Concept

Postmodernidad

Hemos de referirnos, por último, a la polémica que ha enfrentado a los pensadores postmodernos con aquellos que, en cierto modo, se consideran herederos de la Ilustración. La primera y principal oposición a sus planteamientos vino de un representante epigonal de la Teoría Crítica como Jürgen Habermas, y de teóricos del marxismo como Frederic Jameson.

Desde el principio, Habermas destacó como uno de los defensores más vigorosos de la modernidad frente al peligroso "extravío de la razón" que, según él, representa el pensamiento postmoderno. Habermas alerta de su temeraria insistencia en lo marginal, lo contingente y lo equívoco frente a toda apelación trascendental, y advierte que cualquier crítica a la modernidad corre el riesgo de presentar inquietantes afinidades con el irracionalismo y el exaltado pensamiento de los enemigos de la Ilustración, cuyo máximo exponente político sería el fascismo. De hecho, el postmodernismo intenta socavar desde dentro el proyecto todavía en marcha de la modernidad, con su promesa de democracia y acceso al saber mediante el imperio de la razón, la competencia comunicativa y la diferenciación cultural.

Para este autor, en efecto, la modernidad es un proyecto inacabado, y los defectos y errores que presenta actualmente sólo pueden compensarse con más modernidad. En este sentido, resulta especialmente relevante su distinción entre racionalidad instrumental y racionalidad comunicativa. La racionalidad instrumental representaría los sistemas o prácticas materializados en el Estado, el sistema financiero y las diversas formas de poder que actúan en el mundo sobre el supuesto de la eficacia, la rentabilidad y la consecución de objetivos. La racionalidad comunicativa, en cambio, se referiría a la experiencia común y a la interacción discursiva entre sujetos, una constelación de formas diversas de empatía y socialización mediada por el lenguaje y orientada hacia la integración social y el consenso. Habermas asume y hace suya la crítica a ciertos efectos de la racionalidad instrumental, aunque fundamentalmente esté de acuerdo con el modelo de progreso y modernización que representa el capitalismo contemporáneo. En todo caso, es inflexible respecto a las virtudes de la racionalidad comunicativa, con su insistencia en las reglas de mutuo entendimiento, claridad, tolerancia y deliberación argumentativa.

Otro destacado fustigador de la postmodernidad es Frederic Jameson, que comienza sus asedios tempranamente, ya en 1984, con un brillante ensayo en el que cree distinguir en la postmodernidad la lógica cultural del capitalismo tardío. Ya desde el principio, aspira no a establecer qué sea lo verdadero, sino a analizar qué valores de juicio son propuestos como verdaderos o falsos en la postmodernidad, para relacionar luego sus efectos culturales e incardinarlos en la trama misma de la historia. En este sentido, Jameson observa una redistribución dinámica de los discursos y relaciones entre saber y poder que se implican y se solapan mutuamente, en una especie de movimiento que convierte todo referente cultural en simulacro y deja al ser humano aturdido y sin historia. Una nueva superficialidad, un subsuelo emocional que retoma lo sublime romántico como "histeria" y una creciente dependencia de la cultura respecto a la tecnología serían las claves ideológicas de esta corriente de pensamiento, que va a la zaga del proceso de mundialización de la economía. El resultado: un puro dejarse llevar, con obras de arte que, según sus propias palabras, son un pastiche, y filosofías que celebran por su parte la pura anécdota, la banalidad y el derrotismo.

Jameson intenta redescubrir lo que, en su opinión, la postmodernidad ha dejado de lado: la realidad misma. Para ello, dirige su mirada ambivalente tanto a lo que es mostrado en esta nueva situación histórica, como a lo que se pretende ocultar. Toda esta voluntad de afirmación individualista escondería, en la práctica, que ya somos incapaces de ser generosos, y de hacer algo con nuestra experiencia común. La dispersión enloquecida de datos que niega cualquier coherencia, y la seducción que ejerce todo lo contingente y lo inmediato remitirían, por su parte, a la fatiga de la reflexión, y a la pereza de intentar comprender el mundo como un todo. El fin de los grandes relatos enmascararía, por último, una atomización social y una desmovilización generalizada que se presentan como positivas e irreversibles.

En definitiva, una desconcertante apología del aislamiento y la ignorancia. El resultado de esta claudicación del pensamiento crítico, en un momento histórico en el que ese mismo mundo está siendo transfigurado por fuerzas económicas cada vez menos sujetas a control, es el verdadero escándalo ante el que se enfrenta Jameson.

La postmodernidad es un fenómeno tan eléctrico y contradictorio que, de hecho, no pocas voces se han levantado contra la propia idea de que exista en sí mismo un presente post o distinto de la modernidad. Según esta versión, sus representantes no serían más que epígonos del pensamiento moderno, especialmente desencantados o maliciosos. Si algo les une, sería su incredulidad respecto a la capacidad del ser humano para dar cuenta de la totalidad, y la conciencia de que las nuevas tecnologías de la comunicación y el continuum mediático al que estamos expuestos agravan esta incapacidad con aún mayor virulencia. La eclosión del mundo virtual y la proliferación de ilusiones y simulacros en todos los aspectos de la vida aparecen como una confirmación de esta sospecha, que ninguna reflexión filosófica sobre el presente puede ignorar.

En cualquier caso, los atentados del 11/S y la crisis sistemática que sacude el capitalismo neoliberal parecen estar desplazando los problemas. Una envolvente sensación de amenaza, de que nadie está ya a salvo, enmarca una ofensiva por la recuperación de principios morales fundacionales que asegure la pervivencia del sistema económico, tanto como a la civilización misma. Así, ciertos valores fuertes de la modernidad más convencional parecen haber cobrado fuerza: la llamada a una nueva responsabilidad, la seguridad frente la amenaza del terror, la autocomplaciencia en los valores occidentales frente al fanatismo de una cultura, la islámica, que se mantiene en la pura premodernidad. Quizás, la apuesta postmoderna por el disenso, el azar y la diferencia sea vista pronto como un juego propio de tiempos históricos más irresolutos y permisivos.