores vuelos (Busca de Sagastizabal, Sainz Basabe, Colin, Martínez Larrazábal, Bossieres, etc.).

Pero la gran ópera del nacionalismo musical es la que el 22 de mayo de 1920 estrena Jesús Guridi en el Coliseo Albia de Bilbao, Amaya, con la Orquesta Sinfónica de Barcelona y los coros de la Sociedad Coral de Bilbao, dirigidos por Juan Lamote de Grignon. Guridi insiste en el tema folklórico vasco con las zarzuelas El Caserío (1926) y Mari Eli (1936). Los temas populares, tomados de los cancioneros, inspiran a Guridi Las diez melodías vascas, obra de concierto que figura en los repertorios de todas las orquestas del mundo, estrenada en Madrid el 21 de diciembre de 1941. Su Sinfonía pirenaica se estrena en 1946. Para entonces es Guridi catedrático de órgano en el Conservatorio de Madrid y dedica a este instrumento innumerables obras, entre las que destaca el Tríptico del Buen Pastor. Guridi es, además, autor de otros poemas sinfónicos, cuartetos, zarzuelas, misas y un gran repertorio de música coral sobre motivos populares vascos, que hacen de este vitoriano uno de los máximos exponentes del nacionalismo musical vasco.

Tendrán que pasar unos años, los del desastre de la guerra y sus consecuencias, hasta que se produzca una ópera de altos vuelos, que además actualice toda la técnica exigida por el momento. Francisco Escudero inicia en 1957 la composición de la ópera Zigor!, que se estrena en versión de concierto en Bilbao en 1967, y escenificada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 6 de junio de 1968.

Al hablar de ópera en el País Vasco no se puede olvidar a la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera), fundada en 1953, que además de montar temporadas anuales de alto prestigio, dispone de un coro especializado de amplio repertorio operístico.

La ópera en el País Vasco no sólo ha tenido compositores prestigiosos sino que ha contado también con intérpretes de primera fila. Si el canto colectivo ha sido y es cultivado por orfeones y coros a lo largo de nuestra última historia musical, el canto individual ha sido cuidado por tratadistas y cantantes. Recordemos que el franciscano José Ignacio Larramendi (1786-1855) escribió en 1828 un Método de Canto y que en 1848 el salmista de la catedral de Pamplona, Fermín Ruiz de Galarreta, publicó un Nuevo Método completo de Canto. Gayarre proyectó también un método que no llegó a escribir. El vitoriano Luis Fernández de Retana, profesor de canto del Conservatorio de Buenos Aires, publicó en 1929, en Riccordi, un Tratado Teórico Práctico de impostación de la voz. Han sido también varios los profesores de canto vascos en el país y fuera de él: Donato Arcocha "Donati", José Martí "Giuseppe Martí", Lucio Laspiur, Aurora Abásolo, la mezzo-soprano María Teresa Hernández Usobiaga (1885-1975), fundadora y directora del Coro Maitea, Juan Eraso Olaechea, etc.

Como cantantes han destacado en los escenarios de ópera del mundo, además de los ya mencionados Garat y Gayarre, Jesús Aguirregabiria (1892-1972), Cristóbal Altube (1898-1951), que fue profesor de canto en el Conservatorio de Madrid a partir de 1943, Guillaume Cazenave (1890-1950?), Florencio Constantino (1868-1919), Dugen de Eguileor (1877-1952), Isidoro Fagoaga (1893-1976), que fue además musicólogo, publicista y conferenciante, Alberto Gorostiaga Ipiña (1880-1957), afamado maestro de canto, Manuel Huarte (1861-1942) y otros. Como barítonos destacaron Celestino Aguirresarobe (1892-1952) e Ignacio Tabuyo (1863-1947) que fue profesor de canto en el Conservatorio de Madrid, y como bajos, José Mardones (1868-1932) y Gabriel Olaizola (1891-1973), creador en 1937, en el exilio, del Coro Eresoinka. Entre las voces femeninas habría que destacar a Elisa Zamacois (1841- 1916), María Luz Berástegui, Lide Ibarrondo, Pepita Embil, Matilde y Josebe Zabalbeascoa, etc.

Si consideramos que la mayoría de los músicos vascos se han formado, en sus primeros pasos al menos, a la sombra de nuestras iglesias y conventos de religiosos, no será extraño observar la pujanza de la música religiosa dentro del país. Los discípulos de Eslava volvieron al país fuertemente impregnados de sentido artístico religioso y las escuelas que crearon, aun progresando en técnicas modernas, fueron siempre profundamente religiosas. Téngase además en cuenta que muchos de los grandes músicos, organistas y compositores que trabajaron a partir del renacimiento de finales del siglo XIX hasta la guerra de 1936 fueron sacerdotes o religiosos.

Podemos decir que en 1896 se inicia la moderna escuela vasca, con el Congreso que se organiza en Bilbao en agosto de ese año. A él asisten prestigiosos maestros extranjeros como Charles Bordes, Alex Guilmant, Vincent d'Indy, Tebaldini, Pedrell, etc., y entre los vascos, Santesteban, Arin, Zubiaurre, Valle, Azkue, etc. Lo que en realidad hizo este Congreso fue impulsar la labor que en pro de la modernización de la música religiosa venían realizando la escuela de Felipe Gorriti en Tolosa y Vicente Goicoechea en Valladolid.

Tras el Motu Proprio sobre música sagrada publicado por Pío X en 1903, dos músicos vascos, Vicente Goicoechea Errasti (1854-1916) y Nemesio Otaño Eguino (1880-1956), organizan en Valladolid el I Congreso Nacional de Música Sagrada. El primero de ellos había practicado la carrera de leyes, hasta que el día de la primera misa de Azkue en Lekeitio, en 1888, salió para Valladolid para estudiar la carrera eclesiástica. Autodidacta en música, tras unas lecciones que recibió de Gorriti en Tolosa, ganó por oposición la plaza de maestro de Capilla de la catedral vallisoletana donde, ordenado sacerdote en 1891, vivió hasta su fallecimiento. Su importante producción musical, toda ella religiosa (misas, salves, misereres, himnos, motetes, ete.), nos permite afirmar que se trata del maestro de la moderna polifonía vasca. Nemesio Otaño es el campeón de las organizaciones musicales. Tras el Congreso de Valladolid, organiza en 1908 el II Congreso en Sevilla y en 1909 publica la Antología Moderna Orgánica Española, con obras de los vascos José María Beobide (1882-1967), Ignacio Busca Sagastizábal (1868-1950), organista de San Francisco el Grande de Madrid, el ya mencionado Bernardo Gabiola, Alberto Garaizábal (1876-1930), Jesús Guridi, Eduardo Mocoroa, Martín Rodríguez (1871-1961), José Sainz Basabe, Luis Urteaga (1882-1960), Julio Valdés (1877-1958), sobrino de Goicoechea, quien por esos años se estaba formando con Haller y Habert en la Escuela Ceciliana de Ratisbona, José Antonio Erauzkin (1888-1961), Victoriano Balerdi (1870- 1903) y Jesús José María Virgala (1878-1956), organista entonces de la catedral de Vitoria.

La Antología del Padre Otaño llama la atención y pronto aparecen en colecciones extranjeras obras de organistas de esta moderna escuela vasca. Tras el Congreso de Valladolid inicia Otaño la publicación de la revista Música Sacra Hispana, fundamental en la difusión de las nuevas directrices y en la publicación de partituras de la nueva escuela. En 1910 funda Otaño la Schola Cantorum de Comillas, en la que recibirán formación, entre otros, Luis Usobiaga (1887-1940) y Pedro Bilbao (1892-1955). Fue nombrado en 1939 catedrático de Folklore en el Conservatorio de Madrid, y en 1940 director del mismo. En noviembre de 1913 se celebró un Congreso de Música Sagrada en Baiona, especialmente dedicado a la música polifónica y al gregoriano. Esta recuperación de la tradición musical religiosa había tenido un gran promotor, el agustino Eustoquio Uriarte (1863-1900).

El gregoriano y la moderna polifonía religiosa empezaron a ser cultivados habitualmente en nuestras iglesias y en este empeño trabajan José María Olaizola (1893-1978), en sus últimos años maestro de Capilla de la catedral de Bilbao, Ignacio Mocoroa (1902-1979) en Tolosa, Bonifacio Iraizoz (1883-1951) en Pamplona, Francisco Pérez de Viñaspre (1858-1938) en Vitoria primero y luego en Burgos, Eduardo Gorosarri (1890-1947) en la basílica de Begoña, Juan María Ugarte (1878-1956) en San Sebastián, y tantos y tantos organistas, humildes pero meritorios.

Estas se vieron de nuevo impulsadas en el IV Congreso de Música Sacra celebrado en Vitoria en 1928. Dentro de las órdenes religiosas, la influencia es aún mayor porque llega a numerosos alumnos que multiplicarán el efecto. Entre los capuchinos el esfuerzo del Padre Donostia, que en 1945 compone una Missa pro defunctis sobre la melodía gregoriana, se verá apoyado por Tomás de Elduayen (1882-1953), Hilario Olazarán de Estella (1894-1973) que, por otra parte, se dedicará al folklore, y Saturnino de Legarda (1896-1970). Entre los carmelitas destaca José Domingo de Santa Teresa (1888-1980), organista, compositor de abundante música religiosa y folklórica y normalizador de la música gregoriana en la Orden. Discípulo de éste fue Javier García Romano (1916-1971) que fue organista de la catedral de Granada. Entre los benedictinos es Gabriel Lerchundi quien realiza un gran trabajo en la actualización de la música litúrgica en euskara. Los claretianos nos ofrecen una amplia nómina de músicos, entre los que destacan los hermanos Iruarrízaga. El mayor de ellos, Luis Iruarrízaga Aguirre (1891-1928) destacó como compositor, organizador de conciertos, organista y publicista. Fue él quien creó la revista Tesoro Sacro Musical en 1917 y la Escuela de Música Sagrada en Madrid, ambas dirigidas después por Tomás Manzarraga y por Luis Elizalde. Los demás hermanos Iruarrízaga, Francisco, Gervasio, Juan, Crescencio y Ruperto han cultivado, sobre todo, la música religiosa. Juan Iruarrízaga publicó además un Repertorio Orgánico en 1930 y Ruperto Iruarrízaga ha ensayado también la música coral folklórica y la sinfonía. Claretianos son también Gregorio Vera Idoate (1890-1937) y Jesús García Romano. La orden franciscana ha sido siempre gran vivero de músicos, sobre todo en torno al santuario de Aránzazu. Entre los numerosos organistas y compositores franciscanos hay que destacar a José María Arregui (1879-1955), Juan José Natividad Garmendia (1883-1954) y Leonardo Celaya. Junto a estos compositores destaca como concertista Estanislao Sodupe (1915-1973). De la escuela de Aránzazu proceden dos eximios organistas y compositores que abandonaron la orden: Tomás Garbizu Salaberria y Benigno Iturriaga Astelarra. El primero es prolífico compositor de obras religiosas y folklóricas, para voces, instrumentos y órgano, cuya cátedra regentó en el Conservatorio de San Sebastián a partir de 1954. Autor de varias misas, oratorios, poemas sinfónicos, etc. Benigno Iturriaga obtuvo el primer premio de órgano en Madrid en 1944 y el de composición en 1947. Fue organista de San Francisco de La Habana y, después, de la basílica de Begoña en Bilbao.

Pero Aránzazu tiene importancia no sólo como centro formador de músicos o como capilla musical sino como promotor de actividades musicales. En 1926 se celebró el VII Centenario de la muerte de San Francisco de Asís y el Padre Arregui organizó un Homenaje de los artistas músicos vascos en el que colaboraron 28 compositores con 47 obras preparadas para esta publicación. Treinta años más tarde, en 1956, con motivo de la inauguración de la nueva basílica, se creó un Concurso de Composición con dos premios: el de poemas sinfónicos fue ganado por Francisco Escudero, con su Arantzazu, creándose un premio especial para la obra Benedicta de Arturo Duo Vital (1901-1964) y mención honorífica para Paz y Bien de José María González Bastida y Arantzazu de Francisco Madina Igarzábal (1907-1972), prolífico compositor éste de música religiosa, folklórica, óperas, poemas sinfónicos y notable organista en Argentina y Estados Unidos. El primer premio de misas fue declarado desierto y se dividió el segundo entre las presentadas por Tomás Garbizu y Tomás Aragüés Bayarte (1903-1956), director de la Banda de Música de Barakaldo y padre de Tomás Aragüés Bernard.

Los González Bastida (José María, Ignacio, Jesús, Miguel y Ramón) nos presentan otro caso de familia de músicos vascos. El mayor, José María, fue director de las Bandas de Música de Zumaia, Hernani, Vitoria e Irun y es además organista y prolífero compositor de música instrumental y vocal. Nuestra historia moderna nos presenta también numerosos organistas continuadores de la importante escuela vasca de la preguerra. Víctor Zubizarreta Arana (1899-1970) fue premio de órgano con Gabiola en Madrid en 1920, después organista de Begoña, profesor de órgano en el Conservatorio de Bilbao, sucediendo a Guridi, y director de este centro. Concertista como éste y profesor en el Conservatorio de Pamplona ha sido Luis Taberna. Organista, organero y compositor es Antonio Alberdi Aguirrezábal. Organistas vascos han ocupado organistías en diversas catedrales y las siguen ocupando: Gaspar Arabaolaza en Zamora, Gregorio Arciniega en Jaén y Toledo, siendo después Maestro de Capilla en El Pilar de Zaragoza, Luis Belzunegui en Burgos, Alberto Michelena en Dax, Ángel Urcelay en Sevilla, Pedro Machinandiarena en San Sebastián, Emilio Ocano en Bilbao y Emiliano Ibarguchi en Vitoria.

Concertistas y pedagogos son Juan Urteaga, Joaquín Pildain, José Manuel Azkue, Michel Milhéres y Esteban Elizondo, catedrático de órgano en el Conservatorio de San Sebastián, cuyos discípulos José Ignacio Sanz y Pedro Guallar son los profesores del instrumento en los Conservatorios de Vitoria y Bilbao.

La vertiente popular de la música que antes mencionábamos sigue siendo mantenida por estos esforzados intérpretes de ritmos de alborada, fiesta y danza que perpetúan la tradición del pueblo vasco. Su importancia se basa no sólo en la música tradicional que interpretan como solistas (con su tamboril) o constituyendo banda (txistu 1.°, txistu 2.°, silbote y atabal) sino en la perpetuación de un modo original de interpretar la fiesta que tiene el vasco. Miles de txistularis han cumplido su misión en todos los pueblos grandes y pequeños del país.

Recordaremos como destacados durante el siglo XIX a Francisco Arsuaga "Txango" (1800-1881) que inmortalizó el pincel de Losada, su sobrino Rogaciano Arsuaga "Sorgin", ambos txistularis del ayuntamiento de Bilbao, a Eusebio Basurko, compilador de repertorio de txistu y txistulari del ayuntamiento de San Sebastián, a los hermanos Julián y Pedro Uría, a Silvestre y Roque Ansola, de Elgoibar-Markina, y a sus sucesores, ya en el siglo XX, hermanos Ansola, de la última villa, que constituyeron una excelente banda ganadora de numerosos premios por su virtuosismo y preparación.

Entre ambos siglos hicieron de puente Mauricio Elizalde, Benito Ocáriz, Martín Elola y Primitivo Onraita, con quienes se llegó a un florecimiento insospechado del gremio que en 1927 se constituyó en Asociación en Arrate, fundándose entonces la revista Txistulari, que ha publicado desde entonces miles de partituras y noticias de txistularismo.

En el campo de la composición y de la interpretación han llegado después a altos niveles Bonifacio Lascurain, Isidro Ansorena, Carmelo Ibarzábal, Hilario Olazarán, Demetrio Garaizábal, Félix Ascaso, los hermanos Manuel y Joaquín Landaluce, Eusebio Larrínaga y sus hijos, componentes de buena banda en Bermeo, Bonifacio Fernández, los hermanos Achurra, Santiago Garay, Polentzi Guezala, Iñaki Urtizberea, Javier Hernández Arsuaga y tantos y tantos otros. José Ignacio Ansorena Miner, nieto del gran Isidro Ansorena, catedrático de txistu del Conservatorio de San Sebastián. Actualmente hay cátedras de txistu en todos los Conservatorios del país.

También en el País Vasco se ensayan los nuevos caminos en la postguerra y los compositores los recorren en afán de universalidad. Ya no se trabaja sobre la melodía popular, ni siquiera sobre melodías en el sentido clásico. El mundo sonoro se ha evadido de los límites nacionales y las ramas del quehacer musical se separan del tronco que fortaleció el nacionalismo cultural. Pero este universalismo en las formas coincide también con el universalismo de los personajes que hacen música, tanto en el campo de la composición como en el de la interpretación. No todos, pero muchos de los compositores e intérpretes vascos han roto las fronteras y componen e interpretan arte de signo universal. Y a veces son más conocidos fuera que dentro de nuestras fronteras. El proceso de universalización es lento y se gesta antes de la guerra civil, gracias a ese contacto con Europa iniciado en el nacionalismo musical. La semilla parece que queda enterrada en el silencio de la guerra y empieza a brotar en la década de los cincuenta. Si la ópera nacional vasca y la música religiosa han mantenido el fuego sagrado del nacionalismo, ya clásico, son otras formas musicales las que avanzan hacia ese universalismo atonal y experimental. Para comprender el momento actual sigamos el proceso que siguen nuestros intérpretes y compositores a partir del nacionalismo musical.