El desastre histórico que supuso la guerra del 36-39 tuvo, como no podía ser menos, una incidencia directa y decisiva en la literatura y en la vida literaria de Euskalerría. La voz de los escritores vascos fue acallada, reducida al silencio, amordazada: los que escaparon a las armas del ejército vencedor y al exilio no pudieron esquivar la represión del euskara y la cultura vasca que implacable y sistemáticamente llevó a cabo en la posguerra el régimen del dictador.
Pero lo que de verdad hay que subrayar tras esos años de obligado y trágico silencio, no es lo que la literatura vasca pierde al verse interrumpida la andadura que tan esperanzadamente se había iniciado en los años 30, sino el rumbo que reemprende, a partir de 1945, con los poemas de Urrundik. Bake oroi, de Monzón, o un año después con Joanixio, novela de J. A. Irazusta en el exilio, o en el 49 con Arantzazu, Euskal Sinismenaren poema, de Salbatore Mitxelena, en el interior. La guerra, como experiencia individual y colectiva o su influencia en la historia social y cultural de Euskalerria, apenas si asoma a una literatura acosada que difícilmente acierta a reiniciar la marcha. La literatura del exilio, la novela sobre todo, está marcada fundamentalmente por la nostalgia de la patria trágicamente perdida, volviendo a caer en los temas y sobre todo en las convenciones de la novela de la etapa anterior. Lo mismo puede decirse de los escritores -poetas y novelistas- del interior, aunque en este caso una censura implacable y sistemáticamente ejercida, hace seguramente inviables o al menos muy difíciles otros planteamientos literarios. En el caso de la literatura vasca, la guerra no ha provocado -como lo ha hecho al menos en una parte de la literatura española, y lo hará unos años después en la francesa la guerra mundial- una catarsis autocrítica que obligue al escritor a resituarse ante la realidad y ante el propio lenguaje, desde esa nueva situación humana, existencial y cultural creada por el enfrentamiento bélico.
La literatura vasca, cuando en el inicio de los 50 reinicia a duras penas su andadura, lo hace fundamentalmente desde una posición restauracionista y de fidelidad a la ortodoxia ideológica y la literaria de la etapa anterior. Y no escapa a este diagnóstico esa novela histórico-legendaria -Alos Torrea, y sobre todo Joanak Joan- donde Jon Etxaide recrea un universo de pasiones fuertes y de violencia, embridado siempre por la indudable ortodoxia ideológica y moral del autor. El turbulento y mítico Etxahun, protagonista de Joanak Joan, no pasa de representar la "heterodoxia" siempre relativa de un pecador arrepentido. Mención especial merece Juan Antonio Loidi, que con Amabost egun Urgain'en (1955) inaugura la novela policíaca vasca, género que tiene en nuestros días continuadores entusiastas en Txomin Peillen y Gotzon Gárate entre otros. La novela de Loidi introduce los elementos típicos del género policíaco en un universo novelesco que sigue manteniendo como formantes esenciales los valores de la novela costumbrista. La introducción de un género novelesco nuevo se hace por tanto sin alterar mínimamente las convenciones ideológicas y narrativas de la novela vasca tradicional. En cuanto a la poesía, junto a los citados Monzón y S. Mitxelena, Iratzeder o Nemesio Etxaniz entre otros mantienen con dignidad el nivel que la lírica vasca había alcanzado con la generación de los "olerkariak". Pero apenas si se plantean una renovación, ni temática ni formal, en función de la nueva realidad vasca y del nuevo rumbo de las literaturas europeas en la década de los 50.
Es una generación posterior la que protagoniza la ruptura. Se trata de escritores que no han hecho la guerra, ni la han vivido desde una conciencia madura de jóvenes o adultos. Ajenos a toda contemplación nostálgica del pasado y en lúcida sintonía con la nueva situación socio-histórica y cultural que vive la sociedad vasca, replantean la función de la literatura y el compromiso del escritor desde el pluralismo ideológico -existencialismo, marxismo...- que tiñe el pensamiento y la cultura europea de esos años. La nueva literatura vasca -la de Txillardegi o Saizarbitoria en narrativa, la de Krutwig, Mirande o Aresti en poesía- no es sino la expresión literaria de una inevitable e higiénica corriente de "heterodoxia", estética y cultural ciertamente, pero también ideológica y política, que empieza a encontrar espacios de penetración en ese sistema que desde finales del siglo XIX había venido monopolizando la vida vasca y los proyectos colectivos. Todo esto quiere decir que esa ruptura con la tradición que abre la vía a una profunda renovación en la literatura vasca sólo puede ser explicada y entendida en el interior de un nuevo sistema global y, alternativo de interpretación de la realidad, y que va desde las visiones del mundo a las estrategias políticas de resistencia al franquismo. No se trata naturalmente de plantear desde una mecánica teoría del reflejo la relación literatura-sociedad, olvidando el complejo problema de las mediaciones. Y entre éstas, una vez más, la de la lengua, es decir, la precaria situación socio-lingüística del euskara, en un esfuerzo sobrehumano casi por resurgir una vez más de las cenizas. Escribir en euskara es una militancia y la literatura una forma de compromiso, no ya estético, sino ético y político a un tiempo, con la propia identidad individual y colectiva.
El euskara sigue siendo, como en Dechepare, como en Txomin Agirre, protagonista esencial de la literatura vasca. Pero ahora, sin que los escritores renuncien a las exigencias estéticas y a los mecanismos autónomos de la escritura literaria. La nueva conciencia de la naturaleza y función de la literatura, así como la ruptura con la tradición, lleva a los nuevos escritores vascos a un esfuerzo de búsqueda y asimilación, a veces demasiado mimética, de modelos en movimientos, tendencias, autores representativos de las literaturas europeas y americanas. Existencialismo y literatura del absurdo, poesía social y realismo mágico, letrismo y novela de la corriente de conciencia, son claramente detectables en la literatura vasca a partir de los 70. Hay una puesta al día, formal más que temática, sobre todo por lo que a la novela se refiere, y una profusa incorporación, a veces no demasiado decantada, de "ismos" poéticos y técnicas nuevas de narrar. La literatura vasca se enriquece, se aproxima a las otras literaturas de su entorno cultural y sobre todo se autoidentifica como escritura y como lectura en el interior de la vida cultural vasca. Podríamos decir que se ha cerrado el ciclo de ese proceso de institucionalización literaria que se había iniciado en el último tercio del s. XIX.
La literatura vasca es ahora "mayor de edad". Con las limitaciones, sobresaltos y riesgos que toda literatura de ámbito restringido tiene, necesariamente agravados en nuestro caso por la siempre precaria situación socio-cultural del euskara, pero funcionando con normalidad en el interior de una vida literaria cuyos mecanismos fundamentales -estatuto social del escritor, infraestructura editorial, recepción, crítica- están también normalizados. Prueba bastante patente de ello puede ser que la literatura vasca, poesía y narrativa de los últimos años, a partir de los 70, se está moviendo en la misma órbita de preocupaciones formales y temáticas de las otras literaturas vecinas, con una calidad, en un número relativamente importante no sólo de poetas sino también de narradores, que resiste dignamente la confrontación con las otras literaturas. Pero no es en la calidad, o al menos no sólo en ella, donde ha de hacerse a nuestro juicio la homologación de la literatura vasca, sino en el tema cultural de una sociedad. Es decir, la literatura, los textos literarios, aparecen como elemento catalizador de una vida literaria cuyas diferentes instancias están socialmente identificadas y aceptadas: desde el trabajo mismo de la creación hasta la existencia de un público lector, pasando por la industria del libro, la crítica literaria, periodística y universitaria, o esa mediación tan discutible como inevitable de los premios literarios. Por fin, la existencia de una Asociación de Escritores Vascos Euskal Idazleen Elkartea y la pujanza de sus actividades es la mejor prueba de una vida literaria que por problemática y precaria que pueda parecer está desde luego social y culturalmente normalizada.
Sobre este telón de fondo de las características generales de la nueva literatura vasca, bueno será ahora señalar algunos autores y obras que jalonan de modo más significativo esa etapa de renovación. En 1957 aparece la primera novela de Txillardegi -pseudónimo de José Luis Alvarez Emparanza-, que lleva por título Leturiaren egunkari ezkutua (Diario Secreto de Leturia). Su protagonista, el inconforme y desesperado Leturia, es el primer héroe problemático de la novela vasca, una lúcida negación de ese modelo no sólo ideológico y moral sino físico incluso que representa de manera paradigmática el viejo y patriarcal pastor Joanes, protagonista de Garoa, el ejemplo más típico y popular de novela costumbrista. Los ancestros de Leturia no son los arcádicos protagonistas de la novela vasca tradicional, sino los atormentados personajes que deambulan sin rumbo por las ensombrecidas páginas de la novela existencialista: el Roquentin de La Náusea, de Sartre, o el doblemente "extraño" Mersault, de El extranjero, de Camus.
Con su primera novela Txillardegi incorpora a la narrativa vasca una problemática de resonancias inconfundiblemente existenciales. Y para ello, en sintonía con una buena parte de la novela existencialista, utiliza la técnica del diario, desde una primera persona narrativa y autorreflexiva, en contraste con ese narrador onmisciente, biógrafo entusiasmado de los héroes de la novela costumbrista. Además, Leturia, narrador de su propia historia, inaugura tal vez sin pretenderlo un proceso largo hasta hoy de decantación de la narrativa vasca hacia formas líricas de contar, en sintonía con una fuerte corriente de lo que en la narrativa contemporánea se ha dado en llamar "novela lírica" y en claro contraste una vez más con la blandura épica de la novela costumbrista. 1964 es otra fecha importante en el desarrollo de la literatura vasca: es el año de publicación de uno de los libros más decisivos de la literatura vasca moderna: Harri eta Herri, de Gabriel Aresti. Aresti había empezado con una poesía de lenguaje cuidado, artificioso casi y con un cierto sabor modernista, al servicio de preocupaciones religioso-existenciales, para incorporar después y de manera progresiva formas de la tradición poética y del lenguaje popular. Así se construye ese gran poema mítico-simbólico que es Maldan behera (1960), lo mejor seguramente del poeta.
El deslizamiento hacia una poesía comprometida, agresiva casi, de fuerte y clara denuncia política y social lleva consigo coherentemente la incorporación de un lenguaje directo, coloquial casi, que sirve eficazmente a la claridad de una poesía que pretende ser crítica, pero que provoca también en ocasiones, como ha ocurrido con la llamada poesía social, la caída en el prosaísmo. Pero Aresti es sobre todo un gran poeta, y su libro Harri eta Herri, como los que le siguen -Euskal Harria (1967), Harrizko Herri Hau (1970), Azken Harria (1976)- sostienen vigorosamente una nueva interpretación de Euskalerría, heterodoxa en contraste con la del costumbrismo anterior, pero que es parte decisiva del sentir y la vida vasca de los últimos años. Señalemos por fin la fecha de 1969, porque ese año se publica Egunero hasten delako, la primera novela de Ramón Saizarbitoria, protagonista decisivo de la renovación y puesta al día de la novela vasca. Si Txillardegi, con su antihéroe Leturia y el relato confesional de su atormentada existencia, había mostrado doce años antes la inviabilidad real y literaria de una Arcadia vasca de idílicos pastores y esforzados hombres de mar, con Saizarbitoria se hace evidente que la nueva realidad que inspira al escritor exige ineludiblemente modos también nuevos de contar. En sus novelas posteriores -Ehun metro y Ene Jesus, ambas de 1976- Saizarbitoria no ha hecho sino corroborar lo que ya en la primera estaba suficientemente explícito: la novela vasca había entrado por un camino de no retomo, cuyo futuro, por abierto e imprevisible, no podía menos de resultar esperanzador.
La característica de la literatura vasca -poesía y narrativa- a partir de los años 70 es paradójicamente la ausencia de características. Es decir, la resistencia y la dificultad de encasillar, reducir a sistema o inscribir en modelos generales la obra de los nuevos poetas y narradores vascos. Es algo que la literatura vasca de hoy tiene en común con otras literaturas: Los escritores se defienden de las etiquetas y reivindican la autonomía no ya de la literatura de modo general, sino de cada obra como creación individual. Y no se trata de una vuelta a una actitud romántico-idealista y menos todavía de una recaída en la teoría del arte por el arte. La literatura no renuncia a su poder, pero no quiere más poder que el suyo, el de la metáfora y el mito. De ahí que el texto literario aparezca como el espacio por excelencia de la libertad: la del escritor en el acto inaugural de la escritura, la del lector, cuando la lectura se entiende como verdadera actividad creativa y significadora. Todo esto es perceptible, al menos implícitamente, en la actual literatura vasca. Pero sería ingenuo pretender reducir el diagnóstico a esta sintonía nada más. También ahora el panorama de la última literatura vasca debe ser contemplado y descrito en esa línea cambiante y sin solución de continuidad que es la literatura vasca y en el contexto de la literatura, o mejor, de las literaturas occidentales que es el que constituye, también en el caso vasco, la verdadera tradición del escritor. Esto quiere decir que en los años 70 el escritor vasco es más consciente que nunca de un doble reto que la literatura y la realidad hacen a su escritura: por un lado, empalmar con la tradición lingüístico-literaria propia, para respetarla poéticamente, es decir, ensancharla y superarla.
Por otro, conseguir que ese lenguaje sea capaz de decir literariamente su nueva experiencia de lo real. El espacio más problemático de confrontación del escritor con su escritura es precisamente el de la lengua. La mayoría de los escritores actuales han entrado por las vías de ese modelo standard de euskara escrito unificado, propuesto por la Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia), que es el "batua". Pero la lengua no la hacen los académicos sino los habitantes, y el escritor es, sin género de duda, un hablante cualificado. El euskara "batua" no puede pretender resolver la intrínseca problematicidad de todo lenguaje literario, y la específica, por las razones repetidamente apuntadas, de la escritura literaria euskérica. El actual escritor vasco, dentro de las coordenadas lingüístico- gramaticales que le ofrece el modelo standard, está abocado a la búsqueda no sólo de un estilo personal, que es el caso de cualquier escritor de cualquier lengua, sino también a la elaboración de una lengua literaria que responda a las exigencias semánticas de la realidad y a las convenciones expresivas del género. Aquí habría que inscribir la profusa diversificación -en géneros y subgéneros, temas y códigos estético-poéticos- de 1a última literatura vasca. La razón es seguramente muy sencilla, sobre todo por lo que se refiere a la narrativa.
Sobre el narrador vasco de hoy opera no una tradición autóctona, inexistente fuera de la novela costumbrista, que no ofrece sino modelos formales y temáticos caducos, sino la multiplicidad de vías que desde la revolución novelesca del primer tercio del siglo XX han venido siguiendo las narrativas europeas y americanas. Hay sobre todo, en la novela vasca de los últimos quince años, una incorporación voraz casi y a veces un tanto mecánica de las nuevas técnicas narrativas. Es un fenómeno análogo a la fiebre de experimentalismo y culto a la forma -la novela como aventura de la propia escritura-, que se ha dado también en otras narrativas como reacción a ese contar demasiado plano y periodístico casi del llamado realismo social. No es éste el caso vasco, ya que la novela ha debido pasar del pre-realismo y el costumbrismo a la vanguardia. La necesaria renovación formal y técnica de la novela ha llevado a los escritores vascos a una profusa y a veces indiscriminada imitación de modelos y estrategias narrativas. Lo cual no ha sido obstáculo para que la narrativa vasca nos ofrezca hoy un plantel de narradores como nunca ciertamente los tuvo en su corta historia: a los nombres de Txillardegi y Saizarbitoria habría que añadir, por citar sólo algunos más representativos, los de: Angel Lertxundi, Arantxa Urretabizkaia, Joan Mari Irigoien, Mario Onaindia, José Austin Arrieta, Koldo Izagirre...
La novela -novela corta en muchos casos- ha adquirido carta de ciudadanía, no ya en la literatura vasca, sino en el común sistema literario de nuestro contexto cultural. En los años 80, mejor, en los narradores de la última generación, empieza a haber indicios claros de que se ha superado el culto de la forma y el experimento narrativo, y de que la novela vuelve a recuperar el espacio original que nunca dejó de serle propio: la "historia", el "argumento". La novela corta de Bernardo Atxaga Bi anai (1984) puede ser un ejemplo bastante clarificador. Su voz, como la de Joseba Sarrionaindía entre otros, es una clara prueba del grado de autonomía literaria, del nivel de libertad creadora y de la ilimitada amplitud de la tradición literario-cultural que actúa hoy sobre la narrativa vasca. No es distinto en cuanto a diversidad y riqueza formal y temática el panorama que ofrece la actual poesía vasca.
Con la particularidad de que el género lírico descansa sobre una tradición autóctona popular y culta, rica en cantidad y calidad, en claro contraste con la narrativa. Por eso seguramente la andadura de la poesía vasca es más serena, menos titubeante, más madura en suma. A pesar de que también se mueve en un ancho espacio de experimentación de formas de expresión lírica que va desde la incorporación de los modelos tradicionales hasta un experimentalismo lírico llevado hasta las últimas consecuencias en la poesía concreta y el letrismo de J. A. Arze (Hartzabal).
La nómina de poetas con una presencia personal recia en el panorama literario de los últimos años es más amplia sin duda que la de los narradores. De ahí la dificultad, en una síntesis como ésta que no tiene pretensión alguna de exhaustividad, de hacer un balance nominal de la actual poesía vasca. Porque se impone la selección y toda selección es necesariamente subjetiva. De cualquier manera, poetas como Bitoriano Gandiaga y Juan Mari Lekuona, Mikel Lasa y Xabier Lete nos ofrecen una obra muy diversificada en preocupaciones, técnicas e influencias, pero que tiene en común un nivel de calidad poética suficientemente decantado. Nos queda, para terminar, reconocer la discutible rigurosidad de una excesiva parcelación del sistema literario que toda descripción por géneros implica necesariamente. El ingreso de la literatura vasca no ya en la modernidad, sino en lo que hoy se ha dado en llamar la "post-modernidad" ha unificado el estatuto literario de dos géneros tan distintos formalmente y con tradiciones y trayectorias históricas tan diferentes como la narrativa y la lírica. Bien es verdad que las diferencias genéricas entre ambas formas literarias tienden, si no a "disolverse", sí al menos a resolverse en ese concepto cada vez más operativo de la actual teoría literaria de "texto" y "tipología textual".
En el caso de la literatura vasca es frecuente el escritor que cultiva indistintamente uno u otro género o tipo textual. La mayoría de los modernos escritores vascos son al mismo tiempo narradores y poetas (y hasta dramaturgos en algún caso). Por ejemplo, y refiriéndonos únicamente a escritores aquí citados, Krutwig, Mirande, Aresti, Urretabizkaia, Izagirre, Irigoien, Arrieta, Urkizu, Atxaga, Sarrionaindía... Esto quiere decir que es la escritura literaria la "vocación" primera de los escritores, quedando la especificación del género como una opción secundaria, que muy pocos resuelven en una única dirección. ¿Es esto bueno o malo (literariamente, se entiende)?. ¿Podría ser indicio de indefinición y en el fondo de inmadurez, no ya de cada escritor en particular, sino del sistema literario vasco en general?. ¿O apuntaría por el contrario a esa creciente difuminación de las fronteras convencionales de los géneros observable de algún modo en las literaturas actuales?. El fenómeno escapa a una mera descripción diacrónica de la literatura vasca, y seguramente la propia historia aportará datos y elementos para aclarar ésta y tantas otras cuestiones que en la literatura vasca, la de ayer y la de hoy, quedan todavía por resolver.