Concepto

Historia de las armas

La demanda de armas procede históricamente de dos ámbitos claramente diferenciados, uno privado, vinculado a la caza y la defensa personal, y otro público, relacionado con las actividades de índole militar. Hasta mediados del siglo XVI los armeros vascos produjeron una gran variedad de armas, tanto blancas como de fuego, destinadas a ambas áreas. Pero la vinculación con la demanda militar fue incrementándose hasta convertirse en el destino exclusivo de la producción vasca, quedando condicionada a los cambios que se iban produciendo en la táctica y técnica militares, así como a las decisiones gubernamentales.

Las referencias a las armas producidas en el País Vasco a finales del siglo XV y comienzos del XVI citan venablos, alabardas en sus distintas variedades, medias lanzas, machetes, puñales, espadas, alfanjes, picas, lanzones, dardos, porqueras, ballestas, azconas, dagas, faínes, regatones, etc. También se incluía en este ramo de armas blancas la fabricación de parte del equipo defensivo de los soldados como los morriones, los coseletes y las rodelas; así como los instrumentos de gastadores tan necesarios en la guerra de asedio.

Las primeras armas de fuego portátiles estaban constituidas por simples tubos de hierro unidos a un palo de madera que, tras ser cargados con pólvora y metralla, se disparaban aplicando fuego directamente a la carga a través de un orificio practicado en el cañón, el oído, que comunicaba la recámara de éste con el exterior. La fiabilidad, capacidad de tiro y precisión de estas armas era muy limitada, además de ser necesaria más de una persona para su funcionamiento. Por lo que el efecto de estas primeras armas de fuego no iba mucho más allá del meramente psicológico.

Las armas fabricadas a comienzos del siglo XVI disponían de un calibre, carga de pólvora y peso inferior a sus antecesoras, además de un cañón mucho más prolongado y ligero. La incorporación de una culata o cureña que permitiera apoyar el arma sobre el hombro y una horquilla para apoyar el largo cañón mejoró sus prestaciones, aunque la precisión y alcance seguían siendo escasos. Un sistema de ignición más elaborado, la llave de mecha, y la reducción del peso resultaron determinantes para que un solo tirador pudiera hacerse cargo de su uso.

  • La llave de mecha

Ya en el siglo XV se había desarrollado una forma mecánica de dar fuego a la carga explosiva del cañón mediante la utilización de una pieza de metal en forma de "S", la serpentina, a la que se sujetaba en uno de sus extremos una mecha encendida. La serpentina pivotaba sobre un eje y al presionar sobre el extremo opuesto a la mecha, ésta descendía poniéndose en contacto con la pólvora fina depositada en una cazoleta que estaba comunicada con el interior del cañón. A lo largo del siglo XVI, el sistema mecánico que accionaba el arma fue haciéndose más complejo y fue integrado dentro de la culata del arma. El disparo se efectuaba presionando una palanca externa que liberaba los resortes que retenían la pieza de hierro con la mecha, cayendo ésta sobre la cazoleta.

Pero este sistema tenía varios inconvenientes ya que obligaba al tirador a portar una mecha encendida, incrementando el peligro de accidente además de impedir llevar el arma en una funda, o entre la ropa, dispuesta a ser disparada inmediatamente. La lluvia y el viento también hacían embarazoso su empleo.

  • La llave de rueda

Los inconvenientes de la llave de mecha fueron los que estimularon la aparición de la llave de rueda en el siglo XVI. Este sistema dispone de una rueda dentada situada justo detrás de la cazoleta del arma que, tras habérsele dado cuerda previamente, gira al ser accionado el gatillo. Esa misma presión libera un resorte que impulsa un martillo percutor en el que se ha colocado un trozo de pirita que golpea la rueda giratoria, prendiendo las chispas generadas por el impacto la pólvora de la cazoleta. Este sistema permitía llevar un arma lista para disparar en cualquier momento, lo que supuso un salto cualitativo en la evolución de las armas de fuego pues facilitó la aparición de las primeras armas cortas. Pero la llave de rueda era poco resistente y de fabricación compleja y cara, por lo que, aunque fueron utilizadas para la caza y por los cuerpos de caballería de algunos ejércitos, nunca se usaron como armas de ordenanza en infantería.

  • La llave de pedernal

La llave de pedernal o llave de sílex, cuyas primeras referencias datan de la segunda mitad del siglo XVI, permitió disponer de importantes cantidades de armas de fuego más fiables que las que usaban llave de mecha a un coste relativamente reducido. Esta nueva llave contaba con dos piezas principales, el martillo percutor y el rascador. El primero estaba situado en la parte posterior de la cazoleta y llevaba un trozo de pedernal sujeto con una abrazadera. Frente a él se situaba el rascador, una placa de hierro rayada que basculaba sobre un tornillo. Al accionar el gatillo, el silex del martillo percutor golpeaba sobre el rascador generando varias chispas que, al caer sobre la pólvora de la cazoleta, hacían que el arma se disparase. Aunque las armas con llave de mecha y llave de rueda siguieron siendo utilizadas hasta fechas relativamente tardías, a comienzos del siglo XVIII la llave de pedernal se impuso definitivamente.

  • Los sistemas de ignición de las armas vascas del siglo XVI

A la vista de los contratos de fabricación de armas formalizados en el País Vasco durante el siglo XVI se puede constatar la introducción paulatina de los sucesivos sistemas de ignición. Así, en estos documentos figura la fabricación de arcabuces y mosquetes "de cazoleta", "de golpe", "hechizo", "de chispa", e incluso también "de rueda". A pesar de la indefinición de estos términos parece evidente que a finales de esa centuria los sistemas de mecha, rueda y pedernal eran conocidos en el País Vasco.

Con la creación de las Reales Fábricas (RR. FF.) de Armas de Gipuzkoa y Bizkaia a finales del siglo XVI y el desarrollo de la fabricación de armamento defensivo en la fábrica de Eugi, trasladada a Tolosa en 1630, el País Vasco podía fabricar toda la panoplia utilizada por las tropas españolas de la época. El Tercio, principal unidad táctica del momento, estaba compuesto en teoría por 3.000 hombres de los cuales el 75% eran piqueros, un 15% arcabuceros, un 8% mosqueteros y el resto oficiales.

  • Las picas y otras armas blancas

El quipo de los piqueros variaba en función de si eran coseletes o picas secas. Los coseletes eran considerados la base de la unidad y estaban equipados además de con la pica, con una armadura y un morrión. Las picas secas, eran consideradas tropas de menor categoría y su equipo defensivo se limitaba a un morrión o celada. Era común también la utilización de alabardas, lanzas de en torno a dos metros que en su punta llevaban incorporada un arma blanca variando su denominación en función de la forma de ésta (alabarda, partesana, lanza jineta etc.) y que era el arma característica de la oficialidad del tercio y de los cuerpos de guardia. A las armas defensivas habría que añadir las rodelas o escudos a prueba de bala de mosquete utilizados en ciertas operaciones y escaramuzas.

Desde el siglo XVI el País Vasco fue el principal suministrador de picas de los ejércitos de la corona española, estando localizada la mayor parte de la producción en Elorrio (Bizkaia) y sus alrededores, donde la plantación de fresnos se convirtió en una actividad de gran envergadura. En cuanto a las alabardas, coseletes y otras armas defensivas, como las rodelas, fueron adquiridas en Italia hasta que, en 1595, la corona decidió traer cierto número de artesanos milaneses a la fábrica de municiones de Eugi (Navarra). En 1630 sus instalaciones fueron trasladadas a Tolosa (Gipuzkoa), dando origen a la Real Armería que, además de fabricar alabardas, morriones, corazas y rodelas, encargaba a los talleres de la zona la fabricación de espadas y otras armas blancas con destino a la corona.

  • Los arcabuces y mosquetes

La presencia de las armas blancas en los tercios fue reduciéndose paulatinamente a lo largo del siglo XVII siendo sustituidas por las de fuego. Predominaba el arcabuz, arma de 1,5 m de longitud, 5 kg de peso y 17 mm de calibre. Utilizaba llave de mecha y su alcance teórico efectivo era de unos 50 metros. Sus portadores debían llevar una gran cantidad de accesorios para su uso como el material necesario para encender la mecha y fabricar las balas, diversos frascos de pólvora, una baqueta para cargar el cañón y un rascador con el que limpiarlo. En cuanto a sus armas defensivas, los arcabuceros no se protegían más que con una celada o un morrión.

En 1567 los mosquetes se incorporaron al armamento de los tercios. Se trataba de un arma de fuego con dimensiones superiores, pues alcanzaba 1,60 m de longitud, 23 mm de calibre y un peso de 9 kg, haciendo necesario para su disparo el uso de una horquilla de madera para apoyar el arma. Sus características técnicas no diferían en exceso de las del arcabuz y, a pesar de su menor cadencia de tiro debido a su tamaño y peso, y a la necesidad de efectuar la recarga mientras se sostenía la horquilla, su precisión y alcance eran superiores gracias a la mayor longitud y resistencia de su cañón.

En el País Vasco la producción de arcabuces y mosquetes fue creciente durante la segunda mitad del siglo XVI debido al incremento de las necesidades de la corona española. Los cambios en la táctica militar favorecieron la mayor presencia de las armas de fuego en los ejércitos, lo que se tradujo en una intensificación de su fabricación que se estima, excluyendo las destinadas al mercado privado, en unas 400.000 unidades.

La llave de pedernal acabó por imponerse como sistema de ignición en el transcurso del siglo XVII mientras que el aligeramiento del peso del mosquete, al permitir prescindir de la horquilla, hizo que éste desplazara definitivamente al arcabuz como principal arma de fuego militar durante el siglo XVIII. Del mismo modo el papel de las armas blancas, y en especial el de la pica, fue debilitándose en la mayor parte de los ejércitos. Con la invención de la bayoneta a finales del XVII las armas de fuego podían convertirse en pequeñas picas cuando fuera necesario.

Arcabuces y mosquetes en el siglo XVII

Durante el siglo XVII la fabricación privada de armas en el País Vasco fue prohibida quedando la producción supeditada a los encargos procedentes de las RR. FF. de Placencia de las Armas-Soraluze y la Real Armería de Tolosa. A pesar de los problemas financieros, la producción vasca se mantuvo a lo largo del siglo, y en sus postrimerías abarcaba todo tipo de armas: arcabuces, mosquetes y pistolas con todos sus accesorios, picas, espadas, bayonetas e instrumentos de gastadores necesarios para las labores de fortificación y zapa habiéndose abandonado la manufactura de corazas o rodelas.

Producción de armas en el País Vasco a finales del siglo XVII
Arma 1688-1693 1694
Fuente: Gómez Rivera (1999)
Arcabuz 28.302 9000
Frascos de arcabuces y carabinas con sus frasquillos 50.892 9.550
Mosquetes 24.014 9.000
Horquillas 22.054 9.000
Frascos de mosquetes con sus frasquillos 22.692 9.000
Escopetas 5.204 9.000
Bayonetas 1.400 9.000
Carabinas 5.668 550
Muelles 5.475  
Pistolas 10.534 1.100
Fundas para pistolas 5.494  
Frasquetes para pistolas 4.876 550
Picas 19.170 9.000
Chuzos 716  
Hierros de chuzos 3.310  
Llaves de chispa 4.400  
Guarniciones de espadas 2.293  
Herramientas de gastadores 24.119  

Los fusiles d el siglo XVIII

A comienzos del XVIII los armeros vascos debieron hacer frente a algunos problemas de atraso tecnológico, pues el fusil en uso en el ejército borbónico era el mismo que se utilizaba en Francia. Los artesanos desconocían los fundamentos técnicos de su llave de pedernal, diferente a la que se utilizaba en España. Para no entorpecer el normal funcionamiento de las RR. FF. tuvieron que adquirirse ciertas cantidades de estas llaves en Francia. La introducción de la fabricación de bayonetas, otra de las novedades de la época, no generó tantos problemas pues fue fácil reconducir la producción de la Real Armería de Tolosa hacia este tipo de producto.

A pesar de las dificultades, la fabricación de armas consiguió alcanzar niveles elevados hasta el punto de que, aunque no se logró el abastecimiento total de las tropas, sí que se consiguió reducir de forma significativa la necesidad de importación. Desde 1735 hasta final de siglo, período en que la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y su sucesora la Real Compañía de Filipinas estuvieron al frente de la dirección de las RR. FF., la producción de armas alcanzó cotas hasta entonces desconocidas. La mayor parte de los asientos firmados por la Compañía con la corona ascendían a 12.000 fusiles anuales a lo que habría que sumar la recuperada producción con destino al mercado privado.