Cuando los Reyes Católicos expulsan a todos los judíos de España muchos emigran a Francia y un grupo de ellos se instaló en Baiona donde continuaron con su oficio de fabricar chocolate, en los arrabales de Saint-Esprit. En su acervo gastronómico, los sefardíes se trajeron la famosa fórmula fijada por las monjitas de la ciudad mexicana de Oaxaca que atendía a la ecuación "cacao + azúcar = chocolate". Antes de eso, el cacao era una pócima amarga totalmente despreciada por los conquistadores españoles salvo por su aporte energético que permitía a los indígenas caminar y trabajar largamente sin fatiga.
Los primeros chocolateros llegados a Baiona se desplazaban a las casas de sus clientes para preparar sobre el terreno ese oscuro y aromático brebaje que hizo sensación a orillas del Nive-Errobi. Pronto el Ayuntamiento bayonés lo adoptó en su protocolo, y tan "epatados" quedaban los visitantes que por todo el reino se extendió su fama. Para atender a la demanda, desde mediados del XVII el comercio del cacao quedó reglamentado y se abrieron los puertos franceses al género proveniente de sus colonias ultramarinas. No obstante, los vascos conservaron intacto su prestigio como grandes chocolateros al punto que, si atendemos a unos cálculos de finales del siglo XVIII, la mitad del chocolate que se consumía en Francia procedía de Iparralde.
Era el año 1761 cuando se aprueban los estatutos de los chocolateros de Baiona, en cuyo artículo nueve se estipulaba que nadie que no hubiera sido hecho maestro de la comunidad de Baiona, podría abrir tienda o negocio alguno para hacer chocolate en ningún punto de la ciudad o su distrito. Esto motivó numerosos pleitos que duraron hasta la Revolución Francesa. Los primeros títulos de maestría son concedidos en Baiona en 1762.
Con todo, sorprende la ingratitud de los chocolateros de Baiona hacia los judíos, contra quienes se dictó prohibición de vender su género fuera de Saint-Esprit al constituirse el gremio de chocolateros en 1761. Es decir, que quienes habían sido maestros e iniciadores de esta artesanía en la ciudad fueron recluidos en una especie de "ghetto chocolatero". Sólo tras el triunfo de la Revolución de 1789 la situación de libre competencia quedó restablecida.
Mientras, en esas fechas (siglo XVIII) el género producido en Indias apenas si llegaba a la metrópoli castellana (como ocurría con los productos de Venezuela), o llegaba a precios prohibitivos por medio de manos extranjeras.
Es entonces cuando se le brinda a la Corona una empresa naviera que fletará sus propios barcos, con 40 ó 50 cañones cada uno, con la misión de importar el género de Indias directamente a la península. Ante este proyecto el Rey no duda en dar su beneplácito y así se constituye la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.
En 1727 se reúnen en Madrid el Ministro de la Corona, don José Patiño y don Felipe de Aguirre, secretario de la Junta Foral de Guipúzcoa con el fin de decidir la formación de una Compañía Marítima que fomentase el comercio entre las Indias y España. A la vuelta de Aguirre a Guipúzcoa se forma una comisión destinada a preparar el articulado. Intervienen en la Directiva Francisco de Munibe e Idiáquez, Conde de Peñaflorida, José Ramón de Arteaga, Marqués de Valmediano, José de Areyzaga y Jerónimo de Lapaza. Crean el articulado y Felipe V se suscribe con 200 acciones a 500 pesos cada una, constituyéndose la sociedad en 1728 bajo la presidencia del Conde de Peñaflorida. Dispuesto a solucionar el tema de la entrada de género, monopolio que gozaba hasta entonces el puerto de Sevilla, dicta el Rey una Real Cédula el 5 de febrero de 1728 por el que se autoriza la introducción de cacao y azúcar (que no fuese de Marañón) por todos los puertos, a excepción del de Sanlúcar de Barrameda.
A pesar de las fuertes inversiones que hicieron sus socios y la Corona, fueron pocos los voluntarios que aportaron fondos, no alcanzándose la suma de 500.000 pesos, por lo que sus directores tuvieron que acudir en apoyo, por medio de créditos personales.
Por el puerto de Pasajes, el 15 de julio de 1730 salían las tres primeras naves de la Compañía rumbo al Mar Caribe y al puerto de La Guaira; se llamaron "San Ignacio" (nombre del Santo Patrón protector de la nueva Compañía, como lo atestigua el primer artículo de sus estatutos), el "San Joaquín" y "La Guipuzcoana". El 15 de octubre le siguió la nao "Santa Rosa".
Fue pues en 1730 cuando se inició un trasvase que se prolongaría a lo largo de los siglos. Guipúzcoa exportó desde entonces a sus navieros, administrativos, calefateros, herreros, marineros y demás, en tanto importaba géneros de la tierra.
El cacao, que en 1728 se vendía en los puertos españoles a 80 pesos fanega y se esperaba llegara pronto a 100 pesos, fue vendido por "La Guipuzcoana" en 1732 a 45 pesos.
Pero antes tuvieron que pasar amargos ratos los componentes de la Compañía. Además del fuerte endeudamiento personal de sus fundadores, hubieron de transcurrir dos largos años desde el atraque en tierras americanas del primer navío en 1730 hasta su salida. En este tiempo se levantó la infraestructura necesaria: se distribuyeron empleados en Caracas, mantuviéronse relaciones con los propietarios agricultores y hacendados. Esto desplegó una fuerte resistencia de los contrabandistas holandeses contra la Compañía con violencia de palabra y obra, con ocultación de cacao, sobornos, sublevaciones, etc.
Proyectó "La Guipuzcoana" todo un sistema de protección tanto en tierra como por mar gracias al cual a los dos barcos anuales que la Compañía se comprometió a fletar en sus inicios, les siguieron hasta cuatro unidades por año.
Transcurridos los dos viajes iniciales, los accionistas habían invertido 2.861.430 pesos; la venta produjo 3.600.000 pesos de 80.000 fanegas liquidadas obteniendo un saldo final de 738.570 pesos de beneficio.
Pasado el tiempo fueron ya seis los barcos que partían anualmente de Pasajes y San Sebastián haciendo el trayecto directo hasta La Guaira y Puerto Cabello en donde también estaba instalada "La Guipuzcoana", al igual que en Barquisimetro, Coro, Maracaibo y Cumaná.
Formaron depósitos de ventas en Madrid, San Sebastián, Cádiz, Alicante y Barcelona, extendiéndose, luego por otras ciudades.
A la vista del éxito, la Monarquía apoya la iniciativa al dictar el 14 de abril de 1734 una Real Provisión donde se ordenaba observar los Decretos de prohibición según los cuales se limitaban las entradas por Portugal de azúcares, dulces y cacao de Marañón, y "las sedas de China y Asia, y el algodón y lienzos pintados".
Dos fueron las prerrogativas de que gozó la compañía: una, la del monopolio de la comercialización del cacao, y otra la de persecución del comercio ilegal incluso fuera del Estado, quedándose para su provecho el género contrabandeado.
Como contrapartida se exigió que, si bien pudieran partir los barcos de los puertos de Pasajes o San Sebastián, la vuelta debían realizarla por el de Sevilla, al que luego reemplazaría el puerto de Cádiz.
Con el fin de luchar contra el contrabando dispuso la Compañía de una serie de balandras y jabeques de vigilancia por las costas de Venezuela.
Para el año 1735 estaba ya totalmente saneada la situación económica de la Compañía.
De 1739 a 1748 surge un grave contratiempo que afectará directamente al consorcio. Se trata de la guerra entre España e Inglaterra. Los navíos comerciales fueron reclutados unas veces para transportar tropas y pertrechos y en muchas ocasiones para defenderse de las acometidas de los navíos ingleses. Así naufragaron las naves "San Ignacio", "Nuestra Señora del Coro" y "Santiago" en viaje de ida a Caracas, repletos de género, y el "Hércules", "Júpiter", "Chata", "Sirena", "Santa Teresa" y "San Vicente Ferrer" en el recorrido de regreso. En total se perdieron once naves.
En 1749 un nuevo problema surge: intento de sublevación en "Panaquiré" (Venezuela).
En España se sigue persiguiendo el contrabando. El 6 de mayo de 1749 el Nuncio autoriza que "se vean, registren y reconozcan los conventos, hospitales, casas y demás lugares exentos de la jurisdicción real ordinaria según fuere pedido por los ministros de Rentas Reales, para proceder a la averiguación de los contrabandos".
Queriendo Fernando VI un mayor control sobre la Compañía y temiendo un nuevo motín como el de 1749, decide en 1751 trasladar a la Corte la Junta de Accionistas de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Con ello se inicia un nuevo periodo en la vida de esta entidad que en nada beneficiaba a la provincia, sino más bien todo lo contrario.
Mientras, en Venezuela el crecimiento del cultivo del cacao desde 1735 a 1763 es digno de reseñar, las cosechas se doblan numéricamente; se pasa de sesenta mil fanegas a ciento treinta mil al año, con el aprovechamiento de los terrenos que estaban incultos, desiertos o abandonados. Esto reportó un enorme beneficio a Venezuela pues debemos tener en cuenta que la Compañía no poseía la exclusiva de compra, pudiendo el cosechero vender su mercancía a quien lo deseara.
La expulsión de los holandeses dobló literalmente los ingresos que la Real Compañía hacía a los cosecheros, e incluso al obispo de Caracas, quien cobraba antes de la fundación de la Compañía de diezmos la cantidad de ocho a diez mil pesos al año, llegando posteriormente a cobrar hasta veinte mil pesos. A pesar de todo esto -o mejor sería decir, a causa de ello- surgieron las envidias y los afanes de poder de algunos que, unidos a la distancia entre los centros de poder y las colonias, hicieron que renaciese un nuevo brote de sublevación en 1766, denominada de los "Goagiros" de Maracaibo, sin mayores consecuencias.
En 1767 "La Guipuzcóana" inaugura por su cuenta la plantación de cultivo de algodón en Venezuela, hasta esas fechas desconocidos por esas latitudes, dirigiendo la operación el vizcaino Antonio de Arbide llamado para tal fin por la compañía. A la vez establece la Compañía la Asamblea de Caracas dándole además atributos para que sus decisiones fueran también vinculantes. Con la introducción de capitales de Madrid y Caracas se consiguió una mayor democratización de las estructuras de la Sociedad, si bien fue en grave detrimento de la unidad de criterios que hasta la fecha había marcado el rumbo de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.
En 1774 se dicta una Real Cédula de liberalización del comercio de ultramar "Por la qual se digna alzar y quitar en los quatro Reynos del Perú, Nueva España, Nuevo Reyno de Granada y Guathemala, la... prohibición que había entre ellos del Comercio recíproco, por el Mar del Sur... y permitir libremente a todos sus naturales y habitantes que lo puedan practicar desde el día de la publicación de esta Real Cédula" (17 de enero de 1774 en El Pardo). Y el 3 de octubre de 1776, desde San Idelfonso, se dicta una resolución "extendiendo a la Provincia de Santa Marta, en Tierra Firme, el comercia libre, establecido para Cuba, Stº Domingo, Puerto Rico, Margarita y Trinidad".
Es en 1776 cuando bajo el reinado de Luis XIV se funda la primera fábrica de chocolate en Francia de forma oficial y con el título de "Chocolaterie Royale", favoreciendo con la misma notablemente su uso. Sólo dos años después, en 1778, el francés Doret introduce las primeras máquinas para la fabricación en mayor escala del chocolate.
Retornando el hilo de nuestro relato, constatamos que las nuevas leyes españolas de 1776 al abrir la posibilidad de creación de compañías particulares, ponen fin al monopolio concedido anteriormente a la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y con ello sus fundamentos.
En 1779 se declara la guerra entre España y las Islas Británicas, con lo que nuevamente se pide por parte de la Corona ayuda a la Compañía. A pesar de esta fidelidad a la monarquía, se rumorea en la Corte que "La Guipuzcoana", de acuerdo con los holandeses, estaban realizando contrabando de cacao con la vecina isla de Curazao, Estos y algunos otros factores van desencadenando lo que luego sería irreparable: la desaparición de la empresa.
El 11 de enero de 1781 se dicta un edicto Real disponiendo "que se contribuya con una tercera parte más de lo que importan las contribuciones de Alcabalas, Cientos y Millones para ocurrir a los gastos de la guerra. Impuesto sobre la seda, lana, cáñamo, vino, azúcar, cacao y chocolate". EI 15 de febrero de 1781 se publica una nueva disposición asimilando los derechos de la Real Compañía a los de las demás que se fundaran por iniciativa privada. Por fin, el 10 de marzo de 1785 la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas se disuelve integrándose en una más joven ya establecida: la Compañía Real de Filipinas. De este modo se puso fin a 57 años de lucha tenaz a lo largo de los cuales se cumplió con la misión de popularización de ese elemento comestible que hoy nos parece tan simple, como es el chocolate. El 28 de febrero de 1789 se publica un Real Decreto "concediendo comercio libre de frutos para Caracas y Nueva España".
Pero el contrabando seguía siendo motivo de preocupación para la Corona como lo demuestra la Real Cédula dictada desde Aranjuez el 19 de mayo de 1790 donde "se declara que las personas que hayan ocupado en el contrabando no pueden obtener los oficios de república". Ahondando en la misma temática, el 21 de agosto de 1793 se dicta otra Cédula "en la que se manda a los Reos de Contrabando o fraude se les destine al servicio de las Armas en los Regimientos del Exercito, o en los fixos de los Presidios de Africa o América y no siendo aptos para ellos a la Marina".
Vemos pues por los datos, la importancia que en la introducción del chocolate (en los 53 primeros años de existencia la Compañía importó 1.146.818 fanegas, de cacao en las técnicas de comercialización -lo que hoy llamaríamos Marketing- tuvo la creación de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, que fue precisamente fundada por los padres de quienes posteriormente crearían otra de las instituciones cimeras en el acerbo económico y cultural de Euskalerria: la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. Parece lógico en suma, que de tales padres naciesen tales hijos. Aita Lasa en su obra "Tejiendo Historia" cita en boca del escritos Andrés Bello la siguiente: frase: "La Compañía Guipuzcoana fue el acto más memorable del reinado de Felipe V en las Américas".