Concept

Sacrificio en la Mitología Vasca

Ya hemos visto en los dos casos anteriores que todos los seres sobrenaturales no son iguales. Los dioses indoeuropeos gustan de someter a los humanos. Conquistan un territorio y los convierten en súbditos obligados para siempre a sacrificarles. O bien someten a la humanidad entera desde el inicio de los tiempos haciéndola deudora eterna por haber salvado a su ancestro, sin que el hecho de que éste fuera su propio hermano les haga ser más generosos. Sin embargo algunos seres sobrenaturales vascos no se relacionan del mismo modo con los humanos. Su relación con ellos se basa en la reciprocidad y la contraprestación, realizando algunas tareas que les benefician y recogiendo a cambio las ofrendas que en agradecimiento les dedican, en una relación que se repite diariamente. A tal ser sobrenatural, tal sacrificio.

Sin embargo en la mitología vasca hay un ser importante que no actúa como Basajaun o como las lamiñas: Mari. Al tratarse de un personaje mítico de origen muy remoto, ha sufrido en su largo recorrido diversas transformaciones provocadas por los nuevos contextos culturales en los que le ha tocado vivir. Por eso la actividad sacrificial en torno a Mari es compleja y diversa. Sin embargo la parte de Mari más auténtica es la de un ser sin personalidad propia. No se trata de una diosa en sentido propio, ya que aunque aparece como la encarnación de las fuerzas de la Naturaleza, no hace uso de ellas para la consecución de un fin determinado. La Mari más auténtica carece de un proyecto que proponer e imponer a la humanidad, no dice a los humanos qué han de hacer o cómo han de comportarse, y por tanto no usa su fuerza para castigar a unos humanos o favorecer a otros. La Mari más auténtica no es más que la encarnación de la propia Naturaleza. Y en el sentido en que es Naturaleza, y no Diosa, la actividad sacrificial que se realice en torno a ella ha de ser necesariamente diferente de las que hemos visto anteriormente.

Las informaciones menos deformadas de la mitología vasca nos muestran a una Mari que cambia periódicamente de morada, de un monte a otro, de una sima a otra, sin intentar en ningún caso explicar el motivo de dichas idas y venidas, porque obviamente no hay nada que explicar. Estos relatos no son una colección de los distintos humores de Mari, sino las expresiones mitificadas del conocimiento meteorológico. Cuando Mari está en tal sitio el tiempo es bueno, cuando está en tal otro, horroroso. No existe intento alguno de interpretar por qué Mari está de buen o mal humor, (sencillamente porque Mari no tiene humor, ni bueno ni malo), sino sólo un compendio de afirmaciones basadas en la experiencia y la observación. Y en estas condiciones, ¿qué tipo de actividad sacrificial ha podido instituirse en torno a Mari? Evidentemente ninguna basada en el sometimiento, ni tampoco en la contraprestación recíproca, ya que la ausencia de designio o voluntad en Mari torna imposibles ambos supuestos. El único modo de relación que los humanos pueden tener con Mari es el mismo modo en que se relacionan con el resto de aspectos de la naturaleza, a saber, intentar controlarla y reconducirla en provecho propio. En las noticias mitológicas sobre la relación de los humanos con Mari se conserva el recuerdo de dos tipos de relación: la de las romerías que los humanos realizan reuniéndose ante la entrada de algunas de sus moradas, y la de los conjuros que igualmente realizan para tratar de sellar mágicamente la entrada de aquéllas. Parece deducirse que el objetivo de las primeras es el de crear un ambiente festivo para que Mari se sienta a gusto y permanezca donde conviene, lo mismo que pretenden los conjuros, que intentan impedir su salida. Como en una política de palo y zanahoria, todos los caminos son válidos para conseguir el fin deseado, a saber, que Mari permanezca allí donde conviene a los humanos que lo haga. No es fácil pronosticar si esta doble dialéctica es un trazo original asociado al personaje o si antiguamente sólo existían las romerías propiciatorias,- la zanahoria-, y los conjuros, -el palo-, aparecieron coincidiendo con la aculturación cristiana. Sin embargo podemos afirmar que la ausencia de voluntad o designio en Mari hace teológicamente viable y legítimo el intento de los humanos de controlarla por los medios que sean, y que no parece imposible que la dualidad observada existiera en alguna forma desde la antigüedad. Por ejemplo, en el caso de la Sibila del Monte Vettore, homóloga de Mari, se observan igualmente vestigios de la misma dualidad: según los testimonios medievales, se insta a permitir realizar romerías a la cueva a causa de las tormentas que están saliendo de la misma, que causan grandes destrozos en las cosechas; y según nos cuenta un viajero folklorista del XIX, se encuentra la entrada de la cueva sellada por una gran piedra, para que sus habitantes no puedan salir al exterior. Los seres humanos han de controlar el tiempo por las buenas o por las malas, para que éste no les cause daños en el fruto de su trabajo. Si en el marco de las romerías hechas a iniciativa de los humanos éstos ofrecen sacrificios a la Madre-Tierra, se trata de ofrendas-cebo, hechas con un ánimo más allá de lo propiciatorio. No son ofrendas como las indoeuropeas, basadas en el sometimiento, aunque los humanos siempre estemos de algún modo sometidos a la Naturaleza, porque la ausencia de designio y voluntad transforman el significado de dicho sometimiento. La iniciativa no arranca de los dioses sino de los humanos. No se trata de una exigencia realizada por los dioses a los humanos deudores, sino el resultado de una iniciativa de los humanos libres que intentan controlar simbólicamente la Naturaleza. Son ofrendas-cebo.

El análisis y comentario de la actividad sacrificial no puede limitarse al plano textual. Para precisar mejor el sustento ideológico de dicha actividad, a menudo el contexto aporta claves tan reveladoras como las del propio texto. En este sentido, la observación de la presencia o ausencia de individuos especializados en la intermediación religiosa, y de la identidad del consumidor final, físico y real de las ofrendas, nos ofrece una información inestimable. Cuando los textos sugieren la existencia de una actividad sacrificial basada en la imposición, el contexto nos mostrará una casta de especialistas religiosos que consumen físicamente las ofrendas. Y cuando al contrario los textos muestren una actividad sacrificial basada en la reciprocidad, el contexto no mostrará a otro consumidor real de las ofrendas que no sea el propio sacrificador. En efecto, no es lo mismo beberse uno mismo por la mañana el tazón de leche que por la noche quedó ofrendado a las lamiñas y que éstas han consumido simbólicamente (extrayendo su sustancia), o llevar a los frailes un cordero propio para que estos se lo coman, tras haberlo ofrecido simbólicamente a Jesucristo o a la Virgen María. De hecho es totalmente distinto. El sacrificio al modo de los dioses del texto escandinavo podría estar relacionado precisamente con este tema, como apunta igualmente la identificación realizada entre sacrificio e impuesto. En este sentido es particularmente curiosa e interesante la aportación de uno de los relatos de Prometeo, titán de la mitología griega (una figura asimilable a los gentiles) y amigo de la humanidad que, compadecido al ver que los humanos son obligados a realizar grandes sacrificios a los dioses hasta el punto de tener que padecer hambre después ellos mismos, discurre una treta con la que engañará a Zeus y liberará a los humanos de tan pesada carga. En efecto, tras sacrificar estos un toro, prepara el despiece en dos mitades y pide a Zeus que elija una. En una coloca los mejores pedazos y los envuelve con una piel de mal aspecto. En la otra coloca la piel y los huesos envueltos en una membrana de rica grasa. Zeus, engañado por la apariencia escoge la mitad mala, y se dice que desde entonces los griegos cuando sacrifican, pueden quedarse para ellos la carne y las mejores vísceras y no ofrecer a los dioses más que la piel y los huesos. No cabe duda de que los distintos modos de sacrificar debieron constituir un foco de tensión importante entre los agricultores neolíticos y sus conquistadores indoeuropeos.

Por los ecos que nos llegan de las romerías celebradas ante las moradas de Mari, parece descartarse la presencia en las mismas de algún tipo de intermediación religiosa especializada, por lo que suponemos que serían los propios sacrificadores quienes consumían de modo equitativo y solidario sus ofrendas.