La fortaleza de Deyo, baluarte musulmán: asalto y toma por los vascones (907). Como una cuña incrustada en nuestra tierra se introducía peligrosamente la peña de Deyo, hoy Monjardín, coronada por un castillo fuerte edificado sobre la roca viva que servia de fortaleza inexpugnable. Sin embargo era edificación vascona perdida en las primeras guerras con los moros y que por azares políticos y militares había pasado a las manos de la familia Muza. Ismael, rey de Tudela, nieto de Muza, la había entregado a Abd Allah como pago de su libertad. Se presentaba como la barrera que cierra el paso hacia la llanura que por la apacible cuenca del Ega se extiende hasta la orilla del Ebro. Las rampas rocosas por el norte le dan aspecto enriscado y la aseguran contra cualquier asalto enemigo, aunque penosamente puede caminarse hasta el castillo. Sólo por occidente la cuesta es más lenta y conduce a la cumbre amplia y larga. Por este lado los musulmanes habían separado los muros de la fortificación de esta explanada con un foso profundo cortado de lado a lado. En su interior una fuerte guarnición la defendía contra cualquier intento. Un pozo, probablemente de construcción romana, proporcionaba agua permanente e indefinidamente. En estas condiciones se encontraba el castillo cuando las huestes del rey don Sancho se presentaron en su demanda. Entraron primero en el monasterio de Iratxe, situado a la sombra de la montaña donde vivían sus monjes una vida lánguida a merced de los dominadores, vida tolerada por las viejas alianzas con los reyes pamploneses. A juzgar por los breves relatos de esta batalla el asalto debió ser brusco y violento. La cumbre del lado occidental fue ocupada tras fiera embestida, monte arriba. Pronto saltan sobre el foso mientras los mejores tiradores asaetean a los defensores que se atrevieran a asomarse al exterior. Las armas pamplonesas tuvieron aquel día la más clamorosa victoria. Arrinconados en su interior los defensores acabaron por rendirse y entregar la fortaleza a los vencedores. Don Sancho cumplió su promesa haciendo donación, a perpetuo, a Iratxe y sus monjes, de la regla de San Benito, no sólo el castillo sino también los pueblos del valle de San Esteban. Deyerri, la «Tierra de Deyo», cuna del rey, herencia de sus mayores, volvía a ser vascona, y en memoria de ello, dispuso que fuera enterrado en la iglesia misma del castillo. Desde este memorable triunfo añadió don Sancho al título de rey de Pamplona, el de Deyo.