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CRUZADA

Se denominan Cruzadas las expediciones militares que los cristianos de la Edad Media dirigieron contra los musulmanes y, más tarde, las encaminadas a la liberación de los Santos Lugares. Contaban unas veces con el permiso de la Iglesia y otras veces eran convocadas por los mismos Papas. Desde los s. VIII al XIII, los ejércitos musulmanes habían conquistado toda la península ibérica y amenazaban apoderarse de la Europa occidental. La derrota de Poitiers, en 732, cortó el avance victorioso de los musulmanes después de haber devastado éstos toda Vasconia desde sus linderos del Ebro. El duque vasco-aquitano Eudón el Grande había sido derrotado en las orillas de Burdeos. Después en Poitiers luchó con la ayuda de Carlos Martell. Esta fue una batalla de vascos y francos contra musulmanes. Los Papas habían dado el carácter de Cruzadas a estas luchas por la reconquista peninsular. Para el s. XIII los vascos ya habían reconquistado todo su territorio tradicional (conquista de Tudela en 1118). Pero para un estudio de las Cruzadas es mejor prescindir de estas luchas de reconquista porque en Euskalerria tenían lugar también contra francos, astures y musulmanes, bien por separado cuando no coaligados. Las Cruzadas a Tierra Santa y otros lugares orientales se caracterizaron por la especial bendición de la iglesia, las indulgencias concedidas a los cruzados, y otras prerrogativas. El origen de estas cruzadas en las que participaron activamente casi todas las naciones europeas tiene lugar en un ambiente muy especialmente complicado. Es un momento de crecimiento demográfico-económico y del tráfico terrestre y marítimo. Viajes comerciales y peregrinaciones empiezan a menudear por todas partes con la exigencia de vías de comunicación seguras y en buen estado. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela que fluyen desde toda Europa cruzan Euskalerria caldeando el ambiente religioso. Sancho el Mayor se vio precisado a ofrecer una vía con toda clase de seguridades a través de su Reino y por tierras del interior y no costeras como hasta entonces. El cristianismo medieval lleva consigo toda clase de fermentos procedentes de una sociedad feudal que avasalla a la gente del campo. Núcleos importantes de campesinos escapan de sus garras buscando trabajo en las ciudades. En 1095 el Papa Urbano II, a petición de Alejo I Comneno, emperador de Constantinopla, hace un llamado a la clase feudal para que cesen en sus luchas internas y se alisten para defender el frente anatolio. Esta exortación fue la chispa que provocará un movimiento .de masas no previsto. Predicadores ambulantes exparcían noticias sobre los malos tratos y humillaciones de que eran víctimas los peregrinos a los Santos Lugares. Otras veces contaban visiones sobrenaturales y llamadas de Dios. Culminó este proceso inflamatorio con Pedro el Ermitaño (de Amiens). Una inmensa expedición de gentes de toda laya y condición, aventureros sin escrúpulos y fanáticos, partieron para liberar Jerusalén, en la primavera de 1096. Los campesinos se encargaron de que no llegaran ni a Constantinopla. A. de Lizarraga publicó, en 1946, un excelente estudio titulado Los Vascos y las cruzadas (Buenos Aires, Ed. «Ekin») del que tomamos la información que sigue.