Concept

Identidad Nacional

La palabra identidad nacional hace referencia a un sentimiento de pertenencia e identificación con una forma concreta de ver, comprender y organizar la realidad social. Originariamente se refería a un grupo social, nacido en el mismo lugar, con independencia de la extensión de éste o del número de sus habitantes. La identificación era territorial. Incluso en las universidades europeas de la Baja Edad Media, hacía referencia a grupos de estudiantes que procedían de la misma región o país. Ya entrado el siglo XVIII, merced al descubrimiento ilustrado de la sociedad, como lugar separado de todo orden trascendente o metafísico, como producto humano y también por la entrada en la historia del hombre-ciudadano como creador de su medio social y responsable de su propia producción, sin tutelas absolutas, comienza a desarrollarse el concepto moderno de identidad nacional. Sus impulsores más notables procedían del movimiento de la Ilustración.

A lo largo de todo el siglo XVIII revolucionaron la comprensión de los hechos sociales e históricos e hicieron posible el cambio de orientación política, económica y social que la revolución francesa inauguró. El cambio se fue extendiendo, con mayor o menor celeridad, a todos los países occidentales. Para los revolucionarios franceses, el término hace referencia a realidades concretas. Como afirmara el historiador francés Michelet:

"Francia nació y empezó a vivir al tronar el cañón de la Bastilla (...). La gente habíase preguntado cómo se llevaría a cabo el sacrificio de los sentimientos, las reminiscencias y los inveterados prejuicios provincianos (...). La tierra nativa se les aparece queriendo abarcarlos a todos (...) y todos se precipitan hacia ella y olvidándose de sí mismos no saben ya a qué provincia pertenecen (...). En este proceso, los derechos de aduanas, innumerables peajes sobre caminos y vías, una infinita diversidad de leyes y reglamentaciones, pesas, medidas y dinero, y la rivalidad escrupulosamente alentada y mantenida entre ciudades, países y corporaciones, todos estos obstáculos, estas viejas fortalezas, se desmoronan y caen en un día".

El amor a su patria, reencontrado por la fuerza de un acontecimiento extraordinario hace olvidar a los ciudadanos sus diferencias y particularidades significativas, les dota de una nueva personalidad, de una identidad que ya no es local, sino nacional. Para el revolucionario francés, la identidad nacional corresponde a todo un proceso socio-histórico, atravesado por la razón, pero no es un proceso abstracto, sino concreto, porque para los revolucionarios lo único que demuestra la verdad de su proyecto es su realización en la práctica. Dirán que la historia ha permitido que exista esa identidad, pero la identidad nacional es una realidad de hoy, un proceso a construir y no una realidad ya hecha. La identidad nacional hace posible que el ciudadano se reconozca en su nación. La nación, para la retórica revolucionaria francesa, la forman un conjunto de individuos, todos los cuales constituyen el pueblo. La identidad nacional era también una identidad popular, todos los que la poseían formaban parte de la nación, es decir, del pueblo soberano.

Posiblemente sea Rousseau el teórico de lo político que más contribuyó a esta comprensión de la identidad nacional, con su teoría del contrato social. Para Rousseau los derechos que nacen del contrato, no son tanto los derechos del individuo sino los derechos del todo social. Los derechos individuales se reconocen en los derechos de la voluntad general. La soberanía pertenece al pueblo y la voluntad general es expresada a través del cauce de la voluntad revolucionaria. La identidad individual se reconoce en la identidad general del pueblo y éste, a su vez, se identifica en la nación. En consecuencia lo que hace posible la identidad nacional es el contrato social, el pacto, al cual llegan los individuos, guiados por su razón. dotándose de marcos de convivencia política, social y económica nuevas -Estado-Nación revolucionario-. Al nuevo paradigma social le corresponde una nueva identidad; la identidad nacional que hace posible que el pueblo y el ciudadano individual, como parte activa del pueblo, se adscriba e identifique a la nueva dinámica política, social y económica que la burguesía inaugura con la revolución francesa. La primera entonación, plenamente moderna, de identidad nacional hunde sus raíces en la visión contractual y racionalista que la Ilustración puso en funcionamiento y que la revolución francesa se encargó de realizar en la práctica. Los principios de la revolución francesa y con ellos el principio de la identidad nacional, se expanden a Europa desde Francia, utilizando la fuerza militar de Napoleón Bonaparte. Paradójicamente el emperador francés se transformará en el vocero de la Idea Nacional, aunque posteriormente se vuelva en contra de sus pretensiones iniciales.

A lo largo del siglo XIX, la reacción contra el universalismo del racionalismo de la Ilustración y contra las conquistas militares de Napoleón genera, en algunos países europeos, la aparición de una forma distinta de entender la identidad nacional. Esta segunda acepción hunde sus raíces en la cultura ancestral de los pueblos. Se aleja de la visión contractualista y racionalista francesa y pone el énfasis en la lengua, la historia pasada, la fuerza de las costumbres y tradiciones y la comunidad. Esta nueva comprensión de la identidad nacional se desarrolla, especialmente, en los países germánicos, aunque también son aceptados los principios por los primeros teóricos del nacionalismo periférico.

Si la retórica revolucionaria francesa se basaba en la identidad nacional como producto de factores sociales y políticos que, merced a un acuerdo, se había dotado de la estructura política estado-nacional, la respuesta romántica sustituye el concepto racional del contrato y la ciudadanía por el de Volfksgeit (espíritu del pueblo). El romanticismo alemán descubre al pueblo, en abstracto, como manantial de toda inspiración creadora y descubre la naturaleza y el pasado en una comunidad popular, aglutinada por los lazos de la tradición y los hechos comunes ya pasados, que forman la historia. Esta nueva forma de comprender la identidad nacional hunde sus raíces en el idioma, la historia pasada y la tradición. Los teóricos germanos formulan que todo hombre no puede cumplir con su destino, si no es en el interior de una nación y ésta vive principalmente en su civilización, en su cultura. El instrumento principal que hace manifiesto el espíritu del pueblo es la lengua. Esta se transforma en guardián de la comunidad nacional y en matriz de su cultura. Los derechos de la nacionalidad y el idioma se anteponen a los del estado.

En el romanticismo la nación se entiende, frente a la tesis ilustrada, como ser natural, espíritu popular, que se encarna en una realidad cultural. En esta versión, el pueblo es, para estos pensadores, una concepción suprapersonal y no el pueblo formado por los ciudadanos libres y autónomos. La identidad nacional no se forja desde la autonomía de los individuos sino que es un supersujeto, una entidad superior formada por la historia, por la religión, por la lengua o por la raza y alimentada por un espíritu peculiar en cada pueblo. En esta segunda versión, se prescinde de la autonomía de los individuos y manifiesta que el sujeto de la historia es la comunidad. La identidad nacional se entiende como la concreción de esa comunidad, apoyada en esos lazos objetivos. La realización de esa comunidad será la construcción de su Estado y la identidad nacional será el soporte de la estructura política. A pesar de sus diferencias ambas versiones ponen a la identidad nacional en primer plano de la reflexión, la práctica y el debate político. Ambas versiones parten de un supuesto, que tiene carácter de evidencia: la existencia del Estado y de la Nación X el reconocimiento de que para que la identidad pueda realizarse se necesita un Estado, una estructura política que afirme y afiance la voluntad general o el voltksgeit.

En resumen, desde el siglo XVIII, la identidad nacional está asociada a la realidad estado-nacional y la realización de ésta consiste en la creación de la estructura política occidental-Estado-Nación.

El triunfo de las revoluciones burguesas pone a la identidad nacional en primer plano de la reflexión, la práctica y la confrontación política. A pesar de su cambiante sentido; del pensamiento ilustrado al romántico, la identidad nacional se convierte en valor central y en preocupación fundamental de la ideología burguesa. Pero también la teoría y la praxis marxista ha de enfrentarse con el fenómeno nacional.

La posición de los fundadores de la teoría marxista (Marx/Engels) descansa en una premisa: la primacía de la clase sobre otra categoría histórica. La identidad nacional no es más que una categoría transitoria que corresponde a la necesidad del desarrollo del capitalismo y cuyas particularidades y contrastes irán desapareciendo con el desarrollo de la burguesía, hasta desaparecer totalmente con el triunfo del proletariado y su acceso al poder. La postura de los padres fundadores está enmarcada en un doble contexto:

  1. 1.-Las exigencias del desarrollo de un movimiento obrero autónomo.
  2. 2.-La configuración histórica de una época en la que los particularismos nacionales chocan con la universalidad del siglo de las luces.

Su apoyo o no a los movimientos nacionales estará dictado por la posibilidad objetiva de hacer avanzar o no el progreso social. La unidad nacional no es un objetivo en sí, no es más que un valor instrumental en la medida en que su realización permite a la clase obrera concentrarse en sus verdaderos intereses de clase. La lucha nacional la entienden subordinada a la lucha de clases y la primera adquiere más o menos importancia en función de la segunda.

Con el paso de los años, la acumulación de acontecimientos externos al movimiento obrero, la extensión en el espacio del problema nacional, su agravación y el ascenso de los movimientos nacionalistas, provocan una relectura de los supuestos de los fundadores. Todavía Rosa Luxemburgo sigue anclada en las premisas de Marx y Engels, al pensar que son las posiciones de clase, no las posiciones nacionalistas, las que constituyen el fundamento de la política socialista y las que imponen la actitud ante la cuestión nacional. La innovación central procederá del pensamiento austromarxista, especialmente Otto Bauer. Bauer rompe con las premisas clásicas, al afirmar que la nación es una cultura espiritual y no una comunidad económica, y los hechos culturales son relativamente independientes de la estructura económica. La distinción que opera entre Estado, nación y nacionalidad están subordinadas al objetivo de reorganizar el Imperio Austro-Húngaro sobre nuevos principios supranacionales. La demostración de Bauer desemboca en conclusiones:

  1. 1.-El despertar de las naciones, debido al propio desarrollo socioeconómico.
  2. 2.-La revisión de la opinión marxista que predice la desaparición progresiva de las diferencias nacionales.

Para Bauer, la identidad nacional no sólo no desaparecerá, sino que además se reforzará a medida que la clase obrera vaya identificándose con sus bienes culturales. Lejos de ser residuo del pasado; la identidad nacional se acentúa con el acceso a la cultura de la clase obrera, con la extensión del régimen capitalista y los progresos de la democracia.

Años después el pensamiento de Lenin pone el acento no ya en la búsqueda de soluciones a la cuestión nacional, sino en la dinámica de los movimientos nacionalistas y en los medios destinados a captar, en provecho de la revolución, las energías nacionales. Lenin reconoce el derecho de autodeterminación a los pueblos nacionalmente oprimidos. Peco el derecho de autodeterminación no es una consigna abstracta. El principio no se confunde con la oportunidad de su aplicación efectiva por una nación determinada. Lo bien o mal fundado del derecho debe juzgarse desde los intereses del proletariado. Como las grandes unidades nacionales favorecen el desarrollo social, proclamar el derecho de autodeterminación se manifiesta como el medio de apresurar la extinción de la conciencia nacional. La formación de grandes estados representa una necesidad, exigida por el progreso social, pero a su vez anuncia el fin de las naciones y de su identidad. El pensamiento marxista, a pesar de su evolución, está anclado en una perspectiva economicista, donde la identidad nacional se subordina a los intereses de la clase obrera. Como éstos se desarrollan mejor en grandes estados, la tendencia es a apoyar las soluciones que nieguen el derecho de las naciones a la autodeterminación.

En resumen, desde el siglo XVIII, la identidad nacional está asociada a la realidad estado-nacional y la realización de ésta consiste en la creación de la estructura política occidental-Estado-Nación.