Concepto

El Concepto de Género

En el caso de la antropología, la preocupación por identificar los mecanismos de la desigualdad ha llevado a contrastar la relación sexo/género en numerosos sistemas culturales. Así, la revisión feminista del corpus etnográfico produjo dos conclusiones principales: por una parte, que había mucha más información sobre las actividades de los hombres y por otra, que la presencia de las mujeres estaba claramente condicionada por la perspectiva masculina. No es que se hubiera ignorado a las mujeres por olvido o se intentase dejarlas al margen de los análisis, sino que se había tendido a representarlas exclusivamente como objetos pasivos de análisis y no como agentes sociales activos. Además el tradicional interés antropológico en el parentesco y el matrimonio como instituciones fundamentales en la organización social provocó que las mujeres apareciesen mayormente en su rol reproductivo, como madres, o en un papel subordinado como esposas. Las mujeres estaban allí: el problema no era únicamente de presencia sino, fundamentalmente, de representación. Cabe mencionar como ejemplo del tipo de papel atribuido tradicionalmente a la mujer las famosas palabras del antropólogo Bronislaw Malinowski quien definió la antropología como "el estudio del hombre que abraza a una mujer".

La revisión de este tipo de planteamientos coincidió con una crítica epistemológica más amplia orientada a la denuncia del etnocentrismo y el androcentrismo en la antropología (Maquieira, 2001:128; Moore, 1991). Es decir, se percibía la sociedad estudiada no solamente desde la visión hegemónica del colectivo socialmente dominante, sino que se trataba de una mirada que partía de los hombres (andros) tanto en el caso de los observadores como de los observados. Una perspectiva derivada, indudablemente, del sesgo masculino característico de la sociedad occidental y de sus instituciones académicas. La crítica al conocimiento antropológico como un conocimiento parcial multiplicó los esfuerzos orientados a rectificar los sesgos tanto etno- como androcéntricos y detectar los mecanismos de invisibilización de las mujeres en los datos etnográficos y la teorización antropológica.

La antropología fue una de las disciplinas más comprometida con el ejercicio de desenmascaramiento del enfoque androcéntrico característico de estas primeras etapas de los estudios de género. Así mismo, la antropología impulsó el interés en las mujeres como objeto de estudio, interés coincidente con la conciencia derivada del pujante movimiento feminista. Según María Jesús Izquierdo (1998) la creación de la categoría "mujer" como objeto de estudio empieza cuando un grupo de mujeres se da cuenta de que el sexo que comparten tiene un significado social y es esta conciencia colectiva la que permite pasar de la idea de la mujer como objeto de análisis pasivo a quien le suceden cosas, a sujeto político activo poseedor potencial de determinadas cotas de poder, capaz de ejercer autoridad e influencia, y con derecho a expresarse y ser tomado en cuenta. En esta primera fase, "la mujer" emerge como una categoría homogénea, reflejada en el uso del singular (y no del plural como se demandará más adelante). De hecho, el énfasis se ponía en la igualdad entre mujeres, en la condición biológica femenina compartida y en las implicaciones sociales de su sexo, obviándose la relevancia de otras variables sociales (clase, etnicidad, preferencia sexual, etc.) que posteriormente vendrían a cuestionar la universalidad y uniformidad de la categoría mujer.

La primera tarea de los llamados "estudios de la mujer", fue corregir la perspectiva masculina, androcéntrica, y situar a las mujeres en el primer plano de las investigaciones. Muchas investigadoras se dedicaban en los años setenta a documentar el quehacer de las mujeres, a recoger sus acciones y sus palabras, desconfiando de los relatos de los hombres -investigadores o informantes- sobre lo que hacían las mujeres8. En lugar de ver a las mujeres sólo como madres o de representarlas en relación a su rol reproductivo en el sistema de parentesco, se optó por dirigir la mirada al papel de las mujeres en otros ámbitos, de cara a poder descubrir y poner de manifiesto su aportación a la producción o su participación en el ejercicio de poder y toma de decisiones. De este modo se recopilaba material en el cual las mujeres eran protagonistas, actores sociales y políticos en el centro de la reflexión y no objetos secundarios de una investigación cuyo enfoque principal estaba en otro lugar. Según Dolores Juliano (1992:35) se hacía visible lo "no significativo" en la estructura social, haciendo relevante lo considerado hasta entonces "irrelevante".

Hacer visible a las mujeres fue el primer paso importante en la elaboración del concepto de género pero ésta fue sólo una parte del proceso. Tanto en el caso del movimiento feminista como en el de los estudios de la mujer, se hizo evidente que añadir o incrementar la presencia femenina no era suficiente para superar los prejuicios profundamente enraizados en el análisis. No era tan simple como añadir un ingrediente más y mezclar la masa, para usar una metáfora de Marilyn Boxer (1982:258)9. Existía un problema con el androcentrismo arraigado en los modelos analíticos propios de las ciencias sociales, identificado por Edwin Ardener (1975:21-23) como la teoría del silenciamiento o de los "grupos mudos". Ardener argumentó que los grupos sociales dominantes (definidos por sexo, edad, clase, etnicidad...) generan y controlan los modos dominantes de expresión y silencian o acallan a los grupos sociales subordinados, incluidos las mujeres. No es simplemente que las mujeres no tienen voz, sino que su voz no resulta inteligible porque no se expresa a través de los modelos dominantes y en consecuencia, sus mensajes resultan distorsionados y sus significados silenciados. En palabras de Moore (1991:4) "no es que las mujeres están calladas, es que no se las puede oír".

Este descubrimiento plantea una nueva cuestión para los estudios de la mujer. Si se acepta la teoría del silenciamiento, no es suficiente hablar con las mujeres porque su propia percepción de la realidad es tamizada por el modelo dominante androcéntrico. Habría que desarrollar nuevos paradigmas de análisis para reconocer los modelos masculinos y femeninos imperantes en distintas partes del mundo y en los diferentes ámbitos de la sociedad. Si los modelos de las mujeres varían en relación a los de los hombres ¿serían las mujeres las más indicadas para estudiar a las mujeres? Y si esto es así ¿quiere decir que las mujeres no pueden estudiar a los hombres? Como señaló Judith Shapiro (1981:125), si hay que ser para conocer, el proyecto de estudiar las sociedades humanas se vendría abajo. Pero no todas las científicas sociales querían dedicarse a denunciar el sesgo androcéntrico de sus disciplinas. Del mismo modo, ya desde John Stuart Mill (1861) ha habido hombres preocupados por comprender el funcionamiento de la dominación masculina a través de las relaciones sociales (Martín, 2006:24). Reclamar el estatus privilegiado de las mujeres para estudiar a las mujeres depende de la construcción de una categoría universal de "mujer", categoría que enfatiza por una parte, la diferenciación entre mujeres y hombres y por otra, la igualdad entre mujeres, una idea central en "los estudios de la mujer" de los años setenta y que será cuestionada a raíz de nuevos hallazgos y planteamientos.

8Ejemplo de esta fase es la colección de artículos editados por Olivia Harris y Kate Young. HARRIS, Olivia; YOUNG, Kate (eds.): Antropología y Feminismo. Barcelona: Anagrama [1974] 1979.

9Boxer lo denominó el método "add-women-and-stir". BOXER, Marilyn. "For and About Women: The Theory and Practice of Women's Studies in the United States". In: KEOHANE, N; ROSALDO, M; GELPI, B. (eds.): Feminist Theory: A Critique of Ideology. Brighton: Harvester Press, 1982; pp. 237-271.