Festivals-Événements

Alarde del Moro de Antzuola (version de 1982)

Se celebra en Antzuola (Gipuzkoa) el tercer sábado de julio aunque anteriormente solía ser el 25 de agosto. La tradición popular pretende que, en el año 920, los mozos de Antzuola, pueblo situado al pie de la cuesta llamada Deskarga (y antes, de Eskarraga) en un barranco de la carretera y a cuatro kilómetros de Bergara, acudieron a socorrer a navarros y leoneses, llegando a ponerse en contacto con el enemigo musulmán al día siguiente de la batalla de Valdejunquera o Muez, y a tiempo para sorprenderle y apoderarse de una bandera mahometana con otras presas de que se había adueñado en la victoria que obtuvo entre Estella y Pamplona, o más bien entre los términos municipales de Muez e Irujo, en un valle que por estar cubierto de juncos se llamó Valde-Junquera. Se engalana para el caso la fachada de la casa-ayuntamiento del siglo XVIII con un estandarte de seda que se pretende ser copia del arrebatado a los agarenos durante la memorable pelea de hace mil años. Se presenta en la plaza de Antzuola entre estampidos de cohetes un escuadrón de doce infantes con escopetas, vestidos a la usanza de dantzaris, capitaneados por un jefe a caballo, trajeado de levita y bicornio, inalterable en su fiera prestancia, como un representante añejo del espíritu medieval que se diluye indefectiblemente en la vorágine de las ideas de nuestro tiempo. Tras ellos debe venir un moro ataviado de púrpura, descalzo, con níveo turbante en la cabeza y montado en un pollino resignado; irá prisionero ese súbdito de la Media Luna, sujeto por el cuello con una cadena, mientras un anzuolano llevará del ronzal a la humilde cabalgadura. Detrás de esa comitiva tan sigular ruedan dos cañones de madera custodiados militarmente por artilleros trajeados también al modo de dantzaris, vestimenta favorita de los vascos para festividades, cabalgatas y deportes. El caudillo explicará desde su montura seudobelicosa el memorable hecho heroico realizado por sus remotos antepasados después de la funesta jornada de Valdejunquera, siendo acogidas sus palabras con gran ovación por parte del auditorio local -aunque no comprenda el significado de aquellas frases rimbombantes-, y luego ha de dirigirse al moro cautivo para ordenarle que descienda del jumento, se desprenda del turbante característico y lo pisotee por tres veces en señal de homenaje y sumisión al vencedor. Es un discurso embotellado de tonos románticos, rebuscados y altisonantes que no asimila la concurrencia. El muchacho que representa el papel de prisionero sarraceno lleva la cara embadurnada para fingir mayor realidad; se desmonta del pollino, aplasta con sus pies desnudos aquel turbante heredado de los antiguos asiáticos, cumpliendo así las exigencias de su dominador. Termina el tradicional alarde anual, con ruidosas descargas de los escopeteros y de las piezas de artillería en celebridad de la victoria ancestral y en demostración del regocijo público. Ref. Anguiozar, Martín: En el Pirineo vasco, Ekin, Buenos Aires, 1944, 151-153.