Concepto

Historia del País Vasco. Edad Moderna

La sociedad del Antiguo Régimen se podría caracterizar desde diversos puntos de vista. Era una sociedad estamental, basada en la diferencia legal de estatutos, a los que correspondían derechos y debereres diferentes. Desde el punto de vista económico hay que considerar las diferencias entre ricos y pobres, o las diversas categorías socioprofesionales. Como entramado social, se trataba de una sociedad celular, corporativa y jerárquica. Los hombres y mujeres se hallaban organizados en comunidades y corporaciones (comunidades locales, gremios, cofradías religiosas, etc.) con un fuerte componente colectivo, y las personas estaban vinculadas entre sí por lazos personales de familia, parentesco, vecindad, amistad, señorío o clientelismo que eran bastante densos y articulaban sus redes económicas, afectivas y sociales.

  • Nobles y plebeyos. Alodios y señoríos

En los reinos europeos se distinguían tres estamentos: la nobleza y el clero, superiores y con privilegios legales, y el estado llano. Sin embargo, la distinción entre nobles y plebeyos no tuvo una equivalencia exacta en las provincias vascas y en Navarra, donde muchas comunidades gozaban de hidalguía colectiva. En particular, Vizcaya y Guipúzcoa disfrutaban de nobleza universal, que en el caso del Señorío quedó recogida en el Fuero Nuevo de 1526. En Álava, las tierras de Ayala eran hidalgas. En Navarra, una docena de villas y lugares y ocho valles gozaban de hidalguía colectiva, recononcida por los reyes desde el siglo XV. Estas noblezas colectivas, tan atípicas en el conjunto europeo, podrían corresponder, como muestra el ejemplo del Valle de Baztan, a alodios o comunidades de hombres y tierras libres, no sometidas a señorío feudal, que consiguieron ser reconocidas como tales por la Corona, en un momento específico de la construcción de los reinos bajomedievales.

En cualquier caso, la implantación del régimen señorial en estas tierras fue muy desigual: muy limitado en la cornisa cantábrica de Vizcaya, Guipúzcoa, Norte de Navarra y Lapurdi, pero importante en la Navarra media y meridional y en Álava, donde existían abundantes tierras de señorío y los hidalgos eran una pequeña minoría. Por otra parte, en las provincias dotadas de nobleza universal, ésta sólo se refería a los "vecinos", esto es a los miembros de pleno derecho de las comunidades, y no a los simples "habitantes" arrendatarios, de tal modo que en Vizcaya y en Guipúzcoa el porcentaje de nobles censado en 1787 no llegaba a la mitad de la población.

  • La nobleza: las familias dirigentes

Por supuesto, nada tenían de comparable los campesinos y artesanos que gozaban de nobleza universal con las familias de la aristocracia urbana y rural que correspondían al concepto de nobleza europea. Según los tratadistas, a la nobleza le correspondían las funciones militares y de gobierno. Gozaban de un conjunto de privilegios que evidenciaban su preeminencia social: exención de impuestos ordinarios, monopolio de ciertos cargos en la administración local y general del reino, jurisdicción privativa y derecho penal diferente. Tenían una importancia económica y social manifestada a través de los mayorazgos y de abundantes símbolos externos como los trajes, armas, sepulturas privilegiadas, títulos o tratamiento de "don", preeminencias en los actos públicos, etc.

La nobleza se heredaba, aunque existían vías de ingreso como la obtención de un "privilegio de hidalguía" que concedía el rey. El mayorazgo era una institución que contribuía a fundamentar la preeminencia económica y social de la nobleza. Consistía en la vinculación de bienes y derechos en un conjunto indivisible, transmitido normalmente siguiendo la primogenitura, que aseguraba la salvaguarda de los bienes, el apellido familiar y el lustre del linaje.

En Navarra, al frente de la sociedad del reino había un centenar de familias nobles. Unas tenían orígenes medievales y otras se fueron renovando durante la Edad Moderna. Estas familias monopolizaban buena parte de la riqueza, controlaban el gobierno local de las principales ciudades y villas, sobre todo meridionales, asistían a las Cortes como miembros del "brazo militar" y solían ser mayoría en la Diputación del reino.

La alta nobleza era el grupo más reducido y poderoso y estaba compuesta por los "titulados" que poseían los títulos de duque, marqués, conde, vizconde o barón. Además del título poseían grandes extensiones de tierra y el señorío jurisdiccional de villas y lugares. En Vizcaya y Guipúzcoa hubo pocos titulados, más en el siglo XVIII, y sus propiedades distaban mucho de las fortunas de los grandes nobles castellanos. En Álava y Navarra las importantes familias de la aristocracia bajomedieval tendieron a ausentarse tempranamente, enlazando con las grandes casas aragonesas y castellanas, y sus tierras pasaron a formar parte del vasto señorío de familias poco conocidas en las villas y aldeas y famosas en la Corte. Paralelamente, la cúspide de la nobleza se fue renovando a medida que los reyes concedían nuevos títulos para recompensar servicios a la Corona, especialmente en el siglo XVIII, en que los Borbones crearon casi cincuenta nuevos títulos en Navarra.

Por debajo de la nobleza titulada, en Navarra estaban los "palacianos" o "señores de palacio", equivalentes a los "parientes mayores" de Guipúzcoa y Vizcaya. En Vizcaya, los "jauntxos" o notables rurales poseían un importante patrimonio vinculado formado por caseríos arrendados, molinos, ferrerías, arbolado, además de la casa-torre familiar.

Como en otras latitudes, una parte de esta nobleza evolucionó pasando del solar rural originario a las villas y ciudades, y de ser cabeza de la comunidad campesina a servir en las empresas de la Monarquía. En los siglos XV y XVI esta nobleza estaba profundamente banderizada y arraigada en el país, actuando al frente de las comunidades campesinas como alcaldes y capitanes de guerra. Sin embargo, sus preeminencias fueron contestadas, sobre todo en el siglo XVII, por convecinos en ascenso social, en un contexto de renovación de las élites locales y de conflictos por la hegemonía en la comunidad.

Al mismo tiempo, la Monarquía les fortalecía en su papel y los incorporaba a su servicio, a la vez que los controlaba más estrechamente. En Navarra, a finales del siglo XV ya gozaban de la exención del servicio de cuarteles y alcabalas y de cualquier otra carga militar, y desde el siglo XVI recibían "acostamientos" o pensiones sobre el servicio de Cortes, complemento apetitoso para una nobleza de recursos mas bien moderados. Los miembros de estas familias ocupaban puestos de poder e influencia. Se sentaban en el brazo militar de las Cortes, eran alcaldes y regidores de ciudades y villas, o seguían carreras como funcionarios del rey, oficiales militares, canónigos de la catedral o profesos de monasterios y conventos. En Navarra, el número de "palacios de cabo de armería" exentos y con derecho de asiento en Cortes se duplicó entre comienzos del siglo XVI y finales del siglo XVIII.

A lo largo de estos siglos se produjo una importante renovación de estas élites, sobre todo por la elevación de nuevas familias en las estructuras de la Monarquía y del Imperio colonial. Las carreras de muchos vascos en la Corte, en la Administración real, en la jerarquía eclesiástica, en el Ejército y la Marina, o en el comercio colonial fueron para sus familias una fuente de riqueza y de poder, pero también un fermento de ideas nuevas, de cambios culturales y de modernización.

  • El clero y la Iglesia

Los territorios que aquí consideramos formaban parte de circunscripciones eclesiásticas diferentes: las diócesis de Pamplona, Bayona, Calahorra-La Calzada y Tudela. La implantación de la Iglesia era intensa y se adecuaba a la distribución de la población. La diócesis de Pamplona, por ejemplo, cuyo clero representaba en torno al 2% de la población de Navarra, tenía unas mil parroquias, que eran abundantes, pequeñas y pobres en la Montaña, región de pequeñas aldeas, y pocas, grandes y ricas en las populosas villas de la Ribera.

El clero incluía a todos los que habían recibido la tonsura eclesiástica o habían hecho votos religiosos. Sus integrantes provenían de los diferentes grupos sociales y solían situarse en el alto o bajo clero según su extracción social, reproduciendo así las jerarquías y desigualdades de aquella sociedad.

El clero secular de las parroquias se dividía en tres grandes grupos: Una cuarta parte estaban al frente de una parroquia como párrocos o vicarios, con responsabilidades pastorales. Otra cuarta parte eran simples "beneficiados", es decir, clérigos que disfrutaban de un beneficio o renta que sólo les comprometía a ciertos rezos en el coro, cosa que se prestaba a acumular beneficios abusivamente. Unos pocos vivían de la renta de una capellanía familiar. La mayoría, casi la mitad del clero, sólo había recibido órdenes menores, por lo que estudiaban o hacían de acólitos o sacristanes.

En cuanto al "sistema de provisión" que regía los nombramientos del clero parroquial, la mayor parte de las parroquias de la Montaña y Zona Media de Navarra eran de patronato vecinal (los elegían los vecinos de la comunidad), por lo que la mayor parte del clero procedía de las familias campesinas acomodadas de la comarca. Existían, en menor medida, parroquias de patronato abacial, episcopal y señorial. En Vizcaya y Guipúzcoa abundaban las iglesias de patronato laico en las que los "jauntxos", como patronos, percibían parte de los diezmos y colocaban a sus "segundones".

El clero regular estaba compuesto por los frailes y monjas que pertenecían a órdenes religiosas. Los monasterios estaban enclavados en el campo y los conventos de fundación bajomedieval y moderna se concentraban en las principales ciudades y villas. En Navarra, a finales del XVIII había nueve monasterios, 43 conventos de religiosos y 20 de religiosas. Con el impulso de la Reforma católica, tras el Concilio de Trento (1545-1563) se multiplicaron las fundaciones de órdenes. Unas eran nuevas, como los jesuitas, muy influyentes a través de sus colegios, y otras reformadas como los franciscanos capuchinos o las carmelitas descalzas de Santa Teresa.

En general, la Iglesia no fue una gran propietaria como en otras regiones. En Navarra, por ejemplo, en el momento de la desamortización eclesiástica, la Iglesia apenas acumulaba el 4% de las tierras cultivables.

  • El comercio y los grandes comerciantes: la burguesía mercantil y la nobleza comerciante

El comercio fue una actividad importante en las ciudades vascas, especialmente en los puertos principales, y tuvo un auge especial en el siglo XVIII. Los hombres de negocios que participaron en el gran comercio podían provenir tanto de familias de comerciantes que se habían ido enriqueciendo en estos tratos como de familas de la nobleza. La riqueza del gran comercio elevó a una élite mercantil poderosa en las principales ciudades. Aún tratándose de un sector social avanzado, no parece que se pueda hablar de una "burguesía revolucionaria" vasca a finales del XVIII, ya que amplios sectores del comercio seguían en una dinámica tradicional, preocupados por su familia y por sus intereses particulares y corporativos, buscando la seguridad de las rentas y la posibilidad de constituir mayorazgos y entroncal con la nobleza.

En Bilbao, los comerciantes tuvieron un peso particular desde el siglo XVI creando en 1511 el Consulado y Casa de Contratación que agrupó a los mercaderes de la villa hasta el siglo XIX. En el nivel más elevado del comercio estaban una treintena de grandes comerciantes, con una importante presencia de extranjeros, dedicados a las exportaciones de hierro vizcaíno a Europa y América y de lana castellana a Europa. A diferencia de otras ciudades vascas, los comerciantes bilbaínos destacaron por una política moderna de capitalismo comercial invirtiendo en los principales sectores manufactureros del Señorío: prestaron con interés a los ferrones y a productores de lana, controlando parte de la siderurgia, y su participación financiera se extendió al curtido de pieles y a las fábricas de harinas. Parece que en el siglo XVIII los comerciantes más encumbrados entroncaron con las principales familias nobles.

Los comerciantes de San Sebastián crearon su Consulado en 1682. En 1728 se fundó la Compañía Guipuzcoana de Caracas presidida por el Conde de Peñaflorida y promovida por un grupo de notables guipuzcoanos: los Ansorena, Zuaznábar, Garayoa, Vildósola, Ayerdi, etc. Los más destacados poseían cargos en las villas y en la Corte, siendo al mismo tiempo nobles hacendados y comerciantes emparentados por una cuidada endogamia matrimonial.

En Navarra, durante el XVIII se desarrolló un importante comercio de larga distancia con Burdeos y Bayona en torno a la exportación de lana y a la importación de tejidos y ultramarinos. Los protagonistas fueron una docena de familias de hombres de negocios afincados en Pamplona. También éstos se dejaron subyugar por el ideal nobiliario invirtiendo en bienes raíces, en títulos de nobleza y en la fundación de mayorazgos. No lograron crear un Consulado (como tampoco lo consiguieron los comerciantes vitorianos en 1780) por la fuerte oposición de Pamplona y las Cortes.

En Bayona, ciudad de comercio, la burguesía comerciante ocupó en el siglo XVIII el primer lugar, aunque el modelo nobiliario seguía en vigor.

Mientras que las familias de las élites estaban abiertas, por encima del círculo de la aldea o la ciudad, a los horizones más amplios de la Monarquía, de la Iglesia, de las finanzas o del gran comercio, la vida de la inmensa mayoría seguía inscribiéndose en el círculo de la casa, de la pequeña aldea, de la villa, del gremio, de la parroquia, de la cofradía y de las demás células en que se organizaba y vivía aquella sociedad.

  • Casa y familia

La familia era la primera célula social. En cuanto a su estructura, existían dos modelos: la familia troncal, en el mundo rural vasco cantábrico, y la familia nuclear, en las tierras de la depresión del Ebro. La troncalidad suponía que la herencia recaía en uno de los hijos, manteniéndose el patrimonio indiviso. La transmisión de la propiedad se hacía en el momento del matrimonio del heredero/a. En la mayor parte de estos territorios la elección era libre, aunque prevalecía la tendencia a elegir al mayor de los hijos varones. Formaban parte de la casa los amos jóvenes, los amos viejos, los solteros de cada generación, los criados e incluso los "muertos de la casa". Este sistema comportaba un mayor número de personas por hogar (6 de media), dificultaba las nuevas instalaciones, favorecía matrimonios más tardíos y mayores porcentajes de soltería definitiva. En las tierras de la depresión del Ebro, al contrario, las familias eran "nucleares", compuestas por padres e hijos menores, con una media de cuatro personas por familia, y el matrimonio era más temprano y universal, gracias al reparto de herencias, las facilidades para instalarse y obtener la vecindad, y el abundante trabajo asalariado.

  • Las comunidades campesinas

En el mundo rural vasco nueve de cada diez familias eran campesinas y se encuadraban en comunidades rurales, incluso muchas "villas" no pasaban de ser simples aldeas amuralladas. Vamos a referirnos en particular a las comunidades de la vertiente cantábrica del Norte de Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya.

La comunidad campesina era una sociedad con un sistema de organización regido por una costumbre y legislación común. Constituía una unidad territorial delimitada por mojones, propietaria de abundante "tierra comunal" y con un gobierno propio, mediante concejo abierto de vecinos. La aldea se identificaba con la iglesia parroquial, en cuya nave las casas vecinales poseían sus sepulturas.

La comunidad se regía según el derecho consuetudinario y las ordenanzas municipales (que regulaban el gobierno, la vida económica, los usos de los comunales, etc. imponiendo pautas de comportamiento en que lo particular quedaba subordinado al modelo comunitario) y mediante las decisiones del concejo de vecinos. Sólo los "vecinos", los miembros de pleno derecho de la comunidad, gozaban de la "vecindad", fuente de los derechos (como participar en los concejos, ejercer cargos públicos o disfrutar de los comunal) y de los deberes (como los trabajos vecinales, derramas concejiles, formar en las revistas de armas y participar en la defensa y vigilancia del término municipal).

En los valles cantábricos la aldea se definía como un conjunto de casas vecinales. La vecindad se refería a la casa vecinal (sujeto social permanente que confería esa condición a los "etxekoak" de cada generación) y era representada por sus amos. En estas comunidades la adquisición de la vecindad no era fácil, en un mundo saturado y de recursos limitados, cuya economía dependía estrechamente del reparto de los bienes comunales entre los vecinos. Hubo valles que compraban las casas vecinales vacantes o que exigían probanzas de limpieza de sangre e hidalguía para evitar la introducción de forasteros. Al contrario, en las villas de la Ribera la vecindad estaba más ligada a la familia y bastaba con cierto establecimiento, por residencia, matrimonio, etc., para ser admitido como vecino sin mayores dificultades, en un mundo más abierto, todavía necesitado de pobladores.

En el siglo XVII, las comunidades de vecinos de la vertiente cantábrica, preocupadas por el incremento demográfico sostenido por la "revolución del maiz" y por la formación de nuevos hogares que ponían en peligro el reparto de los recursos comunales, negaron la vecindad a las nuevas familias. Estas se vieron reducidas desde entonces a la condición de simples "habitantes" o "moradores", privadas de vecindad, y sólo pudieron sobrevivir como arrendatarias de las casas principales. Desde principios del XVII a finales del XVIII, el porcentaje de labradores propietarios cayó del 75% al 30%. El aumento de estas familias supuso una de las principales transformaciones de la sociedad rural y fue un factor importante de tensión y conflicto en la comunidad. Con el tiempo acabaron formándose comunidades a dos velocidades, con una clase vecinal propietaria y una clase de arrendatarios, en situación de relativa marginación, bajo la dependencia de los vecinos. En estas comunidades, la exclusión llegó a sus extremos con la marginación de los agotes en valles como Baztan, Roncal o Salazar.

Economicamente, las familias campesinas podían ser propietarias, arrendatarias o jornaleras, incluso se daban situaciones mixtas. Del mismo modo, los artesanos de los pueblos, además de su oficio, ejercían la labranza. En Vicaya, Guipúzcoa y los valles del Norte y Zona Media de Navarra predominaba la pequeña propiedad y una relativa homogeneidad, mientras que en la Ribera de Navarra se daban grandes contrastes entre un número reducido de propietarios y grandes masas de jornaleros.

La desigualdad entre ricos y pobres era grande, aunque menor que en otras partes. Una minoría de campesinos acomodados vivían con holgura, comercializaba los excedentes, criaba animales, tenían criados de labranza, podían aspirar a la hidalguía y procuraban colocar a sus hijos en la carrera eclesiástica o de leyes. En el otro extremo, las condiciones de vida de los campesinos pobres eran duras y dependientes de la coyuntura. El cultivo de sus escasas tierras no les bastaba y se empleaban como peones de ferrerías, braceros, leñadores, etc. Los hijos e hijas salían jóvenes de casa para trabajar de mozos de labranza, pastores o criadas. La pertenencia a la comunidad le proporcionaba un apoyo básico para sobrevivir, mediante las ganaderías concejiles, las "arcas de misericordia", y los recursos de los comunales que les proporcionaban castañas, madera, leña, helechos y pasto para el ganado.

Los palacios o casas principales tenían una posición hegemónioca en la comunidad y dirigían su gobierno.Con el tiempo, la antigua preeminencia de los parientes mayores pasó muchas veces a manos de nuevas familias que se habían elevado medrando en las estructuras de la Monarquía. La posición de estas familias se apoyaba en sus propiedades, en sus alianzas matrimoniales, en la colocación de sus hijos en cargos en la Administración real, en la Iglesia o en América y en las relaciones clientelares que mantenían con el resto de la comunidad mediante una política de prestigio y de paternalismo.

  • Ciudades y corporaciones urbanas

La ciudad era un agregado de cuerpos sociales u organizaciones colectivas muy diversas: casas aristocráticas, casa de comercio, talleres, familias campesinas, vecindades, consulado de comerciantes, gremios artesanos, cofradías, parroquias, conventos... Cada organización tenía sus reglas, sus actividades, sus formas de control social y sus jerarquías. Los que quedaban al margen de aquellas células sociales eran desarraigados, marginados que sobrevivían malamente gracias a la mendicidad, el vagabundeo o la asistencia de los "hospitales" de la ciudad.

Las mayores ciudades eran aún como pueblos grandes, aunque a lo largo de esta época fueron concentrando mayores funciones económicas y administrativas. En 1787, Bilbao contaba con 9.611 habitantes, San Sebastián con 11.494, Vitoria con 6.302 y Pamplona, Estella y Tudela también se situaban entre los 5.000 y 10.000 habitantes. La composición socioprofesional de las diferentes ciudades y villas tenía sus elementos específicos En Bilbao, Bayona y San Sebastián destacaba el sector comerciante; en ciertas villas vizcaínas y guipuzcoanas (Eibar, Mondragón, Tolosa, Placencia, Hernani...) eran importantes los talleres metalúrgicos especializados; en las villas costeras, las actividades marítimas; en Vitoria, ciudad artesanal, tenían importancia las actividades comerciales relacionadas con su aduana; en Pamplona pesaban las funciones administrativas como capital del reino y sede de un obispado.

La composición de las ciudades era variable pero tenía características comunes. En la cúspide se hallaba una aristocracia urbana compuesta por un puñado de familias de la nobleza y el gran comercio. Las parroquias y conventos concentraban un clero abundante compuesto -al menos el más distinguido- por los hijos de estas familias. Por debajo de los grandes mercaderes se afanaba un número mucho mayor de pequeños comerciantes y tenderos. Entre más de un tercio y la mitad de la población eran artesanos, el sector social más numeroso. En las ciudades vivía una cantidad nada despreciable de campesinos, la mayor parte arrendatarios y jornaleros que trabajaban las huertas y heredades del entorno. También había un número elevado de criados y criadas y, cuando existía guarnición, como en San Sebastián o Pamplona, de soldados. Por último, las instituciones educativas y asistenciales atraían a las ciudades a estudiantes y marginados.

  1. Las oligarquías urbanas gobernaban las ciudes y estaban compuestas por familias de la aristocracia nobiliaria a las que se podían sumar los más encumbrados comerciantes. En Pamplona o Vitoria dominaban las familias de la nobleza linajuda, mientras que los grandes comerciantes controlaban los puertos como Bilbao, San Sebastián o Bayona. A través del control de los cargos municipales, de la dirección de amplios sectores de la economía, del reparto de recurso, o de su política de mecenazgo, estas familias mantenían relaciones de dependencia con amplios sectores de la población.
  2. Los artesanos se agrupaban en talleres familiares que se asociaban, en el caso de los oficios más numerosos, en cofradías. La casa del artesano era a la vez la casa del maestro, con la familia que trabajaba bajo su dirección, incluyendo los oficiales, aprendices y criados. Normalmente los aprendices eran los propios hijos, yernos o sobrinos del maestro, pero también mozos provenientes de la ciudad o de las aldeas de la comarca. La jerarquía laboral distinguía los grados de aprendices, oficiales y maestros, fijaba el tiempo y las condiciones para pasar de un grado a otro, y, siendo un mundo endogámico, los hijos de maestros solían suceder a su padre al frente del taller, mientras que los otros se quedaban como oficiales o retornaban a sus aldeas para ejercer el oficio que habían aprendido en la ciudad. Entre los artesanos existían diferencias sociales y económicas muy importantes. Había oficios ricos, como en Vitoria los cereros o confiteros, y otros más pobres como el de los zapateros remendones.
    En las ciudades vascas, las hermandades de artesanos no tuvieron la entidad de los gremios de las grandes ciudades castellanas y europeas. Eran cofradías centradas en las prácticas religiosas, festivas, solidarias y asistenciales. Estas cofradías se regían por ordenanzas, tenían un gobierno propio y prácticas específicas de solidaridad. Tenían una estructura jerárquica que reproducía la jerarquía del taller y sólo los maestros podían ejercer los cargos de gobierno.
  3. Los pescadores no representaban un gran porcentaje en el conjunto de la población (4% en Vizcaya en 1794), pero sí un elemento esencial en las villas del litoral. Se dedicaban generalmente a la pesca costera y muchas veces simultaneaban la pesca con tareas rurales. Estaban organizados en cofradías de mareantes que monopolizaban el oficio en cada villa. A las cofradías medievales (Plencia, Bermeo, Lequeitio, Deva, San Sebastian, Fuenterrabía) se añadieron muchas otras durante la Edad Moderna. Estas cofradías reglamentaban en cada puerto las actividades de extracción pesquera, comercialización, transporte y venta de pescado, mantenimiento y limpieza del puerto, etc. Estaban fuertemente jerarquizadas en tres niveles: maestres o dueños de lancha, que gobernaban la cofradía, marineros o pescadores comunes y grumetes.
  4. Los pobres: en general aquella sociedad era bastante pobre. La mayoría vivía con lo justo por lo que una mala cosecha, el cese laboral, la muerte o la enfermedad prolongada abocaba a la familia a la pobreza. Ante la miseria o la invalidez, la ayuda sólo podía venir de los círculos más inmediatos: la casa, la parentela, las cofradías gremiales, las vecindades, la asistencia de los conventos o parroquias y las instituciones de beneficencia. En el siglo XVIII se observa un proceso de racionalización de la asistencia municipal. Se distingue a los pobres falsos ("los vagos, malentretenidos y holgazanes") de los "verdaderos pobres vecinos", incapacitados para trabajar y que merecían el socorro. En los años 1780 se crearon hospicios, como el de Vitoria, que muestran el intento de las autoridades ilustradas por agrupar a los pobres y darles trabajo, financiando así su mantenimiento.
  5. Los marginados se pueden dividir en dos tipos: los que por su situación personal o familiar quedaban al margen de la sociedad, como es el caso de los mendigos y vagabundos, y los que formaban parte de un grupo rechazado por la sociedad, como los judíos, moriscos o agotes.

En las provincias vascas, la segregación de estos grupos tuvo un significado particular en el contexto de construcción de la ideología solariega y de defensa de la calidad y limpieza de sangre de los vascongados como hidalgos. Una forma de marginación particular en la Montaña de Navarra fue la de los "agotes" de los valles de Baztan, Roncal y Salazar. En Bozate, barrio de Arizcun, había una gran concentración de agotes, colonos del palacio de Ursúa, cuya marginación perduró hasta el siglo XIX.