Léxico

KOPLA ZAARRAK

Relaciones de orden sensible. Entendemos por relaciones de orden sensible, las relaciones no transcendentales (de causa a efecto, de todo a parte, etc.); relaciones no de idea a idea, sino más bien de imagen a imagen, de impresión sensible a impresión sensible, «asociación» que dirían los psicólogos, mas no de ideas propiamente, sino «asociación de imágenes sensibles». Otras, simplemente, es que la relación está basada, no en algo inherente a las cosas que se cantan o al que las canta, sino en las circunstancias externas en que se canta. Un buen ejemplo de este último caso, lo tenemos en aquella kopla zaar de Nochebuena: «Astoak on dik oloa, idiak arto-lastoa... Pesta oietan edan dezagun, Petiri, ekar ardoa». («Bien le está al burro la avena, y al buey la paja de maíz... Bebamos en estas fiestas; Pedro, trae vino»). Trátase de un cantar de Nochebuena, como decimos. De ahí la presencia del buey y del asno en el cantar. El buey y el asno del Nacimiento. Nacimiento, es decir pesebre. Pesebre de pajas. Paja, avena, maíz... «Bien le está al burro la avena, y al buey la paja de maíz...». Pero el cantar es de los de ronda, de los de postulación. Hay que pedir algo... ¿Y qué cosa más natural que pedir un trago de vino en una taberna?... A la puerta de la de Pedro se hallan precisamente los rondadores en este momento... A ver, koplari, ¡cómo enjaretas un cantar de circunstancias! «Astoak on dik oloa... Petiri, ekar ardoa». «El buey y el burro están hartos de avena y paja... Nosotros estamos de sed... Pedro, trae vino». A este mismo propósito puede verse también otra copla. De ronda así mismo. De ronda de mozos. «Bortañuan eder giltza... (bis) Amorantiak ba'dabiltza. Nik ba'dizut baten itza... (bis) Zeñek beriak xerkatu bitza». («¡Qué bien está la llave en el postigo! ¡Qué bien la llave en la portezuela! Ahí andan (rondándose) los amantes. Yo tengo palabra de uno; que yo tengo promesa de uno... Busque cada cual su pareja»). Nada menos que toda una escena de importunos cortejadores, con todos sus incidentes, sugiere esta copla en el ánimo del baserritar que la escucha. De ahí la unidad y cohesión de sus desconcertantes partes. La cantora en cuya boca se pone este cantar, tiene diez amantes, según reza la copla que precede a ésta que analizamos. En este momento está ella en coloquio con aquél de los diez cuya palabra de casamiento tiene... De pronto siente con viva inquietud que los otros nueve la rondan, importunos, por el postigo... Pero no hay cuidado. La puerta se halla entornada y está echada la llave... La koplari, dominado el primer sobresalto, en pintoresco transtrueque lógico, canta: «Qué bien está la llave en el postigo. Que allá están los nueve rondaderos que me rondan. Pero cabe mí está aquél cuya promesa de casamiento tengo. De los demás, que cada cual busque su pareja». «Qué viento éste, más tibio! dice otro cantar de este mismo género- ¡Qué viento éste, más tibio! Vuela por el aire la hojarasca... Nobles gentes de esta casa, deos Dios buena noche». «Au aizearen epela! Airean dabil orbela... Etxe ontako jende leyalak, gabon Jainkoak diela!» También esta copla está hecha para rondas. Rondas nocturnas de Año Viejo, Carnaval, Santa Agueda, San Juan... La impresión por tanto de la noche pesa previamente sobre el ánimo del que canta y de los que escuchan. El fondo por tanto sobre el que se reciben las pinceladas de la primera parte, aun cuando en ella no se hable más que del viento sur, está formado por la imagen de la noche... Una noche que los rondadores se la desean muy feliz a la familia de la casa que en este momento rondan. Una de esas noches placenteras en que ráfagas de bienestar, en alas de un viento tibio, orean todo nuestro ser... De ahí la gran espontaneidad y naturalidad con que -al parecer de improviso brota al fin ese gabon Jainkoak diela («deos Dios buena noche») del último verso. El ambiente de la copla, desde el principio hasta el fin, constantemente es el mismo; el de una noche verdaderamente «buena». Un caso de copla cuya unidad y coherencia, más bien que en lo que se canta, ha de buscarse en el estado de ánimo del que canta, es aquella de aire tan maternal que dice: «Larrosatzuak bost orri daukaz klabeliñeak amabi... Gure aurtxua gura dabenak eskatu beio amari». («La rosita tiene cinco pétalos; la clavellina, doce... El que quiera nuestro niño, que se lo pida a su madre»). Tales son las relaciones, que, por llamarlas de algún modo, las hemos llamado de orden sensible, no racional, y cuya verdadera incoherencia en definitiva, si bien se observa, se reduce ordinariamente a una simple falta de elementos gramaticales de enlace entre las dos mitades de la copla, enlace cuya falta, por una parte, en nada ofende al oído un tanto acostumbrado, y por otra puede incluso llegar a constituir un magnífico resorte de concisión y energía, cualidades que por cierto forman una de las características más destacadas de nuestro coplario. Los casos de relación más puramente sensible, y para el gusto racional por lo mismo más endeble, son sin duda aquéllos en que la única trabazón existente entre la primera y la segunda parte de la copla, es la puramente acústica, relación que llamaríamos puramente de consonancia del verso («la fuerza del consonante»). Tal es, p. ej., la relación entre los versos: la oración del peregrino y cuando Jesucristo vino..., o la de aquella kopla zaar: «Eder zeruan izarra errekaldean lizarra... Etxe ontako Nagusi Jaunak urre gorriz du bizarra». («Qué hermosa que está en el cielo la estrella, y el fresno en el valle... El Señor Amo de esta casa tiene las barbas de oro»).