Concept

Postmodernidad

Con esto nos enfrentamos quizá a una de las propuestas más fecundas y de más controversia dentro de la crítica general a que es sometida la cultura por los filósofos postmodernos, y que ha dado lugar a todo un campo de investigación conocido como cultural studies, estudios culturales. Se trataría de someter a crítica el patrón cultural de la modernidad, que privilegia y enmarca la cultura dentro de unos patrones rígidos e inflexibles en lo que se refiere a raza, clase, género y etnia, patrón que coincide con aquel que la modernidad considera como propio.

En efecto, un gran número de discursos de la modernidad identifica la cultura europea, ilustrada y liberada de prejuicios, con el centro de la civilización, la salvaguarda de la razón y el buen hacer frente a la bestialidad o el estado de infantismo de los pueblos llamados primitivos. El pensamiento moderno coincide históricamente con el auge de las economías occidentales tras la Revolución Industrial y con su expansión política en todo el globo. La valoración de la cultura moderna como una cultura superior a la premoderna es vista como una superstición más, una superstición desconcertante en lo que tiene de premoderna, por estos nuevos pensadores.

Éstos han planteado una polémica serie de cuestiones relativas al modo en que la cultura se inscribe en la producción de unas jerarquías que hemos dado por obvias. Ponen sobre la mesa no sólo una nueva consideración sobre la intersección que se da entre raza, género y clase, sino también un nuevo modo de leer la historia: esto es, la postmodernidad se abre a nuevas formas de configuración histórica como modo de reivindicar la visibilidad de aquellos que la modernidad sencillamente ni había visto. En esta apertura, la guerra postmoderna contra la totalidad se concreta en una campaña contra el etnocentrismo y la cultura blanca y patriarcal occidentales. En la medida que pone en cuestión esta cultura, libra también una batalla contra esas formas de conocimiento académico que sirven para difundirla y reproducirla, como un canon fuera de toda discusión, y también contra la idea misma de una tradición privilegiada, inmune a la historia o la evolución ideológica.

En este desafío, la postmodernidad amenaza con hacer volar la vieja y venerable distinción entre centro y periferia. No sólo impugna la forma y el contenido de los modelos hegemónicos de conocimiento, sino que también alienta nuevas formas de conocimiento inter-disciplinares tomando como objeto de estudio obras y cuestiones que hasta hace muy poco eran irrepresentables en los discursos dominantes del canon occidental. Estimulando a los excluidos y olvidados a dar significación a sus propios mundos, brinda la posibilidad de producir nuevos vocabularios con los que definir, moldear o subvertir sus identidades individuales y colectivas. Nos encontramos ante una nueva versión de la historia dentro de la celebración postmoderna de la diferencia, que sustituye las narrativas totalizadoras de la razón occidental con narrativas múltiples, locales y heterogéneas.

Precisamente, es en la frontera entre lo que puede y lo que no puede ser representado donde se está llevando a cabo la más comprometida de las operaciones simbólicas de la postmodernidad. Una vez desenmascarada la legitimación metafísica de cualquier representación, nos encontramos ante una multitud de representaciones fugaces diseminadas, como diría Derrida, cuya única vinculación con la realidad sería puramente estratégica. Algunas de ellas son autorizadas y se convierten, en términos de Baudrillard, en hiperrealidad, suplantando a la realidad misma. Otras representaciones, en cambio, están obstaculizadas, prohibidas o invalidadas, y corren el peligro de desaparecer para siempre. La filosofía, en la postmodernidad, tiene también como tarea ineludible el recoger, promover y dar visibilidad a los mundos que en la modernidad se habían quedado sin él.