Kontzeptua

Senidetasuna (1993ko bertsioa)

El peligro del descarrío. Mi intención no podría ser la de penetrar el sentido nunca revelado y acaso irrevelable del sufijo -ba. Con aspiraciones mucho más modestas, deseo basarme en un caso concreto para que sirva de aviso de los riesgos que lleva consigo una identificación prematura, de sonsonete, si no se tiene muy presente que una forma bien establecida hoy no implica que no haya sido muy distinta hace unos cuantos siglos. Lo prueban sin discusión las muestras que he presentado; el muestrario, huelga decirlo podría extenderse ad nauseam. Hay demasiado de este género de etimología, tanto por lo que se refiere al léxico vasco en general como en lo que toca en especial a los nombres de parentesco y términos próximos. La idea de Schuchardt, de que el aislado amabisaba «bisabuela» (guip., según Azkue, quien se basa en un «ms. de Londres», es decir, en uno de los papeles, todavía no identificado, de la colección Bonaparte) esté compuesto de vasc. ama y rom. bisava, que en cuanto sé no existe ni ha existido, es una de sus típicas ocurrencias y sólo prueba que sobre ocurrencias, aunque sean de un hombre genial, no se puede edificar nada sólido. ¿De dónde iba a penetrar en el corazón del país un término románico raro e incorporarse a un compuesto por lo menos poco difundido, para designar un grado de parentesco tan alejado? Aunque poco puede hacerse con un hapax tan mal documentado, ¿no sería mejor pensar, en principio, en vasc. *ama-bir-asaba, o algo por el estilo? El empleo sistemático de un prefijo tomado a préstamo, como arra- (rom: re-, cf. sul arra-haur «petit-fils, petite-fille», etc.); para indicar el parentesco entre personas distantes en línea directa tres generaciones, es evidentemente algo muy diferente. Se ha aceptado por su valor nominal (¿por qué buscar más lejos lo que se tiene al alcance de la mano?) la descomposición de vasc. aitabitxi «padrino», amabitxi «madrina», semebitxi «ahijado», etc., en aita, más bitxi «lindo», Bähr [1935, p. 33], lo afirma sin vacilación, a pesar de anotar las variantes. Piensa probablemente en los compuestos franceses del tipo beau-, belle-, que cita a continuación a propósito de -eder (ronc. aitader, amander, alabader, semeder), alusivo al parentesco espiritual, cuya composición acaso no sea tampoco tan clara como parece. No sólo es desfavorable a esta segmentación la historia de bitxi, que en los primeros testimonios vale «joya» «cosa bonita» y es sustantivo, sino que además un examen atento de las variantes sugiere sin mayores reparos otra bastante distinta: aitagutxi, aitautxi, aita(a)txi (Iribarren recoge aitechi en Baztán, «abuelo», y atauchi en la Regata); amagutxi, amautxi, ama(a)txi, etc. Estoy persuadido de que un ojo entrenado y sin prevenciones verá ahí otra cosa: guti (palatalizado, gutti, gutxi) «poco», ant. «pequeño», de salacenco (aitaborze «abuelo, y también padrino», amaborze «abuela, y también madrina») (Azkue; en Iribarren, con art., amorzia «abuela, al abuelo lo llaman aitaborce» se diría que estamos ante aita-, ama-berze «alter pater» «altera mater»: cf. el valor conocido de ber(t)zelbeste en bertze(e)rgusu, -ina, «primo, -a, segundo -a», bestengusi(n)a, beste(le)ngusu, etc. (Cf. bertzelbeste como elemento final en toponimia con paralelos románicos. (H. Gröhler, Über Ursprung und Bedeutung der französischen Ortsnamen, Heidelberg 1935, II, p. 30).