Si el objetivo de estas líneas fuera la recolección de las imágenes, signos, creencias, nombres y ritos exóticos que quedaron al margen de la simbología cristiana -única cosa que suele ser, por desgracia, el objetivo de la mayoría de los trabajos sobre la religiosidad vasca- nos conformaríamos con observaciones tan peregrinas como ésta:
"Muchas, veces se le ha visto (a Mari), dicen, atravesar los aires en forma de una hoz de fuego en dirección a las simas de Aralar, a Aizkorri u Odebe (Alsasua). Al introducirse en cualquiera de éstas, produce un formidable estrépito, como de un fuerte y prolongado trueno (Segura)".
(José Miguel de Barandiarán: Obras completas, II, 16).
"Existen varias simas en el País Vasco que, según se dice, sirven de habitación a ciertos animales y monstruos que algunas veces se han dejado ver. En Lizarza (Guipúzcoa) dicen que un torete rojo salía antiguamente de la sima llamada Leiza-suloa, situada en la montaña que llaman Lapar".
(Ibidem, 20).
"El anciano (gentil) les dijo: ha nacido Kixmi y ha llegado el fin de nuestra raza; echadme por el vecino precipicio. Y los suyos le echaron peñas abajo (...) Dicen que en el lenguaje de los gentiles Kixmi quiere decir Mono".
(Ibidem, I, 132).
No hay duda de que relatos como los precedentes no deben ser minusvalorados. Hay que tener en cuenta, sin embargo que, pese a ser noticias que ofrecen una importante luz sobre la cuestión, el hecho de que estos cuentos y mitos sean reproducidos repetidas veces sin ser objeto de una debida sistematización, resulta más negativo que positivo a efectos investigatorios. Así, los aspectos más significativos del viejo paganismo vasco no habría que buscarlos tanto en este tipo de relatos como en el seno de la onomástica y la semiología cristiana, y ello debido al hecho de que aquéllos no son ni tan antiguos ni tan "pervivencia" como se pudiera suponer en un principio.
El cristianismo vasco reposa sobre cuatro basamentos ideológicos:
- Antiguo Testamento
- Nuevo Testamento
- Mitología (ideología) indoeuropea (romana)
- Mitología vasca
Los tres primeros han ejercido su impronta aquí como la han ejercido sobre cualquier otro país cristiano del mundo. El cuarto, sin embargo, puede decirse que es privativo aunque pueda ofrecer semejanzas con los de otras latitudes. De todas formas, el tercero es, sin duda, en el origen del complejo denominado "cristianismo vasco", el basamento más determinante. La ortodoxia cristiana no caló en el vasco debido a la lectura de la Biblia sino por obra y gracia del triunfo de la normativa de la Santa Madre Iglesia de Roma. De todas formas, ésta no es sólo una característica del cristianismo vasco; se trata de una peculiaridad de todo el cristianismo mundial. En consecuencia, en los orígenes del cristianismo vasco hallaríamos dos principales fuentes ideológicas: la canalizada por la mitología vasca y la canalizada por la indoeuropea por intermedio de la Iglesia.
Sabiendo cuáles son los principales mensajes de cada una de las dos, cabe pronto advertir de qué forma se hallan a veces éstos en abierta pugna, en el seno mismo de relatos aparentemente neutros, en aquellos casos en los que han tenido que adecuarse dos mensajes de signo contradictorio. Vamos, pues, a desgranar los principales contenidos de estos dos ideologías fundamentales. Los elementos indoeuropeos de valor significativo que han llegado hasta nuestros días por intermedio de la Iglesia de Roma son los siguientes:
- Sistema de castas. La labor eclesiástica es detentada por una casta sacerdotal. El sacerdote varón es el especialista del culto. Este reúne a los fieles bajo su férula y es el único competente a la hora de celebrar los ritos mayores.
- Imaginería aparatosa. Epifanías, luminosidad, rayos, ascensiones, etc.
- Referencia celeste. El cielo es la sede de Dios y de su séquito celestial; del Cielo proceden los signos reveladores de los altibajos de su divino humor.
- Victoria normativa. Las leyes de la Iglesia de Roma normativizan la totalidad de la existencia del cristiano. Son las que dan a conocer cuáles son las celebraciones mayores, cuándo y cómo deben de efectuarse.
Por otro lado, la mitología vasca ofrece los siguientes elementos:
La cosmología de Mari. Un ciclo cosmológico imagen y explicación del mundo físico a cuyo tenor:
- El cielo no es la sede de nadie sino el escenario de algunas apariciones.
- La sede de los poderes terroríficos de la naturaleza es el subsuelo.
- Las fuerzas de la naturaleza no están a disposición de un Dios u otro con la finalidad de castigar a los mortales. Dichas fuerzas aparecen dotadas de personalidad propia y pueden resultar dañinas o beneficiosas estando en nuestras manos la posibilidad de darles una utilidad benéfica.
Modelo vital en el ciclo gentílico.
- Desde el punto de vista de la conducta humana dos son los valores principales: el trabajo y la solidaridad.
- En lo referente a las relaciones humanas, la memoria de los difuntos y la responsabilización por los mismos (veáse Muerte).
Estos son, en síntesis, los contenidos de los dos sistemas referenciales que dan nacimiento al cristianismo vasco.
Teniendo esto en cuenta, vamos ahora a proceder a analizar algunos viejos relatos. Los que vamos a traer a colación son de apariencia humilde; los primeros no presentan el exotismo de lo antiguo, pese a lo cual, bajo una corteza formal cristiana surge, a la hora del análisis, una clara subversión de la ortodoxia cristiana. He aquí el primero:
"Un pastor dormía a la sombra de las hayas. Mientras lo hacía, su rebaño se dispersó por la montaña de Okina. Comenzó a caer la noche. La mayor parte de las ovejas pudo guarecerse en un abrigo rocoso. El pastor se puso a buscar las que faltaban dirigiéndose hacia donde le parecía que sonaban sus cencerros. Llegó a dicho lugar; seguía oyendo el sonido pero no veía a las ovejas. Los cencerros sonaban bajo sus pies. Avanzó y cayó al fondo de la sima de Okina. Había allí unas ovejas misteriosas cuyas campanillas sonaban como las de las suyas. El pastor pronunció una oración: "Santa Virgen de Aránzazu, protégeme". No resultó herido y al día siguiente apareció bajo el campanario del santuario de Aránzazu, a treinta kilómetros de Okina".
(José Miguel de Barandiarán, Obras completas, II, 372).
Y podríamos completar este relato con esta segunda noticia sobre Okina:
"Un pastor que había perdido a una oveja penetró en ella encomendándose a la Virgen de Aránzazu. Durante toda la noche caminó en esas cavidades tenebrosas, al amanecer se encontró en Arantzazu..."
(Ibidem, II, 370).
Varias son las conclusiones explicativas que podemos extraer de estos dos relatos de apariencia cristiana. Se vincula a la Virgen vasca con el mundo subterráneo con lo que queda en entredicho la cristiandad de esa Virgen. Sabiendo, como sabemos, que en la sima de Okina vive Mari ¿de dónde puede proceder una Virgen de Aránzazu vinculada por un paso subterráneo a la sima de Okina? ¿Puede, acaso, hallar el enorme poder de que dispone la Virgen entre los vascos una base de sustentación ya sea en el Nuevo Testamento ya en la patrística primitiva? A lo largo de los siglos, la Iglesia de Roma se fue apropiando, tanto en Euskal Herria como a lo largo y ancho del resto de Europa, de todas las viejas deidades femeninas bien afincadas que encontró, metamorfoseándolas de forma que coincidieran sus características con la María madre de Jesús, es más, de forma que quedaran convertidas en la María elaborada por la Iglesia en los moldes indoeuropeos. Aun así, la María rodeada por la Iglesia romana en múltiples ocasiones de gran parafernalia, esa María resplandeciente que aparece rodeada de ángeles al son de trompetas, no parece haber hallado entre los vascos un éxito demasiado resonante:
"La Virgen de Aránzazu se ausenta muchas noches del Santuario en que tiene su morada habitual... El motivo de sus salidas eran las necesidades y peligros de sus devotos a quienes ella iba a ayudar... muchas veces se había observado cómo a la madrugada, de vuelta ya de sus correrías nocturnas, traía su ropa llena de arena de mar y mojada de agua salada..."
(Ibidem, II, 225).
Esto nos pone de manifiesto la fuerza y la impronta ejercidos por la antigua imagen en el seno de la nueva religión. Hay también, sin embargo, en el cristianismo vasco ciertas señales que nos llevan a poner en tela de juicio la esencia misma del cristianismo. El hecho de que los gentiles resulten muchas veces más de fiar que los cristianos es un dato de no poca importancia. Hay, de todas formas, datos todavía más explícitos. Tomemos, como ejemplo, la celebración fundamental de la sociedad cristiana, la misa. A tenor de la ortodoxia de la Iglesia, la Santa Misa oficiada por un cura representa la cúspide de las celebraciones; durante la misa se reúnen los creyentes a fin de adorar a Dios y allí tiene lugar el misterio de la eucaristía, el misterio máximo. Ahora bien, la Iglesia de Roma no ha conseguido, hasta la generación de nuestros abuelos, que esto ocurriera así. Podemos decir que, hace 70 u 80 años, en el medio no urbano -es decir, en aquellos lugares en los que cabe esperar hallar aún huellas de la antigua religión- lo que los creyentes hacían en la iglesia guardaba poca relación con el cristianismo. Y no digamos ya si nos remontamos a tiempos anteriores. El culto de los muertos de la familia parece haber sido el principal deber de los cristianos vascos. Examínese si no la narración recogida por José Miguel de Barandiarán en Berastegi:
"Algunos creen en Berastegi que cuando uno muere, su alma necesita luz para andar bien en el camino del cielo. Para eso, cuando alguien muere, aun cuando sea de las familias más necesitadas, le encienden muchas luces en la iglesia, en el sitio señalado para ello a cada familia. A tal sitio llaman sepultura. Hoy no creen muchos en estas cosas; y la luz la ofrecen sólo al Señor. Hace dos años el Rector de la iglesia mandó que sólo se encendieran dos o tres luces, porque se ennegrecían las paredes con el humo; pero la gente no recibió bien la orden del Rector, y [éste] tuvo que repetirla cuatro o cinco veces del púlpito de la iglesia. Sobre todo, las mujeres se enojaron, porque tenían que dejar sin luz a las almas de sus difuntos. En aquellos días me entrevisté con una mujer, y como [ella] estaba un tanto enfadada. le pregunté si creía que las almas de los muertos necesitan luz para ir al cielo. -Sí, a no necesitarla, no se la pondríamos. Mire, lo que yo sé es que no hace mucho tiempo que una galería minera (creo que en Bizkaya) la tierra cogió debajo a un grupo de mineros. Que la madre de uno de aquellos mineros encendía diariamente la luz en la iglesia; sólo en un día dejó de encenderla. Pasados unos días, extrajeron vivo de debajo de la tierra a aquel minero, y dijo que sólo en un día estuvo sin comida, sin bebida y sin luz. Sacadas las cuentas [resultó que] aquel día era en el que su madre no había encendido la luz"
(José Miguel de Barandiarán, II, 221).
Existen varias creencias de algunos "cristianos" que, sin llegar a este grado de acritud, a la chitacallando y sin que apenas se note, proporcionan una fuerte sacudida a la ortodoxia de la Iglesia. Por ejemplo:
"Se cree que la cantidad recogida mediante pequeñas limosnas de muchas personas, tiene una fuerza o virtud mística que no tendría de otra forma. Por ejemplo, en algunos sitios se cree que haciendo celebrar una misa para conseguir la curación de una persona enferma, el éxito será más seguro si el estipendio dado al celebrante ha sido recogido entre vecinos".
(Ibidem, Y, 83).
Pese a ser el sacerdote el especialista del culto, esta creencia popular pone claramente en entredicho su poder. Pero no lo hace bajo la forma de una negación o minusvalorización sino subrayando el valor de la antigua creencia. No se afirma la falta de adecuación del cura sino el valor de la solidaridad del vecindario. Queda asimismo clara la clase de creencia manifestada. Es frecuente hallar una puesta en tela de juicio del valor místico del sacerdote -y, por intermedio de éste, la del sistema que el mismo representa- en la mitología vasca e incluso en algunas prácticas actuales que siguen llevándose a cabo y que no tienen nada que ver con una falta de respeto hacia el sacerdote. Los conjuros atestiguan lo que estamos diciendo; en algunos días señalados o bien cuando el tiempo atmosférico cobraba mal aspecto, los vecinos pedían al sacerdote que efectuara conjuros. Estos conjuros solían efectuarse anta la boca de varios antros conocidos como morada habitual de Mari. Desde el momento en que el conjuro servía para cerrar la boca de la caverna dejando a Mari encerrada dentro, ésta ya no podía salir y el tiempo sería benigno; pero si ocurría que Mari se hallara en ese momento fuera, ya no podía entrar y no había forma de amainar el mal tiempo. De hecho, se confiesa a la larga que no sirve para nada aunque quede a salvo el gran poder del cura. El cristianismo vasco cuestiona totalmente el liderazgo sacerdotal que, según la ortodoxia cristiana, debiera de ser forzoso, así como el protagonismo de la Iglesia en cuanto el magisterio. A poco que se analice surgen tensiones por doquier. Si tomamos el templo como materia de análisis, pronto veremos que su "dominio" experimenta altibajos. Anteriormente, cada cual cumplía con sus deberes religiosos en su casa. La Iglesia de Roma, empero, consigue que las prácticas religiosas se efectúen en su sede, apropiándose así del protagonismo que quita al recinto familiar. Aun así, tal cambio afecta más a las formas que al contenido mismo. Hemos podido observar no hace mucho que el hecho de reunirse en el templo no ha ocasionado ni la pérdida de valores místicos ni el olvido de los deberes religiosos. Según la Iglesia de Roma es la casta sacerdotal la única poseedora del gran poder místico; sólo por su intermedio se transforma en el Cuerpo de Cristo lo que hasta entonces no era más que una oblea de pan, por su mediación perdona Dios los pecados, se decide cuál va a ser la suerte del alma tras la muerte del cuerpo. En dos palabras, esta casta tiene con Dios "línea directa" y se convierte de hecho en el único mediador para sus parroquianos.
El cristianismo vasco, por otra parte y siguiendo la tradición de la vieja religión, no siente la necesidad de una casta de especialistas para llevar a cabo las prácticas religiosas. La señora de la casa posee el suficiente poder para hacer llegar a los familiares difuntos la luz encendida en casa y el pan y el agua a ellos destinados (cosa que, pensándolo bien, no es pequeño milagro). Al pasar de la morada a la iglesia seguirá como antes, no perderá poder, no entrará en la dialéctica de pastores y ovejas. Volvamos, por otra parte, a analizar el "dominio" del templo. En la dialéctica del pastor y las ovejas la Iglesia ha efectuado dos cosas principalmente: quitar el poder a las gentes, sacándolas de su casa, llevarlas a la iglesia, y mediante ambas, afincar la supremacía del sacerdote y la sumisión de los parroquianos. Y ha ocurrido algún caso de cristiano vasco que no se ha dejado desposeer y que ha puesto en duda el "dominio" del templo. Leamos otra vez a Barandiarán:
"Jarleku [asiento]. En ciertas regiones del país, cada casa ha tenido sepultura en la iglesia durante varios siglos, por lo menos. La cubierta de la sepultura o una losa en el pavimento era y aún es en muchos pueblos parcela que corresponde a la casa como sitio donde ejecutar ciertos actos de culto doméstico. En ella se practican, en efecto, diversas funciones como recitación y canto de responsos litúrgicos, la ofrenda de luces de cera, comestibles y dinero en sufragio de los difuntos de la casa. En ella, igual que en el hogar, son invocadas las almas para que asistan a sus familiares vivos en sus necesidades. Así, el jarleku aparece como un caso de adaptación de una antigua costumbre indígena a las exigencias de la liturgia cristiana y viceversa, y los actos cultuales que se efectúan hoy en aquel lugar, son un reflejo de los que se practicaban en la propia casa antes de la introducción del Cristianismo en el país. Añádase a esto la costumbre, vigente aún en algunas localidades, de que, al casarse el heredero de una casa, el cónyuge adventicio se incorpore al hogar de su marido e ingrese en la comunión de los antepasados de éste, ofrendando luces y panes en el jarleku de su nueva casa. Esto se hacía, al parecer, en la propia casa antiguamente, según se desprende de la costumbre conocida en Soule de que el criado que entre a servir en una casa dé vueltas alrededor del hogar de la misma para que se acostumbre a su nueva morada. El jarleku es una parte inseparable del etxe "casa". Por eso en las inscripciones sepulcrales como en las de los jarleku. se indicaba su pertenencia a la casa. Tal aparece en las siguientes inscripciones de Sara: LEÇABEACO THOMBAC 1838 "tumbas de Lezabea, 1838"; HARZMENDICO YARLECKHUA 1824 "el asiento de Harizmendi, 1824". (José Miguel de Barandiarán, Y, 125).
En el cuadro que sigue resumimos las principales oposiciones que, en el ámbito de la liturgia, aparecen entre la ortodoxia de Roma y el cristianismo vasco:
Principal deber | Santa Misa | Cada uno presenta ofrendas a sus muertos |
Liderato | Sacerdote especialista | Cualquiera |
Dónde | En la Sede de la Iglesia: el templo de la morada | En el lugar adecuado |
Cuándo | Cuando el cura dice la misa | En cualquier momento |
Cómo | Bajo el liderato del cura y sometiéndose a la normativa de Roma | Cada cual cuando quisiera y a tenor de las costumbres tradicionales |
Comportamiento de cada cual | Pasivo | Activo |
Responsabilidad | ||
Protagonismo | ||
Capacidad de respuesta | Del sacerdote | De cada cual |
Siempre dentro de los esquemas de la vieja religión, el cristianismo vasco nos ofrece una explicación dual: el cuidado de los difuntos es la principal práctica religiosa dentro del ámbito familiar pero existe también en las viejas prácticas solidarias un acervo de vivencias religiosas. En lo tocante a la primera, ya hemos visto cómo se adecúan y se acomodan esas creencias en el nuevo ámbito de la Iglesia de Roma. Asimismo, en lo que respecta a la segunda, la adecuación de las prácticas basadas en las viejas leyes de solidaridad hunden sus raíces en la adecuación del culto a los muertos. Es decir, que este cristianismo epidérmico a duras penas logra ocultar la pervivencia del núcleo. Por debajo de los nombres cristianos de las cosas, pronto reaparece el protagonismo de la vecindad y de los componentes de la misma junto con las dos consecuencias principales de ese protagonismo: la responsabilidad y la capacidad de respuesta. Recordemos por un momento la norma sobre el valor de la limosna que hemos citado antes. Al margen del dato que nos proporciona sobre la fuerza de la solidaridad del vecindario, ella nos proporciona asimismo la completa medida de la capacidad de respuesta de cada miembro del vecindario. Y en el caso de que el poder consista en la solidaridad, la negativa de alguno puede entorpecer la mejoría del enfermo y ese sujeto insolidario sería el responsable, el que debe responder por ello. En los textos que siguen se nos aparecerán otra vez el protagonismo, la obligación de responsabilizarse y de responder de los vecinos completando así, en abierta contraposición con la dialéctica del pastor y la oveja, este ámbito religioso.
"Todos los años, por el mes de agosto, recorren cinco vecinos de Kortezubi, en comisión parroquial, provistos de un escuilón, todas las casas de su pueblo, a fin de recaudar limosnas (que consisten en un celemín de trigo o en tres pesetas por familia) para el sostenimiento del culto de San Antonio, protector de los animales. Al llegar a una casa los de la comisión, la persona que en ella se encuentre ha de presentarles una jarra de agua. Ellos derraman ésta en el esquilón, del cual vuelven a echarla a la jarra. Repiten la operación tres veces con la misma agua. Desde entonces es ésta considerada como bendita y sirve para rociar los animales de la casa y sus comestibles" (...)
(José Miguel de Barandiarán, II, 160).
"Próxima al caserío Igone hay una piedra que tiene un hoyo que recuerda huella de planta humana. Junto al hoyo se ve una cruz grabada. Algunos devotos que pasan por aquel sitio tocan la cruz con la mano y luego se santiguan y depositan como limosna alguna moneda en el hoyo. El que recoge la limosna (cualquiera puede hacerlo) ha de entregarla en alguna iglesia o ermita: a nadie es lícito emplearla en usos propios. El cumplimiento de esta ley se deja a cargo de la conciencia de cada uno".
(José Miguel de Barandiarán, II, 107).
Con lo expuesto hasta aquí hemos podido comprobar la fuerza de los dos poderes que se hallan en tensión en el interior del cristianismo vasco. Podríamos decir asimismo que hemos visto en estos relatos lo más importante. De todas formas, para concluir, vamos a citar aún dos extraños relatos que ponen en evidencia la contradicción abierta entre la ideología vasca y la de la Iglesia de Roma.
Según nos da a conocer un cuento recogido en Ataun (José Miguel de Barandiarán, Ibidem, I, 59), a un tal Javier de Artiñea se le apareció el Viático cuando volvía a su casa y ello debido a que en una juerga entre amigos había remedado a los curas y había dado castañas cocidas a modo de comunión. Pese a ser el sacrilegio un pecado mortal y a haber conseguido el tal Javier llegar a Artiñea tras haberle perseguido imágenes y fuerzas temibles, pudo meterse en casa y allí pasó la noche entera oyendo el estruendo de los mugidos y el entrechocar de cuernos de las vacas de Artiñea. Todo el aparato de fuerzas punitivas del sacrilegio de parodia de comunión tienen que inclinarse ante la inviolabilidad de la morada. Sin ninguna duda, pese a mencionarse la eucaristía, esta versión no corresponde al punto de vista de la Iglesia. Corresponde mucho más a la ideología según la cual ni Mari ni los gentiles se atrevieron nunca a violar el espacio doméstico. Veamos, por fin, cuál es el castigo que espera a los que trabajan en día de fiesta:
"En cierto Jueves Santo un matrimonio de labradores iba con una yunta de bueyes al monte Oiz a traer hojarasca para la cuadra de su ganado. Cuando pasaban por Markola, se desprendió del alto de Atxbiribil una peña, que sepultó debajo al marido, mujer y bueyes. Desde entonces la peña de Markola es considerada como instrumento de la justicia divina (...).
Esta leyenda es semejante a la que refieren en Axangiz acerca de un manantial o pozo artesiano de aquella jurisdicción, que tiene por nombre Lezia. En el sitio que hoy ocupa este pozo araba un aldeano un día festivo. Abrióse la tierra y lo tragó con su arado y pareja de vacas. Sus restos aparecieron después en la mar. Los niños pasan todavía temblando por aquel lugar".
(José Miguel de Barandiarán, II. 100).
En mi parecer, esta es la última derrota experimentada por la vieja religión de los vascos en su pugna por adecuarse a la ortodoxia de la Iglesia de Roma; a la apología del trabajo de los gentiles se le contrapone la obligación de cesar el trabajo en los días de fiesta, y bien claro deja el texto cuál de los contendientes ganó la contienda. Aun así, no deja de ser curioso constatar que el castigo de Dios no cae precisamente del Cielo.
JHU