En 1945 recibe en Estocolmo el Premio Nobel, en las fiestas de Santa Lucía. En la solemne ceremonia del Ayuntamiento, cuando habló Gabriela, dijo entre otras cosas:
"Esta mañana cuando abrí mis ojos, pero con circunstancias que aún me hallaba en el límite entre el sueño y la realidad, yo te contemplé, Lucía. Y deseo que siempre me despiertes, sea cual fuere el país en donde esté. En tu vestido blanco ostentas una roja llama encendida, y puede ser que tú ilumines, con esta misma llama, en dondequiera que reine la frialdad".
La prensa de América realza la noble ceremonia. "El Tiempo", de Bogotá:
"En la Corte de Suecia la rodean los reyes y príncipes como en un cuento de hadas que olvidara redactar Selma Lagerlof, cronista de dulzuras y de milagros. Y Gabriela permanece, sin embargo, tal como siempre, humilde, amable, decorosa y melancólica. No la ciega el resplandor de las joyas y condecoraciones, no le produce vértigo su propia gloria".
A preguntas de la revista "Adam", de Londres, en enero de 1946, dijo G. Mistral:
"Si el Premio Nobel ha sido un honor para mi país, siento que no se le haya dado a Neruda, que es nuestro más grande creador".