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Álava-Araba. Economía

A pesar de que Álava en su conjunto descansa sobre una base económica industrial y de servicios, los espacios rurales ocupan la inmensa mayoría de su territorio por lo que, a diferencia de las urbanizadas provincias litorales vascas, se podría calificar el paisaje alavés como rural y agrario. Y de nuevo es más conveniente hablar de paisajes rurales en plural porque su variedad, fruto de la diversidad de las condiciones ambientales y sociales, es un rasgo característico que encierra una notable riqueza. A raíz de la industrialización y la consiguiente modernización de la agricultura tuvo lugar un proceso radical de cambios de variado signo que han desembocado, como en otras regiones europeas, en una serie de peculiaridades que resumen las bases de las estructuras y morfologías rurales. Entre ellas destacan las siguientes: expansión acelerada del proceso de urbanización del campo y de instalación de actividades económicas y grandes infraestructuras de comunicación; recuperación demográfica y diversificación social; progresiva pérdida de importancia de lo agrario, tanto desde el enfoque económico como social; declive de las actividades agrarias: desaparición de explotaciones y pérdida de empleos, agricultura a tiempo parcial, empresarios y mano de obra envejecida; capitalización más intensiva de las explotaciones que permanecen (tecnificación, intensificación productiva, aumento de los rendimientos y problemas de contaminación); por otro lado, surgimiento de nuevas alternativas de producción agrícola más respetuosas con el medio ambiente (agricultura ecológica, producción integrada); auge de la agricultura de ocio; reconocimiento social del campo como área de calidad medioambiental y productiva; popularización del turismo ecológico y cultural; valoración como espacio de ocio y deporte al aire libre; el campo como reserva de suelo para futuras urbanizaciones o infraestructuras.

Frente a las áreas urbanizadas de la capital y del alto valle del Nervión, las áreas más rurales de la provincia se sitúan en las comarcas centrales y meridionales, en particular en la Rioja, Valles, Montaña y sector oriental de la Llanada. La diversidad de paisajes rurales que proporciona una personalidad propia a cada comarca se sintetiza en tres zonas ordenadas de norte a sur. El paisaje atlántico al norte, el paisaje cerealista en el centro y el paisaje vitícola al sur.

El paisaje atlántico se extiende por los valles que vierten al Cantábrico, esto es, la comarca Cantábrica y el valle de Aramaio. Pero la modernización agraria ha "atlantizado" otras comarcas de las cabeceras de los ríos mediterráneos como las Estribaciones del Gorbea que se prolongan por el sur para adentrarse en el valle de Kuartango, y el valle de Barrundia en el norte de la Llanada. Los caracteres más puramente atlánticos, compartidos por los valles vizcaínos y guipuzcoanos, se dan en Aramaio y en la primera de las comarcas citadas. Se corresponde con la zona del caserío como unidad productiva y de gestión agraria. Aunque se haya producido un incremento de la base territorial de las explotaciones siguen siendo de tamaño reducido. El sistema de tenencia predominantes es la propiedad directa. Son dos los usos del suelo más extendidos, los prados y las coníferas de repoblación, dedicaciones que expresan en el paisaje la vocación ganadera y forestal de estas tierras. Las especies de ganado que se crían son bovina y ovina. Tras un período de especialización láctea del bovino se pasó a una situación más equilibrada en el reparto de las reses de dedicación cárnica y láctea, una muestra más del declive agrario ya que los motivos de este cambio obedecen al interés por aminorar la carga laboral en esta actividad que en muchos casos puede suponer la antesala del abandono. El ovino está formado por ovejas de raza latxa, bien adaptadas a las condiciones ambientales y de vocación lechera. La mayor parte de la producción se dedica a la elaboración de quesos acogidos a la denominación de origen Idiazabal. Gran parte del monte está recubierto por repoblaciones de coníferas de rápido crecimiento entre las que el protagonismo lo desempeña el pino insignis (P. Radiata). Los espacios atlantizados de las cabeceras mediterráneas comparten estos caracteres sólo hasta cierto punto. Sus estructuras agrarias (propiedad, explotación, morfología parcelaria) tienen más parentesco con las de las comarcas centrales, mientras que los aprovechamientos son esencialmente ganaderos con un sesgo destacable hacia la cría de ovino para la producción quesera. Otra diferencia radica en el predominio de las especies caducifolias autóctonas en las áreas de bosque.

Al sur de los paisajes atlánticos se extiende el paisaje cerealista sobre las comarcas centrales de la Llanada, Valles y Montaña. Aquí el relieve se remansa y se abre en amplios valles limitados por sierras de orientación zonal. Esa distribución morfológica tiene una notoria trascendencia en la distribución de los usos y aprovechamientos del suelo que proporciona una nota distintiva a sus paisajes. Los fondos de valle representan el dominio de los cultivos y las laderas de las montañas circundantes de los usos forestales. Este cambio de uso coincide de forma generalizada con cambios de la propiedad. Los terrenos bajos, cultivados, son propiedad particular; los boscosos montes por su parte pertenecen a distintas variedades de la propiedad pública (comunales, propios, parzonerías, etc.). Las numerosas aldeas que esmaltan las tierras les dotan de un pintoresquismo especial. Las explotaciones cerealistas tienen unas dimensiones superiores a las atlánticas, con un tamaño medio que ronda las 40 Ha. Esta cifra enmascara algo la realidad porque en ella se incluyen las dilatadas fincas comunales que elevan el valor medio. Más acorde con la base territorial que maneja un agricultor de estas tierras son las cerca de 20 Ha de superficie agraria útil (SAU) que de media le corresponden a cada explotación, aunque alrededor del 30% de las explotaciones superan dicha cifra. Otro rasgo peculiar con gran impronta paisajística es su morfología parcelaria. A partir del año 1956 por vez primera los vecinos de un pueblo de la Llanada accedieron a concentrar sus tierras, esta transformación estructural ha redimensionado el conjunto del terrazgo agrícola dando lugar a parcelas geométricas de formas rectangulares, de tamaño medio, pero mucho mayor que el anterior, y sin setos o cercas entre ellas. Esto da lugar a un paisaje de openfield cerealista. En estas zonas el arrendamiento de tierras adquiere gran protagonismo, ya que la SAU se reparte casi a partes iguales entre la propiedad directa y el arrendamiento. Las tierras de cultivo están dedicadas de forma mayoritaria al trigo y a la cebada. Estos cereales básicos alternan con otros cultivos minoritarios como la patata, la remolacha azucarera, el girasol o, en algunas áreas, cultivos extensivos de hortalizas o cultivos forrajeros. Este policultivo está mejor asentado en la Llanada, mientras que en los Valles Occidentales el casi monocultivo del cereal es manifiesto. La ganadería juega un papel muy secundario. Los espacios forestales arbolados, públicos en su mayoría ya que en estas comarcas pertenecen a este tipo de propiedad el 50-70% de las tierras, están cubiertos por especies de frondosas autóctonas. Tres de ellas engloban el 80% de la superficie total de frondosas: el haya en primer lugar y el quejigo y la encina después. Estas tres especies también delatan la variedad ambiental de esta zona de influencias atlánticas y mediterráneas enfrentadas.

Al sur de la singular frontera bioclimática de la sierra Toloño-Cantabria-Joar, ya en pleno valle del Ebro, se extiende el tercer paisaje rural propio de la Rioja Alavesa: el paisaje vitícola. Esta comarca es el área de los pueblos, núcleos de mayor tamaño que en las comarcas centrales y más separados entre sí. Las explotaciones, salvando algunas de mayor tamaño que pertenecen a grandes bodegas industriales, son de dimensiones reducidas, con una magnitud media de unas 14 Ha, parecida a la que se encuentra en el norte atlántico de la provincia. De hecho el 90% de las explotaciones no alcanzan las 20 Ha. Aquí el predominio de la propiedad directa como forma de tenencia es mucho más marcado, mientras que los terrenos públicos apenas llegan a cubrir la cuarta parte de la comarca, localizados en los carasoles de la sierra. La orientación técnico-económica se decanta de manera casi absoluta por la viticultura. Sólo en las tierras más altas, en los glacis y piedemontes de la sierra, se conservan fincas de cereal, cebada fundamentalmente. Se puede hablar con justeza de monocultivo de la vid. La uva se destina casi en su totalidad a la vinificación. Esta especialización de larga trayectoria histórica se explica por las elevadas rentas que genera la venta de vino de Rioja, acogido a la Denominación de Origen Calificada. El elevado número de bodegas, se superan las 500, es otro indicador de la considerable división del terrazgo en numerosas explotaciones. Gran parte de esas bodegas son familiares, de cosechero. Menos de la cuarta parte son grandes bodegas de carácter industrial. Por su parte la ganadería, presidida por el ovino, es casi testimonial. La sierra es el área forestal en la que predominan los matorrales y hierbas mediterráneos, con enclaves de encinas y quejigos.

ERU 2006