La teoría es un aspecto fundamental en la reconstrucción de la Historia; es la que nos permite ordenar visualmente ese caos de personajes y sucesos, priorizando algunos. Ello, sin las fuentes de información, está igualmente condenado al fracaso. En Argentina, la documentación a utilizar para recuperar la experiencia inmigratoria es variada y se ha ampliado a la par de los avances teóricos y metodológicos. Actualmente, los procesos correspondientes a la etapa 1840/80 se pueden reconstruir (no sin dificultades) consultando las Cédulas Censales -Censo Municipal de la ciudad de Buenos Aires (1855) y el Primer Censo Nacional (1869)- complementando y confrontando la información con otras fuentes, tanto de carácter cuantitativo como cualitativo -Registros Estadísticos, Registros de matrimonios en la campaña, Libro de entrega de tierras municipales, documentación catastral, registros de comerciantes, registros parroquiales, Sucesiones, entre otras. El trabajo sobre las cédulas censales data de principios de los 80; imprescindible para este tipo de trabajos, pero no exenta de problemas e inconvenientes. La falta de datos como la provincia de origen en los extranjeros -sólo solicitada para los nativos- y el abuso de comillas por parte de unos censistas "improvisados", son acaso los más evidentes. Pero la ambigüedad en la anotación de algunas ocupaciones -propietario, ladrillero, comerciante, trabajador- que no sólo dificultan recuperar la tarea realizada sino inclusive la categoría de propietario del comercio o empleado, se presentan no menos distorsivas. Categorías como peón o jornalero, también difusas, suelen estar acompañadas de otros datos -como cuartel rural o urbano, o presentarse junto a un ganadero o un ladrillero- que en ocasiones se presentan como correctivos. A esto puede sumarse la falta de límites precisos o cortes entre los componentes de una familia y otra; la falta de un orden sistemático en el interrogatorio en cada hogar; la atomización familiar al censar tanto en viviendas como en lugares de trabajo, entre otras.
Observar las indicaciones y modo de empadronar que se encuentran al comenzar cada cuadernillo de las cédulas censales, permite de alguna manera comprender ciertas tendencias y características resultantes de sus datos.
"El empadronador lo primero que hará al llegar a una casa, después de hacerse conocer, es leer al dueño, jefe o principal, el artículo que sigue de la organización del Censo: Art. 45: Los particulares son también responsables por los hechos que oculten o falseen, y podrán ser acusados de sus faltas por los empadronadores de sección u otros particulares, ante la autoridad judicial o policial más inmediata; sufriendo la pena de multa no menor de dos pesos, ni mayor de veinte pesos fuertes; o en su defecto arresto entre quince y noventa días, a más de publicarse sus nombres, falta y pena".
Piénsese en una mayoría de las personas censadas que provenían del exterior o de otra provincia, en muchos casos indocumentados y con dificultades para comprender el idioma del que les interrogaba. Esto explica, en parte -seguramente por temor a presentarse como vagos o simplemente sospechosos- por qué son tan reducidos los casos de gente que declara estar sin trabajo. Más adelante, en su indicación sexta, el encargado del Censo tendrá que interrogar a cada persona sobre:
<"su profesión, oficio, etc., y pondrá cuál sea la de cada individuo; y si este tiene dos, pondrá la más importante o la que ejerce preferentemente.
Esto es -dado que en otro tipo de fuentes como las biografías aparecen comerciantes que tienen campo, hoteleros que tienen producción agrícola, agricultores que tienen tambo, etc.- de suma importancia al momento de analizar la experiencia de inserción económica de los vascos. Pese a todo esto, las cédulas censales presentan otras tantas ventajas que las continúan situando como una de las fuentes principales para recuperar el mundo de los inmigrantes, no ya aislados sino en un contexto socio-económico más amplio. La discriminación por cuarteles rurales y urbanos, la presencia de datos sobre el estado civil y el analfabetismo, el número de hijos, la presencia de familias nucleares o extensivas, son elementos fundamentales para recuperar las experiencias de aquellos.
Las experiencias masivas, o sea posterior a 1880, tendrán como pilar fundamental la información contenida en el Primer Censo Provincial (1881) y el Segundo Censo Nacional (1895). Contar con dos Censos Nacionales en un lapso de treinta años (1869-1895), posibilita realizar un seguimiento de casos individuales; como así también de tendencias grupales de trabajo, asentamiento y residencia; características del grupo, etcétera. Para este período las fuentes se multiplican y enriquecen. La documentación municipal (catastral- actas municipales- comercio); entrevistas (principalmente a descendientes); periódicos; fotografías y Libros de comercio permiten, por su parte, reconstruir el escenario donde se movieron los actores.
Pero al margen de la suerte laboral que corriesen, los inmigrantes tenían que decidir el retorno o la integración definitiva al nuevo lugar. Decisión individual, casi siempre familiar, pero en la que pudo pesar la pertenencia a una colectividad étnica. Tema polémico y en el que sin duda falta mucho por decir.
Los vascos parecen ubicarse, a primera vista, alejados de las conductas endogámicas irlandesa o danesa y más cercanos a las experiencias española e italiana. Creemos que este grupo experimentó, como esperamos demostrarlo más adelante, una integración social poco traumática y conducente -pese a algunos intentos unificadores de individuos sobresalientes de la comunidad- hacia una asimilación rápida. No obstante ello, conservaron una serie de símbolos y costumbres que los distinguían del resto de la población; elementos que sin afectar el camino hacia la asimilación contribuían a crear una imagen -para los propios vascos pero especialmente para el resto de la sociedad- más o menos nítida de colectividad. Las fuentes de información para recomponer las experiencias en cuestión son diversas y coinciden en buena parte con las que utilizamos para reconstruir la inserción. Junto a las Cédulas Censales aparecen los Registros Parroquiales; Testamentos; Actas Municipales; periódicos, etcétera. La tarea de organizar sistemáticamente los datos para su cruzamiento es especialmente problemática en el caso vasco, grupo que como sabemos aparece asentado bajo las nacionalidades española y francesa. Esto dificulta en mayor medida el análisis de la integración que el de la inserción, ya que debemos intentar reconstruir una colectividad que participaba indistintamente en Instituciones de "otros" grupos migratorios -pero que durante buena parte del período les eran propias-; a su vez debemos dilucidar cuál era la imagen de colectividad que la sociedad -y los propios vascos- alcanzaban a visualizar.
Respecto al problema de la adaptación de los inmigrantes a la nueva sociedad, de las etapas por los que atraviesa dicho proceso y del modo en que se relacionan su pasado en el Viejo Mundo con su presente americano, la producción historiográfica debe ser ubicada en un plano más amplio. La migración, más que como una decisión individual debe ser vista como una estrategia familiar; de allí que nos parezca pertinente tomar en cuenta la evolución de las investigaciones sobre la familia y sus cambios ante el avance de la sociedad capitalista. Durante los años 1950 y parte de los 60, los estudios sobre la influencia que el capitalismo y la industrialización habían tenido sobre la estructura de la familia campesina europea destacaron la existencia de un cambio drástico entre la familia preindustrial y la industrial. Sin embargo, durante las dos décadas siguientes, nuevos estudios sobre el tema basados en abundante evidencia empírica y en una actitud crítica hacia la simplificación que dominaba los trabajos anteriores, comenzaron a advertir que, más que un salto abrupto entre un modelo de familia y otro, lo que había existido era una transición donde los nuevos elementos del capitalismo convivían con viejas pautas provenientes de la sociedad preindustrial.
El rol de las redes familiares y parentales como medios de conseguir trabajo estaba muy difundido en el mundo campesino. Estas redes determinaban, a su vez, la difusión de pautas de co-residencia. No sólo era común obtener trabajo en la unidad productiva de un pariente sino también alojamiento en la misma unidad doméstica -elementos ambos que encontraremos presentes en las estrategias migratorias de los inmigrantes en América. Incluso con relación al rol de cada miembro de la familia en la organización de la producción, las continuidades entre la familia preindustrial y la industrial fueron más significativas que las rupturas. Si en las unidades domésticas campesinas la fuerza de trabajo era provista por la misma familia y la producción era una actividad conjunta, en un sistema de producción capitalista todo el proceso está sustentado en prácticas individuales. Sin embargo, el paso hacia las nuevas prácticas tampoco parece haberse dado de manera drástica. En las primeras etapas de la industrialización, todos los miembros de la familia continuaban contribuyendo con el producto de su trabajo a la unidad doméstica y cada cual tenía signada una función de la que dependían los demás. Esposo e hijos salían de casa a trabajar pero como partes de la unidad doméstica, mientras que la esposa y las hijas mujeres permanecían en el hogar realizando una considerable actividad productiva de bienes para el consumo e incluso para el mercado.
En el enfoque delineado, resultan interesantes también los estudios sobre los problemas de adaptación y asimilación sufridos por los inmigrantes entre un mundo campesino (precapitalista) y otro moderno. Inicialmente se creía que la historia de los inmigrantes en América era una lucha cotidiana por librarse de las tradiciones y los recuerdos del Viejo Mundo. Sin embargo, las nuevas tendencias interpretativas influyeron decisivamente para matizar aquellos argumentos. Las continuidades del mundo campesino europeo en las ciudades industriales norteamericanas fueron ya destacadas a mediados de la década de 1960 por Vécoli. Él opinaba que los campesinos lejos de ser desarraigados que perdían relación su pasado, eran sujetos con una fuerte capacidad para adaptar elementos de su experiencia preindustrial y hacerlos convivir con la nueva realidad. Por su parte, el libro de Bodnar, The transplanted, describe ese singular fenómeno como producto de estrategias cotidianas y readaptaciones; como una amalgama de pasado y presente, de aceptación y de rechazo al nuevo orden.
Observando lo sucedido en Tandil -pero con la seguridad de que aquello puede hacerse extensivo a la mayoría de los pueblos bonaerenses- una sociedad en formación debió presionar (entre 1840 y 1880) a inmigrantes y nativos a ensayar soluciones para completar un espacio en buena parte " vacío'. Una hipótesis, probable, es que esto haría las veces de acelerador en la asimilación con la sociedad nativa; pero que, por otra parte, dificultaría avanzar más allá de mecanismos informales de cohesión étnica. Esto no niega la posibilidad que hubiese intentos de acercamiento entre paisanos e incluso espacios de sociabilidad claramente identificados con el grupo euskaldún.
Precisamente, en relación con los patrones de ajuste de los vascos en la Pampa resulta interesante prestar particular atención al estudio de los mecanismos de transferencia cultural transatlántica que operan tanto en el nivel de vida material como en el de los comportamientos y los símbolos. Los aspectos vinculados al peso relativo de la continuidad o de la ruptura de las tradiciones productivas, sociales y culturales de este pueblo ocuparán un lugar destacado en las argumentaciones. En este sentido, en el ámbito de lo cultural, las continuidades se encuentran más a la vista que en el mundo de la economía y de la producción.
Al parecer los vascos, al igual que la mayoría de los inmigrantes tempranos que buscaron asentarse al interior de la provincia, alcanzaron -salvo casos específicos como el irlandés- rápidamente el primer escalón hacia la integración, "fusionándose" con el resto del espectro social. Estaban obligados a ello; lo que por otra parte no impedía que mantuvieran ciertas costumbres o reflotaran tradiciones en el nuevo medio que les presentaba ante el resto de la sociedad como una colectividad extranjera. Como veremos en el apartado sobre la integración social, la imprescindible conformación de comisiones o grupos de trabajo, ya para arreglar la Iglesia del pueblo o el cementerio; tender el alumbrado u otro servicio público; contrarrestar alguna epidemia, o defenderse de un ataque indio; son ejemplos claros de actitudes integracionistas que ocultan mal las necesidades y presiones del medio. Más difícil resulta observar el momento en que atravesaron el umbral de la asimilación estructural (casamientos mixtos, pérdida de identidad). A priori puede suponerse que la etapa temprana, antes de 1880, no presentaba características apropiadas para que esto sucediese. Cuesta pensar en una predisposición generalizada hacia los casamientos mixtos y el desarrollo de una nueva identidad basado en la sociedad receptora antes de las primeras décadas de este siglo. Principalmente porque la sociedad local -al menos la bonaerense- se encontraba desbordada por los extranjeros en todos sus ámbitos. En segundo lugar porque, como veremos más adelante, el comportamiento de los inmigrantes -como era de esperar- no era automático ni planificado, a la vez que no pendulaba entre identidades o costumbres polarizadas. Aquellos sujetos, de carne y hueso -que debieron luchar a diario contra sus impulsos de asentarse y regresar- aceptaban pautas que les presentaba el medio bonaerense; a su vez conservaban costumbres portadas desde sus lugares de origen; esto no les impedía introducir -con más o menos éxito- nuevos mecanismos sociales o culturales adaptándolos para la nueva situación.
No debemos olvidar que nuestro período de estudio es extenso -y por ende que sufrió cambios sustanciales- por lo que cabe esperar la posibilidad de que la experiencia de integración haya variado, por ejemplo a partir de los años 80. Para el caso vasco, como para aquellos grupos nacionales que iniciaron su arribo en forma temprana, estamos convencidos que no se puede analizar la integración social finisecular sin tener en cuenta la base social consolidada por sus antecesores. Este caso es muy claro al respecto, no sólo por el uso frecuente de la inmigración en cadena, sino por una imagen "positiva" que la sociedad nativa se formó de los vascos colonizadores de la Pampa. El estudio de distintos ámbitos de sociabilidad "vascos" -almacenes, fondas y hoteles de dueños euskaldúnes- habituales en casi todos los puntos de la provincia, hicieron las veces de bisagra entre dos períodos que se nos presentaban como diferentes. Aquellos establecimientos -como ampliaremos- aparecen en los alrededores de 1860 y declinan entre 1930/40. Para este punto hemos abordado fuentes de diversa calidad; desde almanaques, mapas, guías, agendas, fotos y periódicos de la época, pasando por Libros de Contabilidad y legislación pertinente, hasta reportajes a los propietarios y principalmente descendientes de aquellos establecimientos.
No queremos dejar este apartado sin pensar, al menos pensar, que un porcentaje significativo de aquellos inmigrantes debió asimilarse a la sociedad nativa sin estrategias de por medio. Enamorarse de una nativa o tener un par hijos pudo ser una buena razón para quedarse; sumar varias propiedades en su haber, otra más calculadora pero no menos irreal. Muchos inmigrantes se nos escapan por rendijas que dejan los marcos teóricos en los que queremos encapsularlos. En buena hora.
Reconstruir cualquier fenómeno histórico que involucre a los vascos supone, empero, un trabajo problemático y con un inevitable margen de error. Su asentamiento bajo las denominaciones nacionales española o francesa obliga a la selección por apellidos; sin embargo, la particularidad del apellido vasco caracterizado por un número limitado de terminaciones más el porcentaje de certeza que brindan -en el caso de las cédulas censales o registros parroquiales- los datos de pertenencia a las nacionalidades española o francesa, facilita en cierta forma la tarea.
Lamentablemente, no contamos -salvo excepciones como el Censo Municipal de la ciudad de Buenos Aires, 1855- con el origen provincial o regional de los inmigrantes; los encargados de realizar el Censo sólo tenían que solicitar aquel dato a los nativos. De todos modos, en aquellos casos en que se pueden cruzar los datos nominales con los del origen regional se subevalúa claramente la columna de los apellidos. Esto nos permite pensar que nuestro análisis se moverá en un universo de vascos inferior al real, pero nunca sobrevalorado.
En distintas oportunidades, las fuentes nos obligan a movernos con apellidos sin la valiosa colaboración de la nacionalidad. Esto ocurre principalmente en los periódicos, recuerdos de viajeros o contemporáneos, Libros de contabilidad y Guías de productores o comerciantes; en esos casos contamos -como interesantes aunque insuficientes correctores- con referencias censales hasta 1895 y con el recuerdo de los entrevistados o descendientes. El contexto suele ser otro mecanismo de ajuste aproximado, de allí que la investigación intente agotar el estudio de cuatro zonas, tomando el menor número de ejemplos aislados de otras regiones. También -en ciertas oportunidades muy precisas- alguno de los nombres de la persona pueden convertirse en un factor de decisión. Tras haber analizado miles de casos, la experiencia nos permite prestar una consideración especial -ante casos dudosos- a aquellos que lleven nombres como Fermín, Juan, Micaela, Bautista o Anita.
Es por todo ello fundamental clarificar, desde un principio, la identidad de nuestro objeto de estudio. Entre otras cosas porque ésta sufrirá transformaciones a lo largo del período de análisis. Los vascos, nuestro sujeto histórico a recuperar, son españoles y franceses. Esto es así, claramente, debido a que su territorio está dividido durante todo el período de estudio en provincias o Departamentos que pertenecen a uno u otro Estado Nacional. Pero también porque no presentan -hasta 1885/90- un claro sentimiento colectivo de pertenencia nacional a algo distinto de aquello. Esto resulta mucho más evidente -por una serie de razones que van desde la ubicación geográfica, los fueros, hasta las políticas diferenciales impartidos por ambos Estados que los subsumieron- en la región continental. En el período que nos ocupa, en España -y más allá de que se señalen como vascongadas- la región ocupada por los euskaldúnes se corresponde con cuatro provincias pertenecientes al Estado español; mientras que en Francia, Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa se transformaron en Departamentos de los Bajos Pirineos. Esto explica porque, una vez en suelo argentino, los vascos -al menos al interior de la provincia de Buenos Aires- participan indistintamente en instituciones o eventos junto a españoles y franceses.
Pero como adelantábamos al principio, esta "seudoidentidad" de los vascos cobrará mayor nitidez a medida que transcurra el siglo XIX. Los vascos son un ejemplo difuso de pueblo o nación sin estado. Precisamente -aunque la pertenencia territorial e institucional autónoma sea reciente- el sentido de pertenencia a un grupo "distinto" del español y en menor medida del francés se fortalecerá paralelamente al desenvolvimiento del fenómeno migratorio. De alguna manera se podría conjeturar que los inmigrantes vascos representaron un pilar fundamental -y un antecedente- para el surgimiento de las ideas nacionalistas de Sabino de Arana en 1880/90. Tras la derrota de la segunda guerra carlista -a lo que se sumó la pérdida de los fueros y la obligación del servicio militar- y la aparición de Arana, algunos procesos que se habían gestado lejos de la patria se conjugaron para brindarle mayor nitidez a la identidad euskalduna.