Concepto

Historia del País Vasco. Edad Moderna

A lo largo de la Edad Moderna, las comunidades rurales y urbanas reaccionaron ante la "novedad", contra todo aquello que atentaba contra la propia costumbre. Se tendía a defender la economía moral de la propia comunidad o corporación frente a los abusos de los poderosos, frente a los foráneos o frente a los competidores. Numerosos conflictos fueron enfrentamientos entre aldeas o valles vecinos, o luchas entre corporaciones o grupos urbanos por privilegios, monopolios o cotas de poder. Los campesinos tendían a querer restaurar el orden moral, legal y cultural cuando éstos se veían alterados por la intervención de agentes señoriales, urbanos o de la administración real.

Entre los principales problemas que se plantearon destacan el proceso reseñoralizador de los siglos XVI y XVII, el progresivo control de los cargos municipales y provinciales por parte de una minoría de notables, el aumento de la presión fiscal para hacer frente a las necesidades militares de la monarquía, o el intento de imponer novedades que atentaban al orden foral, como determinadas prestaciones militares, nuevos impuestos o el intento de trasladar las aduanas.

Los conflictos sociales en el País Vasco fueron semejantes a los que tuvieron lugar en Europa, aunque generalmente resultaron menos extensos y violentos que las guerras sociales europeas. Los principales fueron la guerra de las Comunidades en 1520-21, el complot de Navarra de 1648, los motines de Fitero de 1627 y 1675, el motín del estanco de la sal de 1631-34, el motín de Tudela de 1654, las revueltas de Bayona de 1590, 1641 y 1665, las revueltas en Lapurdi de 1655-59, la matxinada de 1718 en Vizcaya y Guipúzcoa, las alteraciones de Vitoria de 1738, y la matxinada de 1766.

Por otro lado, la implantación de prácticas capitalistas de mercado, con la especulación, la preponderacia del mundo urbano sobre el rural y otras novedades introducidas por el sector más innovador de las élites del país fueron fermento de conflictos, especialmente en el siglo XVIII.

Tradicionalmente, al tratar del siglo XVIII se ha opuesto una burguesía comerciante, dinámica y "revolucionaria", a una nobleza rentista, pasiva y conservadora, preocupada por mantener sus privilegios. Sin embargo, este modelo no corresponde a lo que se observa en el País Vasco, donde un sector de la nobleza fue ilustrado, emprendedor, comerciante y, con respecto a la mayoría social de su entorno, relativamente progresista, mientras que grandes burgueses comerciantes se mostraron muchas veces conservadores, con ideales de vida rentistas y nobiliarios.

Aquel sector más abierto de la nobleza destacó por su modernidad. Participó en negocios mercantiles, procuró el rendimiento de sus tierras, constituyó bibliotecas, estuvo abierto a las ideas del siglo, mediante lecturas, estudios en el extranjero, viajes y correspondencia epistolar, se reunió en tertulias cultas y fundó o participó, desde 1766, en la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, muchos de cuyos miembros eran de elevado rango estamental y propietarios de varios mayorazgos, como el propio conde de Peñaflorida, su fundador. A su modo, estos hombres reflexionaron sobre las reformas del país, apostando por un reformismo práctico que aportara mejoras concretas a la sociedad.

Su principal impulsor fué Xabier María de Munibe, conde de Peñaflorida. Sus estatutos, aprobados por Carlos III en 1765, eran un proyecto de regeneración social basado en la educación y en la ciencia. Pretendían fomentar la agricultura, la industria, el comercio, las artes y las ciencias. Tuvo socios en el País Vasco, en las principales ciudades españolas y en América y Filipinas. Su preocupación por la educación les llevó a crear escuelas de letras en Vitoria, Loyola, Vergara, San Sebastian y Bilbao, y fundaron el Real Seminario de Vergara, colegio de nobles particularmente avanzado para su época.

A lo largo del siglo XVIII se agudizaron notablemente las diferencias culturales en el seno de la población, especialmente entre las élites del país. Un factor importante de este cambio, que tendría grandes consecuencias culturales y políticas, fue la participación de una parte de las élites vascas en el gobierno del Estado y en el Imperio colonial. Como señalaría el conde de Guendulain en sus memorias, las diferentes adscripciones políticas que siguieron las familias dirigentes navarras en el momento de la primera guerra carlista estuvieron muy relacionadas con su trayectoria anterior: aquellas que se habían forjado en una dinámica estatal e imperial -colocando a sus hijos en carreras cortesanas, burocráticas y militares- dieron generalmente cuadros liberales, mientras que la nobleza que había permanecido arraigada en el país fue conservadora.

Parece que, a finales del siglo XVIII, frente a los sectores mayoritarios más arraigados en la costumbre, compuestos por la mayoría de las clases populares y por los sectores tradicionales de la nobleza, el clero y el comercio, contrastaba una élite ilustrada, minoritaria, de mentalidad liberal, burguesa y mas o menos reformista, compuesta por los sectores ideológicamente más avanzados de la nobleza, el clero y la burguesía.