Desde mediados del siglo XIX, con el desarrollo de la sociedad del ocio, el teatro -entendido aquí como arte de la ficción escénica- se convirtió en un entretenimiento de masas y experimentó gran despegue sobre todo en las capitales y núcleos urbanos de importancia donde empezaron a erigirse salas para una nueva burguesía que demandaba esparcimiento, recreo y cultura siguiendo los modelos que ofrecían las clases dominantes en Francia e Inglaterra.
A lo largo del siglo XIX, se fueron habilitando espacios para las representaciones: el teatro de la calle Ronda de Bilbao (1795), Teatro Principal de Vitoria (1822), Teatro Principal de Pamplona (1841, rebautizado como Gayarre en 1903, y que se construyó sobre el solar de una casa de comedias de la primera mitad del siglo XVII), Théâtre Municipal de Bayona (1842), Teatro Principal de San Sebastián (1850), Teatro Arriaga de Bilbao (1890). Teatros todos ellos a la italiana, con estructura en forma de herradura, estratificación de niveles para las distintas clases sociales, los más nobles con palco real o de honor, salones intermedios, balcones sobre escalinatas y dotados con especiales medidas de seguridad contra el fuego.
Bilbao se contaba entre la selecta nómina de "plazas de primera" del teatro en España antes de la Guerra Civil. Aun careciendo de esa categoría, San Sebastián, como residencia veraniega de la familia real, ocupaba también una posición descollante. En su Teatro Victoria Eugenia, uno de los más importantes de cuantos se construyeron a comienzos de siglo en el Estado, se daban funciones ordinarias o especiales con nombres tan rimbombantes como "matinées aristocráticas", "viernes de moda", "sesión vermouth"... Tan lejos llegaba el esnobismo asociado a la vida teatral, que un periódico guipuzcoano afirmaba tajantemente: "el que no va al teatro el día de Año Nuevo es un nadie". Y lo mismo sucedía, con sus peculiaridades locales, en las restantes capitales. A los teatros se acudía tanto o más que a ver para ser visto: eran espacios sociales de primer orden y lo que ocurría en palcos y platea, no menos que sobre el escenario, era un cuadro viviente de la sociedad del momento.
Durante los primeros años de la Restauración, tras el final de la última guerra carlista, las libertades públicas fueron ganando espacio y el tiempo para el ocio aumentó con la aprobación de la ley de descanso semanal en 1904, lo que redundaría en beneficio del teatro. En aquellos convulsos años el teatro servía de palestra para la confrontación social, moral y política. La aparición sobre escena de personajes que se rebelaban contra el orden establecido o de situaciones que ponían en cuestión los prejuicios de las clases dirigentes, desencadenaban los famosos "escándalos" que eran parte de la salsa de la vida teatral. Especialmente sonado a comienzos de siglo fue el caso de Electra de Benito Pérez Galdós, cuyos espectadores fueron declarados en pecado mortal por los obispos vascos, lo cual no impidió un rotundo éxito.
Junto al teatro comercial dirigido a un público preferentemente burgués, en el efervescente panorama de los años de entreguerras (1876-1936) se desarrollará una escena popular nutrida por una afición creciente. De sociedades recreativas, centros parroquiales, partidos políticos, etc., surgirán "cuadros teatrales" (utilizando la terminología de la época) que ofrecían sus montajes en salas que hoy llamaríamos "alternativas". Es ahí donde se expresarán con mayor vigor los movimientos sensibles a la cultura autóctona desde el costumbrismo castizo o desde la reivindicación política.
De este fermento nacerán las primeras figuras del teatro vasco: cómicos y autores que protagonizaron una edad de oro para las artes escénicas cuya abrupta conclusión vendrá dada por el estallido de la Guerra Civil en el verano de 1936.