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CRUZADA

Octava Cruzada II (1270-1271). Así las cosas, se produjo el choque, y fueron tantos los combates y tantos los caídos que la fiebre pestilente produjo, que el espectáculo macabro que los sobrevivientes presenciaban les desmoralizaba. Allí encontraron la muerte miles de cruzados y entre ellos el propio rey de Francia, San Luis, fallecido el 25 de agosto de 1270, y aun su propio hijo, Juan, conde de Nevers. No obstante los sinsabores de aquellas jornadas, los cruzados volvieron a organizarse a la llegada del ejército que desde Sicilia venía conducido por Carlos de Anjou. Dos grandes batallas se dieron en aquellos lugares próximos al sitio donde en otro tiempo se levantaba la antigua Cartago. Los musulmanes se vieron obligados a solicitar la paz, que fue aceptada en estas condiciones: "pagar a los cruzados por gastos de expedición, 200.000 onzas de oro, y al rey de Sicilia 40.000 escudos cada año; permitir en su reino la predicación y culto de la religión cristiana, y concretar una tregua de paz duradera por espacio de diez años". El ejército cruzado, no obstante su reacción y la posibilidad de imponer su autoridad, se vio diezmado y desorganizado, comprendió sobre todo que sus fuerzas serían insuficientes para realizar la jornada propuesta y determinó regresar a Europa. Así tomó la expedición rumbo a Sicilia. El disgusto que sentía nuestro rey Teobaldo por el desastre de la expedición y por la imposibilidad de continuar la campaña fue muy grande. Además llegó también enfermo y desde luego acongojado por la desaparición de la flor de su ejército y de sus propios suegro y cuñado. Lo cierto es que Teobaldo II de Navarra encontró la paz eterna en Trapani, el 5 de diciembre de 1270. Su muerte afligió a los expedicionarios y a la cristiandad toda, pues "privó al ejército de uno de sus mejores miembros, porque Teobaldo era, según el rey de Francia, el más poderoso de los caudillos del ejército y hombre de buen consejo". Pero no fue esta sola pérdida que sufrió nuestro ejército, en lo que afecta a Navarra sobre todo. Porque caminando la expedición hacia Marsella, la propia reina de Navarra, D.ª Isabel, también dejó de existir. Así lo afirma Aleson, continuador de los Anales, del padre Moret, y Bussieres en su Historia de Francia, aunque varios autores la consideran fallecida después de su llegada a Marsella. Los cruzados vascos desembarcaron en Marsella, regresando a su patria, diezmados y maltrechos. Entre aquellos caballeros cruzados se encontraba, al decir de Aleson, los señores de Agramón, con los de su bando de la parte de los vascos; y de las montañas el señor de Lusa con los suyos; D. Corbaran de Lehet, con su casa y parientes; D. Juan de Ureta, con los suyos; el señor de Monteagudo y D. Diego Velázquez de Rada; el señor de Aibar con las gentes de la Ribera; D. Iñigo Vélez de Guzmán y D. Ladrón de Guevara, su hermano; D. Iñigo de Avalos con los de la Divisa; D. Martín de Avalos, señor de Leiva; D. Aznar de Torres, señor de Cortes; D. Diego Fernández de Ayanz, D. Pedro Pérez de Lodosa, D. Iñigo Vélaz de Medrano; D. Sancho Ramírez de Arellano, señor de la casa de Bidaurreta y tierras de la Solana, y otros muchos nobles y caballeros de no menor calidad, con D. Juan González de Agoncillo, alférez mayor del reino". También asistieron a esta Cruzada otros personajes vascos. Así, por ejemplo, al ser otorgado el testamento del rey Teobaldo II de Navarra, aparecen como testigos en aquel instrumento otorgado en noviembre de 1270 "apud Portum Carta ginis in Tunicio", es decir, en el Puerto de Cartago en Túnez, y como testigos estuvieron presentes y oyeron de boca del rey las cláusulas del mismo y firmaron con él: fray Simón del Val y fray Pedro Pérez de Sarría, de la orden de los Predicadores, y los señores García Martínez de Uriz, y Alfonso Díaz de Falces. Nada tiene de particular que los de Oñaz u oñazinos guipuzcoanos acompañaran a sus hermanos navarros en esta Cruzada, pues tras las famosas luchas originadas entre ambos en la denominada frontera de "malhechores", se habían acordado "entre ambos contendientes paz y treguas por cien años y un día". Uno de ellos fue motivado a petición del patriarca de Jerusalén, en 1332, mereciendo el apoyo del Papa Juan XXII, y en el cual proyecto habían de participar Felipe II el Noble, rey de Navarra, y Felipe el Largo de Francia, con otros nobles y caballeros de sus respectivos países y de algunos otros. Pero en aquellos momentos las contiendas de Francia e Inglaterra, y la necesidad de guardar sus tierras los vascos, redujeron a proyecto la Cruzada. Ref. Lizarra, A. de: Los Vascos y las Cruzadas, Editorial "Ekin" (Buenos Aires, 1946). Bibliogr. Ansoleaga, F.: El cruzado y los cruzados en la iglesia de San Saturnino de Pamplona (Pamplona, 1910); Belloc, Hilaire: Las Cruzadas (Buenos Aires, 1944); Domínguez, Tomás: Los Teobaldos de Navarra (Madrid, 1909); Vera Idoate, G.: Navarra y las Cruzadas (Pamplona, 1931); Rtihricht, R.: Die Kreuzzüge des Grasen Teobald von Navarre und Richard von Cornwallis nach dem Heiligen Lande, Forschungen zur Deutschen Geschichte, 1886; Goñi, G.: Historia de la Bula de la Cruzada en España (Vitoria, 1958); Moret, J.: Anales de Navarra (Tolosa, 1890).