Kontzeptua

Matxinadak (1989ko bertsioa)

La extensión geográfica. La extensión geográfica de la acción rebelde es, también, un criterio esencial en las matxinadas, que incluye no sólo el espacio físico, sino también social, económico y político. Las generalizaciones regionales y/o comarcales, perceptibles en el transcurso de la acción revolucionaria, no deben hacernos perder de vista la correlación existente entre intranquilidad, disturbio social y estructura de la propiedad de la tierra. Es significativo que las Matxinadas vizcaínas de 1718 y 1804 tengan como focos de expansión y desarrollo el hinterland bilbaíno, portugalujo, bermeano y guerniqués. El doctor Fernández de Pinedo ha podido constatar a partir del análisis de la foguera de 1704, cómo alrededor de Bilbao existía ya una amplia zona en la cual la propiedad campesina era mínima: Basauri (7,94 %), Begoña (4,43 %), Deusto (15,32 %), Echevarri (16 %), Arrigorriaga (22,09 %), etc. Esta situación se agravaría en el transcurso del siglo ilustrado. Es significativa también la relación entre geografía de la revuelta y distribución de cultivos. En toda Vizcaya y en la práctica totalidad de Guipúzcoa, la cosecha más importante era la de maíz y, en mucha menor medida, la de trigo. Ambos cereales están relacionados con el descontento popular. Este hecho parece clave para explicar la revuelta guipuzcoana de 1766. Así, más de la mitad de los pueblos sublevados tenían, como también ha constatado el doctor Fernández de Pinedo, una renta bruta agraria per cápita por debajo de la media provincial. Se trataría de una zona deficitaria en granos, con problemas de abastecimiento y con una parte importante de sus vecinos viviendo de la pesca (Deva, Guetaria, Motrico) o de la industria ferrona (Placencia, Mondragón, Eibar, etc.). Por todo ello, tampoco nos parece paradójico que la geografía de los cultivos sea coincidente con la geografía de la revuelta guipuzcoana de 1718: cuenca alta del Deva, siendo el foco inicial de la revuelta, Vergara. En las matxinadas vizcaínas se constata también un paralelismo entre focos subversivos y cultivo de viñedos. No puede parecemos casualidad que sean precisamente aquellas aldeas (Begoña, Abando, Deusto, Baracaldo, etc.), con campos dedicados al cultivo de vino txakolí, las que inicien la sublevación y ataquen a notables urbanos y rurales, organizados en la poderosa Cofradía de San Gregorio Nacianceno. Sintetizando, podríamos afirmar que los disturbios matxinos afectaron esencialmente a regiones y comarcas de cultivo de cereales, donde persistía una economía agraria tradicional y en las que, progresivamente, se desarrollaron desequilibrios entre sociedad y estructuras de propiedad social. Pero los focos de la acción subversiva aparecen caracterizados por otros fenómenos que explicarían la irradiación de la revuelta. Las aldeas vizcaínas sublevadas, tanto en 1718 como en 1804, están directamente relacionadas con los fenómenos de mercado y de economía de mercado de una plaza mercantil tan importante como Bilbao. Desde un punto de vista comercial, la aduana que pretendió establecer Alberoni en las provincias vascas conmocionó no sólo a mercaderes sino también a los campesinos. A los primeros porque aquélla controlaba el tráfico de ciertas mercancías; a los segundos, porque les impedía seguir contrabandeando con total impunidad. Valdría decir que la aduana anulaba, para ambos grupos, los suculentos beneficios que comportaba, legal e ilegalmente, el giro tabaquero. Es obvio que en la expansión matxina tuvieron siempre un papel determinante los caminos y las redes de tabernas, mesones, mercados, ventas y ferias para extender actitudes, noticias y emociones. Con todo, la geografía matxina tiene puntos de convergencia en aquellos espacios de identificación "universal". La "toma de Bilbao", último eslabón en el recorrido de cualquier pueblo conmovido, nos indica una percepción absoluta de su acción: allí se encontraba el poder, allí vivían los "malos gobernantes", los "traidores a la patria". Ciertamente-sería imperdonable olvidarlo- existen evidencias para afirmar que también coexisten paralelismos entre focos de revuelta y parroquias recorridas por fenómenos de mendicidad y criminalidad, agravados coyunturalmente. Igualmente, tenemos referencias que prueban una correlación entre aldea rebelde y la presencia de un notario o secretario de ayuntamiento (no olvidemos el papel que este grupo profesional tuvo en todas las matxinadas). Todo este conjunto de elementos nos va a orientar perfectamente para realizar una radiografía rápida de las formas y grados de la organización rebelde. Será en la aldea campesina donde se inicie la acción subversiva y donde cristalizarán los apoyos precisos, por medio de la persuasión o de la intimidación. Y es que la percepción fundamental de aquellos hombres sublevados estuvo fuertemente mediatizada por la conciencia comunitaria. Los agravios operaban dentro del consenso popular de cada anteiglesia, aldea y villa en cuanto a qué prácticas de los gobernantes eran legítimas y cuáles ilegítimas. Frente a una literatura que ha fomentado el carácter caótico y desorganizado de las Matxinadas, la intervención insurreccional aldeana aparece cohesionada y organizada. Los aldeanos, a son de campana tañida, se fueron congregando a las puertas de las iglesias y ayuntamientos, donde, en presencia de las autoridades municipales, los clanes familiares más importantes e influyentes en la vida comunitaria, clérigos y secretarios del ayuntamiento, fue decidida la partida hacia aquellos centros de poder político de los cuales, pensaban, imanaban los males que padecían o los peligros que, en el futuro, pudiesen padecer. Lo sorprendente en todas estas matxinadas es su carácter disciplinado. En los inicios de la agitación, no obstante, debemos destacar el papel catalizante de las mujeres aldeanas. Un ejemplo de todo lo dicho lo tenemos en la revuelta de 1718. Armados con arcabuces, guadañas, porqueras y palos, los campesinos de los alrededores de la villa de Bilbao, los días 4 y 5 de septiembre, tomaron la plaza "en forma de comunidad" con imágenes que remarcan el carácter organizado y disciplinado de aquellos actos: "formados los vecinos en dos filas en el Arenal", refería un testigo para los de la anteiglesia de Deusto; "formados a modo de milicias", aseguró otro, y también los testimonios constatan que "los fieles presidían sus desfiles por la villa". El cuadro que sigue resume la presencia de comunidades campesinas en Bilbao, dirigidas de forma operativa por sus autoridades locales:

Cuadro V. Comunidades campesinas sublevadas y fieles regidores. Año 1718.
Abando
Alonsótegui
Aracaldo

Arrancudiaga
Baracaldo
Basauri
Begoña
Deusto
"Con sus fieles"
Francisco Hurtado de Saracho
Juan Antonio de Ybarreche
Pedro de Larrea
Sebastián de Arbide
"Con sus fieles"
Agustín de Yrusta
Tomás de Zevericha
Antonio de Tellaeche
Erandio

Galdácano
Lejona

Lezama

Mundaca
Zamudio
Zarátamo
Zollo
D. Antonio de Alzaga
Juan de Ibarra
Juan de Zamacona, escribano.
Martín de Ugarte, escribano.
Martín de Zuazo, fiel.
Domingo de Goiri
Miguel de Zabala
Albis
Juan de Aresti
Juan de Iridin
Andrés de Arbide

Aquellos fieles, que con su incomparecencia se hicieron sospechosos de complicidad con las aduanas, pagaría cara su "desafección". Tal es el caso de Antonio de Alzaga, fiel primero de Erandio, o del escribano Ugarte, fiel de Lejona, cuyos bienes fueron quemados. La explicación que se dio para estos actos violentos explica también las obligaciones y el sentido de la cohesión de esta sociedad tradicional. Al fiel citado de Erandio le acusaron de "haberlos dejado desamparados". Obviamente, durante toda la acción rebelde constatamos una efervescencia imaginativa, un entusiasmo popular, donde, bajo apariencias múltiples, un cúmulo de fenómenos "teatrales" tienen lugar: oradores, predicadores, sediciosos, traidores, ambiciosos. La aparición de libelos y panfletos forma parte del ritual subversivo. Las masas reunidas quedan entusiasmadas. Recorren las calles de las villas ocupadas y seleccionan los blancos de su acción. En octubre de 1632, "una manifestación de más de mil personas" celebra con algarabía, en la plaza de Santiago, la publicación de la suspensión del estanco de la sal, arrancada por la fuerza al cabildo municipal de Bilbao. Posteriormente se dirige a la posada del corregidor para legitimar su acción revolucionaria. Desarbolado el poder y liquidados sus instrumentos de subordinación y dominación, la plebe recorre las calles en la búsqueda de aquellos a quienes considera "traidores": a Francisco de Barrionuevo, veedor del comercio, se le ordena salir de Bilbao en veinticuatro horas. Peor suerte, sin embargo, corrió Aparicio de Uribe, considerado "alcalde ambiciosos y ladrón" por los libelistas en la primavera de 1632: una veintena de hombres, con las caras cubiertas, saquean su casa. Este mismo grupo se dirigirá más tarde a la casa de Domingo de Castañeda, abogado. Será ejecutado. Finalmente recorren la villa "danzando, dando señales de fiesta y tirando algunos tiros de arcabuz". Esta función justiciera de la acción subversiva popular es la más evidente y explícita en el transcurso de las Matxinadas vascas. Dar muerte a los responsables de los males públicos e incendiar sus propiedades constituiría el último grado de justicia popular. En este sentido, la revuelta revelaba toda una suerte de derecho subjetivo de la comunidad que tenía como fin prioritario purificar las relaciones sociales tradicionales agredidas. Los saqueos de casas fueron resultado de un consenso comunitario ordenado. En efecto, las casas de las víctimas serán arrasadas pero sus ejecutores velarán para impedir el pillaje individual, hasta el extremo que Luis de Ibarra, fiel segundo de Erandio, se defendió de la acusación judicial formulada contra su persona por dar la orden de ejecutar a un mozo, llamado Tomás de Bareño, afirmando: "... se decis que dicho moso habia entrado en algunas casas de las que padecieron saqueo e yncendio en esta villa (de Bilbao), y que siendo forastero, no era razon ynfamase a la republica de Herandio, con tan malos prosedimientos, (y que) se inclino a executarlo por ser publico y notorio habia yncurrido en dicho exseso y que tiene oydo comunmente haverse retirado a Herandio por haver muerto en Sopelana a un hombre...". En la acción punitiva popular, por consiguiente, observamos referencias polivalentes. Dar muerte a los enemigos públicos del entramado comunitario nunca se hizo improvisadamente. Las ejecuciones espectaculares, moralizantes se realizaron en aquellos lugares emblemáticos reconocidos por todos los participantes en la algarada: "El lunes 5 de septiembre (de 1718) parecio para Bilbao dia del Juicio Unibersal, para las 8 de la mañana nos vimos por todas partes rodeados de mas de 5.000 hombres con bocas de fuego, lanzas... Hicieron un Decreto como quisieron; lo firmo el Correxidor, se pregono en todas partes publicas. En el declarava todos los complises en la admision de la Aduana que fuesen castigados ellos y sus haziendas, que jamas se admitiesen aduanas, etc... y a eso de las onze que se despedian dos republicas en el Arenal, no faltaron demonios aqui que sugirieron hiban engañados y que todo era fingido y se revelan diziendo les an de entregar a Don Enrique (de Arana, diputado general del Señorio de Vizcaya, huído y refugiado "a divinis") ...Vino y le rodeo la republica de Herandio y despues de haver fiermado, en medio del Arenal, diole uno un golpe que le abrio media caveza; a este le siguieron tantos con espadas, chuzos y lanzas que es orror el dezirlo y quantoa aldeanos pasavan a verle todos le metian las espadas. No dejaron que nadie le tocase el cuerpo en todo aquel dia, ni noche, pena de la vida. No hubo sacerdote que atreviese llegar porque hacian con el lo mismo". El ceremonial macabro referido contrasta con comportamientos solidarios. Los insurgentes graduan sus acciones en los casos que pudiesen dañar a inocentes. En Bilbao, durante las jornadas revolucionarias de 1718, Melchora Laso de la Vega, una viuda negociante, que compartía lonja con el síndico y comerciante Jaureguibeitia, una de las víctimas de aquella asonada, vio respetados todos sus géneros de tienda. Al mercader Diego Allende no le quemaron su casa de Bilbao, porque podía pasar elfuego a la vecindad, "pero sacando de su casa todo lo que tenia en ella se quemo en la calle publica y tambien le "arazaron" (si, por abrasaron) en Alvia una casa de campo mui buena...". Con los aduanistas, ciertamente, los campesinos no tuvieron piedad. La ferocidad de sus acciones pronto se vería institucionalizada mediante decretos municipales. Valga, como ejemplo, el siguiente, correspondiente a la República de Lezama. Lleva por fecha un día crítico: 6 de septiembre de 1718: "...Dijeron aver llegado a su noticia que diferentes personas de este Señorio por combenienzias particulares habian contravenido a las cartas y ordenes de nuestro señor (se refieren al Rey) en las cuales manifestaba su animo Real la observancia de los fueros, franquezas y libertades de este Mui Noble y Mui Leal Señorio de Vizcaya y que atendiendo al servicio de Su Magestad y puntual observancia de dichos fueros en su mayor limpieza, decretaban y decretaron todos de una conformidad que cualesquiera persona asi contraviniendo en lo suso expresado y sabiendo ciertamente quien era, le matasen, y a la tal persona le darian zincuenta escudos de plata de gracia y le sacarian fiel electo y que pena de su vida ningun vecino de esta dicha anteiglesia le recoja en su casa a semejante persona sospechosa...". En todas las revueltas matxinas aparecen, al menos en sus inicios, rasgos lúdicos y festivos. El destronamiento de las jerarquías se ejecutó mediante el recurso "teatral" y dramático a la vez, a símbolos propios de los carnavales. En 1632, los matxinos bilbaínos no encontraron en su casa a Pedro de Uranzadi, "y como no pudieron ejecutar su animo en su persona, la cogieron su cabalgadura y la trajeron por las calles hasta que se cansaron". El carácter burlesco de la acción es más explícito en otro manuscrito, "sacaron por las calles una mula de silla suia por ynjuria". Desde los repiques de campanas hasta el baile del "aurresku", como en Guipúzcoa en 1766 después de aprobarse la tasación de granos; desde las manifestaciones populares de victoria, acompañadas de estandarte, caja y pifanos, como en Bilbao durante las grandes jornadas revolucionarias del estanco de la sal, hasta los asaltos de casas, como la de Don Nicolás de Echevarria en donde los sublevados arrojaron por la ventana 1 .500 escudos y "quemaron poco a poco un retrato del mismo Don Nicolas", la ilusión del fin de la operación se celebra, prodigiosamente, con desbordante alegría. Se trata de una formulación grosera de utopía. Todo este conjanto de actitudes nos lleva finalmente a comentar, de forma conjunta, los objetivos y la mentalidad rebelde que justificaba la acción revolucionaria. Sus protagonistas no dudaron en asumir una especie de misión "cristiana", de actuar de acuerdo con su conciencia y su deber al orden tradicional. Inconscientemente, buscan por medio de la violencia, mantener y perpetuar el pasado modélico.