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Cuba

La presencia vasca en la administración, sociedad y economía cubanas durante los siglos XVI y XVII

Muy pronto comenzó en el hinterland habanero el desarrollo de una pujante economía ganadera para el abastecimiento de las flotas y la exportación de cueros. Este inicial producto de exportación permitió la formación de las primeras fortunas y, con ellas, de una incipiente elite formada por unas pocas familias de grandes hacendados que, desde 1560 aproximadamente, constituirán una auténtica oligarquía, al hacerse con todos los empleos concejiles del ayuntamiento; desde esta posición de privilegio controlarán el reparto de tierras y consolidarán su poder asociando, por vía matrimonial, a los primeros burócratas y funcionarios, en especial los oficiales reales de la real hacienda, lo que les facilitará además acrecentar sus negocios, muy a menudo ligados al fraude y el contrabando.

El incremento de la demanda europea y del comercio atlántico impulsaron la puesta en marcha de los primeros cultivos de caña y de los primeros ingenios de fabricar azúcar en los alrededores de La Habana. La incipiente elite habanera logró arrancar a la corona, en la última década del siglo XVI, una serie de privilegios fiscales para el desarrollo de esa industria; a ello se añadió enseguida el impulso a la importación de esclavos negros, traídos por los portugueses -entonces bajo la corona española- desde sus factorías de la costa occidental de África. Comenzó así, antes de que finalizara el siglo XVI, la economía azucarera bajo el sistema de producción esclavista, que va a caracterizar la economía cubana durante varios siglos.

Vascos en la cúspide de la sociedad colonial inicial

Entre los más prominentes miembros de esa primera elite habanera de hacendados se encontraba Antón Recio de Oquendo, uno de los mayores terratenientes de la isla y fundador del primer mayorazgo que existió en suelo cubano, en la década de 1560. La herencia de Antón Recio perduró prácticamente toda la época colonial y un heredero suyo fue uno de los primeros criollos cubanos en recibir un título de nobleza, a mediados del siglo XVIII. Otro que se contó al principio entre los primeros vecinos de la ciudad fue Leonardo de Armendáriz, que resultó elegido alcalde ordinario en 1553, cuando apenas se contaban treinta vecinos con derecho a voto en el Cabildo.

Otro vizcaíno, Martín Calvo de la Puerta y Arrieta, se estableció en La Habana tras haber adquirido el empleo real de escribano público y del cabildo de la ciudad hacia 1570. Martín Calvo supo sacar rendimiento a su lucrativo empleo de notario público de la isla, como lo demuestra el hecho de que veinte años más tarde aparece entre los hombres más ricos de la ciudad y uno de los que inició la industria azucarera en la región de La Habana; además se dedicó también al comercio. Calvo fundó una de las que serán primeras familias habaneras durante siglos, grandes hacendados y poseedoras de varios títulos de Castilla desde mediados del siglo XVIII.

El guipuzcoano Juan de Gallaistigui se hará con el empleo de escribano público de La Habana hacia 1613, y también como Calvo llegará a convertirse en uno de los grandes comerciantes de la plaza.

El carácter emprendedor y la actividad comercial -a menudo unida a la condición de hacendados y, en algunos casos, a la de funcionario público- les va a proporcionar a algunos vascos la oportunidad de convertirse en procuradores de la ciudad de La Habana ante la corte, un título que supone la facilidad para viajar a la península (lo que a su vez implica una buena posición económica), la seguridad de contar con buenas relaciones en el centro de la monarquía y la capacidad demostrada para negociar privilegios y exenciones. En ese encargo vemos a Pedro de Oñate, en 1608, y Alonso de Aibar, una década más tarde. El navarro Martín de Aróstegui, militar y vecino de La Habana a principios del siglo, obtuvo la misma confianza en 1638; su nieto Martín será uno de los fundadores de la Compañía de La Habana un siglo más tarde.

Así mismo, entre los que solicitan mercedes de tierra al cabildo habanero en el siglo XVII para instalar un ingenio de azúcar encontramos a varios vascos o criollos de inmediato origen vasco: Juan de Vergara, Gregorio de Vergara, el castellano del Morro Andrés de Munibe, Pedro de Aniez, Juan de Sorarte y Juan de Balmaseda. A fines de siglo aparecen como dueños de ingenios de azúcar y cosecheros de tabaco Blas de Alzola, Miguel de Ambulodi, Bartolomé de Arriola y Lorenzo Díaz Garaondo.

En el resto de las poblaciones de la isla encontramos también a algunos vascos formando parte de las primeras elites de hacendados. Francisco de Iznaga era el más rico propietario y regidor de la villa de Bayamo en 1540. Cristóbal de Zavala se cuenta entre los primeros pobladores y colonizadores de la zona de Holguín, en la región norte del oriente. En Santiago de Cuba, Alonso de Mundaca era escribano público y del Cabildo en la década de 1570, y a finales de la década de los ochenta le vemos como uno de los más ricos hacendados de la ciudad; Mundaca destacó por su tozudez en defender la ciudad frente al continuo ataque de los corsarios, que habían llevado a la mayoría de los vecinos a abandonarla. Gaspar de Ulloque y Diego de Santiesteban son otros dos vecinos y regidores de Santiago en la segunda mitad del siglo. Entre las villas del centro de la isla, Fernando de Baracaldo era vecino y procurador de Sancti Spiritus en 1536; otro vecino importante y regidor de la misma villa era por entonces Baltasar de Ibarra. Un Ibarra distinto, Lucas, ocupaba una posición similar en otra de las ciudades del interior, Trinidad. No nos aparece, sin embargo, ningún vasco entre los primeros pobladores de Puerto Príncipe, la ciudad más importante del interior, quizás porque era la única que no tenía puerto ni apenas actividad mercantil.

De la misma forma que la presencia vasca en la isla, desde estas primeras décadas de formación de la sociedad cubana, no fue especialmente significativa en lo que a las elites de hacendados se refiere, tampoco los vamos a encontrar entre los comerciantes. Y es que los vascos destacarán en esta primera etapa de la colonización de América más como maestres de buques y hombres de mar que como comerciantes.

Desde luego, los vascos participan activamente desde el principio en las expediciones de la Carrera de Indias, cuyas naves partían de Sevilla cargadas de productos de la tierra (y otros extranjeros de contrabando), que intercambiaban por la plata y productos coloniales en Cartagena de Indias, Portobelo (Panamá) y Veracruz (México), para reunirse luego en La Habana antes de partir hacia España. Así, por ejemplo, la nao o galeón Santa María de Guadalupe, que hizo dos viajes a Cuba en el último trimestre de 1545, llevaba en su tripulación al carpintero Juan Bautista Gaztain, y a los vecinos de Oiartzun Gregorio de Olaizola, Cristóbal, Gregorio y Esteban de Oyorzola, además de un tal Guillermo, vecino de San Sebastián. Conocemos también la existencia de dos comerciantes vascos con casa en Sevilla que comercian y pasan largas temporadas en La Habana atendiendo sus negocios: Iñigo de Aponte y Juan Martínez de Azpeitia.

Durante el siglo XVII son más numerosos los vascos y navarros que aparecen en los registros de la Casa de Contratación de Sevilla como maestres de naos y comerciantes con una intensa relación con Cuba. Pero no todos, ni mucho menos, tuvieron éxito. El beratarra Martín de Arosamena, es uno de ésos; muere en La Habana en 1684, de enfermedad contagiosa, y deja un legado de deudas que provocaron un complicado pleito, en el que se involucran acreedores de Cádiz, Sevilla y La Habana, pleito al que tuvo que hacer frente su sobrino, que había seguido su misma carrera, Martín de Arosamena Garmendia. La mayoría de esos acreedores son también vascos: Martín de Urdaniz, Juan de Lastiri, Bernardo de Iriarte y Miguel de Bergara.

Gobernando la isla (en lo civil y eclesiástico) y administrando sus rentas

Entre los gobernantes de la isla de esta primera etapa de formación de la colonia encontramos al letrado, doctor en Leyes, Gonzalo Pérez de Angulo, que llegó de Santo Domingo comisionado para hacer el juicio de residencia del anterior gobernador, a quien sustituyó en el cargo en el quinquenio 1550-55; fue el último gobernador no militar que tuvo la isla. Éste fue el que planteó la necesidad de que el gobernador y capitán general residiera de modo fijo en La Habana, propuesta que apoyó la Audiencia de Santo Domingo en 1553 y confirmó el rey dos años más tarde. Precisamente por su carácter de letrado y jurista, Pérez de Angulo fue quien se propuso aplicar en la isla las famosas Leyes Nuevas o de Valladolid (1542), que ordenaban suprimir la encomienda indígena y liberar a todos los naturales de la sujeción a los españoles; Angulo decretó la liberación de todos los indios en 1553, aunque para esta fecha quedaban ya relativamente pocos. La oligarquía habanera no le perdonó esta medida, que afectó a sus intereses, y aprovechó la derrota del gobernador, con las escasas fuerzas que pudo reunir, ante el pirata hugonote francés Jacques de Sorés en 1555, para acusarle ante la corona de ineptitud y negligencia, lo que le costó su destitución y procesamiento. Desde entonces, el gobernador de La Habana tendrá siempre muy claro que debía atender con habilidad los intereses de la oligarquía local si quería que su gobierno tuviera éxito y pudiera así continuar su carrera política. El ataque de Sorés, además de asolar otras zonas de la costa cubana, destruyó lo poco que se había construido hasta entonces en la nueva capital de la isla y demostró el estado de indefensión en que se encontraba la ciudad y puerto que era ya la base de partida hacia España de las flotas cargadas de plata. La reacción de la corona no se hizo esperar y se aprobaron una serie de medidas para garantizar la seguridad de la ciudad y su bahía. Por de pronto, después de Pérez de Angulo todos los gobernadores fueron militares de carrera, a menudo con el rango de maestres de campo, el más alto entonces existente. Además, la Corona aprobó la fortificación de La Habana. La primera construcción defensiva habanera fue el Castillo de la Fuerza y fue un vasco, Carlos de Abaúnza, el primer comandante de ella y el sargento mayor (jefe efectivo de las fuerzas militares) de la isla. Pero la Fuerza se convertiría pronto sólo en uno de los baluartes de la Muralla, cuya construcción se inició a finales del siglo XVI y que circundó la ciudad durante tres siglos, hasta finales del siglo XIX.

Otra consecuencia del ataque de Sorés fue la decisión de establecer en la bahía habanera la sede de una "Armada de galeras" para la defensa de la flota mercante. Cristóbal de Eraso fue uno de los primeros generales jefes de dicha armada, y Pedro de Angulo contador y veedor de ella. Esa incipiente formación naval defensiva, constituida por unas pocas galeras, se convertirá en el embrión de un proyecto más ambicioso, la llamada Armada de Barlovento, que en los años finales del siglo XVI.

Las necesidades defensivas propiciaron así que la corona asignara una fuerte cantidad de dinero, conocido como el situado, que debía enviar cada año el virrey de México a La Habana para el pago de las obras de fortificación, de la guarnición militar de la isla y hacer frente a los gastos de la Armada de Barlovento, incluida la construcción de buques de guerra que se inició en la propia bahía habanera a finales del XVI. Cuba gozó de esta especie de subvención oficial, en cantidades crecientes, hasta 1800, porque no fue hasta esta fecha que la actividad productiva interna generó suficientes recursos fiscales para costear la administración y defensa de la isla. Esta inyección anual de plata va a convertirse en el elemento dinamizador de la economía cubana durante siglos y beneficiará principalmente a los hacendados y comerciantes de la isla.

Durante el siglo XVII, tres militares de origen éuskaro van a ocupar la gobernación de La Habana. El primero de ellos, Sancho de Alquízar, que lo había sido de Venezuela, era natural de Fuenterrabía y gobernó la isla entre 1616 y 1619. Como tantos otros, llegó a poseer una extensa hacienda en los alrededores de La Habana, dando nombre a un partido y su población que aún hoy perdura. Murió en La Habana. El navarro Juan Bitrián de Beaumonte gobernó entre 1630 y 1634. Destacó por su honradez y firmeza en la lucha contra el fraude, especialmente en lo relativo a la alta dirección de la real hacienda, oficina que se había convertido en el centro del contrabando y manejos particulares del dinero correspondiente al rey. Bajo su gobierno se dio un impulso decisivo a la muralla de La Habana. Bitrián tuvo que dejar el gobierno de la isla por las acusaciones e intrigas de los enemigos que, debido a la firmeza de su actuar, se creó entre la poderosa elite criolla, pero se le elevó a la presidencia de la Audiencia de Santo Domingo, como una muestra de reconocimiento por su labor en Cuba.

El licenciado Manuel de Murguía y Mena, era el teniente de gobernador letrado (una especie de auditor y juez real que asistía al gobernador), y fue gobernador interino en 1685, de donde pasó al empleo de oidor de la Casa de Contratación en Sevilla. Otro gobernador interino, en 1686-87, fue Andrés de Munibe, el militar de más alta graduación de la isla y castellano del Morro (la principal fortificación entonces, situada en la boca de la bahía).

Hemos de mencionar también a Diego de Arancibia Isasi, un acaudalado vasco con residencia en La Habana que adquirió por compra el gobierno de Santiago de Cuba en 1690, cuando se encontraba en la corte como apoderado de la ciudad de La Habana; en 1700 se le tomaba residencia, que ponía de manifiesto cómo utilizó su alto puesto para redondear su fortuna personal.

Donde vamos a ver bien situados a los vascos es en una de las actividades más lucrativas de la historia colonial americana, la dirección de la Real Hacienda: una tarea que requería unas aptitudes y capacidades en las que los vascos siempre fueron reconocidos como especialmente hábiles. En la real hacienda de la isla, la caja real de La Habana se convertirá pronto, por razones obvias, en la principal; de ella dependerán las cajas sufragáneas de Santiago y otras que se irán abriendo en cada una de las principales ciudades del interior. Hasta finales del siglo XVII, los principales empleos de la real hacienda serán los llamados oficiales reales, por este orden de importancia: contador, tesorero y factor, que rendirán sus cuentas ante el gobernador y capitán general como superintendente de hacienda aunque, en la práctica, y debido a la falta de conocimientos especializados de éste último, los oficiales reales hacían y deshacían a su gusto, convirtiendo a menudo el empleo en un instrumento de enriquecimiento personal.

Ortuño de Isúnsolo, fue uno de los primeros oficiales reales de la real hacienda cubana, concretamente el primer factor que tuvo la isla. El alavés Pedro de Abendaño fue tesorero interino en la década del cuarenta del siglo XVI. En el periodo 1578-1594 otro vasco, Pedro de Arana, puede decirse que fue el primer funcionario relevante (contador, en concreto) de unas cajas reales que empezaron entonces a manejar cantidades importantes, porque comenzó a llegar el famoso situado de México para pagar las construcciones defensivas y navales. Arana fue también el primero en enriquecerse en el cargo: acusado reiteradamente de corrupción y de atender más sus intereses como hacendado y mercader que los del rey, llegó a ser destituido por el gobernador, que lo acusó de fraude ante la Audiencia de Santo Domingo. Sin embargo, los poderosos contactos y relaciones del contador le facilitaron salirse con la suya y obtuvo de la Audiencia la restitución en su empleo; el gobernador acusó entonces a Arana ante el rey de haber obtenido su triunfo comprando al fiscal de la Audiencia, Gregorio de Beristain, "que era vizcaíno como él", con una carga de doscientos cueros, el principal producto de exportación cubano en esas fechas. Cuando a finales de siglo, y ante las graves dificultades financieras del Estado, la corona comenzó a poner en venta la mayoría de los empleos, Arana adquirió con carácter definitivo el de contador que heredó su hijo, ya habanero, Diego de Arana; éste ocupará el empleo los primeros quince años del siglo XVII y, como su padre, será también acusado por corrupción y depuesto.

Juan de Eguiluz, procurador de La Habana en 1600 sustituirá a Arana como contador entre 1602-1610. También éste tuvo una actuación irregular y llena de problemas: dos veces fue suspendido de su empleo por el gobernador y tres veces condenado a devolver dinero a las cajas reales por su manejo fraudulento; pero sus contactos en la corte debían ser poderosos, pues hacia 1612 era alcalde mayor y asentista de las minas de cobre de Santiago del Prado, cerca de Santiago de Cuba. Precisamente Eguiluz fue uno de los que consiguió de la corte las exenciones fiscales que impulsaron el establecimiento de los ingenios y, con ello, el impulso al cultivo y fabricación de azúcar en la isla; él mismo fue dueño de dos ingenios en el oriente, actividad que hizo compatible con la gestión como asentista de las minas de cobre entre 1614 y 1641, actividad a la que se dedicó tras tener que abandonar su empleo como oficial real.

Otro vasco oficial real de hacienda será Juan de Aréchaga, tesorero primero y luego contador de las cajas de La Habana desde 1633 hasta 1655; casado con una Manuela de Casas, también quizás de origen vasco, fueron los padres del Dr. Juan de Aréchaga Casas, uno de los primeros intelectuales que produjo Cuba; éste se doctoró en jurisprudencia en Salamanca y obtuvo por oposición la cátedra de Instituta o derecho civil. Regresó a América con el cargo de oidor de la Audiencia de México, además del empleo interino de gobernador-visitador de Yucatán. Fue también consultor del Tribunal de la Inquisición en México y juez conservador de los bienes de Hernán Cortés. Con parte del patrimonio familiar y la ayuda de tres hermanas, que ingresaron como monjas, fundó en La Habana el primero de los tres conventos femeninos con que contará la isla hasta bien entrado el siglo XIX, el de monjas dominicas de Santa Catalina.

En realidad, los empleos de oficial real de las cajas de La Habana, tesorero y contador principalmente, puede decirse que fueron casi un monopolio de los vascos durante este siglo: Juan Ortiz de Gatica (1659-1664), Bartolomé de Arriola (1663-94), Santiago de Arrate (1683-97) serán tesoreros, y Martín de Beitia factor. Lo mismo podríamos decir de las cajas de Santiago de Cuba, donde vemos a Pedro de Abendaño o Gaspar de Arrate.

En 1683 se estableció por orden real en La Habana un Tribunal Mayor de Cuentas, alto organismo de supervisión y control de la real hacienda, formado por dos contadores mayores, que pasaron a ser los superiores directos de los oficiales reales no sólo de Cuba sino de toda la jurisdicción de la Audiencia de Santo Domingo; estos nuevos funcionarios descargaron a los gobernadores de la alta inspección de las cajas, para la que éstos no tenían conocimientos ni preparación. Como ocurrirá en general en la América española, muchos vascos y navarros van a estar al frente de esta institución. Antes de que finalice el siglo, tres funcionarios de origen vasco van a ocupar el cargo de contadores mayores: los dos ya mencionados Juan Ortiz de Gatica y Bartolomé de Arriola, además de Pedro de Arango. Éste último había nacido en Baiona, al encontrarse su padre, militar de carrera, en la defensa de Fuenterrabía frente a los franceses; le vemos en La Habana como comerciante y dueño de barcos, además de rico propietario; adquirió el cargo de contador mayor en 1688, al parecer con la complicidad del gobernador de turno, que se aseguraba así la impunidad en sus manejos de contrabando; pronto, sin embargo, traspasó el cargo a otro vasco, Diego Torres de Ayala, que lo ejerció hasta su muerte en 1695: éste será el padre de un rico propietario y gobernador de la isla en la primera mitad del siglo XVIII, Laureano Torres de Ayala.

En lo que se refiere al gobierno espiritual, uno de sus primeros obispos de la isla fue Fernando de Uranga (?-1556), nacido en Azpeitia. Colegial de San Bartolomé en Salamanca, ingresó en la orden de los dominicos en 1541, graduándose de Maestro de Teología. En dicho colegio llegaría a ser catedrático de Teología, de Artes y de Lógica en propiedad. Elegido obispo de Cuba el 4 de julio 1550 por el Papa Julio III, fue consagrado en 1551. Murió en 1556 en Santiago de Cuba y sus restos reposan en la catedral de esa ciudad primada. Alonso Henríquez de Toledo y Armendáriz, fraile mercedario, emparentado con la familia real navarra, gobernó la diócesis de Cuba de 1612 a 1624. De carácter áspero y enérgico, tomó serias medidas para reformar el lamentable estado del clero en la diócesis, lo que le creó graves conflictos no sólo entre el estamento eclesiástico sino con el civil: excomulgó individual y colectivamente a todas las autoridades de la isla, incluso a la guarnición militar en pleno; llegó a tal grado de enfrentamiento con las clases altas de La Habana que el Consejo de Indias lo trasladó al obispado de Michoacán, en Nueva España. Pero también se le recuerda por haber fundado el convento de San Francisco en La Habana.