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CRUZADA

Octava Cruzada (1270-1271). Los turcos fueron tomando la mayor parte de los pueblos de Palestina, incluso Jerusalén, y por tanto todos los lugares sagrados. Aquellas noticias recientemente llegadas produjeron el efecto de enfervorizar a Europa y al Papado. Los vascos que se dispusieron a inscribir sus nombres y a embanderarse entre las huestes que marcharan a Palestina. Desde Viterbo, en las kalendas de marzo de 1269, el Papa Clemente IV dio una Bula por la que se dirige a los padres predicadores (Dominicos) y al guardián de los franciscanos de Pamplona, en la que les encarece y recomienda proseguir la predicación de la Cruzada en el país, a clérigos y laicos del Reino de Navarra; les da facultad para absolver a los cruzados presentes y futuros aun en el caso de que hayan incurrido en la pena de excomunión fulminada contra aquellos que ponen violentamente las manos sobre los clérigos y religiosos; y en el caso de que por cualquier circunstancia no pudieran ir a la guerra para ser absueltos deben dar limosna para la Cruzada. Esta Bula se conserva en su original en el archivo de la Cámara de Comptos de Navarra. en Pamplona, cajón 4, n.° 25. En otra Bula dada también en Viterbo, en las kalendas de marzo del mismo año, el Papa Clemente IV volvió a ocuparse del tema en vísperas de la salida de la Cruzada dirigiéndose en ella al rey de Navarra, ilustre, como allí se le califica. En ella concretamente se les confiere inmunidad judicial fuera de su propia diócesis a los cruzados. El original de esta Bula se encuentra en el archivo de la Cámara de Comptos de Navarra, cajón 4, n.° 26. En otra Bula otorgada en el mismo lugar y data, Clemente IV se dirige al prior del hospital de Roncesvalles, al Deán de la iglesia de Tudela, de Tarazona y de Pamplona, y les recuerda que el rey de Navarra y los cruzados de este reino que habían tomado la cruz en socorro de Tierra Santa, la que estaba en artículo de imperiosa necesidad, gocen de los mismos privilegios e inmunidades que el concilio general otorgó a los cruzados que van a la guerra santa, con objeto de que su rey pudiera cumplir más libremente su voto. Esta Bula se encuentra en su original en el Archivo de la Cámara de Comptos de Navarra, cajón 4, n.° 27. Se otorga una "Donación de Balduino II, emperador de Constantinopla, a Tibaut (D. Teobaldo), rey de Navarra, de la cuarta parte del imperio de Constantinopla", escritura otorgada en París en 1268, dos años antes de emprender los vascos esta octava y última Cruzada, precisamente para corresponder a la disposición del rey navarro de armarse en Cruzada para Oriente, pues en esa fecha ya era público y notorio que había nuestro rey adquirido aquel compromiso. Y ello es tan claro y evidente que D. Teobaldo de Navarra, realizó el viaje a París para "tratar con su suegro San Luis acerca de la jornada ultramarina para socorrer a los cristianos de Tierra Santa, que se hallaban en grave apuro, y fijar los detalles y época de la partida". En cuanto al orden interior también tuvo D. Teobaldo que ocuparse de preparar la cruzada, dictando varias providencias a ello encaminadas y hasta "conceder gracias y vender pechas y pueblos" para allegar recursos para financiar la Cruzada. Y añaden Marichalar y Manrique que los pueblos aprovecharon esta coyuntura "para rescatar cargas y gabelas". D. Teobaldo "absolvió también a sus labradores de Gulina, Aguinaga, Cía de Horreya, Larrainz y Larumbe, de la carga de acudir a las obras reales de castillos y fortalezas, en que dice eran muy gravados, a cambio de que cada casa pagase a principio de enero dos sueldos, y uno solamente las viudas, con objeto asimismo de reunir dinero para la guerra santa". Ese tren de preparativos lo llevó Teobaldo de Navarra también a fin de reunir hombres que le siguieran como soldados. Así continúa el autor antes mencionado: "Empleó el rey lo restante del año en visitar varios pueblos de su reino, y por el otoño pasó a Navarra la Baja, aprestando la gente de guerra que habla de seguirle". Efectivamente vemos a Teobaldo II en Ostabeles u Ostibarre, en Belin, en Lezinaun y otros pueblos de su recorrido en los que atiende distintos aspectos de gobierno, según prueban varias providencias en ellos datadas. El esfuerzo de propaganda en el exterior relativo a la nueva Cruzada no dio otro resultado que la participación de dos soberanos: San Luis IX de Francia, y Teobaldo II de Navarra, y la de dos pueblos, el franco y el vascón o pirenaico. Al rey de Navarra acompañaba su esposa, la reina D.ª Isabel, hija de San Luis, con la que había casado en 1258. Reunida la enorme masa que formaba el cuerpo de ejército de Teobaldo en Marsella, unos vinieron por París, Brie y Champagne, y otros directamente, estos últimos pasando por Toulouse y Aix, en la primavera de 1270, procediendo al embarque en el puerto marsellés y en el de Aigues-Mortes, en compañía del cuerpo expedicionario de San Luis. La expedición se dirigió a Cagliari, capital de la isla de Cerdeña, al Sur de la misma, puerto entonces conocido por Callen, que dependía del Condado de Pisa. En esta travesía emplearon siete días. Se proponían seguir, conforme a los propósitos iniciales, a tierras de Palestina, mas desde aquel lugar cambiaron de rumbo hacia las costas de Africa. Varios historiadores se han propuesto descubrir la razón de aquel cambio del plan trazado por los cruzados, y muchos de ellos atribuyen aquel hecho a las noticias recibidas, según las cuales el rey de Túnez estaba dispuesto a convertirse al cristianismo y aun a colaborar en la empresa de liberar Tierra Santa. Es fácil que pudiera ese hecho influir para la modificación de la ruta trazada, pero sin duda había otras razones, alguna de ellas bien importante. Se refería al rey de Sicilia, Carlos de Anjou, hermano de San Luis, que se suponía con derechos de vasallaje sobre el rey de Túnez, el que influyó notablemente sobre los cruzados, sobre todo con los dos jefes de la expedición, hermano carnal y sobrino por afinidad de aquél. El ofrecimiento del anjevino trataba de sacar ventajas a cambio de su colaboración para someter al rey de Túnez, con lo que buscaba ampliar el dominio franco sobre el Mediterráneo, lo cual no había de parecerle mal al Papa, puesto que era en Roma donde fue coronado Carlos de Anjou como rey de Sicilia, ofreciendo en compensación contribuir y aportar un cuerpo de ejército a la nueva Cruzada a Palestina, que él mismo había de dirigir. Así pues cambió la ruta de la Cruzada, con el propósito de que una vez asentados en Túnez adonde se dirigían, intentarían los cruzados seguir por Libia y Egipto hasta El Cairo, es decir, por la costa meridional mediterránea, y de no poder realizar la marcha por tierra seguirían con su flota por el mar hasta San Juan de Acre. Los cruzados pusieron rumbo a Túnez. El 17 de julio de 1270 consiguieron desembarcar en sus proximidades, en el puerto de La Goleta. Una vez fijadas posiciones y asentados lo suficiente en el aspecto militar, tras cruentas y duras luchas sostenidas con el ejército indígena, acamparon las tropas vascas y francas en las cercanías de Túnez. De la jornada a Túnez y por tanto de la octava Cruzada que nos ocupa, la obra de Guillermo de Anellier, trae en su poema, que tiene más de crónica narrativa de hechos acaecidos, aunque ésta sea rimada, los siguientes versos:

Luis se llamaba que se hizo amar mucho,
Y le ocurrió pasar a ultramar,
Y dispuso sus novios y los hizo aparejar,
Y avisó al Rey navarro que fuese con él,
A causa de su feudo de Champagne y para salvar su alma,
Y porque era su yerno quiso llevarle consigo.
La Cruzada fue grande y fueron a prepararse
Allá al puerto de Aigues-Mortes. Puedo contar lo que presencié.
Allí veríais conceder indulgencias y grandes perdones.
Para ir hasta el Cairo; y convinieron
En que irían a Túnez, porque pensaron
Que lo conquistarían y podrían ir después,
Sin pasar el mar, al Cairo, y proteger a Acre.
Y un día de septiembre empezaron a navegar.
Y fueron a abordar al puerto de Cartago
Y lo tomaron a la fuerza, peleando bien,
Y en cuanto estuvieron en tierra, hicieron salir en seguida
Los caballos de los navíos, y los hicieron armar;
Y tocaron las trompetas y fueron a acercarse
En derechura a Cartago, para entrar en la ciudad,
Los sarracenos, que vieron a los cristianos esforzarse,
Pensaron en defenderse y en batalla bien;
Y huyeron a Túnez, donde estaba su refugio,
Y si tan pronto como lo vieron hubieran ido a sitiar
Túnez, lo hubieran tomado y desmantelado;
Pero Dios no lo quería; he aquí por qué no pudo conseguirse.

(Estrofa XII, versos 340 a 368.)

Y cuando vino un día hermoso y claro,
Los sarracenos salieron a los cristianos a asaltar,
Y gritaron: ¡Túnez! y se pusieron a silbar,
Y gran ruido y gran estrépito entre ellos a armar.
Y la hueste cristiana estaba comiendo,
Y cuando oyeron el ruido fue muy grande su temor,
Y dijeron: "Santa María, ¿nos quieres desamparar?"
Y se hubiera visto a muchos huir o esconderse,
Y fue tan grande el ruido en la ost y el gritar,
que apenas hubo ninguno que pudiese consejo dar,
Ni que pudiese sus armas hallar en su lugar;
Y cuando el Rey Thibalt los vio desamparar,
Entonces gritó: ¡Navarra! y se fue a armar,
Y entre tanto se hizo no caballo traer,
Y los navarros, al ver su caro Señor montar,
Todo el más perezoso fue a ponerse a su lado,
Y el Rey comenzó su caballo a espolear
Y dió por medio preyesa, pues quería ensalzar,
La santa fe de Roma que veía bajar;
Y los navarros que vieron a su Señor se apresurar
Dijeron: "Barones, vayamos nuestro Señor a guardar
Y muramos todos con él antes de dejarle forzara.
Entonces vierais tender y ballestas soltar,
Y lanzas herir y asconas lanzar,
Y los navarros, en camisa, aquí y allí saltar
Y los sarracenos que los vieron desnudos así se agitar,
Dijeron "esos no son hombres, por Mahoma, parece
Que non diablos vivan que así vemos saltar,

Puen ellos no temen muerte ni temen tan heridas
Y contra talen gentes no es bueno batallar".
Y entonces comenzaron a volverse hacia Túnez,
Y el bravo Rey de Navarra y sus gentes, a perseguirlos.
Tanto que por las puertas lon hicieron entrar.
Entonces el Rey Thibalt se puso a reunir
A sus gentes, y dijo: "¡Barones, volvámonos ahora!
Y todos se volvieron y cumplieron su mandar
Sin la menor demora.

(Estrofa XII, versos ;83 a 419)

Y el Rey Luis, que era Señor de Francia,
Fué a acogerlo con muy duro semblante,
Y le dijo así, ,Hijo, hoy me habéis dado pesar
Porque con gente sin fe non metisteis en tal danza
Y sabéis que hicisteis falta e enfança,
Y si fuerais vencido, vuestro fuera el error;
Pero honrado hebéis para siempre vuestra lanza,
Porque parece que todo bien non avanza
Y en adelante no pongáis toda la hueste en balanza,.
El Rey Thibalt responde, alegre sin titubear:
"Señor, en Jesu Cristo está nuestra esperanza,
Y si nosotros sirviéndole morimos, es mi opinión
Y mi fe que vendremos al brazo derecho de la balanza,
Y no estaremos aquí para dormir ni para dar bienandanza,
Si no para exaltar la fe de los cielos, que es nuestra salvación.
Entonces el Rey de Francia, en señal de amistad,
Le besó en la boca con muy grande alegría,
De lo cual se alegraron todos.

(Estrofa XIII, versos 420 a 437)·

No se dijeron más razones, sino de bien y de amor,
Y el buen Rey de Navarra, así como a Señor,
Solazó al Rey que llevaba la flor
Y después se volvió, con muy grande alegría,
Derechamente a su tienda, donde estaba su auriflor,
Y se hizo desarmar por el gran calor
Que entonces tenía el mayor y el menor,
Y puedo deciros que los guerreros,
Los que fueron de Francia, no creo hubiese mejor
Que entonces fué el Rey de Navarra, ni más combatidor.
Y ·si.el día,·cuando vinieron, hicieran, tanto rumor,
No quedara en Túnez muro ni castillo ni torre
Que no la tomasen, pues codo su pavor
Era que los cristianos diesen sobre ellos,
Y después, pasados unos días, ya no tuvieron temor,
Y sucedió después que quiso el Salvador
Que muriese el Rey de Francia, con lo que perdieron el color
Todos los de la hueste, y tuviersu gran dolor.
Y el valiente Rey de Navarra por la gran tristeza.
Que hubo del Rey francés, y por el dolor y los lloros,
Halló la muerte prontamente.

(Estrofa XIV, versos 438 a 458)·

Murieron el Rey de Francia y el de Navarra, los dos,
Con lo cual todo el cristianismo dos escalones bajó:

(Estrofa XV, vernos 459 a 460)·

Y después los navarros se volvieron desconsolados,
Que su señor fuese muerto, que era valiente y gracioso,
Y vinieron a Navarra; y cuando fueron oídos
Se alzaron por la tierra los lloros, dolor y gritos,
Porque el que era su señor de derecho habla acabado,
Y, que sin hijo, quedaba el trono abandonado.

(Estrofa XVI, versos 488 a 493)