La inmigración ha ocupado, a lo largo de las últimas décadas, un lugar cada vez más importante en la historiografía occidental y especialmente en los países receptores como Argentina. Buena parte de su historia tiene, de más está decirlo, a los inmigrantes como protagonistas principales; esto ha llevado, con distintos enfoques y preocupaciones, a que los historiadores hayan tenido un creciente interés en el tema. Ya a fines de la década de 1950 y durante los años 60, los científicos sociales preocupados por la expansión económica y los cambios en la estructura social de la Argentina moderna se ocuparon con nuevas perspectivas del fenómeno decimonónico. Las diversas experiencias migratorias y los posibles conflictos en el período de integración quedaban entonces fuera de discusión: se trataba pues de una concepción lineal y progresiva que finalizaba en la asimilación del inmigrante al medio receptor. La teoría aceptada daba cuentas del crisol de razas como producto final de una integración sin mayores conflictos. Así, la historiografía sobre el impacto inmigratorio estaba impregnada de un discutible e indiscriminado balance de éxito y de una peligrosa deshumanización donde resultaba difícil, sino imposible, encontrarse con estudios pormenorizados del hecho inmigratorio en sí mismo y, más aún, con los inmigrantes de carne y hueso. Entonces, era frecuente que se cayera en la dualidad conceptual nativo-inmigrante, como también en la de sociedad tradicional-sociedad moderna.
Hace medio siglo, un enfoque que hoy cuenta -salvo entre los economistas- pocos adherentes, trataba de explicar hasta que punto las fluctuaciones en las tasas de emigración eran determinadas por las condiciones reinantes en los países receptores de inmigración (factores pull ) o por la crítica situación de Europa que generaba condiciones de empuje (factor push ). Luego, se intentaría encontrar la relación entre las condiciones en los países de emigración y los de inmigración a efectos de superar la polar polémica. Entonces, se pensó que la importancia de las condiciones de atracción o expulsión no era algo permanente en el tiempo sino que variaba con relación al ritmo de unos ciclos. A partir de ese momento, en el marco de lo que se denominó economía atlántica, la emigración hacía poco menos que seguir la corriente de capital (que se invertía en América o en la misma Europa).
Posteriormente, tanto las interpretaciones que han puesto el acento en las causas económicas de la emigración como las que lo hacían sobre los factores demográficos, han demostrado ser insuficientes para comprender las particularidades regionales que encierra el fenómeno migratorio europeo. Estas sólo explican lo sucedido en áreas y coyunturas puntuales, a la vez que aspiran a encontrar una explicación única a un fenómeno por cierto complejo. Desde hace algo más de una década y media, un creciente número de historiadores ha desarrollado nuevas explicaciones donde priman los estudios sobre base regional y aún local, que aspiran a algo más que contraponer los efectos económico-sociales de ambos escenarios, a buscar explicaciones pluricausales del fenómeno, a la vez que a destacar las variaciones regionales del mismo. Así, se ha cuestionado por ejemplo si las salidas masivas correspondieron a un desarrollo acelerado de las fuerzas capitalistas sobre unas estructuras primitivas o, por el contrario, si aquellas respondieron mayormente a desarrollos capitalistas lentos que no desarrollaban procesos de industrialización acordes a la expulsión de mano de obra de campos y talleres. Para William Douglass y Jon Bilbao, entre los vascos decimonónicos la estrategia migratoria obedecía también -en buena parte- a la negativa campesina a proletarizarse en un intento por mantener la condición de productores rurales independientes. Cuando por fin se deja de observar a los factores pull-push como únicos decisivos en aquellos movimientos masivos -y como veremos con los vascos más adelante- comienza a prestarse atención también a la continuidad del flujo migratorio a determinados lugares. Dos parecen haber sido los móviles de la mayoría de los emigrantes: partir antes de perder lo poco que se tenía o hacer valer sus conocimientos u oficio en otro sitio donde su demanda le hacía más rentable. Las variables de uso más frecuente se han relacionado, desde entonces, con la circulación de información remitida desde ultramar por inmigrantes ya instalados. Entran a escena, como mecanismo explicativo, las redes sociales.