En Marañón se dejó el barro allá por el año 1950, siendo Antonio Corres su último alfarero, y el único que prácticamente lo continuó, al lado de su padre, después de la guerra. Amaba su oficio y sintió profundamente tener que dejarlo. A él debemos gran parte de la información sobre la alfarería de Marañón. Marañón fue un importante centro alfarero, pues hasta nueve maestros conoció Leonor Corres, hija, nieta y descendiente de alfareros que muy amable nos acompañó una tarde a ver lo que quedaba en Marañón de aquella vieja y digna tarea del barro. La posición fronteriza con Álava, nos hace pensar que influyó en el quehacer de Marañón, especialmente por la utilización del esmalte blanco. Aquí encontramos piezas blancas por dentro, rojas por fuera, blancas por dentro y por fuera, otras solamente rojas, etc. Para las vasijas destinadas al fuego se trabajaba exclusivamente con la tierra colorada que se extraía del "camino de Huejas" en El Encinal, encima del pueblo. Sólo excepcionalmente y para piezas de mayor resistencia, mezclaban la tierra colorada con escoria que procedía de las fraguas de los herreros. Para otro tipo de vasijas utilizaban la tierra blanca procedente de "El Terrero" en la Tejería, al pie de los montículos llamados "Los Pechos". Estas tierras las sacaban normalmente en septiembre y en cantidad suficiente para un año de trabajo, dejándolas a la intemperie para que con la lluvia, el sol y las heladas se soltaran. El transporte hasta el obrador lo hacían a lomo de caballerías, mediante cajones de madera con una trampilla en la parte inferior para facilitar el descargue.
Los trabajos posteriores eran, en parte, muy parecidos a los de Estella y Tafalla. Primero molían la tierra con un "rulo", rodillo de piedra que arrastraba una caballería. Después la cernían con un "trigal" (cedazo), haciendo el barro a continuación a base de mezclar la tierra con agua y batir la masa con palas de madera. A continuación se sobaba a mano sobre una mesa de madera, quedando así la arcilla, lista para ser torneada.
El torno era todo él de madera excepto la parte superior del eje, donde iba encajada la rueda pequeña a rosca, que era de hierro. La punta sobre la que giraba era de madera de boj. En algunos casos esta punta solía ser también de hierro. Nunca le pusieron motor, ni tampoco juego de bolas, quedando sujeto a la mesa por cuerdas o con alguna pletina metálica. Las operaciones fundamentales en el torno las resume Antonio Corres así: centrar el barro; subirlo con las palmas de la manos mojadas; abrirlo con los pulgares dentro; estirar; dar forma; igualar. Para alguna de estas operaciones y también para decorar algunas piezas, el alfarero se ayudaba de una pequeña madera, con un orificio, exactamente igual que la de Estella. Una vez torneada la pieza se ponía a secar, primero a la sombra y a continuación al sol. Si la pieza llevaba asas, cordones de decoración, bocas, etc., se los ponían cuando la vasija estaba un poco "tiesa", cosa que ocurría a los dos días de torneada , más o menos, según el tiempo que hiciera.
El barnizado se daba 8 días antes de meter las piezas al horno. Utilizaban fundamentalmente el vidriado rojo y el esmalte blanco, y menos el verde y el amarillo. El vidriado rojo era alcohol de Linares, que se recibía en capazos de esparto de 50 kgs. Este mineral era molido y mezclado con agua para dejarlo en uso. El esmalte blanco lo hacían con 4 ó ,5 kgs. de plomo, 1 kg. de estaño y 4 kgs. de arena. El plomo y el estaño eran calcinados en un horno especial llamado padilla, que se componía de dos compartimentos colocados el uno al lado del otro. En el grande, de planta rectangular, de 0,60 x 1,40 y 0,80 de alto era donde se hacía el fuego con boj. De esta caldera pasaba el fuego a la cámara colocada a la izquierda a través de un conducto de 0,40 x 0,40. Esta cámara, donde se metía el estaño y el plomo, era de planta circular, de 0,50 m. de alto y una puerta de 0,40 m. La padilla estaba montada con adobe hecho con tierra de Marañón, excepto el piso de la cámara que había que hacerlo, por sus propiedades, con una tierra que traían de Azáceta. Una vez calcinado el plomo y el estaño, se echaba en unas cazuelas de cerca de un litro que llamaban canillejos juntamente con la arena, salvadera. Esta arena o salvadera la traían de la Horca, cerca del puerto La Población. A continuación metían los canillejos en el hornete, horno compuesto de una caldera con planta de 0,70 x 0,70 m. y altura 0,40 m. y la cámara con una altura de 0,60. El fuego pasaba a través de 9 orificios en la solera. También estaba montado con adobe. De aquí salía la mezcla como una piedra de plomo que era preciso machacar, majar, en un mortero -un pedazo de tronco vaciado con una porra de hierro. Aún después era preciso molerlo, operación que hacían con el mismo molino que utilizaban para el alcohol de Linares, consistente en dos piedras circulares de unos 0,60 m. de diámetro. De aquí salía un polvo muy fino que mezclado con agua, daba el esmalte blanco.
Para cocer las vasijas había cuatro hornos en el pueblo. El hornico, hoy desaparecido, donde cocían sus vasijas Isidro Chasco, Miguel Laño, Vicente Valencia y Benigno Valencia. El que utilizaban los hermanos Cesáreo y Domingo Corres, padre y tío de Leonor. El tercero, el de Inocencio Martínez y el cuarto, cerca del anterior, el que utilizaba Antonio Corres. El horno estaba montado con adobe que ellos mismos hacían. Uno de los hornos que pudimos medir tenía una caldera abovedada de 1,70 x 1,80 m. con una altura de 1,70 m. y la cámara 1,80 x 1,97 m. y una altura de prácticamente 3 m. El paso del fuego, de la caldera a la cámara, tenía lugar a través de 16 agujeros, estando los 4 de las esquinas canalizados con tejas hasta casi la mitad de la cámara. Esta tenía una puerta de 1,70 de alto por 0,60 de ancho. Antes de efectuar la carga de las vasijas, ponían encima de la solera una capa de caliza, y encima una camada "de lo viejo", esto es, de piezas que se habían estropeado en hornadas anteriores. Esto tenía por objeto amortiguar un tanto la llama sobre los cacharros. La carga del horno y el encendido del horno se hacía de forma semejante a Estella. El primer día metían dos o tres tacas, -así llamaban a cada camada de vasijas- y quemaban muy suave una gavilla para ir templando el horno. El segundo día, se llenaba otro poco la cámara y se volvían a quemar otras 2 ó 3 gavillas. Al tercer día se cargaba completamente el horno cubriéndolo con cascotes, y se daba fuego de continuo, empezando suavemente. Este día por ejemplo, comenzaban a las 8 de la mañana y terminaban a las 4 ó 5 de la tarde. Al contrario de lo que se hacía en los otros centros alfareros, no se tapaba la boca de la caldera. Para sacar las piezas había que esperar un día. Deshornar se llamaba esta operación. Las piezas que se rajaban en el horno eran denominadas apeladas y pasaban a lo viejo. El fuego lo hacían exclusivamente con boj llegándose a quemar unas 100 gavillas por hornada. Para saber cuándo estaban las piezas cocidas, se utilizaba el procedimiento de la cata, esto es, sacar una pieza del horno y comprobar su estado. Para todos los trabajos relacionados con la cocción de las vasijas, se ayudaban unos alfareros a otros, comenzando por tomar un poco de anís con pan. Cuando se terminaba la hornada hacían una comida todos juntos. Al ir a catar, hacían antes con el catador la señal de la cruz sobre los cascotes, y al meter la última gavilla de boj repetían la señal encima de la boquera de la caldera.