Concept

Postmodernidad

Otro filósofo francés, Jean Baudrillard, acuñó otro concepto que también hizo fortuna entre los analistas de la sociedad contemporánea: el concepto de hiperrealidad. La hiperrealidad sugiere que el mundo en el que vivimos ha sido reemplazado por un mundo copiado, que en cierta manera es más real que la realidad misma. Haber perdido el contacto con lo real y habitar un mundo de simulaciones es, para Baudrillard, la experiencia postmoderna por antonomasia.

En términos estrictos, no puede decirse que la hiperrealidad exista o no exista. Sabemos que la postmodernidad ha echado por tierra las viejas categorías de verdad. Sencillamente, es una forma de describir la información a la que la conciencia se ve expuesta en un mundo de signos y referencias superpuestas que ha perdido su anclaje con la realidad. Habitando en nuestras ciudades, estamos más cerca de Las Vegas o de Disney World que de la experiencia de ciudadano que prometía la Ilustración.

Baudrillard, agudo cronista de la sociedad contemporánea, no deja resquicio para la esperanza. Toda nuestra satisfacción y toda nuestra felicidad encuentran su estímulo y su muro infranqueable en la hiperrealidad, más que en la realidad misma. La eclosión de las nuevas tecnologías vinculadas a la informática, nuestra dependencia cada vez mayor a todo tipo de redes comunicativas y la naturalidad con la que hemos asumido "el mundo virtual" parecen estar dándole la razón. Hay un hecho incontrovertible: publicidad viral, reality shows, redes sociales, sexo por webcam, el nuevo universo mediático e intersubjetivo tensa cada vez más la realidad hacia una creciente locuacidad alucinatoria.

Que la realidad ha desaparecido y en su lugar se multiplican signos, roles normalizadores y duplicaciones simbólicas que conforman una suerte de metafísica negativa es el principal tema de análisis de Baudrillard, desplegado con obsesiva lucidez en multitud de ensayos. No hay escapatoria: cancelado el proyecto de la modernidad y transformado el mundo por la violencia de los hombres, insertados éstos en una trama ininterrumpida de representaciones, todo aquello que puede ser dicho, señalado o sentido no es más que un simulacro. Pero el simulacro ya no oculta ninguna verdad, una verdad transcendente que deba ser desvelada. El simulacro, como tal, es verdadero.

Baudrillard da un paso más allá y analiza el nuevo modelo de capitalismo surgido con el triunfo del neoliberalismo. Los viejos Estados, garantía de la modernización y el progreso durante la era moderna, están siendo sustituidos por el puro flujo de capitales, que no conoce fronteras nacionales ni responsabilidades públicas. Ya no estamos bajo el paradigma del crecimiento, sino, parafraseando a Bataille, el de la excrecencia. Estamos en la sociedad de la proliferación, de lo que sigue creciendo sin poder ser medido por sus propios fines. Lo excrecente es lo que se desarrolla de una manera incontrolable, sin respeto a su propia definición, aquello cuyos efectos se multiplican con la desaparición de las causas. Un fenómeno inaudito en la historia, dirá este autor, sólo comparable a una plaga asesina o a una metástasis cancerosa.

La mirada desencantada de Baudrillard se detiene entonces en toda esa plétora de mensajes en circulación que inundan el mundo: tantas memorias, tantos archivos, tantos anuncios, tantos planes, tantos programas que no llegan a crear un solo acontecimiento. Todas nuestras carencias siguen ahí, intactas, indecibles, es ese nuevo horizonte de saturación el que debe ser explicado. Porque el ser humano ya no puede usar ni gastar toda esa hiperrelidad que se le acumula: afortunadamente, opina Baudrillard, pues con una ínfima parte de lo que absorbemos ya estamos en estado de electroshock permanente.

La conclusión a la que llega Baudrillard no podría ser más desalentadora. Nuestra victoria sobre la naturaleza, promesa de la modernidad, es una victoria pírrica: la apoteosis del sujeto nos ha sumergido en el desarraigo definitivo. Baudrillard decreta entonces "la muerte del sujeto": privado de toda interioridad, es pura exposición y transparencia frente a un universo simbólico que le atraviesa ininterrumpidamente, casi sin encontrar obstáculos.