Esta nueva dinámica de vida y actividad literaria conoce en el primer tercio del siglo XX, hasta el comienzo de la guerra civil en el 36 para ser más exactos y concretamente en el nivel de la creación poética, un empuje decisivo, sobre todo por el grado de reflexión y autocrítica que se introduce en la vida literaria vasca de los años 20 y 30, y por la importancia excepcional de los teóricos y creadores que la protagonizan.
Es de rigor empezar señalando el decisivo papel que en este verdadero "renacimiento" de la cultura y las letras vascas tiene José de Aristimuño ("Aitzol"), la sociedad por él fundada -Euskaltzaleak-, el periódico El Día y la revista Jakintza. También aquí el objetivo esencial es la lengua, como piedra angular de la construcción de la patria vasca. El camino -"camino salvador" en palabras del propio Aitzol- que va de la lengua a la patria es precisamente la literatura. Hay seguramente todavía una subordinación excesiva de la literatura a finalidades lingüístico-patrióticas, explicable por otra parte desde la situación socio-política y cultural de Euskalerría. Pero entrar en la Europa literaria, es decir, en la modernidad en definitiva por la vía de la cultura y de la literatura es un objetivo serio y, desde luego, nuevo en relación a planteamientos anteriores. La celebración de los "Euskal Olerti Egunak" [Día de la Poesía Vasca], con la consiguiente publicación de los volúmenes Eusko Olerkiak, los "Bertsolari" o "Antzerki Eguna", dedicados al bertsolarismo y al teatro, la creación del "Premio Kirikiño" para artículos en prosa, etc., si por un lado continúan e intensifican la actividad literaria iniciada el siglo anterior con los Juegos Florales de D'Abbadie o Manterola, suponen por otro lado una decantación de la literatura vasca, de la poesía, para ser más exactos, hacia actitudes de reflexión teórica y de creación más depuradas, más exigentes, más en línea con las convenciones poéticas contemporáneas, es decir, más modernas.
Entre un numeroso plantel de escritores o poetas que florece en esos años, destacan sin duda alguna José María Agirre -"Xabier Lizardi"-, Esteban Urkiaga -"Lauaxeta" y Nicolás Ormaetxea -"Orixe"-, y no sólo por la calidad literaria intrínseca de su obra, sino por lo que representan y significan en el desarrollo y evolución de la literatura vasca en el siglo XX y por su aportación decisiva a la entrada de la poesía vasca en la modernidad. De los tres, Orixe es seguramente el que muestra a través de una obra euskérica extensa y diversificada un aliento lingüístico y literario más amplio y poderoso; Lizardi el de más acendrada intensidad lírica, sobre todo en la expresión poética del sentimiento de la naturaleza; Lauaxeta el más inquieto en la búsqueda de modelos para la necesaria renovación y modernización de la poesía vasca. A estos tres nombres, que representan una cima tal vez no repetida de la poesía vasca, habría que añadir el de Juan Arana -"Loramendi"-. Forman, junto con otros, el grupo de los "Olerkariak" [poetas], neologismo que surge en el contexto de la corriente purista que corre por la literatura vasca desde Sabino Arana, pero que supone también un distanciamiento consciente, en el concepto y la función misma de la poesía, en convenciones estéticas y técnicas de versificación con respecto a las claves popularistas en que descansaba no ya el trabajo de los bertsolaris, sino la obra de la mayoría de los poetas de los "Lore lokuak". La literatura vasca, por la situación misma del euskara, vive un equilibrio inestable entre purismo y popularismo. La respuesta a este dilema no es idéntica en los tres poetas citados. Pero en los tres se trata de una respuesta que resulta de un planteamiento global y no meramente lingüístico de la palabra poética como objeto verbal. Son problemas poéticos los que los poetas deben y quieren resolver: los datos de los que parten no son simplemente el euskara y su situación, sino la especificidad de la palabra poética como objeto verbal autónomo y forma típica de expresión lírica de la realidad y la existencia.
La obra poética de Lizardi está recogida en el libro Biotz Begietan (1932). Se trata sin duda de una de las obras poéticas vascas más leídas, más apreciadas y más seguidas en cierto modo por los poetas posteriores. Lizardi es el clásico por excelencia de la moderna poesía vasca. Más allá del universo poético, de los temas y de su tratamiento, hay en la lírica de Lizardi algunos elementos que la hacen de hecho un modelo para el desarrollo posterior de la poesía vasca. Dos podrían ser los fundamentales: una búsqueda consciente de la autonomía del texto poético y, para ello, un trabajo exigente, riguroso y acendrado de elaboración y renovación formal del material lingüístico. Frente a la efusión lírico-sentimental de la poesía anterior, hay en Lizardi una fuerte decantación de la palabra poética hacia formas expresivas desnudas de toda retórica, de una fuerte condensación formal y semántica, en la frontera a veces del conceptismo. Pero no de un conceptismo cerebral y frío, que surgiera a partir de un proceso racional de abstracción de lo real, sino que resulta de una acertada búsqueda de la fórmula poética que en cada caso pueda decir más líricamente; esto es, con una mayor capacidad de simbolización y sugerencia, el sentimiento o la experiencia del poeta. De ahí la relativa dificultad que a veces puede ofrecer a la lectura el verso de Lizardi. Cosa que ocurre igualmente con Lauaxeta y también con Orixe. ¿Se trata en realidad de una poesía difícil? La respuesta sólo es posible teniendo en cuenta algunos factores principales que determinan el contexto en que se sitúa todo el trabajo de creación poética de estos tres grandes poetas. Sin que ello quiera decir que los tres respondan al mismo código poético, ni entiendan de la misma manera la necesaria renovación de la poesía vasca.
Es común a los tres una lúcida voluntad de renovar la poesía vasca, abriéndola al aire benéfico de la modernidad. Para ello, también en los tres, es patente el serio tratamiento lingüístico y estrictamente poético a que someten a la materia verbal. Entre la fácil verbosidad romántica de la poesía anterior y este verbo poético exigentemente decantado y contenido a veces casi hasta el conceptismo, hay un largo camino poético, rápidamente recorrido. Y aquí podría estar la causa de que un lector no avisado se sienta un tanto desconcertado ante esta poesía. Lo que con más claridad seguramente diversifica las poéticas y la poesía de Lizardi, Lauaxeta y Orixe es la elección de los modelos. Orixe, desde una sólida formación humanista clásica y una arquitectura de pensamiento ortodoxamente escolástica, ve en un modelo clásico el espejo en el que la poesía vasca debe mirarse. Lauaxeta, menos "ortodoxo", menos fijado ideológicamente, manifiesta en su poesía -en concreto en su primer libro Bide barrijak (1931)- una búsqueda inquieta de modelos, que van desde los románticos alemanes y los simbolistas franceses hasta la española generación del 27, pasando por el modernismo y la poesía pura. En el fondo de esta común búsqueda de Orixe y Lauaxeta, y también de Lizardi, está presente siempre ese reto al que todo poeta vasco, desde Dechepare y Oihenart, se ve enfrentado: la opción entre tradición o nueva creación. Con la particularidad, en el caso vasco, de la importancia y el peso de la tradición poética popular. Ello parece hacer inviable cualquier poética excluyente, obligando al escritor a buscar espacios poéticos de convergencia de ambos polos: lo tradicional y lo nuevo.
Por esa especie de "tercera vía" poética se adentra Lauaxeta con su segundo libro, Arrats Beran, y Orixe, que desde 1931 hasta 1935 trabaja en un gran poema nacional vasco -Euskaldunak- parece querer decir que hay una materia poética vasca que unifica necesariamente el irreprimible empuje histórico de la tradición y el aire renovador de un nuevo y necesario clasicismo poético. Esa epopeya nacional que pretende ser Euskaldunak -al fondo como paradigma Mireio de Federico Mistral, que el propio Orixe tradujo al euskara- podría funcionar como la más ambiciosa y patente cristalización del reto al que la literatura vasca debe intentar responder: una epopeya nacional, en tema, en lengua y en tratamiento poético, capaz de alzar a la literatura vasca al más alto nivel de calidad estética y de expresión poética de la experiencia histórica colectiva. Pero para Orixe, como antes para los narradores costumbristas, no hay más Euskalerría que la que vive y trabaja, reza, ama y canta en el caserío. La "otra" Euskalerría, la urbana, la industrial, la heterodoxa, debe esperar todavía la llegada de poetas como F. Krutwig, J. Mirande o G. Aresti para adquirir carta de ciudadanía en el mundo de la literatura vasca. Entretanto, la guerra civil se encargará de desbaratar ese naciente edificio de una literatura vasca moderna de voluntad y de hecho, que la generación de los "olerkariak" estaba intentando animosamente poner en pie: Lizardi había muerto en el 33, Orixe se tiene que exiliar, y Aitzol y Lauaxeta acaban sus días bajo los pelotones franquistas de fusilamiento.