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Argentina. Inmigrantes vascos 1840-1920

Ahora bien, en estas tierras, con esa población y con el marco internacional imperante, ¿quiénes, qué y cómo producían entre 1840 y 1920? La historia de la provincia de Buenos Aires en el siglo XIX es también la del proceso complejo, discontinuo y con frecuencia contradictorio de desarrollo y consolidación de una sociedad capitalista. El comercio libre y la crisis de la ganadería en Entre Ríos y la Banda Oriental, pese a la creencia generalizada, quizá no fueron dos motivaciones esenciales -aunque reales- para la expansión ganadera porteña a partir de 1810. De aquél proceso ha perdurado una imagen de la campaña rioplatense obstinada en mostrar un amplio espacio casi vacío con unos pocos hombres diseminados aquí y allá y enormes hatos de ganado semisalvaje que literalmente inundaban sus campos. Coincidimos con Juan Carlos Garavaglia acerca de que, evidentemente, a ojos de viajeros europeos acostumbrados a una vida campestre como la imperante en Inglaterra o de funcionarios criados en el norte de España, éste era efectivamente un enorme espacio vacío. Pero la historiografía ha exagerado esta visión y al hacerlo ha perdido de vista la complejidad de la vida rural que subyace bajo esta aparente chatura.

Nadie puede dudar, empero, que la base para la expansión fue la exportación de cueros: a lo largo del siglo XIX nunca constituyeron menos del 60% del total de las exportaciones. El resto estaba conformado en buena parte por exportaciones complementarias de las del cuero, básicamente carne salada y sebo, pero también astas, huesos, abono y crin. Entre 1830 y 1852 pese a los vaivenes de una etapa histórica agitada, Buenos Aires prosigue su expansión ganadera iniciada en el decenio anterior. A partir de la tercer década se asiste a la difusión de la grasería. El vapor que extrae la grasa de las reses enteras permitía ofrecer a los mercados ultramarinos productos capaces de batir el precio del sebo ruso. El estímulo para el crecimiento de la actividad ganadera obedeció en todo momento a la progresiva demanda internacional de productos pecuarios, no obstante hasta aproximadamente 1850, dominase sobre el marco internacional una situación negativa que resultaba de las deficiencias del transporte ultramarino, las que alejaban a enormes zonas de potencial riqueza de los mercados mundiales.

Respecto a la producción predominante, durante buena parte del período el núcleo social y económico más importante fue la estancia. Su carácter extensivo, con inversión de poco capital inicial (prácticamente el ganado) y ninguna en tecnología; abundancia del factor tierra y necesidad de poca mano de obra (generalmente estacional), en parte proporcionada coercitivamente -aunque con un resultado poco exitoso- por el Estado a través de la obligación del uso de la papeleta de trabajo a los nativos. Este modelo fue apropiado (para el momento y lugar) hasta la caída de Juan Manuel de Rosas. Según algunos autores se correspondía con los escasos recursos y pocos capitales existentes; por que había demanda internacional de esos productos; y por que no era irracional importar granos a bajo precio por la escasez de población que no alentaba el desarrollo agrícola.

Pero al promediar el siglo pasado el modelo de producción resultaba arcaico. La falta de tecnología hacía que sólo se lograra el crecimiento sobre la base de una expansión continua, además de contar con limitados productos para ofrecer. Luego, la producción por excelencia desde 1820 -vacuna- comienza a compartir privilegios con la ovina. En muchas zonas de la provincia, las ubicadas a 30 ó 40 leguas de la ciudad puerto, desde alrededor de 1840 comienza a considerarse a la explotación del ovino como más remunerativa que la del bovino. Una vez más la coyuntura internacional jugará un papel clave en la diversificación productiva. Al principio, los mercados fueron Estados Unidos e Inglaterra y luego el continente europeo (Francia, Bélgica). El reacomodamiento de la estructura productiva bonaerense trajo aparejado una serie de cambios que mucho tuvieron que ver con el futuro de cientos de vascos. Entre ellos, gran expansión de la demanda de mano de obra, vertiginoso crecimiento del rebaño en pocos años, cambios en la calificación (prácticas y conocimientos que desconocía el nativo y portaban algunos inmigrantes como vascos e irlandeses), multiplicación de puestos de trabajo no sólo en las estancias sino también en las ramificaciones urbanas y transporte.

La etapa 1850/1890 fue decisiva y en lo interno se tradujo en la aceleración del proceso de consolidación del capitalismo en la región. En Buenos Aires fue el período de conformación del mercado de tierras, durante el cual se completó el proceso de transferencia de tierras públicas a manos privadas; de la organización de un mercado de trabajo a partir de la extraordinaria expansión de la demanda de mano de obra asalariada y de la conformación -más bien consolidación, ya que siempre la hubo- de una fuerza de trabajo libre; también de la transformación acelerada de aquella empresa rural típica, la estancia, célula impulsora del crecimiento productivo y de la consolidación de una clase de terratenientes que combinaban la propiedad de la tierra y la organización capitalista de sus empresas con la administración de sus intereses rurales.

Se puede afirmar que desde entonces la provincia ingresa en una etapa acelerada de construcción de un orden económico capitalista y donde la conformación de un mercado de fuerza de trabajo libre constituyó un aspecto central del proceso. Se trata, por un lado, de la canalización hacia el mercado de esa parte de población local que hasta entonces sólo participaba de él en forma esporádica y por otro, de la incorporación de los cada vez más numerosos inmigrantes. Como fuera, entre los años 1840/80 la provincia porteña crecía y se multiplicaban las oportunidades de trabajo, muchas de ellas altamente rentables. Los vascos tempranos las aprovecharon, como aprovecharon también la inserción excepcional que brindaba la llegada a zonas nuevas de frontera.

La sociedad rural de la década de 1880 no solamente era diferente en el interior de la estancia, lo era mucho más por fuera de sus alambrados. El vigoroso proceso abría oportunidades para medianos y pequeños productores tanto argentinos como inmigrantes; para nuevos pulperos y comerciantes de campo; acopiadores; barraqueros; dueños de carros; etcétera. Maestros, médicos, artesanos, empleados, dependientes y trabajadores en general, integraban esa población que se multiplicaba en toda la provincia. En la campaña, el mundo de los gauchos, arrieros y troperos iba quedando atrás, mientras familias de pastores y puesteros vascos, irlandeses y escoceses poblaban el nuevo paisaje humano. A éste se irían sumando luego los trabajadores italianos y españoles, atraídos primero por tareas temporarias urbanas o periurbanas -comercio, artesanías, hornos, huerta- y más tarde por otras más alejadas de los pueblos como el alambrado de los campos o el trazado de los ferrocarriles y la agricultura.

Para los que optaran por asentarse en los pueblos y ciudades los beneficios no eran menos interesantes. Allí se multiplicaban las oportunidades para una amplia gama de oficios; todo estaba por hacerse. Como sostienen Hilda Sábato y Luis Alberto Romero, existía un atractivo adicional. En los pueblos nuevos, pero incluso en la misma ciudad de Buenos Aires, a diferencia de lo sucedido en los países de origen de los inmigrantes el capitalismo no ahogaba a los artesanos; en muchos casos la gran industria se veía complementada por aquellos, quienes cubrían parte de ese mercado consumidor que ésta no alcanzaba a satisfacer.

Pocos grupos migratorios deben contar con asociaciones e imágenes almidonadas, largamente repetidas -y poco estudiadas- como los vascos. Si improvisásemos una encuesta sobre la idea que se tiene de ellos, no caben dudas que el resultado sería -aparte de un sujeto terco pero noble y de confianza- un lechero, alambrador o carretero, y se lo ubicaría espacialmente en una zona rural. Sin entrar a analizar de dónde se nutre el recuerdo popular para ello -ya que no es este el momento para hacerlo- sí podemos detenernos a pensar por que se los ha asociado siempre al campo.

En primer lugar ha sucedido que buena parte de las fuentes que ligaron a los euskaldúnes al campo los visualizó desde la ciudad de Buenos Aires. Resulta frecuente encontrar referencias acerca de que los vascos no eran propensos a quedar allí, sino a marchar a la frontera o la campaña. Y esto es cierto, lo que no es comprobable es que marchar de Buenos Aires fuera siempre dirigirse al campo. Muchos de aquellos -que contaban oficios que no los ligaban al campo: panaderos, zapateros, carpinteros, ladrilleros- iban tras las oportunidades que brindaban los nuevos pueblos de la provincia.

En segundo lugar nos encontramos con un problema ligado a las fuentes. ¿Cómo estimar los porcentajes de vascos en el campo sin analizar las cédulas censales, contabilizando cuarteles rurales y urbanos? Ya hemos visto los guarismos para algunos pueblos discriminados por cuarteles. Pero allí no desaparecen las dudas. En muchos sitios se da el caso de que hay mucha gente asentada en cuarteles rurales pero predominan los que trabajan en oficios urbanos. Una cosa es vivir en el campo, casi como un estilo de vida; y otro estar asentado en una chacra o quinta y concurrir cotidianamente al núcleo poblacional. Buena parte del problema deviene del hecho de que la rigidez de las delimitaciones de las libretas censales era desbordado por la gente que llegaba a la provincia. Las fuentes iban retrasadas respecto a los pobladores de cada lugar. Incluso se podría arriesgar, para 1869, que las demarcaciones quedaban en manos de los censistas o eran improvisadas ese mismo día.

Ha sido también frecuente en la historiografía, que se asocie automáticamente a los vascos a tareas agropecuarias debido a su pasado campesino y el bagaje cultural que portaban. El sentido común ha creído que los migrantes de un pueblo básicamente campesino ahogado territorialmente como era Euskal Herria, no dudarían al enfrentarse con la inmensidad de la Pampa en proseguir en aquella actividad. Esto es puramente teórico y poco probable. No hay que pensar mucho para imaginar que todos los inmigrantes no podían ser campesinos. En buena parte del período predominaron incluso aquellos provenientes de ciudades, principalmente artesanos. Pero aunque hubiesen prevalecido los campesinos, hay tantos autores que afirman que preferirían continuar en tareas del campo, como los que creen que cansados de las penurias agrícolas, los riesgos de las cosechas y pestes, una mayoría no hubiese dudado en cambiar de ámbito.

Seguramente el estereotipo del vasco que marcha a trabajar al campo se afianza al momento de efectuar comparaciones con otros grupos nacionales, como también a partir del monopolio de algunas actividades fundamentales en su lugar y momento (pastores, poceros, alambradores, tamberos) además de fuertemente identificadas con el campo. Por último digamos que el éxito resonante de muchos vascos pastores, cabañeros o ganaderos en general tuvo más "prensa" o repercusión bibliográfica que los cientos de euskaldúnes que terminaron sus días como panaderos, zapateros, hoteleros o ladrilleros. Baste con ver los pocos libros que hay sobre los vascos en Argentina y que recopilan principalmente las historias de aquellos euskaldúnes ligados al campo.

De todos modos, el autor de estas líneas también cree que hubo muchos vascos asentados en la zona rural, aunque sea partidario de precisar un tanto más el momento y el sitio. Baste con ver los apellidos actuales ligados al agro, los nombres de sus Establecimientos, principalmente cabañas, inconfundiblemente vascos. No sólo eso. Está convencido que aquellos realizaron un aporte fundamental (más cualitativo que cuantitativo) a la conformación de la estructura productiva agroganadera y su diversificación en un momento clave de la inserción Argentina en la economía mundo.

En primer lugar por su llegada temprana, cuando más brazos se necesitaban. En segundo lugar por el aporte de conocimientos para mejorar aspectos de la ganadería (pastoreo, lechería). En tercer lugar, por que los vascos se ocuparon de tareas (fundamentales por cierto) poco atractivas para nativos y otros grupos nacionales: principalmente las que se realizaban de a pié o ligadas a la pala; por último, por que tal como adelantábamos al principio los vascos no se quedaron mayoritariamente cerca del puerto y contribuyeron a poblar el territorio. Sobre todo a partir de que una vez asentados en los nuevos pueblos, los vascos eran partidarios de mandar a llamar a sus novias, esposas, hijos y padres, para "redondear" las familias.

Ahora bien, los vascos ya están en el campo, ¿en qué trabajaron, qué aportaron? Si reconstruimos un camino laboral imaginario desde la llegada de los inmigrantes al puerto, podríamos decir que los primeros puestos de trabajo no eran rurales sino que estuvieron ligados a las embarcaciones menores, embarco y desembarco de mercaderías y personas con pequeños carros. En el área rural, los primeros trabajos cercanos al puerto consistían en convertirse en abrojero o pastero en las chacras de los alrededores de la ciudad. Un negocio rentable de entonces estaba ligado al abastecimiento de miles de bueyes que llegaban con los carreteros al puerto. Cabe aclarar que este recorrido que haremos es puramente analítico, ya que no desestimamos que un porcentaje interesante de los trabajadores que ubicaremos en los pueblos también pudo desempeñarse en la zona rural (entre ellos los carniceros, cocineros, sirvientas, comerciantes). También recordar sobre la estacionalidad de las tareas que obligaba a cambiar de ocupación, intercalando tareas en cualquiera de los dos espacios. Nosotros hemos recogido la imagen congelada de lo que sucedía el día del Censo en dos momentos del siglo pasado. El jornalero trabajaba en la salazón o la esquila en los picos laborales, pero luego hacía otras cosas, como por ejemplo ser pocero o peón de un hornero. Lo mismo sucede con el quintero o el chacarero que también tienen un pequeño tambito y chanchería. Igualmente el hotelero que tiene campo, o el comerciante que tiene carro. Por último, más allá que ahora mencionemos solamente a los euskaldúnes ubicados en la zona rural, la gran mayoría (aunque se encontrase en un pueblo o en un transporte) estaba de alguna manera sirviendo, apuntalando, el desarrollo de una estructura ganadera de esta provincia.

Observemos en que trabajaban los vascos en algunos puntos estratégicos de la Pampa húmeda. Se trata de un abanico de posibilidades que van desde un ámbito urbano, pasando por otros rurales e incluso de frontera, intentando recorrer al mismo tiempo un arco temporal de más de medio siglo.

Barracas al Norte es un barrio de la ciudad de Buenos Aires (y como era de esperar), no encontramos vascos asentados fuera de lo que era el núcleo urbano y muy pocos casos de oficios ligados al campo: 6 carreros, 4 labradores y 3 quinteros. En las afueras de la ciudad hay 2 horneros vascos. Los 18 peones y 24 jornaleros que allí aparecen sin duda trabajan en barracas, saladeros u otros trabajos urbanos la mayor parte del tiempo.

Trabajadores vascos, Barracas al Norte, 1855
Fuente: Cédulas censales pertenecientes a Barracas al Norte, Censo Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, 1855. AGN
Oficio Oficio Oficio
Albañil 1 Herrero 4 P/saladero 19
Alpargatero 1 Hojalatero 2 Propietario 2
Carnicero 1 Hornero 2 Quintero 3
Carrero 6 Jornalero 24 Sirvienta 20
Carpintero 26 Labrador 4 Talabartero 1
Cocinero 17 Lavandera 6 Tonelero 1
Comerciante 31 Panadero 6 Trabajador 12
Costurero 2 Planchador 1 Zanjeador 1
Dependiente 7 Peón 18 Zapatero 1
Grasero 4 P/barraca 18    

En el mismo sitio, 14 años después, encontramos 1 agricultor, 1 estanciero, 1 pastero, 10 quinteros, 13 carreros y un lechero (que seguramente era también tambero). También 15 horneros.

Trabajadores vascos, Barracas al Norte, 1869
Fuente: Cédulas Censales pertenecientes a Barracas al Norte, Primer Censo Nacional, 1869
Oficio Oficio Oficio
Agricultor 1 Dependiente 13 Panadero 2
Albañil 7 Doméstica 5 Pastero 1
Alpargatero 3 Estanciero 1 Planchadora 4
Artesano 1 Ferroviario 3 Peón 89
Aserrador 1 Herrero 6 P/barraca 8
Barbero 1 Hojalatero 3 P/quintero 8
Capataz 5 Hornero 13 P/saladero 94
Carnicero 7 P/hornero 2 Quintero 2
Carrero 13 Jardinero 1 Rntista 1
Carpintero 27 Jornalero 76 Rondador 1
Cocinero 19 Lanero 1 Sirvienta 29
Colchonero 1 Lavandera 16 Sastre 2
Comercio 8 Lechero 1 Talabartero 1
Confitero 2 Lotero 2 Tonelero 5
Corredor 1 Maestro 2 Zapatero 7
Costurero 19 Marinero 4    
Curtidor 6 Músico 1    

A escasa distancia de allí, en Barracas al Sud, aparece un número mayor de euskaldúnes empleados en tareas rurales. Junto a los 11 carreros, hay 4 chancheros, 2 chacareros, 11 horneros, 31 labradores, 14 lecheros, 1 pastor y 24 quinteros. Una lectura de los puestos que predominan en aquel sitio como son los 277 jornaleros, 124 peones de saladeros, 26 panaderos, 40 carpinteros, 71 comerciantes, 24 albañiles, no deja duda sobre el tipo de tareas que sobresalen. Los vascos, sobre todo franceses, se dirigían a ese sitio a ofrecerse en los saladeros y barracas.

Trabajadores vascos, Barracas al Sud, 1869
Fuente: Cédulas censales pertenecientes a Barracas al Sud, Primer Censo Nacional, 1869
Oficio Oficio Oficio
Albañil 9 Costurera 12 Panadero 26
P/albañil 15 Dependiente 29 Pastor 1
Alpargatero 5 Doméstica 13 Peón 98
Capataz 1 Fabriquero 1 P/barraca 1
Carnicero 1 Ferroviario 3 P/saladero 124
Carrero 1 Herrero 19 Propietario 11
Carpintero 40 Hojalatero 4 Puestero 1
P/carpintero 2 Hornero 2 Quintero 24
Chanchero 4 P/hornero 9 Talabartero 8
Chacarero 2 Jornalero 277 Tonelero 4
Cocinero 19 Labrador 1 Sirvienta 29
Comercio 1 Lavandera 1 Zanjeador 1
Confitero 1 Lechero 14 Zapatero 12

Pero los sobrantes de los animales arrojados al riachuelo, hicieron que en 1869 brotara una epidemia de fiebre amarilla. Los saladeros fueron clausurados y obligados a instalarse en zonas alejadas de las grandes concentraciones urbanas. Algunos vascos volvieron a Euskal Herria; otros emplearon los ahorros conseguidos con salarios altos e invirtieron en un comercio, un carro o un par de vacas para convertirse en lecheros. Los más decididos siguieron viaje hacia el sur.

Precisamente en esa dirección, antes de llegar al río Salado, se halla una región que se convertiría desde 1845 en la productora por excelencia de lana, vital de la misma. El partido de Chascomús es un cabal representante del auge lanar que se da entre 1845-1875; sin duda el trampolín de cientos de vascos que lograron progresos impensables en su patria de origen. Aquí sí es posible encontrar un porcentaje importante de vascos realmente asentados y trabajando en la zona rural.

Al momento del Primer Censo Nacional llevado a cabo por el Presidente Sarmiento, se podía encontrar allí a 18 hacendados, 4 arrendatarios, 2 estancieros, 5 puesteros, 16 medianeros, 80 pastores y 2 troperos vascos ligados al mundo rural. Un poco más cerca del pueblo, encontramos 48 horneros (mitad dueños, mitad empleados), 3 lecheros, 10 quinteros y 4 zanjeadores. A esto habría que agregarle que los 116 peones y 71 jornaleros vascos que en este punto sí debieron verse frecuentemente implicados en tareas de campo. También es posible -como era frecuente en el interior de la provincia- que varios de los 57 comerciantes vascos se encontraran instalados en alguna esquina de campo, con un surtido almacén de Ramos Generales.

Trabajadores vascos, Chascomús, 1869
Fuente: Cédulas Censales, Primer Censo Nacional, 1869
Oficio Oficio Oficio
Albañil 12 Estanciero 2 Planchador 3
P/albañil 1 Ferroviario 2 Peón 116
Arrendatario 4 Hacendado 18 P/saladero 35
Capataz 1 Herrero 5 Propietario 1
Carnicero 1 Hornero 24 Puestero 5
Carrero 33 P/hornero 24 Quintero 5
P/carrero 1 Jornalero 71 P/quintero 2
Carpintero 29 Labrador 31 Sirvienta 30
Cocinero 14 Lavandera 7 Tropero 2
Comerciante 57 Lechero 3 Tonelero 1
Costurera 8 Medianero 16 Trabajador 12
Dependiente 19 Panadero 4 Zanjeador 4
Doméstica 1 Pastores 80 Zapatero 18

Entre aquellos vascos que pujaban para entrar al rentable negocio de la lana, había otros tantos que aprovechaban la coyuntura económica ofreciendo múltiples servicios. Panaderos, quinteros, carniceros, cocineros y labradores comida para pastores y no pastores. Albañiles, herreros, carpinteros y horneros, ofreciendo materiales y oficio para construir las casas de los recién llegados o los que habían juntado los ahorros para emprenderlas. Costureras, lavanderas, dependientes, sirvientas, ofreciendo sus servicios para apuntalar el magro sueldo de sus maridos o sobrevivir hasta conseguir enamorar a alguien. Zapateros y costureras remendando los humildes roperos de la época, lo "puesto" y lo que se usa el domingo. Como se ve, aquí o en cualquier otro sito que presentase una oportunidad de trabajo excepcional, se abrían otras tantas posibilidades de ahorrar en un abanico de oficios, muchas veces -aunque no necesariamente- apuntalando a aquellos que habían conseguido conchabarse en el boom coyuntural. Tal como sucedió durante la fiebre del oro californiano, no fueron los buscadores sino los vendedores de mulas, picos y velas quienes se aseguraron un progreso material.

Treinta años después, en 1895, cuando el negocio inigualable del lanar era un recuerdo y la provincia había alcanzado sus dimensiones actuales, en Chascomús vemos que aumentó el número de jornaleros pero descendió el de peones. También merman las cifras de los trabajadores rurales especializados (que ahora son lecheros y alambradores); sólo quedan 13 de aquellos 80 pastores y ahora 41 se declaran puesteros. Muchos de aquellos se encuentran dentro de otra categoría que ha aumentado notablemente: los empresarios ganaderos y los pequeños empresarios agrícolas. Es destacable también que mientras Chascomús contaba en 1869 con pocos lecheros, al finalizar el siglo, éstos más los tamberos sumaban 61. A ello nos referimos al opinar que la construcción de los estereotipos laborales de los inmigrantes tiene su génesis en momentos y regiones concretas.

Aquellos vascos productores de leche se encontraban agrupados en cuatro de sus cuarteles rurales (5, 6, 7 y 9) de la siguiente manera: 43 vascos declararon ser tamberos, mientras que 18 manifestaron ser lecheros. Los vasco-franceses sumaban 23 tamberos y 7 lecheros mientras que los vasco-españoles 20 tamberos y 11 lecheros. Treinta y 2 de esos tamberos se encontraban organizados familiarmente, y el resto lo hacía sólo o ayudado por peones. En los casos de tamberos o lecheros con hijos argentinos, hemos podido saber que 8 llevaban entre uno y 5 años en el país -y posiblemente en la región-; 6 entre seis y diez años y 9 más de once años. Estas cifras parecen indicar que la producción tambera era iniciada luego de un período de asentamiento -y de ahorro- en la zona. La ayuda de paisanos parece haber sido una de las claves del éxito vasco en esta producción. Pero sin duda debió haber más vascos lecheros o tamberos que los contabilizados; potencialmente, y excluyendo a los peones, alrededor de 230 vascos (empresarios ganaderos, productores agrícolas, trabajadores rurales especializados) pudieron estar ligados -quizás parcialmente- con actividades lácteas. Muchos de los puesteros -que declararon ser peones- estarían a cargo de la actividad en las estancias que trabajaban, ya para consumo interno o para comercializar. Un sencillo ejercicio analítico nos permitirá comprobar no sólo la movilidad de los euskaldúnes en pos de mejores trabajos, sino también los progresos experimentados por algunos de ellos en cada zona.

Para verificar estos anunciados generales, y a tono con los nuevos enfoques más antropológicos, hemos realizado el seguimiento de algunos vascos entre ambos momentos del siglo pasado. El ejercicio consistió en tomar de las Cédulas Censales de 1895, cien casos de vascos/as de distintos oficios y ocupaciones y cuyo único requisito era tener 45 años o más, lo que nos aseguraba que en 1869 contasen con edades laborales. El resultado se ajusta a nuestro supuesto inicial: sólo constatamos la presencia de once vascos en los dos momentos. Se debe tener en cuenta, junto a la movilidad aludida, la esperanza de vida mucho más corta, la posibilidad del retorno, etcétera. El resultado de los inmigrantes encontrados no tiene que hacernos pensar mucho más allá de las tendencias generales que vimos en el cuadro; incluso no debe permitirnos olvidar toda una gama de posibilidades por los que atraviesa una persona a lo largo de su vida y que pueden moldear su condición laboral. Todo ello sin olvidar las apetencias -o conformismos- individuales, que pueden hacer variar las alturas posibles del techo a alcanzar.

Los vascos y el progreso en 26 años. Once casos, Chascomús, 1869/1895
Fuente: Elaboración propia sobre la base de Cédulas Censales. Primer Censo Nacional (1869) y Segundo Censo Nacional (1895), AGN
Apellido 1869 1895  
Edad Ocupación Edad Ocupación
Arenaza Fernando 39 Farmacia 64 Farmacia
Ochoa Segundo 26 Albañil 50 Hacendado
Esponda Juan 24 Trabaj. rural 50 Criador
Bicondo Juan 20 Trabaj. rural 45 Criador
Iriarte Ramón 40 Peón chacra 69 Propietario
Inchauspe Martín 40 Hornero 66 Jornalero
Harbeleche Domingo 39 Tropero 66 Propietario
Etchegoyen Bernardo 45 Tropero 70 Propietario
Mendiburu Catalina 31 Ama de casa 55 Propietario
Unanue Domingo 25 Comercio 51 Hacienda
Unanue Ignacio 48 Comercio 74 Rentista

¿Quién puede dudar que a primera vista el grupo alcanzó progresos notables? Si observamos las situaciones de partida, salvo los hermanos Unanue (y es posible que su comercio consistiera en un salón alquilado con un mínimo de mercadería) todos partieron de condiciones similares, sin ocupaciones u oficios que demandaran un capital inicial o herramientas costosas. Un caso curioso es el de Arenaza, que en ambos momentos se presentó como farmacéutico; en la primera de las fechas era viudo y con 3 hijos a cargo. Curioso por que es el antimodelo de inmigrante, principalmente dado que (salvo que fuese un carlista exiliado) esa profesión le permitiría adecuarse bien a la Europa decimonónica. Pero doblemente atípico, aunque deberíamos investigar más, por que Arenaza no parece haber usado sus conocimientos para capitalizarse y adquirir campos u otras propiedades en Argentina.

Respecto a Catalina Mendiburu, en la primer fecha era ama de casa y cuidaba de sus 5 hijos, mientras su marido Nicolás dedicaba las horas del día a pastar su hacienda. No sabemos cuando enviudó, pero sí que su marido murió dejándoles un buen pasar que sólo tenía que conservar. El caso de los Unanue es ilustrativo sobre el comercio como trampolín para inversiones mayores.

Por último, el caso de Martín Inchauspe (que a primera vista parece ser el único que no logró progresar hacia la independencia y la capitalización) merece un párrafo aparte. ¿Qué pasó con su horno de ladrillos? ¿El horno no permitía suficientes ingresos para mantener una esposa y 6 hijos? ¿Le fue mal y decreció luego de la crisis lanar cuando Chascomús se convierte en zona de paso y se construye menos? ¿Acaso está lisiado o enfermo a la vejez? Todo ello es posible; pero también que haya vendido bien su horno de ladrillos y que posee hacia fines de siglo una o dos propiedades en el pueblo o que su mayor ingreso es el alquiler de alguna de ellas. La condición de jornalero, a mi criterio, esconde posibilidades que no brinda la condición de peón. Si bien el jornalero trabaja salteado, cuando surge una tarea, esa libertad le permite tomar un abanico mayor de oportunidades que resultan privativas para el peón. Podemos decir, acaso, que el jornalero suele ocultar la destreza o el conocimiento en algún trabajo que por ello mismo se convierte en digno y rentable.

Una última mirada nos permite comprobar también la tendencia finisecular de los vascos a desempeñarse en tareas rurales. Si nos situamos en el punto de partida, el 40% de los casos se encuentra ocupado en tareas urbanas y el resto en rurales o semirurales (por ejemplo hornero). Al final del período, el número de vascos en tareas pueblerinas ha descendido en detrimento de las rurales. La posibilidad de contar en el Censo de 1895 con el dato de propietario, nos ha permitido verificar que de los once casos en cuestión, ocho han accedido a dicha categoría, uno no lo ha hecho y en los dos casos restantes no aparece dicho dato.

Si hubo un oficio en el que se destacaron los vascos, y que representa a la totalidad de las zonas que estudiamos, este fue el de carrero. No es imposible encontrarse con alguna imagen popular, aunque por cierto menos nítida, de los euskaldúnes ligados a ese rubro. Compartido por vascos españoles, gallegos y provincianos, resultó fundamental para el funcionamiento del aparato productivo, el poblamiento y el aprovisionamiento de fortines. Esto -aunque en forma decreciente- hasta la segunda década del siglo XX, cuando los camiones comenzaron a entrar en los campos a buscar la producción.

"Me encontré una vez con un vasco inmigrante cuya historia es una demostración de los resultados que pueden alcanzarse. Llegó este hombre al país hace dos años (1846) y una vez familiarizado con las costumbres de la población empezó a viajar con un carro por la campaña, acopiando cueros de oveja y cerdas de bagual que vendía luego en Buenos Aires. Al poco tiempo sacaba una utilidad líquida de cinco libras esterlinas mensuales. Ahora es propietario de una majada de ovejas... y se ocupa de arar."

W. Mac Cann

Si bien demandaba una inversión inicial considerable no era difícil recuperar y multiplicar aquél capital; el acopio de productos por las estancias -por el cual hacia 1860 se pagaba hasta un cincuenta por ciento del precio real de los productos- era una de las maneras más rápidas. Al momento del Primer Censo Nacional, 13 vascos se declararon carreros en Barracas al Norte, 11 en Barracas al Sud, 33 en Chascomús, 4 en Tandil y ninguno en Lobería. En 1895 -y en buena parte por la aparición del ferrocarril- las cifras descendieron a 2 carreros en Chascomús, 4 en Tandil y 7 en Lobería. No es necesario aclarar que nos referimos a aquellos trabajadores que se declaran carreros, y que efectivamente poseen un carro para realizar todo tipo de diligencias con él. Es por ello que no debemos asimilar carreros con cantidad de carros en la provincia. En ambas fecha -pero principalmente en la primera- el número de carros que se ocupaban de hacer acopio, mudanzas u otras tareas debió ser mayor, ya que muchos de los comerciantes censados conta¬ban con un carro como actividad complementaria para comerciar en la zona. Un inmigrante vasco visionario como Pedro Luro funda (en 1853) un almacén en Dolores con un cuñado. Deja al frente del mismo a su esposa y a su hermano dedicándose desde entonces a recorrer la Pampa comprando animales, lanas y cueros. La imagen del carrero vasco pudo prevalecer y fijarse en el recuerdo, como en el caso de Suárez García, por la movilidad propia del oficio, que surcaba de punta a punta el territorio pampeano.

"Hacia 1865 recorrían el camino de Buenos Aires a Lobería las tropas de Insaurralde, Carreras, Larrosa.

Siguieron las de Bernardo Goñi, Durquet, Pedro Elisondo, Laturgaray, etcétera. Entre los años 1880 y 1894 partiendo de Ayacucho o de Tandil, se sucedieron las tropas de Irastorza, Otaño, Vidaburu, etcétera."

Teniendo en cuenta que la carreta se completaba con pedidos de toda índole (y con trabajadores o familias que iban de un pueblo a otro), no es difícil imaginar -a parte de ser el centro de atención de los vecinos- los beneficios de cada viaje se lograban. El carrero, con su indumentaria representativa de los vascos, supo también aportar otros elementos para que la gente los asocie desde el presente. El nombre dado a algunas diligencias o galeras que surcaban la Pampa llevando pasajeros y el correo fue uno. La parada en decenas de pueblos o sus alrededores, siempre en el almacén o la fonda de un connacional, para cambiar los caballos y que la gente se refresque, hicieron el resto.

Respecto al comercio -ocupación que no contó con una ubicación precisa- la participación vasca merece una atención especial. Esta fue sin duda una actividad a la que los vascos se ligaron prontamente en América. La gran mayoría comenzando como dependiente en el almacén de un familiar antes instalado, muchos de los cuales alcanzaron a convertirse en socios o dueños del mismo; otros iniciándose modestamente luego de lograr reunir un capital en otra ocupación, generalmente rural. Hubo vascos que se convirtieron en comerciantes como complemento de alguna actividad, por ejemplo los carreteros, que bien pronto se dieron cuenta de las ventajas del acopio por la campaña. Desde 1880/90 y hasta 1940 -y si se nos permite incluirlo en el rubro- aparecen ganando espacio en las zonas urbanas los hoteles y fondas en manos de vascos, establecimientos que brindaban una amplia gama de servicios.

Como hemos visto anteriormente, el ahorro en la actividad más rentable de la provincia: la cría lanar, debió ser otra vía importante de iniciarse en el comercio. Como fuera -comenta un observador enviado por la revista La Vasconia de fines de siglo pasado- el comercio vascongado en Chascomús es muy numeroso e importante.

"Prescindiendo algunos que, involuntariamente podamos omitir, los establecimientos que por orden alfabético hemos anotado, son de los señores:- Aldalur, Félix: tienda y mercería- Alegría, Máximo: librería- Arenaza, Fernando: farmacia- Armendariz, Domingo: carpintería y mueblería- Arrieta, Asencio: carpintería y mueblería- Arranda Sabas: fonda y café- Arrondo, Nazario: panadería- Aspillaga, Manuel: almacén- Auld y cía (viuda): aunque la casa es inglesa, está bajo la dirección del socio Juan Viscarguenaga- Azum y Etcheverry: lencería- Beamurguía y Furcó: talabartería- Beti, Joaquín: almacén- Echeverría, Francisco: tienda y almacén- Elizalde, Leoncio: almacén y tienda- Elizalde y Sala: matadero y carnicería- Erro e Hijo, Francisco: almacén- Etcheverri, Felipe: carpintería- Ezurmendía, Pedro: sastrería- Goti y cía: almacén- Hidalgo, José: café y confitería- Ibarrarán y Caminos: almacén- Ipiña y Lezcano: almacén- Ipiña, Paez y Cía. : almacén, ferretería y corralón- Iturbide, Aquilino: almacén- Larralde, Pedro: fonda- Martínez, Dauna y cía: saladero- Martínez, Dauna y cía: almacén- Michelena, Juan: almacén- Odriozola, José: almacén- Oyhanart, Juan: panadería- Pellegrini y Durrels: herrería- Peruchena, Pedro: carnicería- Pervieux, Juan: hotel- Salaverri y Sacia: almacén- Varza, Laureano: café- Zabala, Agustín: almacén y tienda- Zuluaga, Gerónimo: cochería."

La Vasconia, nº 111, pág. 40, 1896.

Vía de ascenso importante para muchos vascos tempranos, aunque más gradual y lenta que la experimentada por los pastores, hubo también ejemplos de aquellos que no utilizaron el ramo como trampolín para capitalizarse y emprender otra empresa. Los Censos antes mencionados nos permiten bucear más profundamente. A fines de 1860 Juan Oyhanart, de 35 años, casado, tenía 2 hijos y un abuelo a su cargo y sus días transcurrían tras el mostrador de una panadería en Chascomús; en 1895 continuaba al frente del mismo comercio. En forma similar, Fernando Arenaza, que en 1869 tenía 39 años, era casado y tenía 2 hijos, se mantenía hacia fines de siglo atendiendo una farmacia. ¿La carga familiar y la edad que ya cuentan al primer Censo les impide seguir intentando nuevos caminos? ¿Era lo suficientemente rentable para continuar capitalizándose en ese ramo? Lo cierto es que hacia fines de siglo, existe un número elevado de vascos dedicados al comercio, y resulta interesante saber que la mayoría había arribado a Chascomús en los veinte años precedentes.

Cabe recordar que a partir de 1870 y debido a una llegada creciente de inmigrantes, las crisis del sector lanero y el conocimiento extendido sobre la producción, comenzaron a disminuir los contratos excepcionales de las dos décadas anteriores. Un comercio en la zona urbana debió ser, hacia fines de siglo, un logro más que importante. El número de comerciantes vascos, 57 (de los cuales 41 son vascos españoles), apuntala la importancia económica de la zona como su rentabilidad. El comerciante de aquella época, al margen de que buscara maximizar sus ganancias regateando precios a los productores, cumplía un rol social destacado, supliendo deficiencias crediticias, de transporte; abastecimiento de artículos indispensables; correo, etcétera.

Pero pese a que los vascos se desempeñaron en el comercio "masivamente" -en todas las regiones- la imagen popular los reconoce y engloba como españoles. El número de peninsulares dedicados a esa actividad, pero principalmente la falta de símbolos -como la vestimenta o productos típicos- pueden haber colaborado en ello. Una hipótesis -difícil de probar- es que a pesar de que también se los veía en los pueblos, los vascos habrían predominado en las casas de Ramos Generales ubicadas en las zonas rurales (en las esquinas o cruces de caminos). Esto cobra sentido si pensamos que se trataba de zonas ganaderas y donde la presencia euskalduna era marcada. Los vascos propietarios de campo -principalmente los que contaban con algún carro y a menudo comerciaban- tenían los ingredientes necesarios para iniciarse en el ramo; inclusive los primeros clientes a mano. En distintos puntos hemos observado, en tal sentido, que la mayoría de los almacenes rurales estaban ubicados en campos propios o de paisanos; también en aquellos que en algún momento sirvieron como parada de diligencias. Por ello no es de extrañar, sobre todo en algunas regiones del sudeste bonaerense (Lobería, Necochea, Tandil), que se asocie fuertemente estos comercios con los inmigrantes de ambos lados de los Pirineos. Los datos censales para los distintos puntos nos aclaran el porcentaje de vascos comerciantes en las zonas rurales en cada una de las zonas. Como era de esperar, a medida que nos alejamos hacia zonas menos urbanizadas, aparecen un mayor número de comerciantes vascos asentados en las zonas rurales.

Comerciantes vascos urbanos y rurales, 1869 y 1895
Fuente: Cédulas Censales. Primer Censo Nacional (1869) y Segundo Censo Nacional, (1895)
Sitio 1869 1895
Urbano Rural Urbano Rural
Barracas al Sud 56 15 s/d s/d
Chascomús 47 10 41 20
Tandil 25 15 40 26
Lobería -- 10 16 13
Total 128 50 123 33

Nuestra duda al momento de hacer extensivo el fenómeno a cualquier otra nacionalidad no es gratuita. El hecho de que haya -en proporción- más cuarteles rurales no tiene porque haber sido un elemento decisivo para que alguien se instalase allí. Aún cuando no hemos realizado un estudio sobre todos los grupos nacionales, sí hemos pensado en un elemento fundamental como es la clientela; y allí sí, teniendo en cuenta cierta tendencia de los vascos a habitar en las zonas rurales, tiene sentido pensar que los vascos contaban con cierto reaseguro al momento de invertir en un establecimiento rural. Si a eso le sumamos que solían instalarse en el rincón de un campo cedido o arrendado por un paisano, nuestra hipótesis tiene algo de fundamento. Siguiendo los datos aportados por la Primera Guía Rural del Partido de Tandil, y observando a los comerciantes vascos -que arrendaban- en la zona rural de Tandil, vemos que Aldunsin alquilaba un terreno para su almacén Nueva Santa Ana, en el cuartel 1º, en campos de Ponce de León; Balbuena un negocio de bebidas en el cuartel 2º, en el campo de Lasarte; en el mismo cuartel, Pedro Etchart tenía un almacén en campo de Iturralde; Esmenotte Hnos. tenían el Almacén Numancia en campos de Zubiaurre, cuartel 5º. No es necesario aclarar el impacto mayor que producía, comparado con un ámbito urbano invadido de establecimientos y servicios, un almacén instalada en una zona rural.

Como vimos en los cuadros, en los pueblos pequeños y ciudades muchos euskaldúnes también supieron hacerse un lugar en el comercio. Las fondas y hoteles que se transformaron en espacios de sociabilidad vasca entre 1860 y 1930, son sólo algunos ejemplos de ellos. Tampoco es necesario recordar por qué aquellos también han quedado ligados a los vascos en la retina de nuestros mayores.

No es este el momento ni el lugar para discutir lo que se entiende por frontera. Acordemos, sólo para poder avanzar en lo que nos interesa aquí, que la frontera era una franja ancha que enlazaba de un lado la cultura aborigen y del otro un crisol de culturas que penetraban en su territorio ancestral. Respecto a los pueblos nuevos que se fundaban en ese espacio cambiante, digamos que el status de fronterizo variaba según la óptica y el momento que se lo mire. Demográficamente crecieron a un ritmo inusitado para un pueblo de frontera, económicamente también; desde el punto de vista de los servicios y tecnología quizá sea lo que más respetaba los ritmos propios de una zona incivilizada. Desde lo puramente militar, nos encontramos que los largos períodos de paz conseguidos a fuerza de aprovisionamientos a los indios amistosos, se veían interrumpidos por momentos de tensión que llegaban cuando el aprovisionamiento se retrasaba o una sequía traía hambre y mortandad de ganado en la zona y los indios salían a conseguir su alimento a su manera. Esto era a grandes rasgos lo que respiraron los vascos llegados a Tandil o Lobería.

Durante buena parte del siglo pasado, el sudoeste de la provincia se caracterizó por su paisaje latifundista y prácticamente sin agricultura; esto, en 1869, dejaba pocas oportunidades a una inserción laboral rural, dado que la principal explotación (vacuna) no demandaba mucha mano de obra como lo hacía la lanar ubicada un poco más al norte. Por otro lado, los nativos eran los más apropiados para una tarea que se hacía casi íntegramente a caballo.

En Tandil, por ejemplo, sólo aparecen 5 estancieros, 2 pastores y un tropero vasco como trabajadores propiamente rurales. Sin embargo, en la zona de quintas y chacras, aparecen 17 horneros, 6 labradores y 7 quinteros pirenaicos. Entre ambas zonas, trabajando en diversas tareas, aparecen 22 jornaleros y 28 peones.

Trabajadores vascos, Tandil, 1869
Fuente: Cédulas censales correspondientes a Tandil, Primer Censo Nacional, 1869. AGN
Oficio Oficio Oficio
Carrero 4 Hojalatero 1 Planchadora 2
Carpintero 10 Hornero 13 Peón 28
Cocinero 4 P/hornero 4 Quintero 7
Comerciante 40 Jornalero 22 Sirvienta 7
Costurera 10 Labrador 6 Tropero 1
Dependiente 24 Lavandera 13 Zapatero 12
Estanciero 5 Panadero 3    
Herrero 1 Pastor 2    

Si bien la imagen rural popularizada de los vascos se construye cuando aquellos se asientan definitivamente a fines del siglo XIX, hacia 1869 el número de euskaldúnes en dicha zona superaba al que habitaba el poblado. Ya hemos dicho que esto obedecía por un lado a la indefinición de lo urbano/rural en esa fecha temprana, pero principalmente por que los terratenientes nativos empujaban a los extranjeros a residir en el pueblo o las chacras circundantes.

En Lobería, al mismo tiempo, encontramos sólo 11 hacendados, 1 medianero, 1 agricultor, 17 jornaleros y 14 peones. Cuadro típico de una zona de avanzada contra el indio en un ambiente donde la única inserción posible era aún la ganadería latifundista y aquellos oficios indispensables para habitar un pueblo en construcción (construcción, alimentación, vestido, servicios).

Trabajadores vascos, Lobería, 1869
Fuente: Cédulas Censales, Primer Censo Nacional, 1869. AGN
Oficio Oficio Oficio
Agricultor 1 Albañil 7 Carrero 1
Carpintero 6 Hacendado 11 Peón 14
Cocinero 1 Jornalero 17 Trabajador 5
Comerciante 10 Lavandera 2 Zanjeador 4
Costurera 10 Medianero 6 Zapatero 1
Dependiente 5 Panadero 1    

Hacia fines de siglo -como habíamos adelantado- esto va a cambiar. Los grandes campos se fragmentan, los inmigrantes han ahorrado capitales y el mercado de tierras se ha expandido. Tandil hace 20 años que abandonó su status fronterizo.

El número de vascos asentado en la zona rural representa a muchos de aquellos que progresaron materialmente y pudieron comprar tierras a los descendientes de los latifundistas originarios cuando se parcelan las herencias en terrenos más accesibles. También a un número importante de tamberos, lecheros pastores y alambradores que habitan en el campo como arrendatarios o dueños de pequeñas parcelas. Pero mayormente a jornaleros y peones que no son propietarios y a los cuales la diversificación productiva abrió puestos de trabajo diversos en las estancias. Muchas de ellas, gracias a las redes, de compatriotas.

En síntesis, hacia 1895 las cifras muestran otro paisaje socioeconómico: en ambos pueblos (Tandil y Lobería) otrora de frontera, es notable el aumento de empresarios ganaderos, lo mismo que el de pequeños empresarios agrícolas y también de trabajadores rurales especializados. Los gringos se hicieron un lugar. Veamos, para precisar un poco más el tema, algunos porcentajes concretos del aporte vasco.

Trabajadores vascos en Tandil entre 1869 y 1895
Fuente: Cédulas Censales. Primer Censo Nacional, 1869 y Segundo Censo Nacional, 1895, AGN
Categoría ocupacional 1869 1895
Total Vascos % Total Vascos %
Jornaleros 395 1322 5,56 1870 182 9,73
Peones 474 32 6,75 357 49 13,72
Trabajadores domésticos 294 36 12,24 634 25 3,94
Trabajadores rurales 58 3 5,17 166 21 12,65
Trabajadores urbanos 52 16 30,76 823 39 4,73
Comerc. e industriales 171 40 23,39 508 66 12,99
Func. y profesionales 38 --- --- 132 4 3,03
Empresarios rurales (ganaderos y mixtos) 219 5 2,28 464 74 15,94
Agricultores 127 13 10,23 529 32 6,04
Empleados 71 24 33,8 269 12 4,46
Artesanos 66 24 36,36 368 12 3,26

Estos se sobredimensionan cuando se observan dentro del contexto total de trabajadores, principalmente si tenemos en cuenta que el grupo vasco era minoritario frente a otros grupos nacionales. Recordemos que desde 1880 comenzó lo que se conoce como inmigración aluvional que inundó la provincia de italianos, seguidos de españoles.

Retomando nuestro ejercicio de rastrear nominalmente a algunos vascos entre los dos Censos Nacionales (1869-1895), en el caso de Tandil resultó gratificante encontrar un porcentaje mayor de casos. Dado que el número de inmigrantes euskaldúnes ahora lo permitía (264 casos contra 960 de Chascomús) y lo justificaba, realizamos el rastreo en forma inversa. Pasamos por la base de datos de 1895 a todos los vascos (no sus hijos argentinos) de la primer fecha. Queda claro que varios (aquellos que inicialmente tenían más de 50 años) se auto eliminaron automáticamente. El resultado nos permite el seguimiento de una veintena de vascos, a la vez que la posibilidad de ver un abanico de caminos según oficios, puntos de partida, edades iniciales, etcétera.

La primer impresión es, nuevamente, la de un progreso general del grupo; desde situaciones de dependencia a pequeñas empresas (tambos, quintas o chacras) o condiciones de propietarios, como así también a la situación de ganadero o hacendado. En esta oportunidad entre los casos más curiosos encontramos a los Alduncín (José y Francisco), que pasan de comerciantes a quintero y chacarero respectivamente. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que la declaración de comerciante encerraba una gama amplia de situaciones, desde pequeños salones pasando por despachos de bebidas hasta almacenes de Ramos Generales, por lo que no descartamos que nos encontremos (más allá de que pudiesen haber cambiado por cansancio o cualquier otra razón) ante un caso de progreso encubierto. Tampoco que ahora posean, complementariamente, ambos trabajos y vendan lo que ellos mismos producen.

Los vascos y el progreso en 26 años. Tandil, 1869/1895
Fuente: Elaboración propia sobre la base de Cédulas Censales. Primer Censo Nacional (1869) y Segundo Censo Nacional (1895), AGN
Apellido 1869 1895
Edad Ocupación Edad Ocupación
Iturralde Manuel 28 Peón campo 53 Ganadero
Goyarán Pedro 22 Dependiente 48 Chacarero
Goyarán Gaspar 22 Dependiente 47 Chacarero
Garmendia José M. 18 Peón campo 43 Capataz
Letamendi Manuel 46 Carpintero 67 Propietario
Alduncín José 40 Comerciante 64 Quintero
Alduncín Francisco(h) 15 Comerciante 42 Chacarero
Olaechea Agustín 20 Comerciante 45 Trabajo familiar
Salaberri María 22 Lavandera 46 Doméstica
Hegoburo María 23 Planchadora 47 Sin ocupación
Uranga Ramón 24 Dependiente 50 Lechero
Espil Pedro 28 Comerciante 53 Comercio
Aguirre Aureliano 25 Dependiente 47 Comercio
Olaechea Martín 18 Dependiente 42 Quintero
Lavayen Manuel 25 Dependiente 51 Jornal rural
Cortabarría Tomas 29 Dependiente 54 Propietario
Tapia José 20 Peón hornero 45 Quintero
Vicondo Juan 33 Hornero 60 Hacendado
Tapia Martín 20 Peón hornero 45 Hornero
Aldunsin Miguel 38 Peón campo 64 Hacendado
Aldunsin José 44 Trabajos campo 70 Quintero
Gardey Juan 35 Comercio 60 Ganadero

Los casos de Garmendia, Uranga y Tapia se presentan como los más esperables y clásicos, pasando de una situación de dependencia a la obtención de ahorros y continuidad en el ramo pero en forma independiente, o el ascenso en la jerarquía. También era posible que un peón de muchos años de antigüedad se quedase con el comercio, el horno de ladrillos o cualquier otra pequeña empresa ante la muerte, el cansancio o el retorno a Euskal Herria de su patrón. Aguirre bien pudo experimentar ese camino pasando de dependiente a comerciante. El caso de Letamendi se explica no por que halla dejado de ser carpintero (aunque es posible), sino por que ha adquirido varias propiedades en el pueblo y esas entradas se presentan ahora como su mayor ingreso.

Los hermanos Goyarán nos muestran lo que posiblemente fue la meta mayormente alcanzada entre los euskaldúnes que se instalaron en la zona rural como peones: la tierra propia. José Aldunsin, por su parte, se nos presenta como el símbolo de todo un esfuerzo vital en el trabajo de campo para terminar sus días como quintero en el pueblo. Es posible que, cansado de grandes sacrificios, decidiera volverse a la ciudad y mantenerse con el producto de su huerta. El vasco Juldain, primer maestro que se instaló en Tandil a mediados de 1850, nos ayuda a reconstruir el paisaje cotidiano del pueblo, como así también comprender el progreso encubierto en la misma respuesta de Ayzaguer treinta años por medio.

"Aunque en menor escala, sembraban también en las quintas, maíz, zapallo y sandías los hermanos Alduncín. La horticultura, que consistía en algunas cucurbitáceas, repollos, cebollas, ajos y perejil solo los representaba el padre de don Graciano Ayzaguer, que tenía su quinta en la que actualmente se conoce por la de don José Alduncín. En zapatería, la única que existía pertenecía a los hermanos Viscaya. Los señores Ayzaguer, Galdós, García y Birabent eran reparadores que trabajaban bien fuese para dicha zapatería o por su cuenta en sus respectivas casas, pero sin despacho al público. El oficio de albañilería estaba representado por don Pedro Ríos, Juan Salaverry, Pedro Irigoyen y un tal Adrián."

Graciano Ayzaguer pasa, en realidad, de ser reparador en su casa a tener un comercio de zapatería en pleno centro de la ciudad. Las memorias de Juldain nos permiten contar con un dato más sobre aquél remendón; no se inicia desde la nada, sino desde un trampolín mínimo que brinda (al menos desde el punto de vista de la auto subsistencia) la chacra de su padre. Al parecer, los Ayzaguer y los Alduncín mejoraron sus condiciones materiales apostando a lo que hacía falta en el lugar: en este caso la diversificación alimenticia e indumentaria.

En cuanto a las mujeres, aunque no contamos con muchos casos para marcar tendencias firmes, parece razonable que el caso de Maria Hegoburo (de planchadora a sin ocupación) fuese un techo esperable por muchas de ellas. Sin ocupación, de su hogar o ama de casa (situación a la que se accedía con un buen casamiento), en una época en que las mujeres contaban con pocas posibilidades de ascenso laboral, debió ser una manera legítima de progreso individual en un pueblo del interior. Sin embargo, más allá de lo que declarasen como tarea principal, las mujeres inmigrantes jugaron un rol fundamental en distintos espacios económicos como fondas y hoteles, tambos, cría de ovinos, quintas y comercios en general. El caso de Agustín Olaechea (difícilmente registrado en los documentos) es reflejo de aquella colaboración; Olaechea ha pasado de estar ligado a un comercio a ofrecer los servicios de su familia en un establecimiento rural.

Al igual que en Chascomús, a la sensación de progreso generalizado se une la de una fuerte tendencia euskalduna finisecular a desempeñarse en tareas rurales. En el caso de Tandil, y contrario a lo que uno podría esperar (por ser un pueblo de frontera y más reciente) en la primer fecha predomina el número de vascos ocupados en tareas urbanas sobre las rurales (14 casos sobre 12). En otro trabajo ya habíamos visto, de todos modos, que aquellos sitios que presentaban un paisaje netamente ganadero y latifundista como Tandil, empujaban inicialmente a los inmigrantes a instalarse en el pueblo o quintas y chacras. Sin embargo, hacia 1895, vemos aumentar el número de casos en la zona rural en detrimento de las ocupaciones del pueblo.

El acceso en Tandil a los Libros de entrega de tierras que se encuentran en el Archivo del Municipio para el período 1850/1880, nos ha permitido corroborar que el progreso de buena parte de aquellos 23 vascos se materializaba con la adquisición de propiedades. Más allá de que algunos de ellos pudiesen contar con propiedades sin escriturar o ocupadas de hecho, junto a que no podemos identificar las de las mujeres de la muestra (pese a que encontramos a Salaberri y Hegoburo que posiblemente son familiares) hemos constatado la presencia de 7 de aquellos adquiriendo inmuebles durante dicho período. En teoría, la profesión bien podría ser el elemento distintivo entre los que adquirieron propiedades y los que no. Sin embargo, adquieren propiedades tanto un comerciante como Gardey; el hornero Vicondo; el carpintero Letamendi; el remendón Ayzaguer; el dependiente Pedro Goyarán y el trabajador rural José Alduncín. Acaso la diferencia sea puramente cuantitativa, ya que mientras que Gardey adquiere una decena de solares y un par de chacras, Alduncín se hace de 5 chacras y 5 solares; Vicondo adquiere 7 solares y una quinta, pero Letamendi sólo un solar y una quinta; Ayzaguer una chacra y un solar; Goyarán una chacra y José Alduncín un solar. Igualmente es llamativo que la mayoría lo hace en fechas muy cercanas al punto de partida de nuestro análisis, o sea, en los primeros años de la década de 1870. Esto nos permite imaginar que el ritmo de progreso debió ser vertiginoso, al menos en los inicios de la formación de aquel pueblo. Más allá de que entonces las oportunidades debieron ser inigualables, todo hace suponer que a medida que progresaron en sus actividades (esto es entre 1880 y 1895) los ocho inmigrantes adquirirían otros bienes y el resto de la muestra también. Efectivamente, cuando fueron visitados por el censista en 1895, veintiuno de aquellos vascos respondieron ser propietarios. Solamente los Olaechea, un quintero y un trabajador no lo son, prefiriendo -o no- la condición de inquilinos.

Pero habíamos dicho que a la vida de aquellos inmigrantes, estrategias de por medio o no, tarde o temprano se incorporaban otros miembros para conformar una familia. Teniendo en cuenta estos elementos, doce casos (masculinos) de la muestra se presentan en el punto de partida de nuestro ejercicio como solteros (once) o casados (uno) y sin hijos. El resto, conformado por hombres o mujeres casados y con hijos se reparte de la siguiente forma: 3 casos con un sólo hijo; dos casos con 2 hijos; el mismo número con 3 hijos; un caso con 4 hijos y también un caso con 5 pequeños.

Cuando personalizamos la muestra resulta difícil, aunque no imposible, imaginar cierta lógica avanzando sobre la irracionalidad de Cupido. En 1869, el carpintero Letamendi podía llevar comida para sus 4 hijos a su hogar y al mismo tiempo ahorrar para adquirir propiedades. Graciano Ayzaguer, el zapatero, también podía mantener 3 hijos y una esposa y capitalizarse adquiriendo algún bien; el comerciante Alduncín, junto a su esposa Josefa Lavayen, podían mantener sin sobresaltos a sus 2 retoños; lo mismo sucede con Juan Gardey respecto a sus 2 niños que se da el lujo de mantener una cuñada y (como veremos luego) crecer sin descanso en sus empresas. El caso de María Salaverri nos muestra un ejemplo de esfuerzo en donde la familia y los trabajos del matrimonio no jugaban a favor para un progreso desmedido. Ella como lavandera y su marido Juan como albañil, deberían esforzarse para mantener a 3 hijos y un cuñado que vivía con ellos. Hacia 1895, en estado de viudez, María se desempeña como doméstica. María Hegoburo, planchadora junto a su marido Juan, peón, tenían menos problemas para mantener un sólo hijo. Sin embargo, en la segunda fecha no viven juntos y ella se encuentra sin ocupación (y aún no ha tentado o ya es tarde para hacerlo a un solterón o viudo del pueblo).

Hay tres casos que merecen una atención especial. El primero refiere a Olaechea, dependiente, juntado con una mujer y que tiene un hijo, y que para la segunda fecha (evidentemente teniendo más hijos) se presenta declarando un trabajo familiar. Luego los casos de José y Miguel Aldunsin que trabajando en el campo tienen 1y 5 hijos respectivamente. La razón para ello, dado que son peones, es que aunque resultase difícil capitalizarse (aunque no imposible) como peones, la mayoría de los trabajadores de campo tenían acceso a la comida dentro de sus contratos de trabajo. Recordemos que ambos terminaron como autónomos, uno como hacendado y otro como quintero. Lo que no deja ningún lugar a dudas, fuera de que la mayoría son jóvenes (aunque en edades de poder estar casado), es que la condición de soltero sin hijos es casi equivalente a la de dependientes y trabajos que no permitían una manutención holgada de un grupo.

Achicar el lente de nuestra óptica y mirar con más detenimiento uno de los casos de la muestra total (de Tandil) depende tanto de nuestra capacidad como historiadores que de la posesión de fuentes de información que lo permitan. Un primer rastrillaje por las distintas fuentes de información que se preservan en los Archivos de Tandil nos alentaba a tomar varios de aquellos casos individuales. Junto a las Cédulas Censales que nos permitían reconstruir (aunque con dudas) el entorno familiar e incluso barrial de aquellos, revisamos los Libros de entrega de Tierras y los Libros de Casamientos que completaban otros datos no menos importantes. Pero nuestras posibilidades no iban más allá del ámbito tandilense. La fortuna de conocer a una descendiente de uno de esos pioneros nos terminó de animar por completar la experiencia de Juan Gardey.

Jean Pierre Gardey nació en el Béarn, en el Departamento que se conocía como Bajos Pirineos (hoy Pirineos Atlánticos) en el que coincide con las tres provincias vascas originales de la zona continental. Era zapatero y su taller se ubicaba en medio de una aldea pequeña; se casó 3 veces y producto de dos de aquellas uniones nacen, entre otros hijos, primero Noel (1828) y luego Juan (1833), que son los dos representantes de la familia que intentamos recuperar. Resulta interesante señalar que Juan es hijo de Susana Sarlangue, la tercer esposa de su padre, dado que ese apellido volverá a relacionarse con los Gardey en tierra rioplatense. Precisamente, el protagonista principal de nuestra reconstrucción, Juan, se casará con una prima llamada Josefa Sarlangue.

La zapatería era modesta y aunque debió tener sus momentos de crecimiento y estabilidad como para mantener una familia numerosa, los efectos de la revolución industrial llegaron a aquél perdido pueblito de los Pirineos tan implacables como si fueran los alrededores de París. En 1863 deciden pasar a América. Marcha casi todo el grupo familiar, quedando allí los padres y una hija. Dos años después liquidarían todo lo que quedaba del viejo taller. Es altamente probable, aunque la descendiente entrevistada no le pueda asegurar, que hayan tomado la decisión de vender parte de las herramientas y el capital reunido en mercaderías y materia primas para solventar el traslado e incluso intentar algún emprendimiento al pisar la Pampa húmeda. Esta posibilidad se ampara en el hecho de que a mediados de esa misma década, los Gardey tenían una fonda y un almacén en pleno centro del pueblo de Tandil.

Ya vimos cómo en 1869, sólo seis años después de tomar la decisión de marchar de Francia, Juan Gardey declara ser comerciante. Aunque sabemos de los límites y confusiones que esa declaración conlleva, lo cierto es que todas las fuentes consultadas ubican el nacimiento del famoso almacén de los Gardey a mediados de los sesenta. En 1869 Juan tiene 35 años, está casado con Susana Sarlangue y junto a ellos se encuentran 2 hijos nacidos en Argentina, Margarita de 4 años y Juan de uno. La edad de su hija mayor nos permite imaginar la velocidad de los acontecimientos socioeconómicos con que se podía enfrentar una familia inmigrante. Partieron en 1863 y en 1869 ya se encuentran instalados al frente de un comercio en medio de la Pampa argentina y con una hija que debió gestarse casi al bajar del barco. Vive con ellos Magdalena Sarlangue, de 18 años, cuñada de Juan y aún soltera. Noel tiene 41 años y está casado con María; ambos declaran ser fonderos. Los acompañan 3 hijos franceses y uno argentino, Silvano, de sólo 2 años. No lejos de su domicilio también está censado Luciano Gardey, vasco francés, de 14 años que aparece como dependiente en el comercio de Dufaur. En el Censo de 1869, también aparece como dependiente del comercio Remigio Sarlangue, vasco, de 29 años de edad.

Como podemos ver en el apartado sobre integración, en la casa de los Gardey se había hecho lugar a personas (al menos apellidos) extraños a ellos: ¿Subalquilaban piezas y esto fue lo que les posibilitó comenzar a construir lo que después sería la fonda de Noel? Una posibilidad no menos cierta, infinidad de veces comprobada para otros inmigrantes de cualquier nacionalidad, es que varios familiares, primos o cuñados, juntaran sus ahorros y energías para iniciar una empresa. Esto posibilitaba transformar en significativos varios ahorros individualmente escasos y comenzar un emprendimiento sin contratar personal. El comerciante Silvano Dufaur era cuñado de los Gardey, desde el momento en que se casa con su hermana Marie. Un hijo de Noel, como vimos, sería el primer empleado de aquél almacén.

Como casi todos los comerciantes que progresaron notablemente en aquella época, los Gardey no emprendieron una actividad única, sino varias complementarias. Al mismo momento que Dufaur, Gardey y Cía. se conformaba como almacén, llamándose luego "Almacén Gardey". Juan también había comprendido, desde un primer momento, las posibilidades que brindaba la posesión de una carreta. El historiador tandilense Horacio Del Giorgio recuerda que "No sólo era acopiador de la zona, sino que viajaba periódicamente hasta la zona del Pilar, Vela, López y quizá más allá. Hasta donde hubiera poblaciones algo numerosas a las que pudiera atender desde su casa rodante." Posteriormente Juan llegaría con sus carretas a Buenos Aires, haciendo parada en Plaza Miserere.

Los Libros de Solicitud de Tierras de Tandil, revisados entre 1850 y 1880, también nos brindan algunas pistas sobre los pasos de los Gardey. Juan compra en Remate público, en 1870, el solar nº 2 a5.300 dólares, escriturando 2 años más tarde. En 1871 adquiere, para dividirla en solares, una quinta en 1.000 dólares a otro vasco, Pedro Etcharte. En 1876 ofrece y compra la chacra 170 a 400 dólares por cuadra cuadrada, lo que sumaba un total de 6.400 dólares. Ese mismo año ofrece 400 dólares por cuadra por la chacra 156 y adquiere los solares 23 y 29 bis. Un año más tarde también los solares 14 y 38 y la chacra 249 a 450 dólares la cuadra. Noel tiene otras estrategias económicas en su mente: compra el solar 14, que por cierto debió ser muy codiciado o con muchas mejoras en 1873, a 60.000 dólares. A fines de siglo ambos comprarán campos.

Una vez en el nuevo lugar, las cosas no serían como en el apretado rincón del Bearn donde todo era familiar. Años después de llegar, problemas por medio o estrategias para ampliar el abanico de servicios a un vecindario en crecimiento, Noel abre una carnicería a pocos metros del almacén en cuestión, asociado con un cuñado de su hermano Juan. Hacia fines de siglo, más precisamente en 1895, Noel había fallecido y (como vimos en el cuadro 4) Juan declara ser ganadero. Precisamente, cuatro años antes de aquella declaración Juan Gardey había adquirido la Estancia Las Horquetas (5.400 hectáreas) hasta ese momento, según la historiadora Yuyú Guzmán, en manos de Armindo Valdivieso.

Juan Gardey, siempre visionario y con energía para nuevos emprendimientos, inaugura en 1896 una sucursal del almacén del pueblo en ese paraje rural, que luego se conocería como Gardey. En el rincón formado por la confluencia de los arroyos estaba la estación de ferrocarril Pilar, inaugurada en 1885. A principios cambió esa denominación y pasó a llamarse Gardey, posiblemente porque en 1906 los Gardey vendieron 296 hectáreas inmediatas a la estación al Ferrocarril Sur. En sus inicios, el almacén quedaría atendido y a cargo de un sobrino de don Juan Gardey, que llevaba el mismo nombre. Como puede observarse, achicar la óptica nos permite no sólo conocer el punto de partida (que moldea en cierta parte en resto de la vida de una persona) sino también recuperar las redes familiares en las que se apoyaban los inmigrantes para hacer frente a los nuevos escenarios donde se instalaban.

El caso de los Gardey debe haber sido similar a lo que le ocurrió a cientos de sus paisanos, pero ¿cuántos casos transforman en representativa una muestra histórica? Eso depende de lo que busquemos representar y sobre todo de la forma en que tomemos la muestra. A modo de ejemplo, en una publicación agraria del año 1927, sobre un total de 60 casos de productores agrícolo-ganaderos, 25 son vascos y otros 9 son argentinos descendientes de aquello. Luego de haber atravesado distintos caminos, vemos que 9 culminan como tamberos, 2 como cabañeros, 8 como ganaderos y agricultores y 1 como ovejero. (Revista "Vida Agraria", nº 2, 1927) La importancia de la muestra en cuestión reside en que se tomó el total de los productores de una zona sin distinción de capitales ni etnias. A partir de ella podría explicarse que haya perdurado la sensación del grupo vasco fuertemente ligado a la zona rural, opacando la inmensa mayoría que quedó en el pueblo diseminada en una amplia gama de actividades y oficios. ¿Qué podemos saber -o confirmar- a partir de esos 25 casos de vascos que quedaron plasmados en "Vida Agraria"? En primer lugar que estamos en presencia de inmigrantes que comenzaron a llegar entre 1850/70 (dos casos); que se incrementaron en las décadas de 1870/90 (10 casos); fenómeno que se mantuvo e incluso creció en las dos décadas siguientes, entre 1890/1910 (13 casos).

Productores vascos en Tandil, 1927
Fuente: Elaboración propia. Datos extraídos de Vida Agraria(1927)
Apellido Origen Llegada Edad 1er destino Ocup. Ded. final
Erviti Navarra 1901 18 Ayacucho Peón Tambo
Mendiberry Navarra 1888 15 Magdalena Peón Campo
Gogorza Navarra 1914 17 Azul Peón Tambo
Esnaola Gipuzk. 1877 14 Tandil Peón Campo
Aguerre-goyhen Bajos P. 1900 17 Moreno P. tambo Campo
Salaberry Bajos P. 1873 13 Lobos Panad. Campo
Vidaguren Bizkaia 1879 15 Magdalena Peón Campo
Ibarreche Bizkaia 1887 17 Tandil Tienda Campo
Mercapide Bajos P. 1872 20 Capital Hornero Campo
Salaberry Bajos P. 1873 16 Tandil P. tambo Chacra
Salaberry Bajos P. 1873 20 Tandil Pastería Leche
Oroquieta Navarra 1873 16 Magdalena Peón Campo
Gardey Bajos P. 1860 5 S/dato S/dato Campo
Ducasse Bajos P. 1873 18 Azul Carpint. Campo
Bascougnet Bajos P. 1885 19 Juárez Peón Campo
Bordagaray Navarra 1870 21 San Vicente Pastor Pastor
Irungaray Navarra 1905 18 Tandil P. tambo Tambo
Erviti Navarra 1909 23 Tandil P. tambo Campo
Iribarren Bajos P. 1886 20 Tandil Peón Campo
Erbiti Navarra 1906 16 Tandil P. tambo Arrien.
Otamendi Gipuzk. 1890 23 Juárez Ladrill. Campo
Migues Navarra 1887 23 San Vicente Peón Campo
Loidi Gipuzk. 1900 21 Castelli Peón Tambo

Las edades representan cabalmente lo que hemos visto hasta ahora en todas las experiencias de inmigrantes. La gran mayoría vino en edades jóvenes; tan sólo 5 contaban entre 10 y 15 años y 21 y 25, pero once tenían entre 16 y 20 años. Respecto al origen, notamos un equilibrio entre las procedencias continentales (9) y peninsulares (14). La leve diferencia a favor de los vasco-españoles parece obedecer sólo a un mayor número de casos. Los datos nos permiten extraer también algunas consideraciones sobre las experiencias de inserción. Respecto a los destinos, ocho vascos cambiaron una vez de lugar; en siete casos lo hicieron en dos oportunidades, y tres vascos estuvieron en más de tres lugares. En todos los casos la movilidad es dentro del territorio bonaerense y en una región más o menos acotada que abarca la franja sudeste; aproximadamente entre Chascomús y Necochea, y hacia el centro/oeste, Azul, Ayacucho y Juárez. Ocho de aquellos euskaros tuvieron a Tandil como destino único y final, haciéndonos pensar en el llamado de familiares, o al menos en datos concretos de posibilidades de trabajo allí. Pero no sólo los arribados directamente a Tandil contaban con contactos. Uno de ellos fue al encuentro inicial de un hermano, dos lo hicieron en busca de tíos y seis a encontrarse con otros vascos. No obstante, ocho de esos trabajadores tendrán contactos posteriores -coincidentes con cambios de región- principalmente con hermanos o paisanos.

Otros datos nos permiten avizorar también tendencias laborales de este grupo étnico, o acaso el sentido del oportunismo. Ocho de ellos se ocuparon en dos tareas distintas; cuatro en tres oficios diferentes y uno en cuatro; en algunos casos se trató de tareas rurales (alambrador, pastor), otras marcando traspasos desde el pueblo al agro. Si observamos más detenidamente la inserción, veremos que el primer trabajo muestra un abanico amplio de posibilidades. Nueve comenzaron como peones de campo; cinco como peones de tambo; dos como horneros; uno como panadero; uno como tendero; uno como pastero; uno como carpintero y uno como pastor. Todo indica un arribo con poco capital, a la vez que una inserción dividida entre núcleos poblacionales y el agro. El conocer las dedicaciones finales nos habla claramente también que aquellas tareas fueron transitorias y posibilitadoras de ahorros. No obstante, todos ellos tuvieron la posibilidad de capitalizarse, hemos visto que los saltos decisivos al progreso fueron dados por contratos o habilitaciones muy favorables brindadas por familiares o amistades. Diecisiete de aquellos, al momento de la edición en cuestión, alcanzaron la posición de propietarios de chacras o campos; tres de ellos hasta 1.000 hectáreas y otro tanto alcanzando latifundios mayores. Esos establecimientos se dedicaban, en su mayoría, al complemento agrícola-ganadero, aunque algunos de ellos contaban también con tambo. Tres vascos dedicaban intensivamente al tambo en campos de socios o arrendando.

Achiquemos un poco más la óptica. José Fermín Erviti nos ofrece un ejemplo interesante de tenacidad en la búsqueda de una meta (ser productor agropecuario) sin dejar por ello de apartarse momentáneamente hacia tareas menos elegantes, pero no menos rentables. Nacido en Navarra, se trasladó a la Argentina en 1901, cuando contaba 18 años. Tal como hicieron muchos inmigrantes, Erviti saltó grandes distancias para ir directamente a una zona prometedora de oportunidades y en la que residían muchos vascos que podían tenderle una mano: Ayacucho. Allí, y después de estar un tiempo sin trabajo, se colocó con uno de los arrendatarios de una Estancia a razón de 1,50 dólares por día, en calidad de arador. Luego de unos meses, se dirigió a Tandil para emplearse durante dos años como peón de tambo con Félix Archubi.

Cuando corría el año 1904, se dirigió a probar suerte lejos de allí, a la Pampa. Los primeros seis meses se desempeñó como alambrador, a razón de 50 pesos mensuales. Y por fin llegó la oportunidad de convertirse en "trabajador independiente". De allí en más se desempeñó durante cinco años y medio a la dura e ingrata, pero rentable actividad de pocero. Con los trabajos reunidos allí -piénsese que había buscar agua hasta profundidades de 100 metros- logró reunir 3.000 pesos. Cansado, pero con nuevas perspectivas, volvió a Tandil en 1909, donde con el ahorro mencionado adquirió un pequeño tambo en De La Canal, permaneciendo allí durante seis años. En 1915 pasó a un campo mayor ubicado en el cuartel 2º de Tandil, El Porvenir, con una superficie de 500 hectáreas. Lo que alguna vez había soñado en Leitza, Navarra, era cierto; el camino era más difícil de lo que él había imaginado; pero era cierto. Todas las tareas emprendidas por Erviti tenían el peso de la experiencia de su pueblo por detrás; arar manualmente; manejar una pala para poner postes o hacer pozos; trabajar vacas para sacarles más leche.

Por su parte, Bernardo Salaberry, vasco francés, llegó al país en 1873, cuando contaba 13 años de edad. Haciendo un uso concreto de las redes -o de la información- se dirigió directamente a Lobos, donde comenzó a trabajar en una panadería. Pero Salaberry era también uno de los vascos que había cruzado el Atlántico soñando adueñarse de una fracción de la Pampa. En 1878 siguió camino hacia Tandil, donde se empleó con Mendiberry en calidad de pastero por espacio de varios años. Pero en el campo -al igual que hoy- nadie se dedicaba a una sola tarea. Prontamente comenzó a cuidar ovejas -y posiblemente a medias- lo que le permitió independizarse para trabajar por su cuenta. Así se convirtió en arrendatario y criados de lanares y más tarde vacunos; para crecer se asoció luego con sus primos Juan, Pedro y Graciano Salaberry, con los que arrendó un campo de 900 hectáreas para agricultura y ganadería. Trece años permaneció en sociedad; en 1921, Bernardo Salaberry adquiere por su cuenta 112 cuadras de campo y 300 vacunos. Sólo cinco años duró la felicidad de haber concretado su valioso objetivo; falleció en 1926. Al parecer, con más o menos suerte, la gran mayoría de los vascos debió tocar alguna vez la puerta de un paisano instalado anteriormente. En muchos casos, como vimos en los ejemplos presentados, estos contactos fueron verdaderas catapultas hacia el progreso económico, o al menos la independencia laboral. Otros casos nos muestran también, y no debieron ser pocos, que la suerte era un factor no menos decisivo.

Manuel Bordagaray, también oriundo de Leitza (Navarra), llegó al país en 1870, a los 21 años de edad. Ya en el puerto de Buenos Aires, se dirigió a San Vicente, donde comenzó a trabajar con Don Juan Otecos como cuidador de ovejas. Al parecer -1870/71 ya no son años excepcionales- ingresar al negocio lanar no siempre se convertía en un trampolín para llegar a la autonomía o el ahorro. En 1871 pasa a Las Flores, donde trabaja en un horno de ladrillos durante tres años con Celestino Juaristi. Con los problemas que trajo la revolución del 74, tuvo que pasar a Rauch donde se instaló durante dos años. Luego se dirigió a Tapalquén, al establecimiento de Andrés Girado, donde realizó toda clase de actividades: pastero, cuidador de ovejas, etcétera. Con los ahorros allí logrados -y cuando parecía cambiar su suerte- adquiere una majada de 1.500 animales.

Un temporal, que le mató gran parte del plantel, le hizo pensar que "hacerse la América" no era más que una frase. Vendió entonces los pocos animales que quedaron vivos y se fue hacia Ayacucho, donde nuevamente compró una majada al paisano Olariaga -quien seguramente le fió- con la que se capitalizó durante diez años. Luego, con sus hijos ya en edades laborales, complementó la cría lanar con vacunos. La movilidad espacial, como puede verse, obedeció tanto a datos de oportunidades laborales, a fracasos en distintas actividades, o a la búsqueda de otros vascos que pudiesen brindar una ayuda. Pero como hemos dicho ya, buena parte de los inmigrantes vascos comenzó o terminó sus días en el pueblo.

Llegados hasta aquí, podemos concluir que los vascos se presentan asociados a un número importante de oficios, muchos (no todos, pero sí muy exitosos) ligados al agro. Esto habla por sí solo de su dispersión y de la continuidad del flujo inmigratorio a lo largo de distintos períodos y coyunturas. Probablemente también de su adaptabilidad y oportunismos para emplearse. Esto, sumado a la importancia relativa de las actividades emprendidas y el simbolismo que solía acompañarlas (vestimenta, deportes) los convertía en blanco fácil de los viajeros; síntesis didáctica de una época; ejemplo a seguir en los discursos presidenciales; recuerdo pintoresco, a veces heroico en la memoria de nuestros abuelos...

Estamos de acuerdo en que el común de la gente tiene una idea sintetizada del pasado. En ese pasado están los inmigrantes. Hemos adelantado ya algunas respuestas respecto a la génesis de esas imágenes; avancemos un poco más. Respecto a la inmigración, la mayoría congeló su conocimiento en estereotipos principalmente laborales, aunque también los hay referentes a sus costumbres (por ejemplo si ahorraban, tenían mal carácter, eran honestos, alegres, etc.) Lo primero que observamos es que en el recuerdo popular se trató de gente que vivía miserablemente en sus aldeas y que al llegar trabajaría en cualquier cosa. Los italianos se convertirían en vendedores ambulantes o quinteros; los españoles en comerciantes o amas de casa; los franceses en panaderos o prostitutas; los turcos en vendedores ambulantes y los vascos en lecheros, alambradores o poceros.

Como hemos venido diciendo, los orígenes de las imágenes deben estar ligados, de alguna manera, a la importancia de cada oficio en una coyuntura determinada. Poceros y alambradores -como es evidente- sirvieron de maneras diversas al proceso de expansión agropecuario pampeano. Pero el progreso experimentado por muchos vascos en tareas agropecuarias -cabañas, lechería, chacras- contribuyó de manera decisiva en la conformación de la imagen ganadera de los vascos en la región sudeste de la provincia. Ya hemos visto el desempeño vasco en la lechería en la zona de Chascomús; esto puede hacerse extensivo, veinte años más tarde, a la zona sudeste. Lobería, Necochea y Tandil, entre otras, pudieron ver vascos dedicados a la fabricación de manteca, quesos y cremas. En esta última, hacia 1895, 4 vascos declararon ser lecheros y 6 queseros. En 1909, sobre 18 fábricas importantes de estos productos, 8 estaban en manos de vascos (4 cremerías y 4 queserías)

Queda claro que una vez en el campo los vascos recuperaban su tradición ganadera, láctea y su tendencia a instalar un comercio. Si recorremos las biografías de los euskaldúnes que se encuentran en esta enciclopedia, veremos el alto porcentaje de vascos ligados a la zona rural y las tareas pecuarias. Esto no impide pensar que, en un país como Argentina, fuertemente agroexportador, aquellos contaran con cierta simpatía de una pluma al momento de plasmar el aporte de los inmigrantes al progreso nacional. Baste con ver las dos obras -quizá más representativas del género en el caso vasco- del director de "La Vasconia" José R. de Uriarte, a propósito de los centenarios del 25 de Mayo y el 9 de Julio.