Concepto

Actitudes ante la lengua vasca en la época foral

Los autores vascos a la hora de conformar el imaginario identitario recurrieron a un complejo de temas adecuados a la mentalidad del momento: autoctonía de los habitantes del solar vasco, considerados como primigenios y originarios, al menos desde la llegada de Túbal, hidalguía universal igualitarista, nobleza originaria de solares conocidos y transmitidos a lo largo de los siglos, apellidos concordantes con estos solares, incontaminación y pureza de estos linajes que se habrían desarrollado sin contacto con otros exteriores, secular independencia e ingenuidad política al no haber sido nunca sojuzgados, lo que traía consigo la incorporación de dos mitos el cantabrismo (identificación de Cantabria y Vasconia como último baluarte de resistencia a los romanos) y el vasco-iberismo (identificación inicial de Vasconia e Iberia, siendo por lo tanto los vascos los primeros y originarios españoles)... y todo ello probado especialmente por la lengua peculiar. Aunque este temario fuese completado por las autores de la segunda mitad del siglo XVI, casi todos ellos laicos, esencialmente Esteban de Garibay (1525-1599), Juan Martínez de Zaldibia (?-1575), Andrés de Poza (1547-1595), Baltasar de Echave (1548-1623) y Lope Martínez de Isasti (1565-?), entre otros, recurriré a un texto de mediados del siglo XVIII del jesuita Manuel de Larramendi en donde se resume de forma sintética este complejo ideológico:

"La nación de los vascongados, y particularmente la de Guipúzcoa, ha tenido el ser mirada y atendida de Dios con especial cuidado entre todas las de España, y pudiera decir del mundo todo. Esta nacioncita siempre ha estado en este ángulo septentrional, jamás se ha confundido ni mezclado con ninguna de las naciones que vinieron de fuera, ni de moros, ni de godos, alanos, silingios, ni de romanos, ni de griegos, ni de cartagineses, ni de fenicios, ni de otras gentes. Y la demostración de esta verdad es el vascuence, lengua que evidentemente nos distingue de esas otras naciones. Sabe Guipúzcoa que la sangre de los suyos no tiene que ver con las de estas naciones, y que a ninguna de ellas tiene que recurrir en busca de su principio, de su alcurnia y de su genealogía. Sabe que por ninguna de ellas está interrumpida su línea y ascendencia. Y asegurada de estas negativas y exclusivas, sabe en fin positivamente que viene, en derechura y sin cortaduras, de la familia de los hijos de Túbal que poblaron a España: cuya sangre nobilísima y limpísima ha mantenido en tantos siglos, a pesar de las bárbaras naciones que inundaron el resto de España" 1.

Y por debajo de todo esto estaba la defensa del peculiar sistema de integración de los diversos territorios vascos en el entramado de las monarquías francesa y española: el sistema foral. Aparte de los teóricos citados una pléyade de juristas e historiadores vascos intentan hacer descansar los Fueros sobre un triple basamento: la independencia inmemorial, la voluntaria entrega y el pactismo. Es decir, el territorio habría sido desde siempre independiente, en un momento habría pactado con el monarca su integración voluntaria en el seno de la monarquía pero manteniendo el Fuero que se supone anterior a la misma; de esta forma el Rey estaría obligado a jurar y cumplir el Fuero y su gobierno sería limitado. Las consecuencias prácticas de todo esto eran muy grandes, con sistemas jurídico-administrativos privativos que abarcaban la fiscalidad, la organización militar, etc. Y en el fondo de todo para sancionar los derechos de esas colectividades vascas, tan nobles, igualitarias y diferenciadas, a modo de probanza, los teóricos apologistas presentaban el argumento de la especial y antiquísima lengua.

Como es de suponer la visión de los foráneos era bien distinta. Juan de Mariana (1536-1623), negaba radicalmente que el euskara fuese la lengua hablada en la antigüedad en toda Iberia y aseguraba que no era sino un lenguaje grosero y bárbaro correspondiente a gentes igualmente feroces y agrestes. A partir de las tensiones identitarias de las décadas de 1620 y 1630 que eclosionan en las tensiones secesionistas de 1640, el tono de la polémica en torno a la lengua vasca sube en varios grados. Hacia 1620 Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, escribió un texto que no llegó a imprimirse pero que circuló manuscrito titulado: El Búho gallego, en donde se atribuía al euskara y a los vascos el origen más peyorativo que pudiera darse a la sazón: el judío. Idéntico planteamiento se defendió en otro texto anónimo de 1624 que igualmente circuló manuscrito hasta su publicación en 1876 con el título de Castellanos y vascongados, en el contexto de la llamada guerra de Los Vicuñas, acontecida en Potosí (Bolivia) entre vascos y castellanos. Estas teorías tuvieron cumplida respuesta vasca (El Tordo Vizcaíno, circa 1638) en donde se negaba radicalmente tan innoble origen y se defendía la pureza y antigüedad racial y lingüística.

1LARRAMENDI, Manuel de, Corografía o descripción general de la M. N. Y M. L. Provincia de Guipúzcoa. San Sebastián: Sociedad Guipuzcoana de ediciones, 1969, p. 144.