Culturales

La Academia Errante

Nada resulta más esclarecedor para entender el espíritu que movía a aquellas personas inquietas que un breve texto prólogo de Peña Basurto, escrito para iniciar la colección de los libros que la editorial donostiarra “Auñamendi” –de los hermanos Bernardo y Mariano Estornés Lasa, editores de los cuatro libros que promovió la Academia Errante– publicó, recogiendo el contenido de sus sesiones orales. Escribe Peña Basurto: “Resultaría largo explicar los motivos que nos movieron a sentir la necesidad de reunirnos. Éramos sólo seis; a veces siete. Departíamos expresando libremente las preocupaciones que sentíamos al ver nuestro país sojuzgado por un movimiento arrollador de ambición personal desmedida; el éxito se valoraba únicamente por la riqueza conseguida vertiginosamente, así como por el poder oscuro que de ella emanaba. Los pueblos y las villas íbanse convirtiendo en anárquicos amontonamientos urbanos de aspecto suburbial, creándose a sus habitantes gravísimos problemas sociales, materiales, culturales e higiénicos, aparentemente imposibles de solucionar. Sin importar el bien común, las montañas quedaban despojadas de su cobertura vegetal; los ríos hacía ya tiempo que habían sido convertidos en cloacas inmundas, sucias, malolientes y venenosas; los escasos monumentos de cierto valor histórico, artístico o de cierto tipismo arquitectónico local que poseíamos como recuerdo de nuestro pasado, habían sido igualmente destruidos o se hallaban en trance de desaparición para elevar sobre sus cimientos más y más pabellones industriales sin previo estudio de las posibilidades físicas del territorio”.

El gran valor civil de aquellos encuentros de La Academia Errante, que algunos pudieron considerar simples reuniones tabernarias, está en el sentido comunitario de su actitud. Si alguna política practicaron sus promotores, aunque el gobernador civil de turno no fuera de la misma opinión, era la comunicación. Se comunicaban para certificar su existencia. Lo reitera el citado Peña Basurto en el mismo texto recordado: “Producto de la caótica sedimentación social de una horrible guerra civil, nos creíamos proscritos en el ambiente indiferente y desmoralizador que nos rodeaba, mas, a impulsos de un afán constructivo, logramos superarnos por encima de la apatía general y sustituimos la crítica incoherente y baladí por el diálogo ameno y ordenado. Habiéndonos hecho la guerra individualistas feroces, nos hicimos sociables. Indisciplinados, nos plegamos al orden de la razón. Anárquicos en nuestras aficiones, aceptamos el método. Heterogéneos en nuestras ideas y creencias, prescindimos de colores para gozar de la amistad y disfrutábamos creyéndonos bullir en el ilusorio crisol ardiente de un nuevo Renacimiento”.