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ARQUITECTURA NEO-VASCA

A- Invención burguesa y función decorativa. El desarrollo del área urbana de la costa vasco-francesa (dejando Bayona a un lado), se debe fundamentalmente a las consecuencias del plan turístico de los diferentes viajes de la familia imperial napoleónica a Biarritz, que se convirtió en un lugar de veraneo muy solicitado por clientela procedente del área de París. Tal estructuración sociológica local se manifiesta en formas arquitectónicas caracterizadas por una variedad y audacia en el estilo impresionantes, que se recogen en el nuevo objeto arquitectónico introducido, la "villa": desde las villas de inspiración neo-gótica o española a las villas bretonas y vascas. Símbolo evidente de una burguesía que ha accedido a un estado de opulencia tal que necesita mostrarlo, la villa engloba y conjuga signos e ideas muy variadas: la fantasía social de una clase social triunfalista, los juegos culturales alrededor de los distintos estilos (históricos y regionalistas/populares), los intentos de plasmar una "modernidad" arquitectónica en contra de un clasicismo cultural desgastado pero también en contra de la lamentable mentalidad "modernista".

"El País Vasco ha sido mostrado, glorificado, loado por literatos y poetas desde el principio de la expansión del turismo. Ha sido atravesado, recorrido, admirado gracias al turismo arrastrado por el automóvil. Y el entusiasmo fué paralelo a tal proceso de descubrimiento. Este rincón de los Pirineos, sito en un extremo de Francia, e ignorado durante demasiado tiempo por los franceses, ha recibido el merecido homenaje de ser reconocido como uno de los rincones más encantadores de la "Belle France". En lo sucesivo, se asegura su fortuna y reconocimiento, y su éxito crece año tras año; obviamente, esta posición de privilegio conlleva la aparición de nuevas necesidades. El aislamiento sufrido desde tiempo inmemorial no puede continuar; las costumbres han evolucionado así como los usos autóctonos tradicionales, que han permanecido intactos hasta la fecha. La vida social ha cambiado mucho, las costumbres rurales también, pero existen aún los caseríos de los antepasados, reparados, renovados y pintados de blanco para aparentar que son nuevos. Cerca de allí, en muchos casos en yuxtaposición, aparece la hija contemporánea de tales familias, hija elegante que ha perdido parte del encanto rural de sus antepasados y su simplicidad, la cual le sería muy conveniente. Tiene un cierto aire altanero, el de la prosperidad señorial, que es por cierto inevitable en casa de una pariente rica. A decir verdad, la villa vasca moderna es una de las creaciones más logradas de las corrientes regionalistas", señala Godbarge, uno de los mayores estudiosos de la arquitectura "regionalista y moderna" vasca.

En un paisaje arquitectónico, tanto urbano como rural, inalterado a lo largo de los siglos, la villa neo-labortana (inspirada en el estilo arquitectónico de la provincia costera de Lapurdi, y cuyas características fundamentales son los entramados, las paredes intermedias que conforman la fachada, y los tejados a aguas generalmente disimétricas etc.), bautizada como "villa vasca", constituye la gran creación arquitectónica del siglo XIX, asimilada por numerosos arquitectos seducidos por las numerosas posibilidades de una arquitectura moderna de corte regionalista, y corresponde a las expectativas sociales y culturales de una gran burguesía, extraña a la región, prendada de lo pintoresco y exótico de la misma, y que encuentra en el espectáculo de la arquitectura popular vasca nuevas posibilidades de distinción social.

A la vez entidad arquitectónica urbana y objeto de distinción social, la villa de estilo neo-vasco aparece como el resultado de un doble distanciamiento geográfico y cultural con respecto a una sociedad rural/agrícola en la que prima la lógica comunitaria según la cual el simple hecho de afirmar la pertenencia a un etxe es suficiente para identificar a un individuo; tal lógica comunitaria no tiene en cuenta la definición administrativa del individuo introducida por el estado republicano.

Según dicha lógica, el nombre de la casa, generalmente con una base toponímica, es un valor antropológico fundamental de continuidad histórica; de este modo, transciende la discontinuidad entre generaciones, dando al paisaje social cierto carácter de inmutabilidad. Al ocupar dicha posición en los mecanismos de reproducción comunitaria, el nombre de la casa aparece como una leyenda antropológica de gran valor.

Sin embargo, el nombre de la villa de estilo neo-vasco cuya edificación responde, como ya hemos visto, a una transferencia (de signos) y a un desvío desde las tendencias sociales, no tendrá el mismo destino social e histórico; este hecho queda claramente constatado con la aparición de un corpus de términos nuevos como nombres de la villa neo-vasca: ha nacido la leyenda lingüística como elemento decorativo de la vivienda.

Toki Eder (Lugar bello), Haitzurra (azada), Harotzaldea (el lugar del carpintero, Guéthary 1900), Etche Berdea (Casa Verde, Guéthary 1905) son de las primeras leyendas (algunas de las cuales, como Toki Eder, han creado escuela) de lo que se constituirá como una fuerte tendencia cultural. La leyenda lingüística no existe, ni se entiende, separada de la villa neo-vasca, ya que está sometida a los imperativos de decoración y representación de la misma (lo cual no quita que se busque asimismo la funcionalidad). Las paredes intermedias, el entramado falso, la disimetría intencionada del tejado, el nombre vasco etc. son elementos equivalentes e indisolubles de un mismo conjunto.

Esta nueva leyenda supone una ruptura con el nombre del caserío de tipo rural vasco, cuyo componente dominante, como dijimos con anterioridad, es la toponimia. La forma y el fondo reproducen e introducen el gusto por lo singular, que abarca lo pintoresco, lo insólito o lo novedoso, se busca utilizar todos los artificios, incluso la sonoridad, como en el caso de Haitzurra para resaltar la singularidad de la leyenda.

De tal defensa de la singularidad se nutren la distinción burguesa y de igual manera la retórica estética que la crea y que abarca tanto el exterior como el interior de la villa vasca. Tanto una como la otra se rigen según los principios recogidos por J. Baudrinard (quien estudia el orden estético burgués), que son la saturación y la redondez por un lado, y la simetría y la jerarquía por otro; únicamente el exterior -sobre todo la fachada principal- se presta para los juegos culturales alrededor del modelo regional original y parece autorizar la definición neo-vasca de la vivienda (el interior, esto es la decoración, los muebles y la distribución de las estancias obedecen a las reglas de la estética burguesa y de una funcionalidad que se considera "moderna").

Dicha división entre el "interior" y el "exterior", identificable igualmente entre una sintaxis vasca y una semántica sin directriz evidente alguna, salvo la de la fantasía, recuerda la distinción teórica propuesta por R. Boudon entre el sistema, que hace referencia a los factores de superficie y a la estructura, referente a los factores latentes; de este modo nos encontraríamos un "sistema del estilo neo-vasco" (disposición de formas y volúmenes) y una "estructura del sistema neo-vasco" (desviación de los significados). Frente a este enfoque anti-historicista, nosotros preferimos situar la villa neo-vasca en un contexto histórico, esto es, concebirla como un referente claro del sistema de acción de una clase burguesa obsesionada por la afirmación de su status social, y preferimos asimismo un método de análisis que implique la representación de multitud de valores materiales y simbólicos: burgueses y populares/lugareños, urbanos y rurales, vascos y franceses, tradicionales y modernos. Si la villa neo-vasca es por su grandiosidad inaccesible para el "pueblo", tiende sin embargo a neutralizar las tensiones entre tradición y modernidad. Obra de una burguesía triunfalista, ¿representa la villa neo-vasca una "modernidad triunfal" utilizando la expresión de A. Touraine? No, puesto que representa el intento más audaz de plasmación cultural de una modernidad innovadora basada en la conjunción activa de las exigencias de la razón (manifestadas en la búsqueda de funcionalidad y modernidad) y los deseos individuales representada por la sensibilidad por lo bello pintoresco y la fantasía.

A este respecto, la leyenda lingüística recoge sin ningún género de duda las gratuidades culturales derivadas de las desviaciones de los significados (como llamar "azada" o "pequeña colina" a una casa), que avivan la imaginación del propietario burgués.

La segunda mitad del XIX se distingue, como sabemos, por la concomitancia y la hipertrofia de dos discursos sobre el sentido histórico: uno, el de la modernidad, cuyo epicentro se encuentra en las ciudades, y el otro contrario a los efectos de dicha modernidad, como por ejemplo el empobrecimiento social y cultural de un mundo rural poseedor de todas las virtudes. El pensamiento etnológico surgirá tras la estela de esta segunda tendencia.

La villa del estilo neo-regional nace en la intersección entre ambos discursos: si la modernidad se basa en el gótico (expresión conjunta de una temporalidad y un arte) para crear el neo-gótico cuyo eco cultural será muy limitado, será con los estilos regionales con los que alcanzará su máximo esplendor. Cierto es que tal esplendor no hubiera sido posible sin la concepción cultural de esa burguesía urbana exógena, una concepción a la vez ambivalente y ambigua, ya que se vale de los aspectos más visibles de la cultura material (la arquitectura), así como de la sociedad más arcaica, la de ámbito rural, para crearse su propio espacio social.

El escaso éxito del neo-gótico, de manera especial, y la gran aceptación del estilo neo-regional, pueden hacernos pensar que las diferencias entre las clases sociales son más proclives a un cambio cultural e ideológico que las diferencias entre períodos históricos.

De esta forma, la creación de leyendas lingüísticas como nomenclatura de la villa vasca es similar, en un marco descontextualizado geográficamente, a la introducción por primera vez de la lengua vasca (más concretamente, de palabras de dicha lengua) dentro de una perspectiva que se puede definir como instrumental. Este hecho no significa de ningún modo la valorización de la lengua vasca como instrumento de comunicación social, sino más bien una reducción de la misma a un fondo patrimonial específico que cada uno utiliza según su imaginación. Así, esta novedosa forma de utilitarismo social de la lengua vasca aparece como la primera manifestación local del movimiento cultural llamado patrimonialización, la cual tendrá un eco social importante en las décadas posteriores.