En Estella hacían tanto piezas para el fuego como para frío. Cántaros de 10 a 12 litros, redonda de 8 a 9 litros, pico de 5 litros -los tres con el mismo perfil y con un asa-, botijos, botijas, orzas, pucheros, cazuelicas, tinajas pequeñas, barreños, huchas (ollaciegas), aguabenditeras, cuchareros, toricos (botijos en forma de toros), etc.
Para ello, nos dice Martín Echeverría, hijo y nieto de alfareros, que según puede recordar, usaban tres clases de arcillas: La fuerte, que obtenían en el Robledo de Ayegui, prácticamente de superficie. La tierra colorada, que procedía de Ordoiz, junto a la ermita de San Andrés. Esta tierra la sacaban de galerías que solían alcanzar los 3 m., donde se hacía muy peligroso el trabajo -"más de un pico ha quedado allí enterrado"-, dice Martín. A esta tierra solían llamar "Tierra de Cántaros". Y la tierra blanca, que sacaban de "Capuchinos", y tan de superficie que no hacía falta pico. La tierra fuerte, con un poco de arena, es la que usaban para hacer los pucheros más resistentes para el fuego. Los cántaros, tiestos, botijos, etc., se hacían con una mezcla de colorada de Ordoiz y de la blanca. "ocho cestos de la primera y cuatro de la segunda". A la mezcla de ocho cestos de blanca y cuatro de colorada fuerte llamaban "barro colado". Era el barro que utilizaban para cuchareros, jarras, ollas, aguabenditeras, etc. También hacían con éste algunos pucheros, aunque no eran tan resistentes como los hechos con la tierra fuerte y arena.
Al citado "barro colado" lo llamaban así porque la mezcla era batida y colada por el mismo procedimiento que hemos visto en Bizkaia, Álava y Gipuzkoa. Estos coladores o "pozas" como dice Martín, estaban en Capuchinos a la orilla del río. Las otras arcillas traídas a casa se molían con el molón al igual que hacían en Tafalla. Acto seguido se pasaban por un cedazo y se procedía a hacer el barro, operación que consistía en echar agua en el centro de la tierra cernida y batir todo con una pala de madera hasta dejar una masa uniforme en un montón. A continuación se cogían pedazos de barro (pegotes) y se pegaban en una pared absorbente para secarlos. Una vez seco por un lado se daba vuelta y se volvía a pegar. Esta operación podía llevar el día, siendo la cantidad de barro la de una hornada. Después se procedía a pisar el barro y como última operación antes de pasar al torno se sobaba en una mesa de piedra de 1,22 x 0,57 m. Después de la guerra, Martín puso las pozas en casa, y a partir de entonces todos los barros fueron colados. Del depósito de decantación, los pegotes cortados con una hoz se pegaban en una pared, continuándose el trabajo con este barro de la misma forma que se hacía cuando era molido con el "molón".
El torno era el movido a pie. A la rueda pequeña llamaban cabezuela y era de madera con 35 cm. de diámetro por 5,5 cm. de espesor. El eje era de hierro y la rueda para el pie de madera. El espacio donde descansaba el pie que no movía la rueda se llamaba estribo. El extremo inferior del eje, como ya hemos visto en otros centros alfareros, descansaba y giraba sobre una "ochena", moneda de 10 céntimos de cobre, encajada en una piedra. Después de la guerra Martín le puso juego de bolas a su torno. Su padre al principio se resistió, pero al fin, viendo las ventajas, también las puso al suyo. Las piezas una vez torneadas y ansadas, o sea, puestas las asas, se ponían a secar, primero bajo cubierta y luego al sol. Una vez bien secas, es cuando se procedía a vidriarlas.
El baño más usado era el encarnao que se componía de alcohol de hoja, que procedía de Linares, mezclado con tierra fuerte en la proporción de "una cazuela de alcohol, una cazuela de tierra". Ambas se diluían en agua hasta que el baño estuviera en su ser. El amarillo, normalmente como elemento decorativo en una vasija vidriada casi toda ella de "encarnao", lo conseguían a base de dar la engalba antes del encarnao. La engalba era una tierra blanca que adquirían en Logroño. Si encima de la engalba daban el negro, salía verde. El negro, "venía en unas bolsas". Para decorar los cántaros con unas rayas marrones, casi negras, utilizaban manganesa, que daban mediante unos pinceles que ellos mismos hacían con bigotes de cabra. Las orzas se decoraban con cordones e incisos.
El horno que utilizaban era de planta casi cuadraha, de 1,97 x 1,92 metros, siendo la altura de la cámara de cocción de 2,60 m. La puerta de acceso a la cámara medía 1,40 por 0,55 m. La caldera era de bóveda de cañón de 1,60 m. de alto, aproximadamente. Todo él estaba construido con adobes, que ellos mismos hacían. El paso del fuego de la caldera a la cámara se realizaba a través de 16 agujeros. En los cuatro de los ángulos el fuego quedaba canalizado hacia arriba por dos ladrillos en cada uno, a los otros les ponían una piedra caliza encima para que el fuego no diera directamente en las piezas. Antes de cargar las piezas en la cámara solían trazar cuatro cruces, una en cada pared, por su lado interior, con un "pote", pedazo de vasija rota, santiguándose después con él y dejándolo en un rincón dentro del horno. La carga y encendido del horno se hacía así: Se formaba el primer piso a base de cántaros boca abajo, pero colocados junto a la pared, dejando el centro vacío. Unos 20 cántaros. Encima de éstos se ponían otros 20 y sobre éstos el tercer piso con el mismo número de cántaros, dejando siempre libre el centro. Hecho esto se procedía a templar la cámara. Para ello el sábado a la noche se quemaban un par de gavillas. El domingo por la mañana otras dos, al mediodía y a la noche lo mismo. El lunes ya, se empleaba el día entero en cargar el resto del horno, metiendo de tiempo en tiempo alguna gavilla para seguir templándolo. Junto a las paredes hasta arriba iban cántaros y en medio todo lo demás. Para separar algunas vasijas utilizaban unas piezas de barro como hemos visto en otros sitios, de tres patitas, que ellos llamaban gatos. Algunas piezas que se quería estuvieran más protegidas, como jarras, cuchareros, etc., se metían en una especie de cajas de barro que ellos mismos hacían. Para cargar la cámara utilizaban una especie de andamio, consistente en una tabla que encajaba en la puerta y en unos orificios que tenía la pared del lado contrario y que iban subiendo a medida que se iba llenando el horno. Las piezas sobrepasaban el límite del horno en unos 60 cm. Una vez cargado el horno, se cubría todo con potes, esto es, restos de vasijas viejas, tejas, etc. Terminada esta operación, pongamos a las 10 de la noche del lunes, las siguientes tres horas se utilizaban para templar con más intensidad el horno. A las cuatro horas ya se metía fuego más fuerte, y con total intensidad en subiendo los fuegos arriba. La hornada duraba hasta las 9 de la mañana. Para apagar el fuego ponían una plancha en la boca del horno (boquera) con lo que además evitaban entrara aire y quedara alguna pieza apelada (rajada). Las piezas se dejaban enfriando en el horno un día. El combustible preferido era boj, olivastro, aliaga, etc. Al encender el fuego en la caldera, hacían una cruz encima de la "boquera" con la horquilla con la que metían el combustible. Cuando se terminaba la hornada solían decir "Alabado sea Dios".