"En los últimos tiempos [refiere a 1855 al 60] cuando se hicieron más frecuentes los ataques de los indios, los propietarios de estancias habían comenzado a rodear sus viviendas y aún a regular distancia, con empalizadas de postes, con la esperanza de poder defenderse de los salvajes, que generalmente sólo peleaban a caballo y con lanza."
Aquellas construcciones programadas o reformadas para repeler un posible ataque de los indios parecen reflejar un momento específico de tensión, entre 1854/55 y parte de los 60, y que estuvo ligado a varios sucesos, desde problemas climáticos, la guerra con Paraguay y el endurecimiento, no-aprovisionamiento, del trato comercial con los aborígenes.
"Desde muy antiguo existieron en Lobería (al igual que en Tandil) casas, especialmente pulperías, edificadas a manera de fortines; unas rodeadas simplemente de fosos, con la tierra amontonada a manera de talud, para ocultar a los tiradores e impedir el salto de los caballos pampas; otras con tapias al interior del foso, provistas de aspilleras(sic), como en La Providencia, con amplio recinto para amparar a los pobladores del contorno; otras como San Antonio de Arruda, sólida edificación de material, con azotea y parapeto (construida antes de 1854) donde hemos visto que se salvó el capataz, seguramente con muchos vecinos, en la invasión de 1857. Así, el año 1869, cuando el malón llegó hasta el arroyo Chico, los moradores se refugiaron en La Iberia, casa de negocio de Manuel Villar, y en Las Tres Lagunas, en campo de Benjamín Zubiaurre, también preparada para la defensa contra los indios."
Suárez García.
Indudablemente, aquellos sucesos poco comunes debieron ocupar renglones centrales en las cartas que enviaban los inmigrantes a sus pueblos de origen o a otros sitios de la provincia donde había familiares esperando el llamado. Sabemos, por otra parte, que durante el período temprano los vascos no fueron ajenos al imán de la dorada -pero no menos peligrosa- California. ¿Por qué no pensar que las cartas que llegaban a Euskal Herria desde ambos extremos de América servían para sopesar el riesgo y el potencial "progreso" entre ambos destinos? Seguramente los sucesos de aquella época se ajustaron bastante a los recuerdos de Doña Mariana Fítere: largos períodos donde no sucedía nada; falsos rumores de ataque o acercamiento de algunos indios dispersos; acontecimientos trágicos aislados. Por lo pronto sabemos que durante esos años difíciles, Tandil y Lobería -y seguramente también otros pueblos de la frontera- vieron crecer el número de sus habitantes.
Parece claro, después de observar algunas citas, que la presencia indígena era -en cuanto importancia y/o peligro- bastante desigual para los inmigrantes; sobre todo mirado a lo largo del período. Ya habíamos adelantado -lo que complejiza aún más el panorama- que los indios que habitaban la provincia de Buenos Aires, incluso la Patagonia, jugaban un papel más que importante en el comercio. Más de un inmigrante conformó -como el gallego Santamarina o el vasco Luro- parte de su fortuna llevando con sus carretas provisiones a los fortines pero también a los indios amigos. Recordemos que se entiende por indios amigos a aquellos que recibían raciones trimestrales por parte del gobierno luego de firmar un pacto de paz. Las posibilidades que aquél negocio brindaba eran rápidamente visualizadas por los extranjeros que habían adquirido carretas.
Todo hace pensar que los inmigrantes fueron actores contemporáneos de indios, milicos y gauchos; aunque es cierto que entraron a escena -posiblemente adrede- cuando la obra estaba bastante avanzada. No tenemos dudas acerca de la importancia del tema aborigen para los que se ocupen del fenómeno inmigratorio; esto se sobredimensiona para quienes lo hacemos analizando el período temprano, máxime cuando se presta atención a un grupo como el vasco cuya tendencia visible fue la movilización hacia áreas fronterizas.