Concepto

Historia de la Música en Euskal Herria

La Edad Media musical ha concluido cuando se ha comenzado a preparar el triunfo de la música vocal con independencia de la participación instrumental en el mundo sonoro. El escocés Dunstable fallece en Londres en 1453 dejando camino abierto a la escuela polifónica franco-flamenca en la que Dufay comienza a independizarse de los instrumentos acompañantes, lo que hace definitivamente Ockeghem cuando se pone a componer música polifónica en la corte francesa a partir de 1452. A este mundo de la polifonía vocal independiente y triunfante llega Josquin des Pres, contemporáneo de nuestro Joanes de Anchieta que muere en Azpeitia en 1523, dos años después del flamenco. Tan señalados cambios vienen también seguidos de una revolución en el campo de la teoría musical. Y es precisamente en 1450 cuando nace el español Bartolomé Ramos de Pareja, el innovador, con quien se alía el azkoitiarra Gonzalo Martínez de Bizcargui, preparando con otros el camino al gran teórico Gioseffo Zarlino, creador de la escala temperada hacia 1558, cuando empieza la edad de oro de la polifonía, con las obras inmortales de Palestrina, Lasso y nuestro Victoria, de ascendencia vasca. Este, que es el más joven de los tres genios musicales, muere el último en 1611, cuando ya se ha iniciado el período barroco en el que nuevamente cobrará importancia el acompañamiento instrumental con un nuevo género musical, la ópera, y el triunfo del órgano.

La música polifónica ha tenido muchos cultivadores en el País Vasco. Las catedrales e iglesias principales tenían sus capillas para interpretar la música polifónica en el siglo XV. Y nuestros compositores estaban ya dando muestras de este nuevo género musical. Recordemos, como valioso antecesor, al navarro José de Anchorena, a quien encontramos en 1436 como maestro de cantorcicos en la catedral de Pamplona para la que compuso música de misas y salmos. De sus numerosas composiciones, que fueron hechas en su mayoría siendo maestro de capilla en la catedral de Burgos, se conservan una Salve y trozos de un Stabat Mater. Pero el período polifónico nos trae una novedad importante, ya antes apuntada: el centro musical de Pamplona empieza a perder su hegemonía y empiezan a proliferar noticias musicales en el resto del país.

Quienes marcan un jalón en esta descentralización son dos guipuzcoanos nacidos a muy poca distancia de espacio y tiempo: Gonzalo Martínez de Bizcargui, el teórico, nacido en Azkoitia en 1460 y Joanes de Anchieta, el polifonista, nacido en Azpeitia en 1463. Del primero sabemos con certeza que fue maestro de capilla en la catedral de Burgos para la que compuso obras polifónicas. Pero descolló sobre todo en la teoría musical, publicando en 1511 Arte de Canto Llano e Contrapunto e canto de organo con proporciones e modos que mereció seis ediciones en la primera mitad del siglo XVI. Después de su muerte, acaecida en 1530, se publicó una segunda obra, teórica también, Intonaciones según el uso de los modernos (Zaragoza, 1538). Gonzalo Marínez de Bizcargui es probablemente el primer músico vasco nominado de trascendencia europea en el campo de la teoría musical. En este campo de la musicología tuvo también resonancia europea Martín de Azpilcueta, el Doctor Navarrus (1492-1586), nacido en Barasoain, monje durante muchos años en Roncesvalles y después profesor en varias universidades, entre ellas la de Roma, donde falleció anciano. Entre sus muchas obras jurídicas y morales escribió una relacionada con la música de largo título: De música et cantu figurato. II silenzio necessario nell'altare, nel coro ed altri luoghi ove si cantono i divini uffizi.

El más significado representante de la polifonía vasca es, sin duda, Joanes de Anchieta. Su figura ha sido estudiada dentro y fuera de nuestras fronteras, destacando las monografías que le han dedicado Barbieri, Pedrell, El Padre Donostia, Imanol Elías, Robert Stevenson, Adolphe Coster y otros. No hay duda de que su primera formación musical la lograría en el país, y aun supone Hernández Ascunce que pasaría en sus primeros años por la catedral de Pamplona. Lo cierto es que aunque eclesiásticamente perteneciera a la capital navarra, políticamente dependía de la corte castellana y de allí es requerido en 1489 para cantor y capellán músico de los Reyes Católicos. Pero en 1503 le encontramos de nuevo en su villa natal de Azpeitia, como rector de San Sebastián de Soreasu, después de un viaje a Flandes donde tomó contacto con la escuela polifónica, religiosa y profana. Pero sabido es que en su época se utilizaban melodías populares para ser tratadas para voces, aun con contenido religioso. En una de estas obras aparece un ritmo de Zortziko escrito por Anchieta.

Contemporáneo de Anchieta fue Josquin des Pres, quien en una misa a cuatro voces utilizó una canción que, al menos, tiene un título relacionado con nuestro país, Una mousse de Bisquaye y una frase en euskara que se repite al final de cada verso: soaz, soaz, ordonarequin o "vete, vete, en buena hora". Sobre este tema han escrito detenidamente, entre otros, Enrique Jordá Gallastegui en su libro De canciones, danzas y músicos del País Vasco ( 1978) y Francisco Javier Oroz Arizkuren en Navicula Tubingensis. Studia in honorem Antonü Tovar (Tubingen, 1984).

El siglo XVI nos presenta una abundante lista de polifonistas vascos residentes no sólo en el país sino en colegiatas y catedrales foráneas. En 1516 se renueva la capilla de la catedral de Pamplona y ocupan los cargos de maestro de Capilla y organista Juan de Uriz y Esteban de Miguel, respectivamente. En 1520, Pedro Ibáñez de Gamboa es maestro de Capilla en Mondragón, Andrés de Sylva en Hondarribia y Joanes Larrumbide en Oiartzun. En 1542 es nombrado maestro de Capilla de Pamplona Juan Arteche de Legaria, a quien sucederán Fortuño Ibáñez de Salazar, de Ochagavía (1572), y Juan de Aldaba, terminando el siglo con Miguel de Echarren, conocido también como Miguel Navarro (1563-1627) cuya figura ha sido estudiada por Aurelio Sagaseta (1983). En la Basílica de Santiago de Bilbao aparece en 1577 Prudencio Navarro y en 1586, Domingo Matanza, con capilla musical mantenida por el municipio. Fuera del país encontramos a Hernando Isasi en Valencia (1564) y Ávila (1587), a Diego Alvarado en Lisboa y Diego de Burceña en Burgos (1601).

Durante el siglo XVI son también abundantes los nombres de organeros y organistas vascos. Los órganos de Mondragón, quemados en 1448, habían sido ya repuestos y en 1507 aparece como "sonador de órganos" Domingo Ibáñez de Echebarria, año en el que en Lezo se instala un órgano construido en Flandes. Sabemos de la existencia de órgano y organista en Azkoitia en 1508 por un pleito entablado contra el "tañedor de órganos" de aquella localidad. En 1522 comienza la historia de los organeros navarros con Juan Martínez, con taller en Cascante. Observemos aquí que en el siglo XVI es cuando se produce un gran avance en la técnica de construcción de este instrumento. En 1528 tenemos el primer órgano registrado en Vizcaya, en Balmaseda, donde en 1556 hay ya organista nominado, Lope de la Cruz. El Monasterio de Irache tiene su órgano en 1536. La fama de los organistas vascos trasciende de nuestras fronteras, pues en 1560 aparece Pedro Ximenez de Oñate como organista de Carlos V. En esa misma fecha es organista de Santa María de Azkoitia Sebastián de Lasao. La escuela de organeros de Vizcaya surge con Vicente Alemán, de Orduña, que construye los órganos de Markina y Azkoitia en 1578 y 1579, y la escuela navarra sigue con Guillaume de Lupe que construye, entre otros, el órgano de Santa María de Tafalla. Esta escuela llega a tener un sorprendente esplendor en Lerín, donde en este siglo XVI hay hasta doce organeros.

Pero el verdadero triunfo del órgano vendrá con el siglo XVII coincidiendo con el barroco musical, que empieza de nuevo a dar preponderancia a los instrumentos acompañantes. Con el estreno de la ópera Orfeo de Monteverdi (1607) comienza una nueva época de la música que durará ciento cincuenta años, hasta el fallecimiento de Juan Sebastián Bach en 1750. El monopolio de la música vocal, alentado por el Pontífice que en 1483 había creado la Capilla Sixtina, cede paso al acompañamiento instrumental, bien de órgano o de orquesta. Las capillas musicales del país se van organizando de acuerdo con el nuevo estilo y se surten de instrumentos acompañantes (de cuerda y viento) y de buenos órganos. José Goñi Gaztambide nos ha presentado un estudio de la Capilla Musical de la Catedral de Pamplona desde sus orígenes, imprecisos en el tiempo, hasta 1600 (1983). En 1589 entró en vigor una completa reglamentación del ceremonial y actuaciones de ella. En cuanto a la catedral de Baiona, el obispo Henri de Bethune creó y reglamentó su capilla musical en 1629 y a ella dio un notable impulso el obispo Jean d'Olce a partir de 1646. Otra capilla musical que se organiza en esta época es la del Santuario de Arantzazu, fundada en 1616 por el guardián Padre Zerain; en 1634 había en ella un organista, un bajón y un corneta, además de diez niños cantores. Había también otra capilla en Roncesvalles, de donde en 1642 enviaron al capellán Egui a Aranzazu "a aprender a tocar el bajón".

Son muchas las composiciones religiosas de esta época que se escriben ya con orquesta elemental y comienzan a escribirse, como en Europa, algunas cantatas para solistas. Primer ejemplo podría ser la obra titulada Inclyto Apóstol de la Cristiandad Moderna , para solos, coro y orquesta compuesta en honor de San Francisco Javier por el maestro de capilla de la catedral de Pamplona Miguel Errea, de Tafalla, en 1622. Este nuevo estilo musical obliga a reorganizar la capilla y así, en 1626, se dedica parte de los Estatutos de la catedral de Pamplona a reglamentar la disciplina de la capilla. Con posterioridad a esta fecha aparecerán nombres de arpistas, cornetas, bajones y otros instrumentistas. Pero el instrumento acompañante por excelencia es el órgano, que adquiere tal importancia que en el espacio de treinta años encontraremos once organeros en el país: Joseph Eizaga Echebarria, Juan Bautista Tellería, Pedro Echebarría, Ventura Chavarria, Jacinto del Río, Nicolás Bristet, Cipriano Apecechea, Antonio Bidarte, Félix Yoldi, Francisco de Olite y el mallorquín Jerónimo Roch. Ninguno de los instrumentos construidos por estos organeros ha llegado en uso a nosotros pues la mayoría de ellos, sin considerar que años después serían verdaderas joyas, fueron destruidos y sustituidos por otros más modernos. De esta época se conserva restaurado el órgano de Labastida, construido en 1635. Digamos también que algunos de los organeros mencionados montaron órganos fuera del País Vasco.

La nómina de organeros vascos del siglo XVIII es también amplia, indicando que la mayoría de nuestras iglesias contrataban sus servicios para poder disponer de un buen órgano. Domingo de Aguirre, Matías Rueda, Lucas y Ramón de Tarazona, Guillermo y Juan Monturus, Teodoro y Francisco Antonio Arrazain, Santiago Erdoiza, Antonio de San Juan, que construyó el órgano ahora restaurado de Aiete, Lorenzo Arrazola, que construyó el también ahora restaurado de Ataun en 1761, Diego y Hermenegildo Gómez y, por fin, Diego de Amezua, cuyo hijo Juan y nieto Aquilino, darán fama en el siglo XIX a los órganos de esta marca. Otra familia famosa de organeros se iniciará a principios del siglo XIX con Pedro Roqués.

Pero volvamos al siglo XVII. Tal como ocurre con los organeros es imposible nominar aquí a todos los músicos vascos, maestros de capilla, organistas, compositores, etc., de la época barroca, lista detallada, que puede encontrarse en otras obras (Música y músicos vascos, del Padre Donostia, o en mi Música Vasca). Convendrá, sin embargo, destacar a algunos por ser personajes musicales que, por sus obras, han merecido fama fuera de nuestras fronteras. Tal es el caso de Pedro de Tafalla, que en 1623 era maestro de Capilla del Monasterio de El Escorial. Fray José Vaquedano, después de ser maestro de Capilla en el Convento de la Encarnación de Madrid, pasó a ocupar el mismo cargo en la catedral de Santiago de Compostela, falleciendo allí en 1711. Miguel Irízar fue maestro de Capilla en Segovia en 1671 y Manuel Egüés en Burgos en 1685. Simón Martínez Ochoa, después de ser organista en la catedral de Calahorra, fue maestro de Capilla en la de Astorga en 1716.