Los vascones cruzan el Ebro y entran en la Rioja. Derrota banukasi. Es el año 912 cuando muere el emir de Córdoba Abd Allah, marido de doña Oneka, madre de la reina navarra doña Toda, por su matrimonio con el señor de Larraun. Es un momento muy propicio para cualquier intento de rectificación de fronteras hacia el Moncayo. Entre tanto el nuevo monarca Abd al-Rahmán III toma posesión del poder, se hace cargo de los asuntos de gobierno y elabora sus planes, mientras el animoso rey don Sancho cruza con sus gentes el Ebro desde las orillas alavesas. Parece ser que esta nueva operación de recuperación de territorios la inicia por la cuenca del Najerilla y luego la del Oja. Una vez Nájera en su poder, ensancha su poderío por la ribera del gran río y luego asegura la conquista subiendo a lo alto de los valles, hacia la vertiente del Duero, donde opera también su pariente el rey leonés con sus gentes. De esta forma, ambos se cubren y aseguran en operaciones de ofensiva y de distracción perfectamente combinadas. Pamplona recoge los primeros frutos de la amistad vascón-leonesa a base de lazos familiares entre las familias gobernantes. Entre los motivos de satisfacción que ahora tiene don Sancho uno de los más caros es la liberación del monasterio de San Millán, sito en la sierra de su nombre, en pie y en vida, bajo el dominio de los moros, gracias al pago de tributos. En la correría de las huestes montañesas, Ebro abajo, caen en poder del rey vasco: Logroño, Alcanadre, Ausejo, Calahorra, Alfaro y todas las plazas importantes hasta cerca de Tudela. En este punto las cosas, ladea las faldas del Moncayo y toma Tarazona y, subiendo monte arriba, hasta la confluencia del Tera y del Duero, llega enseguida a las mismas fuentes del Duero en la sierra de Urbión. Queda también en su poder la vieja Numancia, cuyo nombre, Garray, recuerda su filiación euskérica a pesar de hallarse casi tocando la ciudad de Soria. Se da por terminada la gran empresa por el momento. Rioja arriba se hallaban tierras vascas en poder de los astur-leoneses que era imposible recuperar sin romper las buenas relaciones entre ambos reinos. Ahí quedaban, en poder suyo, toda esa serie de valles asentados en las cuencas del Tirón, del Oca y hasta de los ríos alaveses Bayas y Zadorra.