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Alarde del Moro de Antzuola

La mención más antigua del Alarde es de 1539, precisamente sobre el derecho de Antzuola a poder celebrarlo en la propia localidad sin trasladarse a Bergara: como en otras poblaciones que no eran municipios independientes, más allá de la obligación militar, el alarde simbolizaba una reivindicación de la identidad local. De todos modos, no está claro que el desfile folklórico provenga directamente de aquellos alardes una vez desprovistos de carácter militar. Por lo menos a partir de 1881, además de una compañía armada conocida con el nombre de alarde, se constata la presencia de un desfile en el que participan el capitán con su discurso, danzantes, dos cañones, una cuadrilla de toreros y un soldado con turbante y encadenado que hacía de moro preso.

A excepción de los toreros, el Alarde del Moro que ha llegado al siglo XXI ya estaba básicamente configurado. Es su percepción la que ha variado con el tiempo, en especial en la Transición. Se cuestiona la participación antzuolarra en aquella histórica batalla y, con ella, toda la celebración que supuestamente emana de ella. No se trata de un prurito académico ante la falta de documentación que la avale, sino que es fruto de la evolución de los valores cívicos, ahora cuestionados: un concepto de cristiandad tan del gusto franquista, desprecio al moro, militarismo... En una localidad donde la insumisión tuvo gran importancia en la década de los 80, la juventud no se sentía atraída por un espectáculo de eminente aspecto militar. Asimismo, a medida que se debilitaba la cohesión de la comunidad antzuolarra (localidad dormitorio, gran proporción de habitantes de origen foráneo, tendencia a pasar los fines de semana y hacer compras fuera del pueblo, etc.), también la fiesta se ha debilitado: que no tenga una fecha fija de celebración es un indicativo de ello. Por tanto, los cambios efectuados durante la Transición no evitaron el declive.