Concepto

Historia de la Música en Euskal Herria

El siglo XVIII es uno de los más trascendentales en la historia de la música europea. En él culmina el período barroco que ha tenido sus principales exponentes en Jean Philippe Rameau (1683-1764), Antonio Vivaldi (1676-1741), Juan Sebastián Bach (1685-1750), Jorge Federico Haendel (1685-1759) y Domenico Scarlatti (1685-1757) entre otros muchos. A estos genios de la música sucederán durante la segunda mitad del siglo otros genios, no menores, que sintetizarán lo hasta entonces logrado y contemplarán con satisfacción narcisista la belleza y perfección de su música: es el clasicismo de Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Wolfgan Amadeus Mozart (1756-1792) que brillan en una constelación de grandes estrellas como Pergolesi, Paisiello, Bocherini, Cimarosa, Salieri, Cherubini, etc. Pero poco dura el éxtasis clasicista: en el último cuarto de siglo se viene fraguando una rebelión musical iniciada quizá por Gluck, que empieza a romper con las tradiciones clásicas. En el panorama musical europeo de finales del siglo XVIII irrumpe con fuerza Ludwig van Beethoven (1770- 1827), que dará entrada definitiva al Romanticismo.

La música vasca de este siglo no se ajusta exactamente a esta cronología europea, pues el período barroco se retrasa bastante, coincidiendo con el clasicismo. La fecha eje de nuestro barroco podría ser la de 1765, cuando el conde de Peñaflorida, crea la Real Sociedad Bascongada de los Amigos de País. En torno a esta Sociedad giran varios músicos, miembros de ella: Joseph Zailorda (1688-1779), maestro de Capilla de la Basílica de Santiago de Bilbao; Manuel Gamarra (1723-1791), que sustituyó al anterior en su cargo; y Juan Andrés Lombide (1745- ), quien de Bilbao pasó a ser organista de la catedral de Oviedo y después del convento de la Encarnación de Madrid, donde falleció. Al margen de ella descuellan en la primera mitad del siglo Juan Francés de Iribarren (1699-1767), maestro de Capilla de las catedrales de Salamanca y Málaga, Joaquín de Ojinaga (1719-1789) que en 1752 ganó la plaza de organista de la catedral de Toledo y, quizás el más importante de todos ellos, Sebastián Albero (1722-1756) que en 1746 ganó plaza de organista de la Capilla Real de Madrid, donde falleció joven a los 33 años. Dos músicos tardíos serán exponentes de nuestro clasicismo: Pedro Aranaz (1740-1820) y Joaquín Tadeo Murguía (1759-1836), maestro de Capilla de la catedral de Cuenca el primero y organista de la de Málaga el segundo. Un hermano de éste, Domingo María, fue en 1815 organista de Santa María de Tolosa y su hijo, llamado como su tío, Joaquín Tadeo, ocupó su plaza vacante en Málaga.

Mientras estos músicos vascos ocupan cargos de responsabilidad artística en la península, florece la música religiosa en las catedrales y basílicas del país, en las que debemos destacar a Pedro Estorqui, autor de villancicos, en Santiago de Bilbao y Mateo Pérez Albéniz (1765-1831) en Santa María de San Sebastián, quien inicia el floreciente siglo XIX donostiarra.

Capítulo aparte merece la Capilla de Aránzazu, donde un grupo de franciscanos inicia nuestro período clásico con Conciertos, Sonatas, Tocatas y Minués: Francisco Ibarzabal (1716- ), José Larrañaga ( -1806), Agustín Echeberría ( -1792), Fernando Eguiguren (1743- ), Andrés Sostoa (1745-1806) y Manuel Sostoa (1749- ) nos dejan numerosas obras religiosas y profanas, exponentes del clasicismo que culmina con Juan Crisóstomo Arriaga y Balzola que descuella con categoría universal entre los músicos vascos, tendiendo un puente histórico entre Anchieta y Ravel.

Aparte de alguna efímera conexión entre la música del pueblo con la de los polifonistas, la música popular y la culta siguieron caminos independientes hasta el siglo XVIII en que, con la creación de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, comienza a darse aprecio a lo popular, siendo cada vez más abundantes las melodías populares utilizadas por los músicos cultos. El Romanticismo del siglo XIX, con el descubrimiento del lied como nuevo género musical, dará un verdadero impulso a la melodía popular dando paso al nacionalismo musical que luego se estudiará. Pero hasta llegado ese momento, la música popular, cantada, danzada o representada, vivirá su propia vida, lejos de las élites.

Las danzas populares, puesto que empiezan a tomar parte en las celebraciones oficiales, son los primeros testimonios documentados, dándonos además la oportunidad de conocer a nuestros primeros txitularis. Las Danzas del Corpus de Oñati son las primeras conocidas, datando al menos desde 1541. En la procesión que en esta festividad se celebraba en Bayona a mediados del siglo XVI tenemos ya constancia de acompañamientos de flautas y tambores. Por estas fechas tenemos el primer txistulari nominado, Domingo Likona, en Lekeitio, en 1559. En 1565 se celebraron en Ordizia fiestas para recibir a Isabel de Valois y se contrataron txistularis de Ataun, Pamplona, San Sebastián, Amezketa y Fuenterrabía. Cada vez son más abundantes las noticias de grupos de danzas y de instrumentos acompañantes. Nominalmente aparece otro txistulari en 1610: Juan Goiburu, apresado por la Inquisición, quizá porque tocase en akelarres, como ocurrió con Juan Sasiain y con el ciego de Ziburu. Los txistularis de Ispaster y Gerrikaitz tocaron en Lekeitio en una boda de 1628 y, poco después, Markina es la villa que cuenta con un txistulari municipal, contratando a Francisco Zalurtegui, de Ziortza. La primera banda de txistularis que conocemos es la que funcionaba en Eibar en 1669. Todavía en este siglo XVII aparecen en 1688 dos txistularis nominados en Rentería: Antonio Berrondo y Domingo Herrazkin y, entrando en el siguiente, tenemos a Juan Bautista Barinaga, txistulari de Portugalete en 1705. Motivo de fiestas y manifestaciones musicales eran las Juntas Generales de Gernika, sobre todo en ocasión de juramento del nuevo señor. Así, en 1724, con motivo del reconocimiento de Luis I como señor de Bizkaia, acudieron "caxas, pífanos, tambores, clarines y mazeros" actuando también "la alegre armonía de cuatro tamboriles". A fines de siglo será txistulari municipal de Gernika y de las Juntas Generales Juan Bautista Bareño, que sustituía al fallecido José Anasagasti. En 1785, según nos dice Iztueta, se dictan por Pepe Antón las primeras reglas para el txistu, que se estaba ya convirtiendo en instrumento lo suficientemente afinado como para que el donostiarra Vicente Ibarguren "ejecutara piezas y conciertos escritos para violín en teatros de San Sebastián y Madrid".

La canción popular está representada documentalmente por los villancicos, como los que en euskara se cantaban en la catedral de Pamplona en 1599. Para ser cantados compuso también Joanes Etxeberri sus Noelac en 1630 y cantadas fueron también las Coplas a la Encarnación de Nicolás Zubia (1691) que se mantienen todavía vivas en los tradicionales Marijeses de Gernika y otros puntos del país. Parece ser que es en el siglo XVI cuando se produce el fenómeno de la cristianización del pueblo vasco en su propio idioma y de entonces pueden proceder las tradiciones musicales de Santa Agueda, Candelaria, Navidad, Año Nuevo, etc. Por lo que a la Navidad se refiere, conservamos escrito con música un villancico de 1705 que dio a conocer el Padre Donostia: Nork orain esan lezake. Pero además de esta canción religiosa, por los Cancioneros recopilados en los siglos XIX y XX, conocemos otras bellas melodías profanas que pueden retrotraerse a los siglos XVI y XVII: Jeiki jeiki, Txeru kartzelan dago, Ozaze Jaurgainian, Goizian goizik, Txori kantatzaile y otras bellas canciones que permitirán a nuestro gran tenor Pierre Garat dar un concierto de canciones vascas ante la reina María Antonieta en 1783.

No olvidemos nuestro teatro cantado, cuya expresión más original es la de las Pastorales cantadas principalmente en Zuberoa a partir del siglo XVII. Son el preámbulo de nuestro teatro musicado del siglo siguiente: en 1764 se representa El borracho burlado, ópera cómica del conde de Peñaflorida, autor también de la pieza Gabon sariak representada en Azkoitia en 1762. De fecha imprecisa, pero de esta época, es el Auto para la Nochebuena, del escribano de Mondragón Pedro Ignacio Barrutia.

Una faceta importante de nuestra música popular la constituye el bertsolarismo. En 1767 nace en Zaldibia el primer cronista de este género, Juan Ignacio Iztueta, personaje importante en nuestra historia musical como veremos. Poco antes, en 1764, había nacido en Amezketa el primer bertsolari conocido, Fernando Amezketarra, que da comienzo a una larga lista de vates populares del siguiente siglo.