Concepto

Historia del País Vasco. Edad Antigua

Entre 38/15, más o menos, se suceden las feroces guerras que sostiene Roma con los pueblos norhispánicos en orden a lograr el control del área. En ellas, el mundo circumpirenaico y, sobre todo, el de la banda más occidental del País Vasco no parece jugar el rol pasivo que de un tiempo a esta parte le atribuía la historiografía. De hecho los hay que revisando las noticias de los fastos proconsulares sobre triumphi ex Hispania en los años 36/29, así como los textos literarios (imprecisos, cierto) alusivos a acciones militares situadas grosso modo en el área circumpirenaica1, pasan a hablar de teatro más vasto de operaciones, al menos en una primera fase de la guerra. Y la Arqueología ha venido a dar hoy nuevos visos de probabilidad a lo dicho sobre el papel menos pasivo que jugaría el área en la fase previa a las luchas propiamente cántabras: en el alto de Andagoste, de Jócano (Álava), se han hallado evidencias de una acción que tropas romanas hubieron de sostener contra agresores no identificados, y ello h. 40/30 a. C. De lo que, en todo caso, no hay duda es de la incidencia que ese proceso bélico tiene en el global de romanización del área. La presencia romana, en efecto, se adensa en ella a resultas del reforzamiento del dispositivo militar, los trasiegos de tropa y los aprestos logísticos a que da lugar el ataque y cerco por tierra y mar del solar cántabro-astur. Es ahora sin duda cuando Roma toma en serio la construcción de calzadas en la zona, siendo de entonces, al parecer, la que, de Tarraco y por Caesaraugusta, llega Ebro arriba al solar cántabro-astur, y de la que, respecto al área en estudio, arranca un doble ramal que se estira hasta el mar: el Pompaelo-Oeasson, y el que conduce al Portus (S)amanum (=Flaviobriga). Pero, sobre eso, el final de la guerra y los días del imperio de Augusto traen una honda reordenación administrativa del área, hecha a la medida del dominador. La parte ibérica, integrada en la Tarraconense, ve adscritos los pueblos del flanco oriental -Iaccetani, Vascones, Berones- al convento jurídico de Caesaraugusta, al tiempo que los del occidental -Varduli, Caristii, Autrigones- lo son al de Clunia; en la norpirenaica, la vieja Aquitania de César, rehecha tras el retorno de Lactorates, Consoranni y Convenae (segregados de la Narbonense), es disuelta, no sin tacha de su prístina personalidad, en la Aquitania augustea tendida del Loira al Pirineo, si bien conserva cierta autonomía, pese a no acreditarse aún el sintagma Novem Populi. Lo que sea de ello, de los veintitantos pueblos, pequeños y poco conocidos, que oye Estrabón habitan la zona, los más, estimados irrelevantes o sin aglomeración capaz de acceder a la vida municipal, son administrativamente preteridos desde inicios del Imperio, y forzados a depender de otros más famosos, constituidos en civitates calcadas a la romana. En todo caso, cerrado el ciclo bélico, se activa el proceso de puesta en valor del suelo y el de integración del nativo en los modos organizativos de Roma, ensayándose por doquier las formas de vida urbanas al modo latino. En lo primero, a destacar las evidencias del trabajo del mármol en Saint-Béat, o las de minería en torno a Irún. En lo segundo, es desde el último cuarto del s. I a. C. cuando nacen las ciudades surgarónicas y cuando la parte ibérica ensaya también los primeros serios pasos al respecto: ciudades que traslucen un nuevo modelo de urbanismo, de base ortogonal, y que con sus obras de infraestructura y edificios públicos visualizan ante el nativo los beneficios y ventajas del nuevo orden... Otro hecho reseñable de esta etapa, es el de que, al contrario de como se conduce Roma al ordenar el mundo alpino, ahora fija en la cumbre pirenaica el límite entre provincias hispanas y galas; con lo que pueblos afines en lo étnico-cultural son adscritos a unidades administrativas distintas.

1Sobre el sintagma área circumpirenaica occidental, usado aquí, v. K. Larrañaga (2006), 23-34.