Concept

Romanización

Según indican los textos y restos arqueológicos, a pesar de que quizá lo que actualmente constituye Euskal Herria fue dominado en épocas de Ponpeio y Cesar, fue en la época de Augusto cuando dicho territorio comenzó a introducirse en la organización imperial de Roma. Estrabón finalizó su obra durante el mandato de Tiberio y atendiendo a lo que escribió, el camino partía de Tarraco (Tarragona) -es decir, desde la capital provincial-, cruzando las ciudades de Ilerda (Lleida) y Osca (Huesca) hasta llegar a Oiasso. Ese camino unía el Mediterráneo y el Atlántico, haciendo el trayecto más corto, como años después dijo Plinio en el lugar donde el territorio se estrecha como una cuña entre dos mares (NH III. 3.29). En el entorno de Oiasso el camino al valle del Ebro fue la clave principal de la colonización, y esa acometida fue una de las directrices a seguir en el régimen de Augusto.

Parece ser que el camino principal que llegaba a Oiasso y unía los mares internum et externum estaba relacionado con la explotación de plata de Aiako Harria. El comienzo de los trabajos comerciales de Roma hay que situarlo también en el contesto de las iniciativas correspondientes al régimen de Augusto. Ese camino daba salida por tierra a los metales preciados; en cambio, el plomo y el hierro eran transportados por la mar.

En un principio fue una integración militar. Prueba de ello eran el campamento Saint-Jean-Le Vieux (situado junto a San Juan Pie de Puerto) y el mismo Oiasso; parece ser que en dicho campamento se han encontrado recientemente restos relacionados con el Legio VI (Alkain, 2010).

Con los sucesivos emperadores (Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón) de la dinastía inaugurada por Augusto, se aprecia un interés creciente por el territorio. Fue en esa etapa cuando crearon las factorías de las conservas de pescado, las denominadas cetarias, tanto la Getaria de Laburdi, como la Getaria de Gipuzkoa. Pero el gran impulso de la colonización romana vino con la siguiente dinastía, es decir, con los flavio (Vespasiano, Tito y Domiziano).

El emperador Vespasiano conocía de primera mano la parte Atlántica, ya que había participado en la conquista de Britannia durante el mandato de Claudio. Dicho emperador, se mostró a favor de Hispania y, sobre todo, a favor de los territorios de la costa cantábrica. Dio Ius latii (derecho latino) a los hombres libres de las provincias de Hispania, impulsó la creación de municipios y facilitó la obtención de la ciudadanía romana. En la costa cantábrica, a 140 kilómetros al oeste de Oiasso, en Castro Urdiales, creó la colonia de Flaviobriga.

Al finalizar el primer siglo de nuestra era la costa se nos presenta repleta de establecimientos; a los ya mencionados Irun y las Getarias hay que añadir Hondarribia, Pasaia, Donostia, Zarautz, Ondarroa, Lekeitio, Portuondo, Forua, Bermeo, alrededores de Bilbao y, seguramente, los años venideros habrá que añadir nuevos emplazamiento de la costa, ya que la carencia de testimonios arqueológicos sobre los romanos puede deberse simplemente a la falta de hallazgos, y no a una verdadera carencia de testimonios.

El origen de Getaria, como hemos citado anteriormente, se debe a una factoría de conservas de pescado, es decir, a una cetaria (parecida etimología se defiende en estos casos: Catoira de Galicia, Cetaria de Sicilia, Cetobriga del estuario del Tajo y/o Cetararako de Campania). Para organizar estas industrias se preparaban unas zanjas, donde criaban el pescado mediante distintas capas de sal, para el preparado de diferentes tipos de pasta. El más estimado era el conocido como garum, que utilizaban como condimento de muchos platos; este condimento se mantiene en las culturas del suroeste asiático, en Camboya, Vietnam, etc. Jaime Rodríguez Salís realizó un trabajo de investigación sobre la etnografía comparada y la arqueología experimental, donde identifica diferentes pastas y salsas de pescado que utilizaban los romanos (Rodríguez Salís, 2003, pp. 11-15). Esas zanjas de mediados del siglo I aparecieron junto a la vieja estación de trenes de Getaria (Laburdi), repletas de basuras depositadas en ellas. En esas fechas se derribo y abandonó la factoría; no sabemos las razones que la llevaron a tal destino.

En el interior, eran Pompelo y Veleia los puntos estratégicos de la red vial, precisamente, por su situación junto al camino que se dirigía desde Tarraco a Oiasso y junto al camino que cruzaba los Pirineos Ab Asturicam Burdigalam desde Ibañeta. Ese último camino recorría Araba y Navarra, donde se conocen otros emplazamientos romanos: Suesatio, Tullonium, Gebala, Alba, Aracelli y Itourisa.

Fue el siglo II de nuestra era la época en la cual la ocupación romana tuvo mayor crecimiento y desarrollo en nuestro territorio. Y, en general, coincide con los emperadores de la dinastía de Antonino y sus precedentes (Nerva, Trajano, Hadriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y Comodo). Sin embargo, el crecimiento no se produjo únicamente en el espacio que nos ocupa; la expansión fue generalizada y el Imperio romano alcanzó su mayor expansión territorial, desde Bretaña hasta el río Éufrates y desde Dazia (en Danubio) hasta el desierto del Sahara. Además, eran épocas de bonanza económica y gracias a ello las economías regionales pudieron progresar, en un contexto de paz intrafronterizo.

Así, encontramos vestigios de la vida romana en los rincones recónditos y zonas de pastoreo de Aizkorri. Prueba de ello son las vajillas de mesa tipo terra sigillata: se trata de una vajilla muy cuidada, fabricada en Arezzo y Pisa y llevada por los romanos a Hispania pasando por Galia (debido a que los alfareros de Italia fueron primeramente a ese lugar); los principales talleres de arcilla de Hispania se situaron cerca de Tritium Magallum, al lado de Nájera. Esos talleres proveían a toda la provincia de Citerior. Además también se comercializaban dichos productos desde la Península Ibérica al extranjero.

Aunque los datos que tenemos disponibles todavía no son del todo concretos, parece que con la siguiente y última dinastía del Imperio Superior, con los Severo (Séptimio Severo, Caracala, Eliogabalo y Severo Alexandro), se dieron los primeros cambios, que en los siguientes siglos se pudieron apreciar con claridad. Precisamente, es en el puerto de Oiasso donde se mide mejor la actividad económica, mediante la importación de cerámica. Se observa que fue en esa época cuando llegaron los productos de cocina desde el norte de África.

No se trata únicamente de las importaciones que se realizaban en el puerto de Oiasso, se trata de un indicio general de la supremacía de las provincias de África, amparada e impulsada por el mismo origen africano de la dinastía (el fundador Séptimio Severo era de Leptis Magna), y que casi se apreciaba en cada región de la geografía imperial. Sin embargo, superado ese momento de relaciones comerciales lejanas, parece que el puerto entró en una suerte de letargo, y después de unos momentos puntuales de actividad, fue definitivamente abandonado.

Esos indicadores de decadencia son palpables en otros espacios emblemáticos de la ciudad de Oiasso. Las termas fueron abandonadas y en el siglo IV se les volvió a dar un uso precario; lo mismo ocurrió con los edificios más importantes de la necrópolis de Santa Elena.

La crisis del siglo III fue el resultado de una época repleta de altibajos y, justamente dicha crisis explica la situación arriba reseñada: durante esa época, después de las condiciones de paz se impulsó el crecimiento y el bienestar económico de los dos primeros siglos del Imperio, y tras la muerte del último emperador de la dinastía de los Severo, se dio una sucesión interminable de emperadores, con su intrigas, asesinatos, purgas, luchas armadas, epidemias mortales, invasiones y contiendas. Pero independientemente de los que sucedía en los siglos III y IV en Oiasso, no ocurrió lo mismo en Getaria, Zarautz, Veleia o Baiona. Por el contrario, según los datos que tenemos disponibles fue, precisamente, en esos siglos cuando se dio el mayor desarrollo en dichos yacimientos. En Veleia y en Baiona se acometió el arduo trabajo de fortificar los emplazamientos romanos. Así, construyeron una fortificación muy costosa. La muralla de Veleia era de 11 hectáreas y el de Baiona de 5.

Otro indicador del citado contexto lo encontramos en Oiasso: La crisis del siglo III, propició, entre otras cosas, la crisis de la explotación minera. La base de Oiasso eran las importantes minas de Aiako Harriak. Al agotarse su producción los asentamientos perdieron su naturaleza comercial y ciudadana, además la actividad económica de dichos asentamientos se redujo considerablemente. Al parecer, en el siglo V estaba casi definitivamente abandonada.

En Zarautz y en Getaria, como en otros lugares de la costa, durante esos siglos se mantuvo la dinámica asociada a la mar. Es más, en el contexto de la reconstrucción administrativa de finales del siglo III, mientras Diocleciano era emperador, parece que hubo oportunidades de progreso, ya que se formalizaron unas relaciones políticas y administrativas más estrechas entre la costa de la Península Ibérica y Aquitania, Galia, Bretaña y la costa germánica; todo ello provocó una bonanza en las provincias de Hispania durante el siglo IV.

Se cree que la provincia denominada Novempopulania se constituyó debido a esa reestructuración administrativa; la componían 9 pueblos, y era independiente respecto a los galos de Aquitania. Atendiendo a las inscripciones de Hasparne, fue un hombre (Verus) que ostentaba un importante cargo público quien llevo a cabo las tareas de gestión ante el emperador. Es en esa nueva provincia donde vivía el poblado de los Tarbello, cuya capital era Aquae Augusta.

La reconstrucción producida por Diocleciano, es decir, el aumento de número de provincias y el establecimiento de los Diócesis, también trajo consigo una reestructuración militar. En Hispania había una legión, la Legión VII Gemina cantonada en León. Además había otras 5 cohortes. Una de ellas con residencia en Veleia, la llamada I Gallica.

Durante los siglos del Bajo Imperio se dio un comportamiento diferente en comparación a los procesos de inicio, asentamiento y arranque de la colonización romana, en lo que a la organización territorial se refiere. Además, hay un acontecimiento a tener en cuenta: la ocupación de las cavernas.

En las cavernas de Gipuzkoa, Navarra, Bizkaia y Araba se repiten los testimonios de la época del Bajo Imperio, al igual que en otras zonas montañosas con macizos calizos. Para su explicación, se puede alegar que son consecuencia de la búsqueda de protección, debido a que en esa época la inestabilidad era manifiesta, o se puede alegar que se tratan de ocupaciones pastoriles. Sin embargo, como se ha citado anteriormente, el siglo IV fue una época estable y pacífica en Hispania (Arce, 1994), y aunque en algunas cavernas han aparecido elementos relacionados con el pastoreo (por ejemplo, cencerros), hay otras maneras para poder explicarlos. De todas maneras, atendiendo a la mitología vasca, las interpretaciones de los cultos celebradas en las cavernas dan pie a pensar que se tratan liturgias relacionadas con la fertilidad. Según relata J. J. Satrústegi (VV.AA., 1997, p. 66) la caverna es la entrada natural al santuario del subsuelo, y los santuarios de las cavernas están unidas a la idea de que el cielo fecunda la tierra; por eso surgen "en esos monumentos las liturgias de culto de fertilidad que se desarrollaban antaño".

El análisis sobre el último siglo de poder romano en la Península Ibérica, se ha realizado generalmente desde un punto de vista apocalíptico, según el cual los bárbaros no hicieron otra cosa que difundir caos y miedo. Pero, tal y como muestran las últimas investigaciones, el siglo V fue de transición, debido a que se produzco un cambio en la sociedad, la estructura política, administrativa y económica, la ciudad, y las creencias y costumbres religiosas, aunque en muchos aspectos se observa un anhelo por la continuidad, la perseverancia y las ganar por persistir (Arce, 2005). Y ese punto de vista es aplicable a nuestro territorio, prolongado además a los siglos VI y VII.

En segunda instancia, los datos hallados en la costa son significativos. Así, analizando las zonas excavadas de Zarautz y Getaria se observa que la ocupación se redujo notablemente; y se desarrollaron hábitat precarios; sin embargo, en la costa encontramos pruebas de una relación comercial lejana aún vigente En este sentido, resulta llamativo encontrar ánforas de vino del este mediterráneo en la desembocadura del Bidasoa, fechados en los siglos VI y VII (Benito, 1989, pp. 123-163). La interpretación de dichas ánforas es complicada, sobre todo, porque han sido recuperadas en labores subacuaticas y porque carecen de un contexto arqueológico que pueda aportar otro tipo de pruebas.

De cualquier modo, esos acontecimientos se pueden encadenar con las nuevas interpretaciones que hablan de un tráfico comercial; a tenor de esas interpretaciones, durante esa época existía, aunque a pequeña escala, un trafico comercial que partía de Constantinopla para llegar al reino de los francos (Hodges, 2003).

En tercer lugar, es destacable el conjunto de cajas halladas en las excavaciones realizadas en la ermita San Martín Iraurgi de Azkoitia, en 1995, donde se encontraron restos de pulverización (Urteaga, 1999, pp. 22-28). Para fabricar esas cajas, utilizaron masas y formas cerámicas pertenecientes a la cerámica tradicional tipo Golfo de Bizkaia de la época romana. El tipo de cerámica Golfo de Bizkaia es el registro arqueológico más abundante de los yacimientos gipuzkoanos; su principal característica es que esta realizada con una masa preparada mediante inclusiones de gran tamaño, ya que sobresalen los cuarzos, los pertenecientes al granito de Aiako Harriak situado en los términos municipales de Irun, Oiartzun, Bera y Lesaka. En la manufactura de la cerámica se utilizan churros de arcilla, ya que se modelan utilizando en torno manual, hasta que en ese proceso se consigue la forma definitiva. Se trata de platos, escudillas, ollas y tapas. Así, mediante esa pequeña colección de elementos se satisfacían las necesidades de la mesa, la cocina y la vajilla. En lo que se refiere a las peculiaridades formales, destacan los cantos planos de las ollas, adornadas mediante un conjunto de grietas paralelas en forma de ondas; esas bandas compuestas por grietas paralelas son también habituales en los cuerpos de los recipientes (Urteaga y Amondaray, 2003, pp. 59-104).

Dejando de lado la estética formal (la producción de la época romana puede confundirse con los citados utensilios), lo más llamativo es la cronología de los entierros, ya que se han fechado los siglos VII y VIII mediante carbono-14. El rito de la incineración no desapareció del todo ante la sepultura con la llegada del cristianismo; los dos método se dieron al mismo tiempo, hasta que a finales del siglo VIII (durante los años 775-790) se prohibió la incineración mediante el capitular De partibus Saxoniae de Carlomagno; el objetivo de esa abolición era la opresión de los sajones, porque eran enemigos del emperador carolingio.

Finalmente, los denominados castella. En los últimos años se ha formulado la posibilidad de que hubiese otra opción: la que se refiere a que dejaron las ciudades de las llanuras para partir a los lugares altos que existían alrededor de estas ciudades para edificar fortificaciones. Dichas fortificaciones tomaron funciones institucionales, y durante la Edad Media ostentaron una personalidad propia.