Concepto

Cerámica. Etnología

En Tafalla predominaba la producción dedicada para frío. Sin embargo, como nos informa amablemente Marino González, hasta el año 1926 también trajeron barro de Subiza, con el que hacían piezas destinadas al fuego. A partir de entonces sólo han trabajado con una clase de tierra: la que extraían del Alto de las Cruces, en la misma Tafalla. Con ella hacían: cántaros de 12 litros, cantarillos de 6, botijos de 2 a 5 litros, rallos (parecidos a los de Magallón), botejas (barril de campo con dos asas), bebederos de gallinas, conejos y palomas, etc.

La tierra una vez extraída del "tajo", la dejaban en el mismo sitio durante un año, al objeto de que con el sol, la lluvia, las heladas, etc.; se fuera purgando y resultara así más fácil trabajar con ella. Este barro purgado luego se traía al obrador, y extendido en una era, se molía con un rodillo de piedra llamado molón, arrastrado por una caballería. Detrás del molón iba enganchado una especie de rastrillo que tenía como misión volver a levantar el barro, para la siguiente pasada del molón.

Una vez molida la tierra, se la hacía pasar por un cedazo de trama muy fina, donde iban quedando las impurezas. La tierra así preparada era casi polvo.

Hacer el pozo era la siguiente operación. Para ello se abría un hueco en el montón de tierra cernida y echando agua en el centro, se batía todo enérgicamente hasta que quedara una masa homogénea, bastante blanda. Acto seguido procedían a darle de pala al barro, esto es, volvían a batir la masa con unas palas de madera, al mismo tiempo que iban añadiendo tierra cernida para lograr una masa de mayor consistencia. Esta masa era después pisada por dos veces, una por cada lado, al mismo tiempo que se seguía echando tierra cernida. Se pasaba entonces la masa al obrador, donde sobre un suelo de cemento volvía a ser pisada. Y aun antes de ponerla al torno era sobada a mano, sobre una losa, para que tuviera el grado óptimo de plasticidad. La preparación del barro era un trabajo largo y penoso que hacía desarrollar en el alfarero una gran musculatura.

Marino González recuerda que en su casa siempre hubo dos tornos, de los clásicos, movidos a pie. La rueda pequeña y el eje eran de hierro. La grande de madera, no llegando al metro de diámetro. La punta del eje giraba y descansaba "en un punto de una chapa de bronce". En el año 1942, incorporaron a los tornos un juego de bolas. Nunca les pusieron motor. Una vez torneadas las piezas, era preciso ponerlas a secar durante un tiempo, antes de incorporarles las asas, pitorros, etc. El secado total de las vasijas antes de pasar al horno, se hacía poniéndolas primero a la sombra y luego al sol. En Tafalla no se vidriaban las vasijas. Lo que sí se hacía era lavarlas con agua, con lo que conseguían un gran acabado.

Cada alfarero tenía su horno, siendo éste, a diferencia de lo que hasta ahora habíamos visto en el País Vasco, de planta redonda. Las medidas que del mismo nos dio Marino González son las siguientes: diámetro de la solera, 2 m.; altura de la cámara de cocción, 3 m.; altura de la caldera, 1,5 m. Esta era abovedada, con tres arcos y varios arquillos entre aquéllos. El paso del fuego de la caldera a la cámara se efectuaba a través de 12 agujeros practicados en la solera. Todo el horno, tanto la cámara como la caldera, estaba construido con adobe, por lo que precisaba de frecuentes reparaciones, que solían hacerlas con el barro que había quedado en el cedazo durante el cernido (granza). Hacia la mitad de la cámara de cocción había una puerta (el boquero), por donde entraba el alfarero a cargar las piezas. Para colocarlas dentro de la cámara, no montaban pisos, pero sin embargo, a cada hilera de vasijas, llamaban tacas. La carga de piezas solía sobresalir del límite de las paredes del horno. A este rebase solían llamar colme. Para terminar, cubrían todo con cascotes, dando barro a éstos, desde donde terminaba el horno hasta 50 cm. del colme. La puerta de la cámara se tapaba con adobes. Quemaban olivos, sarmientos, aliagas, chaparros, romero, tomillo, etc. Para templar el horno, hacían el fuego en la boca de la caldera al objeto de que sólo entrara aire caliente. A las 6 horas, más o menos, es cuando echaban el fuego abajo, o sea, comenzaba el fuego fuerte. A las 22 horas aproximadamente terminaba la cocción, apagándose el fuego a base de cortar el tiro, para lo cual tapaban la boca de la caldera con una chapa de hierro. Las piezas aún se dejaban en el horno un día, para que se enfriaran. Para saber cuándo estaban las piezas cocidas, como en otros puntos del País Vasco, se fijaban en el color que iban cogiendo los cascotes. Marino venía a hacer doce hornadas al año.