Concept

Cluniacense

Con el objetivo de que la liturgia y la oración fueran más dignas de Dios y también más eficientes, el aspecto estético de las iglesias, es decir, la decoración, también estuvo muy cuidado. Las iglesias se convirtieron en verdaderos relicarios donde prevalecía lo bello y lo suntuoso.

En el ámbito escultórico, la portada, los capiteles de las iglesias y de los claustros, las pilas bautismales y los sarcófagos son los espacios privilegiados para el desarrollo del programa iconográfico.

En relación a lo pictórico, el ábside, las bóvedas y los muros de las naves son los marcos arquitectónicos elegidos para plasmar la iconografía e imponer la presencia divina. La pintura sobre tabla, localizada en los frontales y laterales de los altares, también contribuía a enriquecer los interiores eclesiásticos.

En ambos casos, la finalidad de la iconografía no es representar las cosas tal y como se ven sino manifestar e imponer la presencia de lo divino, de la virtud y el pecado, del bien y del mal. Las imágenes, escultóricas y pictóricas, tienen siempre un carácter didáctico; narran una leyenda o encierran una alegoría con la cual el hombre, al contemplarla, además de conmoverse obtiene una lección moral.

Al margen del marco arquitectónico, las artes figurativas tuvieron otro medio de expresión: la miniatura. Los monjes cluniacenses desarrollaron una intensa actividad copiando e ilustrando manuscritos, biblias, textos de los Padres de la Iglesia y códices conciliares. No obstante, la especialización litúrgica que determinaba, cada vez más, su labor en el monasterio, condicionó el trabajo intelectual y la labor artística de estos monjes.